O se entienden los errores o no se entiende nada
Existen expresiones idiomáticas que, en un alarde de progreso, queremos eliminar por ser políticamente incorrectas. Al hacerlo nos saldrán errores tipo I y tipo II por doquier. Claramente queremos eliminar (ya lo hemos hecho) expresiones como "judiada" en sentido de "acción deshonesta". Pero ¿qué criterio seguimos para lo políticamente correcto? Cualquier criterio corregirá en exceso algunas veces y dejará de hacer algunas correcciones que quisiéramos. Los defensores a ultranza de la corrección política señalarán esos casos que quedan por corregir para ser más estrictos en los criterios, mientras que sus más acérrimos detractores señalarán los excesos para que los criterios sean más laxos. Ambos se fijan en un solo error, ninguno tendrá toda la razón. La corrección política resultante será el resultado de un tira y afloja entre todos, los acérrimos de cada lado y los más moderados. El equilibrio será un punto entre un extremo y otro, que no tiene por qué ser equidistante. Valga esto para señalar que los acérrimos equidistantes y anti-equidistantes pecan del mismo problema con sus errores sobre cuándo aceptar y cuándo no las equidistancias.
¿Queremos limitar la tenencia de armas? Cualquier ley fácilmente permitirá alguna especialmente peligrosa a la vez que prohíbe alguna que no lo es. Incidir en uno de los errores para señalar que la ley es mala porque se pasa o porque no llega revela que quien critica no es consciente de las consecuencias advertidas en el primer párrafo.
Nos pasará lo mismo cuando querramos evitar la discriminación de algún grupo. Cualquier cosa que hagamos tendrá sus dos errores. El que la discriminación positiva o política de cuotas tenga errores de tipo II, porque a veces ponga a una mujer en un puesto para el que no está cualificada, no es un argumento en contra de esta política. El argumento debe ser una ponderación de cuántas mujeres cualificadas logran un puesto que de otra manera no lograrían, de cuántas dejan de lograrlo y de cuántas lo logran sin estar cualificadas. Y todo esto, por supuesto, debe ser comparado con maneras alternativas de evitar la discriminación. ¿Vemos que el debate se encauce por estos términos? Muy raramente.
La lista de ejemplos es inacabable. Consideremos las políticas sobre igualdad, libertad, seguridad, eficiencia,... Todas, absolutamente todas, tendrán sus dos errores. En todas, absolutamente en todas, escucharemos a lumbreras que solo se fijan en uno de ellos, que llenarán de calificativos absurdos a los que honestamente intentan buscar las políticas mejores y más adecuadas a las preferencias de la ciudadanía, y que harán difícil la evaluación ponderada. Es que es muy, muy fácil, fijarse en un error y arrogarse superioridad moral por ello y muy, muy difícil, ponderar las distintas imperfecciones de la vida, por más que esto último sea lo que de verdad nos hace seres morales.
Entiendo que en esta vida uno no siempre puede ni debe ni quiere ser ecuánime. Cuando las cosas están demasiado escoradas hacia uno de los errores habrá que ponerse sin duda a intentar evitarlo; pero eso no debe confundirnos ni desviarnos del análisis completo. Al final también habrá que ponderar también el otro tipo de error.
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