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Mostrando entradas de julio, 2016

Darwin, Peter Singer, la moral y Dios (Gabriel Andrade)

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  En el 2009, el bicentenario de Darwin, publiqué un libro,  El darwinismo y la religión.  El libro defiende la teoría de la evolución, pero a la vez, señala las enormes dificultades que hay para conciliarla con las creencias religiosas. Yo anticipaba que los lectores religiosos serían quienes más objetaran las tesis del libro.             Pero, insólitamente, la mayor crítica vino de gente de izquierda. Me acusaban a mí, simpatizante de Darwin, de promover el darwinismo social. Darwin, decían esos críticos, fue el responsable de promover una visión del mundo en la cual los fuertes dominan a los débiles, abría paso al capitalismo más feroz, etc.             En el libro, yo anticipé algunas de estas críticas, y traté de aclarar que el verdadero promotor del llamado “darwinismo social” no fue Darwin, sino su contemporáneo Hebert Spencer. Y, también intenté aclarar que, con el conocimiento que tenemos de la teoría de la evolución, podemos admitir que, en la conducta humana, hay m

¿Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias?

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José Luis Ferreira Tenemos a priori dos teorías,  A  y  B , para explicar unos fenómenos. Estimamos que ambas son ciertas con probabilidades 1/2, 1/2. No contentos con ello buscamos más datos. Según la teoría  A , la observación  x  ocurre con una probabilidad  p ( x / A ) (léase probabilidad de  x  condicionada a que  A  es cierta), mientras que según  B , ocurre con  p ( x / B ). Así con otras observaciones  y ,  z ,… Después de recopilar muchas observaciones, usando la  regla de Bayes , tenemos, por ejemplo, que las probabilidades a posteriori que asignamos a  A  y  B  ya no son 1/2, 1/2 sino 0,9997 frente a 0,0003 (porque las observaciones son mucho más probables si la teoría  A  es cierta que si lo es la teoría  B ). Tras la investigación aceptamos la teoría  A  como mucho más probable que la  B . Ahora alguien nos quiere convencer de que, en realidad, la  B  es la más adecuada. Esto es una afirmación extraordinaria. ¿Requiere evidencias extraordinarias? Veamos:

El valor de una vida

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José Luis Ferreira ¿Cuánto vale una vida? La cuestión no tiene fácil respuesta. De hecho, para algunas maneras de plantearla, no la tiene en absoluto. ¿Cuánto vale mi vida para uno mismo? En principio, todo lo que tenga y más si se puede pedir, robar o conseguir de cualquier otra manera. Si eso deja en la ruina a la familia habrá quien se rinda ante ese prospecto y no acepte pagar cualquier cosa por salvar la vida. Depende de cada cuál, claro. Consideraciones parecidas se harán con seres queridos. Por este camino no llegamos a ninguna parte. Bueno, sí, llegamos a que, trasladando esto a las decisiones sociales, dedicaríamos ingentes cantidades de dinero (es decir, de recursos) a salvar vidas. Dedicando muchos millones a mejorar una carretera estadísticamente se ahorrarán algunas vidas. Si una vida no tiene precio, no haríamos otra cosa que mejorar carreteras (era un ejemplo, pon aquí tu favorito si este no te gusta). Hay otra manera de enfocar el asunto y que, a

Carta abierta a un catalán

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José Luis Ferreira No te preocupes por esta carta. No es para decirte que te quedes ni que te vayas. Es para que recordemos unas cuantas cosas y para, tal vez, convenir en otras más. En el recuerdo quiero que tengas que, sea cual sea la decisión de los catalanes, será en España donde vais a tener más amigos. Es posible que tengáis también algún enemigo o algún indiferente, aquellos que creen que eso de hablar catalán es un capricho, por ejemplo. Espero que valores más a los primeros que a los segundos. Y esto me lleva a alguna de esas cosas que deberíamos convenir, y es que entre todos deberíamos hacer que el número de amigos sea el máximo posible y el de enemigos el mínimo. Siempre he defendido la independencia de los catalanes si así lo deseáis. España no debería poner trabas a un proceso nacido de esa decisión ni impedir la permanencia de Catalunya en Europa. También he defendido que si no se opta por la independencia, la integración de Catalunya en España de

¡Feliz día de la Bastilla!, pero con sentido crítico (Gabriel Andrade)

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Ante el avance de la vorágine del relativismo cultural, la culpa del hombre blanco, y el continuo reproche a Occidente, no viene mal recordar la trascendencia de la revolución francesa. En el siglo XVIII, fuera de Occidente, nadie tenía ni la más remota intención de levantarse frente al despotismo, secularizar la sociedad, o enfrentarse a las monarquías absolutistas. Por ello, hoy 14 de julio, deseo a todos un feliz día de la toma de la Bastilla, y exhorto a sentir orgullo de nuestra civilización.             Con todo, esta celebración siempre me ha parecido muy desdichada. En el mismo año de 1789, los revolucionarios proclamaron los derechos del hombre. Esa ocasión no se celebra como día de fiesta nacional. Lo que se celebra el 14 de julio, en cambio, es la mentalidad de hordas.             La Bastilla era la prisión en la cual se encontraban los presos políticos, y era un símbolo de la tiranía del antiguo régimen. Visto en retrospectiva, podemos celebrar que el pueblo, asque

¿Europa sin ideales? (Un poquito más a cuenta del «Brexit»)

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 Por José María Agüera Lorente En su elocuente libro titulado El retorno de los chamanes , publicado no hace siquiera un año, el joven y cosmopolita politólogo Víctor Lapuente nos presenta una visión audazmente crítica de la Unión Europea forjada en las últimas décadas. Todo el libro merece un comentario, pues es muy apreciable su valor como provocador de reflexiones y de replanteamientos de creencias que uno creía suficientemente razonadas amén de queridas. Así que habrá que volver a él en más de una ocasión a la hora de abordar diversas cuestiones todas ellas interconectadas por cuanto tienen que ver con el problema de la consecución del bien común. Para este crítico del actual modelo político europeo la eurocracia de Bruselas ha suplantado la Europa de los mercaderes por la Europa de los burócratas. Su percepción despectiva de tal modelo apenas queda disimulada en estas sus palabras: El comercio de los no comerciantes es el más intenso, no se acaba al estrechar la man

Derechos humanos y derechos contractuales

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José Luis Ferreira Es muy común en algunas maneras de argumentar definir tal cosa como una conquista social para que la sola etiqueta defienda la bondad de la cosa tal. Es un error porque es concebible que alguna de las instituciones que tenemos como conquista social pueda ser un lastre para nuevas mejoras sociales. Esta falacia la he oído muchas veces en los debates sobre las distintas propuestas de reforma del mercado laboral (ya sabe el lector de este blog que quien suscribe  no apoyó  la de ZP ni la de Rajoy, sino la del  manifiesto de los 100 ). La manera de argumentar es la siguiente: Búsquese en la reforma un apartado en el que se reduzca un derecho de algún colectivo de trabajadores. Úsese esta reducción como argumento en contra de la propuesta. Enfatícese el hecho de que ese derecho era una conquista social y que su reducción nos coloca x años en el pasado. Óbviese cualquier aspecto de la reforma que conceda más derechos a algún colectivo de trabajado

Política, moral, retórica y «Brexit»

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 Por José María Agüera Lorente Manejar la opinión pública en las contiendas políticas es una actividad normal. El arte o técnica dirigida a ello es lo que desde tiempo inmemorial se conoce como retórica. En la Atenas que alumbró la democracia hace dos mil quinientos años la retórica era prácticamente el único modo de ejercer la política. O eras capaz de hablar en público o, de lo contrario, quedabas multiplicado por cero –en terminología del reputado filósofo Bart Simpson– a efectos de la actividad política. Por eso prosperaron los famosos sofistas, esos antagonistas del bueno de Sócrates tal como aparecen dramáticamente en la historia de la filosofía que estudia cualquier bachiller. Ellos eran los profesionales del discurso, que confeccionaban muchas veces por encargo para quienes, llegado el caso, habían de acusar o defenderse personalmente ante los tribunales, los cuales no eran profesionales. El dominio de la retórica en un momento determinado podía salvar la vida del ciud

Qué fácil es saber

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José Luis Ferreira O eso parece a menudo. Veamos, si no: La culpa de todo la tiene la sociedad.  Tal comportamiento no es más que una sublimación de un deseo o el resultado de un trauma.  Hay que equilibrar la energía para estar sanos. Siendo positivos aumentamos las defensas del cuerpo.  Dando dinero a la gente impulsamos la economía.  Son simplezas y, aunque para alguna de esas afirmaciones se pueda poner un ejemplo que parezca darle la razón, no permiten hacer ningún tipo de análisis más allá de formar un discurso que no sea dar vueltas a datos y argumentos para justificar lo que ya se está postulando. Sin embargo dan la apariencia de conocimiento y, gracias a ellas (o por culpa de ellas) creemos saber de sociología, psicología, medicina o economía, según el caso, hasta el punto de creer que sabemos más que quienes investigan de verdad sobre esos temas. Cada una de esas afirmaciones (junto con otras muchas de ese cariz) está en el núcleo ideológico de un tipo de discur