Izquierda posmoderna, ciencia y pseudociencia
(Comunicación presentada en las XIV
Jornadas de Filosofía organizadas por la Sociedad
de Filosofía de Castilla-La Mancha, en Albacete, el 22 de octubre de 2011,
y publicada en la revista El Escéptico, nº 38, primavera-verano 2013).
Para las elecciones de 2004,
el PSOE prometía en su Programa Electoral (pág. 84):
“Se
regularán los métodos naturales de salud, la acupuntura y la homeopatía como
parte de los recursos complementarios de la actual medicina convencional para
ofrecer garantías de calidad a los usuarios de la medicina natural y se
definirán criterios de acreditación y homologación de centros y profesionales”.
En
2006, el Grupo parlamentario de IU-ICV registraba una proposición no de ley
instando al gobierno socialista a cumplir esa promesa y a la regulación de lo
que denominan en esa proposición “Medicinas No Convencionales” (MNC),
incluyendo entre ellas, como también se dice, a la Naturopatía, la Homeopatía,
la Medicina Tradicional China (MTC), y los tratamientos manuales como la
Quiropráctica o la Osteopatía[1].
En 2007, la Generalitat de Catalunya,
gobernada por el tripartido de izquierdas (PSC, ERC e ICV-EUiA) aprobaba un
decreto para regular estas MNC dentro del sistema sanitario catalán, decreto
que fue anulado en su totalidad por el Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña en 2009, anulación que fue ratificada en 2011 por el Tribunal Supremo
ante un recurso presentado por la Federación de Asociaciones de Profesionales
de Terapias Naturales de Cataluña[2].
Los numerosos (y minúsculos)
partidos verdes españoles, tan incapaces ellos de ponerse de acuerdo en un
único Partido Verde, sin embargo parecen coincidir a la hora de posicionarse en
contra de las antenas de telefonía móvil y los trasgénicos (también IU), y hay
una parte de la izquierda política en la que cala el discurso contra las
vacunaciones, el negacionismo del SIDA, e incluso cierto discurso totalmente
contrario a la ciencia moderna y la tecnología y que aboga por un retorno a un
modo de vida más “natural”, comunal y artesanal, precientífico y sin ciencia ni
tecnología.
¿Cómo es posible este apoyo de la
izquierda a teorías y posiciones tan irracionales, pseudocientíficas y
anti-científicas? En este texto vamos a ensayar una aproximación crítica a la presencia
e influencia de algunas pseudociencias en cierta izquierda política, buscando
también algunas de las razones de dicha influencia en los presupuestos
relativistas y posmodernos asumidos por esa izquierda.
Si bien es sumamente difícil definir
qué es la izquierda, aquí nos
bastará con adoptar el punto de vista de Peter Singer cuando se pregunta: “¿Qué
es esencial para la izquierda? Permítaseme que la conteste [la pregunta] de un
modo personal”. Después relata el caso de Henry Spira, un marinero mercante que
fue trostquista (aunque luego dejó de serlo), que estuvo en las listas negras
maccarthianas, que denunció la corrupción del Sindicato Nacional de la Marina,
que apoyó al movimiento por los derechos civiles de las personas negras en el
sur de los EEUU, que visitó la Cuba castrista para conocer su reforma agraria,
que enseñó a los niños de los guetos y que también se hizo activista de los
derechos de los animales.
“Cuando
le pregunté por qué se había pasado más de medio siglo trabajando por las
causas que he mencionado, respondió sencillamente que estaba de parte del
débil, no del poderoso; del oprimido, no del opresor; de la montura, no del
jinete. Y me habló de la inmensa cantidad de dolor y sufrimiento que hay en
nuestro universo, y de su deseo de hacer algo por reducirla. En eso, creo yo,
consiste la izquierda”.
Y después añade que la izquierda
aspira a una sociedad más igualitaria[3].
Que el igualitarismo es una característica fundamental de la izquierda es algo
en lo que coinciden también otros autores como Tierno Galván[4]
o Norberto Bobbio[5], e
incluso autores de derechas como Aleix Vidal-Quadras[6].
Tampoco hay espacio en este texto
para intentar dar una definición no-polémica de ciencia, pero aquí entenderemos con Carl Sagan que “La ciencia es
más que un cuerpo de conocimiento: es una manera de pensar”[7]
y que ese modo de pensar consiste principalmente en el método científico[8]
entendido muy resumidamente como plantearse un problema, recoger unos datos,
elaborar una hipótesis, comprobarla y publicar los resultados para la revisión
por pares y su replicación[9]. También aceptamos que ese método es universal
para cualquier ser humano que quiera conocer algo racionalmente. En palabras de
Sokal:
“El
método científico no es sustancialmente distinto de la actitud racional que
adoptamos en la vida cotidiana o en otras esferas del conocimiento. Los
historiadores, los detectives y los fontaneros –es decir, todos los seres
humanos– emplean básicamente los mismos métodos de inducción, deducción y
evaluación de los datos que los físicos o los bioquímicos. La ciencia
contemporánea intenta llevar a cabo estas operaciones de una forma más
meticulosa y sistemática, sirviéndose de instrumentos como pruebas de control,
estadísticas o reiteración de experimentos, entre otros. Además, las mediciones
científicas son a menudo mucho más precisas que las observaciones cotidianas;
nos permiten descubrir fenómenos hasta entonces desconocidos, y entran
frecuentemente en conflicto con el “sentido común”. Sin embargo, el conflicto
se da en las conclusiones, no en el enfoque de partida”[10].
Utilizaremos ‘pseudociencia’ en un sentido amplio para referirnos no solo a
falsas ciencias, es decir, a teorías que sin cumplir con las exigencias del
método científico quieren aparentar que sí lo hacen[11],
como serían la parapsicología[12],
el psicoanálisis[13], el
negacionismo del Holocausto[14]
o del SIDA[15], las
llamadas “medicinas alternativas o no convencionales[16]
y la tecnofobia hacia antenas de telefonía móvil[17],
trasgénicos[18] o
vacunaciones[19], sino
también a teorías o ideas que o bien van directamente contra la ciencia
(anti-ciencia) como sería el fundamentalismo religioso[20]
o cualquier mitología, o bien son totalmente extravagantes y sin ningún respaldo
científico: por ejemplo, las teorías conspiranoicas del Nuevo Orden Mundial de
los Illuminati[21]
o de los extraterrestres reptilianos[22].
De cualquier forma, la diferencia ciencia-pseudociencia no es nítida y aunque
es posible catalogar ciertas teorías o ideas como científicas o
pseudocientíficas de un modo claro, también hay otras en el terreno fronterizo
entre ambas que las hacen difícilmente clasificables[23].
Partimos de la idea de que la
izquierda tiene una relación esencial con la razón y las ciencias ya desde su
origen en la Revolución Francesa. La izquierda es ilustrada no solo por su
origen, sino porque considera a la razón como fundamento de la libertad y la
igualdad, en contra del absolutismo o los privilegios que, en vez de en la
razón, pretenden basar el orden sociopolítico en una revelación divina, en una
tradición o en la fuerza bruta. Si todos los seres humanos somos esencialmente
iguales en tanto que seres racionales, todos tenemos el mismo valor o dignidad
y, por lo tanto, debemos tener los mismos derechos civiles, políticos y
económicos. Cualquier discriminación por razón de sexo, raza, religión o clase
social sería ilegítima por irracional, y no sería natural sino producto de la
injusticia social, política o económica. De ahí que la izquierda, a lo largo de
su historia, haya ido progresivamente reivindicando mayores cotas de libertad y
de igualdad. Y de ahí también su lucha constante contra el oscurantismo: el
conocimiento de la realidad no es un privilegio reservado para una casta o un
clero, sino que es accesible a todo el mundo por igual gracias a la razón y la
ciencia[24].
Además de la lucha política y de la lucha económica, la izquierda ha
desarrollado otra lucha ideológica contra el oscurantismo que pretende limitar u
obstaculizar el acceso al conocimiento[25],
proponiendo la enseñanza reglada, pública y científica como un derecho
universal[26] y una
obligación[27]. Este
racionalismo propio de la izquierda implica el universalismo: todos los seres
humanos somos esencialmente iguales gracias a la racionalidad, por lo que
carecen de sentido también las fronteras nacionales[28].
En el caso del marxismo, éste se
consideraba a sí mismo un socialismo científico en oposición a los otros
socialismos que despectivamente llamaba “utópicos”[29].
Marx y Engels creían haber descubierto las leyes científicas de la historia de
forma similar a como Darwin había encontrado las de la evolución de las
especies[30]. Para
el marxismo, la ciencia es a la vez parte de la infraestructura (en tanto que
fuerza productiva) y de la superestructura (y por lo tanto puede ser deformada
a favor de los intereses de las clases dominantes), pero el propio desarrollo
de las fuerzas productivas va progresivamente liberando a la ciencia de esos
sesgos supraestructurales hasta que, en la sociedad comunista, la ciencia esté
totalmente al servicio del ser humano. Esta visión optimista y progresista de
la ciencia perduró en la socialdemocracia y en el leninismo y en otros teóricos
marxistas, y también en los países del socialismo real. No queremos decir aquí
que el marxismo sea una ciencia[31]
ni que en los países comunistas existiera genuina ciencia inmaculada[32],
pero sí queremos insistir en que, aunque fuera de forma equivocada, se mantenía
la relación y la apuesta de la izquierda (por lo menos comunista[33])
por la razón y la ciencia. Resumiendo, podemos decir que la izquierda asumía
los siguientes valores: la razón y la ciencia, el universalismo y el progreso.
Sin embargo, a partir de la segunda
mitad del siglo XX, cierta izquierda empieza a replantearse su tradición
ilustrada, e incluso comienza a posicionarse en contra de ese carácter
ilustrado y sus valores, y a girar hacia posiciones cada vez más
irracionalistas y pseudo o anti-científicas. Esta izquierda da un paso mucho
más allá que el marxismo: no solo indica que la ciencia puede estar sesgada por
la ideología capitalista[34],
sino que toda la civilización occidental, y la ciencia como parte de ella, es
un mecanismo de opresión del cual hay que liberarse totalmente. La ciencia
sería parte del Poder y la comunidad científica una elite opresora aliada de
las elites políticas y económicas. No se trata ya de reforma o revolución del
sistema capitalista[35]:
se trata de acabar con la civilización occidental como tal y retornar a otras
formas de vida primitivas, campesinas y preindustriales[36].
¿Cómo ha llegado esta izquierda
hasta aquí? Por varias razones. Por un lado, por las terribles experiencias de
los totalitarismos (nazi y soviético), las guerras mundiales y el monstruoso
poder para generar terror, sufrimiento y muerte del que fue testigo el siglo
XX: los campos de exterminio nazi, el gulag
soviético, la bomba atómica, el napalm,
etc. Y por otro lado, por la experiencia del colonialismo y el imperialismo de
occidente sobre otros pueblos y su impacto en sus culturas y formas de vida,
así como por la explotación de sus recursos naturales y la miseria producida en
ellos. Ambos tipos de experiencias, la del terror y el imperialismo, afectaban
por igual tanto al primer mundo capitalista como al segundo mundo comunista, lo
que provocó en cierta izquierda un rechazo a ambos y a lo que tenían en común,
su confianza en la ciencia y la tecnología, a la que acusaron de estar en la
base de todos esos horrores: sin ellas, nada de eso hubiera sido posible. Y a
su vez provocó un sentimiento de empatía y esperanza en que la solución podía
venir precisamente de los pueblos colonizados y oprimidos, del tercer mundo. En
ellos, en sus formas de vida preindustriales y precientíficas, agrícolas y
rurales, comunales, artesanales y con sus propia sabiduría tradicional y
milenaria, estaba la solución: el problema no era el capitalismo ni el
comunismo, sino la propia civilización occidental. ¿Y cómo había llegado
occidente a convertirse en el monstruo que es? Precisamente por su confianza en
la razón y en la ciencia. Se acusa a la razón y a la ciencia de justificar
ideológicamente al imperialismo occidental: bajo su apariencia de objetividad,
universalidad y progreso se oculta un etnocentrismo que privilegia a occidente
sobre las demás culturas, lo que justifica a su vez la colonización económica,
militar y cultural de esos pueblos. Sin embargo, esos pueblos no necesitan la
ciencia occidental, puesto que ya tienen su propia “ciencia” o sabiduría
milenaria: sus propia etno-cosmología, etno-medicina y etno-teorías. La ciencia
occidental no es un saber universal sino tan solo la etno-teoría de occidente, y
como tal no es ni mejor ni más valiosa que las etno-teorías de otros pueblos
como fuente de conocimiento, y es más, puede que sea incluso más peligrosa por
su carácter imperialista y destructor de las demás.
A esto habría que añadir el
surgimiento de los nuevos movimientos sociales (NMS) como el feminismo, el pacifismo
y el ecologismo. Estos NMS se insertan en esa crítica total a la civilización
occidental y no solo al modo de producción capitalista o comunista. Niegan una
de las bases del marxismo: que la contradicción principal sea entre capital y
trabajo (la lucha de clases) y señalan a otras contradicciones que sustituyen a
esa como contradicción principal y que les sirven para rechazar por igual el
capitalismo y el socialismo: ambos son patriarcales, violentos e insostenibles.
Y de alguna forma estos NMS confluyen también en ese sentimiento favorable
hacia el tercer mundo: esas sociedades forman comunidades igualitarias,
pacíficas y en armonía con su medio natural.
Si a todo lo anterior le añadimos la
influencia de la antropología relativista[37]
y de la filosofía posmoderna (también relativista[38]),
podemos comprender el caldo de cultivo que ha hecho posible que en la izquierda
actual prolifere el apoyo a las medicinas no-convencionales y en contra de la
medicina basada en evidencia empírica, la fobia a las antenas de telefonía
móvil, los organismos trasgénicos o las vacunas, el negacionismo del SIDA, la
defensa acrítica de prácticas culturales como la ablación del clítoris o el uso
del burka, etc.
Creo que los errores de esta
izquierda están en varios factores interrelacionados: una bienintencionada pero
incorrecta (por relativista) idea de la igualdad, un remordimiento por nuestro
pasado colonialista, la asunción del mito del buen salvaje, y una incorrecta
idea de ciencia.
Decíamos que la igualdad y la
defensa de los más débiles son esenciales a la izquierda. Pero la izquierda posmoderna
ha interpretado esto de una forma ingenua y acrítica. Cuando la izquierda
sensata, ilustrada, reivindica la igualdad, lo hace asumiendo que todos los
seres humanos somos esencialmente iguales en tanto que racionales, y capaces de
conocer por nosotros mismos el mundo mediante la razón y la ciencia (sin
tutelajes sacerdotales ni revelaciones divinas) y de autodeterminarnos
moralmente (sin tutela religiosa ni otra autoridad). Así se entiende la
respuesta de Euclides al rey Ptolomeo: “No hay caminos reales para la
geometría”, no hay formas privilegiadas para saber ciencia, quien quiera saber
cómo es el mundo debe cumplir con los mismos requisitos del método científico
que cualquier otro, no valen los atajos de la fe, ni la inspiración divina, ni
el origen étnico, nacional o la clase social. Lo cual es claramente
anti-relativista: no todo vale, no da igual una cosa que otra. No da igual la
geometría (la ciencia), que la fe o que la ouija
para conocer cómo es el mundo. El camino es la “geometría”, pero ese camino es
un camino igualitario: sin privilegios. Pero la izquierda posmoderna no lo
entiende así, sino que identifica igualdad con relativismo: todas las culturas
son iguales y todas valen igual, ninguna es más que otra, ninguna tiene un
acceso privilegiado al saber, cada una tiene su propio saber exactamente igual
de válido y valioso que el de las demás. Lo mismo da la etno-teoría occidental
del big-bang que las etno-teorías creacionistas
de otras culturas, lo mismo da el sacrificio de una cabra para curar una
enfermedad que una vacuna occidental. No hay ningún saber universal porque
cualquiera que lo pretenda solo es etnocentrismo encubierto. Cada cultura tiene
su propio saber válido para ella y es ilegítima la comparación o la crítica de
una cultura desde la perspectiva de otra: todo conocimiento sólo puede ser emic[39].
Al no haber ningún saber universal, todos valen igual porque la elección por
uno u otro siempre será arbitraria. Y lo mismo para las tradiciones de todas
las culturas: es ilegítima cualquier crítica a una costumbre o norma cultural desde
los parámetros de otra pues sería etnocéntrico e imperialista arrogarse la
superioridad política o moral de juzgar esas costumbres o normas desde fuera,
aunque sean el matrimonio concertado o la violación iniciática[40].
Caben aquí dos contracríticas: una es preguntarles ¿cómo saben eso? Es decir,
¿cómo saben que todas las etno-teorías son iguales y que la ciencia es solo un
etno-discurso más entre otros sin más valor que esos otros? A lo que solo me
pueden dar dos respuestas: o bien que lo saben por intuición, meditación,
revelación divina o extraterrestre o un mensaje del más allá vía ouija, con lo cual no tengo nada más que
decir, o bien que es la conclusión a la que han llegado después plantearse el
tema, recoger datos, analizarlos y compararlos, elaborar su hipótesis,
comprobarla, publicarla y dejarla para la revisión por pares. Esto me parece
mucho más interesante, pero si es así, lo que están diciendo es que saben
científicamente que la ciencia no vale (porque si todo vale, nada vale), pero
si la conclusión es esa, entonces la propia conclusión en tanto que científica
tampoco vale. En definitiva, que el postmodernismo no es capaz de escapar al
círculo vicioso del relativismo en el que está enredado por su incomprensión de
lo que es la ciencia[41]
y la igualdad. La segunda es puramente práctica: ningún posmoderno envía a su
hija a que se inicie sexualmente en Mozambique.
Por otra parte, esta defensa
relativista de todas las culturas trata a éstas como si fueran unidades
cerradas, perfectas y acabadas e incomunicadas con otras culturas y que deben
permanecer así so riesgo de contaminarse y perder su esencia (sobre todo si se
relacionan con Occidente). Pero esto, no solo no soporta el más mínimo análisis
histórico-antropológico (no hay ni ha habido nunca culturas ni sociedades
puras) sino que es un paso peligrosamente cercano al racialismo[42].
Por otra parte, esta idea de las culturas y los pueblos los mitifica como algo
perfecto y acabado, que no nos deja ver si no será que en la realidad esos
pueblos no son tan igualitarios, tan pacíficos, ni tan sostenibles como los
presenta el mito. Que esos pueblos tengan sus propias ideologías, tradiciones y
normas no quiere decir que ellas sean inmunes a diferentes formas de opresión e
injusticia. ¿Quién nos asegura que sus ideas, costumbres y leyes no benefician
a una parte del pueblo más que a otra, o que no discrimina a unos con respecto
a otros?[43]
Aquí enlazamos con el mito del buen
salvaje (que no es sino una versión del mito del pecado original): la izquierda
posmoderna asume sin rubor estos mitos como hechos históricos. Para esta
izquierda, hubo un tiempo pasado en el que los pueblos vivían en el Paraíso, en
pequeñas comunidades igualitarias, sin Estado y en armonía con la naturaleza,
trabajando solo dos o tres horas al día y dedicando el resto del tiempo a la
más pura libertad y al amor libre. Pero en un momento dado, el hombre
occidental cometió el pecado original: quiso dominar a la madre naturaleza en
vez de obedecerla, y para eso inventó la ciencia y la tecnología (el fruto
prohibido). A partir de ahí todo fueron desgracias: el hombre occidental inventó
el Estado y oprimió a las mujeres, esclavizó a sus semejantes, sojuzgó a otros
pueblos, rompió el equilibrio natural y extendió su reino de maldad a todos los
rincones del planeta amenazando con destruirlo entero. La alternativa está en
retroceder, en retornar a esas comunas agrícolas e igualitarias, sin Estado,
sin ciencia ni tecnología, y volver a adorar a la diosa naturaleza. Más o
menos, esto dice el mito[44],
pero como tal mito, tampoco tiene ninguna base histórica ni antropológica. No
hay ninguna evidencia de que ningún pueblo humano haya vivido nunca en tal
estado de naturaleza paradisíaco, y más bien parece ser todo lo contrario: los
buenos salvajes del pasado eran más bien agresivos y violentos[45],
totalmente supersticiosos e ignorantes, y depredadores de su medio ambiente (en
la medida de su escasa tecnología, que no les impidió a veces realizar
auténticos ecocidios)[46].
El mito del buen salvaje[47]
o de que cualquier tiempo pasado fue mejor, oculta la realidad de las cosas:
que el progresivo avance del conocimiento científico y tecnológico ha supuesto
un correlativo avance en la calidad de vida de las sociedades que lo han experimentado.
La disminución progresiva del índice de mortalidad infantil, y el aumento de
los de esperanza de vida y nutrición muestran esta correlación. Gracias a la
ciencia y la tecnología, cualquier obrero del mundo desarrollado tiene una
vivienda con agua corriente, luz eléctrica, calefacción, alimentos y acceso
inmediato a la información vía internet, que sitúa su calidad de vida a miles
de años-luz de la calidad de vida que jamás haya podido tener el más poderoso
de los faraones o reyes absolutos de otras épocas pasadas (y por supuesto que
cualquier buen salvaje)[48].
La asunción del mito del buen
salvaje tal vez se explique por el remordimiento por nuestro pasado
colonialista e imperialista. Pero si queremos compensar o reparar esa injusticia,
el rechazo a la ciencia y la tecnología y la idealización mitologizada de esos
otros pueblos y culturas y de sus prácticas milenarias, pueden de hecho
convertirse en obstáculos para conseguirlo y hacernos paradójicos compañeros de
viaje de la derecha más conservadora y reaccionaria. El relativismo cultural
puede conducir al racialismo y evitar la acción contra violaciones de los
derechos humanos en otras latitudes, a impedir la erradicación eficaz de
enfermedades, de la mortalidad infantil y la desnutrición, y además a favorecer
la proliferación de mitos y pseudociencias absurdos en el mejor de los casos y
perniciosos en los peores. La alternativa de izquierdas al cambio climático, a
la pobreza y a las injusticias sociales no está en ningún retorno a un Edén
perdido, sino en más y mejor ciencia y tecnología. No se trata de que otros
pueblos abandonen su etno-ciencia, sino en que se aprovechen de la ciencia (que
en tanto que universal también es suya) aunque tengan de deshacerse de algunos
mitos para eso, pero igual que nuestra sociedad occidental tuvo que criticar
sus propios mitos para abrir paso a la ciencia. Una izquierda que no comprenda
esto no merece tal nombre, y difícilmente podrá luchar a favor de los más
débiles y de una mayor igualdad.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y
Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de
Enseñanza Secundaria.
Nota
del Autor: Este
texto se redactó originalmente en 2011 para su lectura en las XIV Jornadas de
Filosofía de la Sociedad de Filosofía de Castilla-La Mancha. Posteriormente ha
habido acontecimientos que modifican algunos aspectos del mismo, concretamente,
la aprobación en la X Asamblea Federal de Izquierda Unida (diciembre 2012) de
una resolución contra las
llamadas terapias alternativas y que supone un cambio en la orientación de esta
formación política con respecto a lo que se escribe en este texto anterior a
esa resolución.
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Nota: en las
citas, la fecha se corresponde con la de la edición original, para aportar más
información sobre cuándo se publicó originalmente el texto citado. En la
bibliografía, al final, se añade la fecha de edición de la obra utilizada para
redactar este texto si no coincide con la original.
[1] Y podemos
suponer también que se incluye a la acupuntura y la acupresión (shiatsu)
[3] Singer, 1999:
pág. 15-18.
[4] Tierno, 1976:
pág. 17.
[5] Bobbio, 1995:
cap. VI.
[6]
Vidal-Quadras, 1997: pág. 45-62.
[7] Sagan: 1997,
pág. 35
[8] La ciencia
es, pues, un método para averiguar cosas acerca del mundo y no el cuerpo
particular de una teoría” (Dunbar, 1995, pág. 34).
[9] Sería
imposible citar toda la bibliografía pertinente sobre qué es ciencia, pero lo
dicho puede ser un buen resumen muy esquemático de en lo que consiste la
ciencia y el método científico. De todas formas, y por citar algún libro que
expresa la misma idea, véase Dunbar, 1995: cap. 2, llamado precisamente “¿Qué
es esa cosa llamada ciencia?”, exactamente igual a la famosa obra de Chalmers
(1976).
[10] Sokal, 2008,
pág. 235-236, y también la misma idea en pág. 214, 301, 338 y 537.
[11] Para una
crítica a la pseudociencia véase Bunge, 2001: cap. 8 y Bunge (2010).
[12] Para una
crítica a la parapsicología, véase Álvarez (2007) y también Bunge, 2001: pág.
228 y ss. y también Bunge: 2010, pág. 85 y ss.
[13] Para una
crítica al psicoanálisis, véase Santamaría y Fumero (2008) y también Bunge,
2001: pág. 232 y ss.
[14] Para una
crítica al negacionismo del Holocausto, véase Shermer, 1997: cuarta parte.
[16] Incluimos
entre estas pseudomedicinas a la acupuntura, la homeopatía, el reiki, la
urinoterapia, la osteopatía, la reflexología podal, etc.
[18] Para una
revisión crítica de la fobia antitrasgénicos, veáse Mulet (2011), cap. 2.
[19] Para una
crítica a la fobia anti-vacunas: “Informe: Fiebre antivacunas” en El Escéptico, nº 19, mayo-agosto 2005,
pág. 56-74. También González (2011) y Goldacre (2008), pág. 313 y siguientes.
[20] Que afirma
que la fe es una forma superior de conocimiento, o incluso que la razón y la ciencia
son erróneas y satánicas per se.
[21] Por ejemplo,
Koch (2005) afirma que el mundo está realmente controlado por la conspiración
de un grupo secreto llamado Illuminati.
[22] David Icke
(1999 y 2001) afirma que las familias más poderosas del mundo (los Rothschild,
los Bush y la familia real británica…) en realidad son extraterrestres
reptilianos con forma humana que quieren esclavizar a la humanidad, que es, en
realidad, el producto de experimentos genéticos que hicieron esos
extraterrestres en el pasado. Conrado
Salas Cano incluye al rey Juan Carlos I como un reptiliano más.
[23] Para
consultar algunas propuestas de distinción entre ciencia y pseudociencia y sus
zonas fronterizas, véase Bunge (2010), Bunge, 2001: cap. 8, Shermer (2001),
Shermer: 1997, 1ª parte, y Sokal, 2008: pág. 335-346.
[24] Es conocida
la respuesta de Euclides al rey Ptolomeo cuando éste le preguntó si no había
una forma más sencilla (privilegiada) de aprender Geometría: “No hay caminos
reales para la geometría”. Volveremos a esta anécdota más adelante: cf. pág. 7.
[25] El acceso a
la escritura era reservado en el antiguo Egipto, la Iglesia católica condenó en
la edad media el libre acceso a la Biblia, y hasta 1966 siguió editando el Índice de libros prohibidos bajo pena de
excomunión. Son igualmente simbólicas las quemas de libros efectuadas por los
nazis o en Chile después del golpe de Estado de 1973.
[26] Ya en el Manifiesto Comunista Marx y Engels
introducen en el punto 10 de su programa: “Educación pública y gratuita de
todos los niños” (Marx y Engels, 1848: pág. 69).
[27] Pública, por
cuanto que el Estado garantiza su neutralidad y cientificidad, reglada en tanto
que sistemática, y obligatoria para que ningún menor pueda ser excluido de este
derecho por parte de padres doctrinarios o sectarios. Resulta, por tanto,
increíble el apoyo de cierta izquierda a un supuesto derecho de los padres a no
escolarizar a sus hijos.
[28] El
internacionalismo o el cosmopolitismo han sido también característicos de la
izquierda, así como intentos de lograr lenguas universales como el esperanto. Lo
que hace difícil de entender que haya izquierdas que puedan autoproclamarse
“nacionalistas”.
[29] Véase Engels
(1880) y Marx y Engels, 1848: pág. 81 y siguientes.
[30] “Así como
Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx
descubrió la ley del desarrollo de la historia humana” (Engels, 1883)
[31] En contra de
la opinión de Althusser (1965)
[32] El caso Lysenko
demuestra que no.
[33] Y también
anarquista: nótese cómo percibe Bakunin el papel liberador de la ciencia: Bakunin
(1882).
[34] Puesto que
esto implica que, sin esos sesgos (es decir, en una sociedad socialista), la
ciencia sería impoluta.
[35] Para el marxismo,
la negación del capitalismo era dialéctica: el capitalismo supuso un avance con
respecto al feudalismo en tanto que hizo avanzar las fuerzas productivas (y la
ciencia entre ellas) pero él mismo se ha acabado convirtiendo en un freno para
ese desarrollo y por eso es necesario (e históricamente inevitable) su propia
negación dialéctica, negación que implica conservar lo que tiene de provecho
(por ejemplo, la ciencia y la tecnología) y acabar con lo que no (la propiedad
privada de los medios de producción).
[37] Para una
crítica al posmodernismo y la antropología relativista, véase Gellner (1992) y
Kuper (1999).
[38] Para un
análisis y una crítica demoledora al posmodernismo filosófico véase Sokal (2008).
[39] Resumiendo
mucho: emic es la perspectiva que la
propia cultura tiene de sí misma, y etic
sería la perspectiva externa de un investigador de otra cultura; veáse Harris,
1983: pág. 28-30.
[40] En Mozambique
se practica un rito femenino de iniciación sexual tradicional que consiste en
coger a las niñas tras su primera menstruación (entre los 9 y 13 años),
recluirlas apartadas de su familia y la escuela, y durante 2 o 3 semanas son
víctimas de diferentes formas de abuso sexual, todo ello con la intención de
que estén sexualmente preparadas para el matrimonio.
[41] El
posmodernismo no entiende lo que es la ciencia, y seguramente ningún posmoderno
haya estado jamás en un laboratorio ni tocado una probeta, pues si no, no se
entiende como pueden hablar de etno-ciencia occidental: ¿acaso la Tierra no es
redonda o no gira sobre sí misma lo mismo para los occidentales que para lo
yanomami? ¿Acaso las tres leyes de la gravitación universal de Newton no
funcionan igual en su Inglaterra natal que en el Kalahari donde habitan los
bosquimanos? No existe la etno-ciencia sino la ciencia, y como decíamos en la página
2 citando a Sagan, Dunbar y Sokal, la ciencia es un método universal y natural
de conocimiento, que no es propio de occidente sino de toda la humanidad. No
existen etno-teorías científicas, sino teorías más correctas, menos correctas y
totalmente incorrectas, independientemente de que las formule un catedrático de
Oxford o un aborigen australiano.
[42] El racialismo no
pretende la superioridad de ninguna raza, pero sí que establece cierta relación
entre características biológicas y culturales de los pueblos, y propugna la
separación entre los pueblos y las culturas para mantener su pureza o esencia
tradicional.
[43] Desde el
relativismo es imposible responder: todo juicio sobre la justicia en una
cultura solo puede ser hecho desde dentro de esa cultura, pues desde fuera
sería etnocéntrico, luego desde occidente es imposible juzgar si otros pueblos
tienen normas o costumbres injustas. Por mucho que grite, llore o patalee una
niña mientras le extirpan el clítoris en África, ningún occidental puede
condenarlo sin asumir su etnocentrismo por hacerlo.
[44] Que viene a
ser un anti-Mito del de Prometeo, el titán benefactor de los humanos que les
regaló el fuego (símbolo de la tecnología) para escapar del estado de
naturaleza, y que aunque mito, expresa mucha más verdad que el del buen
salvaje.
[45] El mito del
buen salvaje está totalmente falsado por la investigación antropológica, que
más bien nos muestra unos antepasados cuyas principales formas de control
demográfico eran las guerras y el infanticidio: Harris (1983)
[46] Sobre los
ecocidios por parte de pueblos primitivos, véase Diamond (2005).
[47] Para una
crítica del mito del buen salvaje, véase Shermer, 2001: cap. 9.
[48] “Apenas puedo
pensar en una falacia más común, o más necia, del pensamiento y el sentimiento
humanos que nuestra propensión a construir mitos de “edades doradas” acerca de
un pasado más sencillo de arrobamiento rústico (…) si alguien me dice que
preferiría haber vivido hace un siglo, le recordaré simplemente que la única
carta que es un triunfo irrefutable para elegir el ahora como el mejor mundo
que jamás hayamos conocido: gracias a la medicina moderna, las personas de
recursos en el mundo industrial gozarán probablemente de un privilegio que
nunca antes se dispensó a ningún grupo humano. Nuestros hijos crecerán; no
perderemos la mitad o más de nuestros descendientes en la infancia o la niñez”
(Gould, 1999: pág. 33-34).
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ResponderEliminar¿Y qué hay de los humanos irracionales, con menos inteligencia que un perro? ¿Ellos no son también nuestros iguales?
ResponderEliminarLa racionalidad de un individuo no tiene nada que ver con ser merecedor de respeto y justicia.