El buen samaritano. Solidaridad vs. caridad.
José Luis Ferreira
Hace unos años tuve el siguiente intercambio de opiniones con Carlos Rodríguez-Braun. Comenzó con un artículo suyo en El País donde decía lo siguiente:
“Ahora volvamos al solidario de Samaria. Su historia es tan atractiva que tendemos a pasar por alto una circunstancia obvia: el buen samaritano actuó libremente. De hecho, su ejemplaridad depende crucialmente de ello. Para comprobarlo, introduzcamos un nuevo personaje en la parábola y supongamos que un centurión obliga al de Samaria a asistir al judío apaleado y moribundo. ¿No privaría dicha intimación a la parábola de su vigor y al samaritano de su mérito? Obsérvese que superficialmente el desenlace podría ser idéntico en ambos casos: el judío es rescatado, llevado a la posada y felizmente curado. Pero si eliminamos la libertad, eliminamos la virtud.
“El intervencionismo de toda laya ha provocado tal confusión que ahora se presenta como moralmente superior al caso del centurión, a la falta de libertad, es decir, precisamente lo que recorta el mérito moral de la conducta humana. El 0,7% como tal (y cualquier redistribución forzada), por tanto, no es generosidad, sino un grupo de presión más que aspira a obtener dinero de los ciudadanos no con su libre y directo consentimiento, sino de modo indirecto, a través de la coacción política: el protagonista es el centurión, no el samaritano.”
En ese mismo periódico le respondí así:
“En este artículo se argumenta que la figura del samaritano no es un antídoto frente al mercado (afirmación que puedo compartir), pero se basa en una argumentación errónea. Carlos Rodríguez tiene razón en que la libertad de mercado no le impide al samaritano llevar a cabo su acción, y que precisamente el mérito es más ejemplar porque nadie le fuerza a ello (pensemos, nos dice, cómo veríamos su acción de haber sido obligado por un centurión).
“Sin embargo, si es socialmente aceptable y bueno que se atienda a los accidentados, no debemos dejar su atención a manos de la buena voluntad de los que puedan pasar por ahí, ni a manos de un centurión que nos obligue a pasar por ahí o a ayudar si pasamos. Hay opciones mejores, podemos pagar con nuestros impuestos un servicio de atención a accidentados y desprotegidos, podemos financiar unas patrullas al mando de centuriones con este objetivo. Tal vez sea menos poético y más forzado (los impuestos son obligatorios), pero sería un mecanismo mucho más efectivo para lograr el fin deseado que el encomiable voluntarismo. Esto es así porque el bien (fraternidad, solidaridad...) que queremos administrar no es privado, sino público y necesita de mecanismos que nos obligue a su provisión. Piensen, si no, en cuántas inversiones en bienes públicos tendríamos si pagar impuestos fuera voluntario.”
Rodríguez-Braun se defiende:
“...sostener que la solidaridad no es un bien privado es una disparatada exageración, aunque ello no comporte negar sus ingredientes públicos. Está claro que, por ejemplo, en la medida en que otras personas sean samaritanas, yo puedo escaquearme y no contribuir a causas solidarias. La forma de impedir que yo sea un free-rider, naturalmente, es cobrarme impuestos y obligarme a ser bueno.
“La lógica del free-rider está, sin duda, detrás de la gran expansión del Estado en nuestro tiempo, pero no es evidente que tal desenlace deba ser así ni que sea el más plausible, menos aún cuando depende de una definición de bien público tan imprecisa que al final, como dice Anthony de Jasay, es el propio Estado el que dictamina qué bien es público y hasta cuándo.”
La discusión en las páginas de El País no tuvo más continuidad, pero se entiende que todo se reduce a saber si la solidaridad es o no es un bien público. Lo veremos con más detalle en una entrada próxima.
No creo que la discusión se reduzca a saber si la solidaridad es un bien publico o no. También habría que ver cuál es su jerarquía y si realmente impuestos y Estado sería la mejor manera de gestionarlo. No basta con decir que no se hubieran hecho inversiones en bienes públicos, no sólo porque la solidaridad privada mueve grandes cantidades de dinero (en ocasiones muy bien gestionado) sino también porque habría que ver qué porcentaje de impuestos se dedica al bien público y cuánto al clientelismo electoral, obras y acciones sin sentido, etc.
ResponderEliminarSi te refieres al tema en general, desde luego hay muchas más cosas en la discusión, pero si te refieres a la diferencia de opiniones expuestas, sí lo es en gran medida. A partir de ahí se verá cuál es la mejor manera de gestionarlo, como dices, pero el entender que tiene las características de bien público es lo que nos hace entender los problemas de eficiencia asociados. De todas maneras, es el tema de la siguiente entrada.
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