Por qué Fernando Simón nunca será ministro (Andrés Carmona)
16/06/2020
Nassim Taleb menciona en su famoso Cisne negro (2015, 30-31) un “nuevo tipo
de ingratitud”. Es la que tenemos hacia aquellos héroes:
…que no saben que fueron héroes, que nos
salvaron la vida, que nos ayudaron a evitar catástrofes. No dejaron ni rastro y
ni siquiera supieron que estaban haciendo una aportación. Recordamos a los
mártires que murieron por una causa conocida, pero nunca a aquellos cuya
contribución fue igual de efectiva, pero de cuya causa nunca fuimos
conscientes, precisamente porque tuvieron éxito.
Se refiere a aquellas personas que han
tomado medidas preventivas que han salvado miles de vidas pero de quienes nadie
se acuerda, precisamente, porque gracias a sus medidas no hay catástrofes. Si
hay un incendio y los bomberos salvan vidas arriesgando las suyas, les honramos
por ello (y es merecido). Pero nos olvidamos de quienes tomaron medidas
preventivas que han evitado muchas más muertes: las de quienes no han muerto
porque gracias a esas medidas no ha habido más incendios.
Fernando Simón es uno de esos héroes. Dirige
el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de
Sanidad, y desde ahí ha estado orientando la acción del gobierno contra la
pandemia de COVID-19 en España. El currículo de Fernando
Simón es impresionante, y parece la persona más indicada para estar
en el puesto que está (en donde por méritos propios se ha mantenido pese a los
cambios de gobierno), y aunque se haya podido equivocar
a veces como es normal siendo científico y no cuñado. Ha luchado en primera
línea contra el ébola en África, con
riesgo de su propia vida, pero la ingratitud le ha llegado en su
propio país.
Se calcula que con sus medidas se
han salvado 450 000 vidas en España. Pero la ingratitud no ha venido
en forma de falta de reconocimiento. De hecho, hay hasta camisetas
con su imagen. Al respecto, él ha pedido que parte de los
beneficios se donen a ONG. Algunas tiendas, como
198, ya han confirmado que lo harán.
La ingratitud ha sido peor. Y no porque se
hayan presentado querellas
contra él, puesto que seguramente no prosperen. Es por el caldo de
cultivo que la derecha política, social y mediática ha preparado en su contra
para desprestigiarle y del que las querellas solo son una parte más: como las pintadas
contra él en Caspe o que algún cuñado televisivo le llame “inútil
supino” e “incompetente sideral”. Un colega de Simón, como Antonio
Figueras, ha llegado a decir que “Lo
que está pasando él, su familia y su equipo no lo paga nadie”. Su
propio hermano Marcos ha mostrado públicamente su
preocupación por él.
Pero ¿por qué se ataca a Fernando Simón,
que no deja de ser un científico, y
no solamente a los políticos: al
ministro Salvador Illa o al gobierno, que son quienes toman las decisiones?
(Recordemos que en democracia los
científicos tienen autoridad pero los
políticos el poder en
representación del pueblo).
En 1949 se aprobó el 4º Convenio de
Ginebra que explicita lo que incluso antes era una norma tácita en las guerras:
la protección de los civiles. En tiempo de guerra, los combatientes asumen el
riesgo de que pueden morir en combate, pero aun así los civiles deben estar
protegidos. En términos negativos: se prohíbe la guerra total, es decir, atacar
tanto a militares como a civiles. Si bien esta norma era habitualmente
incumplida, el grado al que se llegó por parte de la Alemania nazi en la
Segunda Guerra Mundial hizo que tuviera que explicitarse.
En política también hay una regla similar.
Los políticos asumen las críticas contra su gestión como parte de su sueldo. Críticas
que pueden ser fundadas y argumentadas, pero educadas, pero también satíricas,
sarcásticas o incluso de mal gusto. Pueden ser incluso puros bulos y fake news. A veces incluso escraches,
amenazas y hasta agresiones por parte de los más fanáticos.
Sin llegar a esos extremos, lo más
habitual es el estar en boca de todos, para lo bueno y sobre todo para lo malo.
Ser político y querer hacer cosas normales, como ir a la compra, puede ser
imposible: si te reconocen, estás perdido. Le
pasó al vicepresidente Pablo Iglesias al hacer la compra mientras le
decían “hijo de puta” y “rojo de mierda”.
El político acepta que esto es así (aunque
sea algo repugnante). Pero en la “guerra” política estos ataques se
circunscriben a ellos. Los demás, los “civiles” (entre ellos también los
técnicos y científicos que asesoran al gobierno, funcionariado incluido)
deberían quedar fuera de esos ataques. Sin embargo, a veces, no es así. Es lo
que está pasando ahora: la derecha ha emprendido una “guerra total” que
extiende sus ataques no solo al gobierno sino a sus técnicos, en este caso, a
Fernando Simón y a su equipo.
La estrategia es esta: si cae Simón, cae
el gobierno. Los políticos están preparados para la guerra sucia contra ellos
en forma de insultos, rumores, bulos, etc. Pero los técnicos no. Por eso son
más débiles. Es algo parecido a la mafia: en vez de atacar directamente al
enemigo atacan a alguien cercano a él. De esta forma se buscan dos objetivos:
que el enemigo se sienta culpable y que los demás le aíslen para no ser
víctimas colaterales suyas. Es la estrategia sucia que utiliza el Estado de
Israel cuando ataca las viviendas de los vecinos de sus enemigos en Palestina.
En condiciones normales, un científico o
un técnico están libres de la guerra sucia entre políticos. Eso permite que un
gobierno (o los partidos de la oposición) se rodeen de técnicos que les
asesoren para tomar las mejores decisiones (que, recordemos, son los políticos quienes las toman en última instancia). Pero la “guerra total” en política
impide esto.
Por eso Fernando Simón nunca será ministro
aunque sea el mejor candidato. Cuando alguien tiene su vida hecha, con un buen
trabajo que además hace muy bien, con su familia y su vida privada a salvo, y
bien valorado por los demás, el cargo de ministro no compensa perder todo eso. Por
alto que sea el sueldo, no es suficiente para compensar los insultos o los
murmullos cuando vas a comprar o las pintadas en el pueblo donde veraneas. Eso
hace que las personas más aptas y más formadas prefieran alejarse de la
política (*ver nota), y que en su lugar solo resulte atractiva para quienes
están dispuestos a pasar por algo así (y que suelen ser mucho menos aptos y
peor formados). Recordemos que el gobierno prefirió no dar a conocer los
nombres de los
técnicos encargados de evaluar qué provincias pasaban de fase en la
desescalada para evitar presiones sobre ellos.
Obviamente, lo anterior empobrece la
democracia, ya que impide que el pueblo pueda elegir a sus representantes de
entre los mejores y se tenga que conformar con lo que hay. La guerra total lo
empeora aún más: hace que los políticos mediocres ya ni siquiera puedan tener
buenos asesores.
La guerra total es una estrategia militar
eficaz: cumple sus objetivos. Pero es ilegal e inmoral. En política hace falta
un Convenio de Ginebra que proteja a los “civiles” de la guerra política y
permita que los mejores puedan asesorar a los políticos (del gobierno y de la
oposición). Es una petición de mínimos para una democracia básica, sin mayores
pretensiones. Pedir que la guerra sucia desaparezca de la política en sí, y que
en vez de guerra sin más (porque toda guerra es sucia) haya diálogo, debate
razonado y discrepancia argumentada, eso sí que sería una reivindicación de
máximos. Me conformo con lo primero por ahora.
*Nota:
desde luego hay excepciones. Una sería el ministro de ciencia, Pedro Duque (sin
desmerecer a otros). En condiciones ideales, ser uno de los mejores en tu campo
y luego ser ministro debería ser un orgullo y un ejemplo de compromiso
ciudadano y republicano (con la res
publica, con la “cosa pública”). Pero sería largo de explicar aquí. Lo
dejamos para otro momento.
Bibliografía:
Taleb,
Nassim N. (2015). El cisne negro: El
impacto de lo altamente improbable. Barcelona: Espasa Libros.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado
en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor
de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio
del Cientificismo junto a Mario Bunge et al.