LAICIDAD, ARTE, CENSURA Y FEMINISMO (a vueltas con C. Tangana)
22/08/2019
Nota: La
publicación del texto “C.
Tangana, heavy metal, censura y feminismo” tuvo una
réplica que es el pretexto de este. Pretexto porque la réplica en sí
tiene poca sustancia que responder (en la mayor parte de la réplica estoy de
acuerdo, creo que la autora se confunde) pero sí me parecía interesante aclarar
la relación de aquel texto con el laicismo (puesto que se cuestiona en la
réplica) y de paso retomar la reflexión sobre lo que dice el título: la
laicidad, el arte, la censura y el feminismo.
Recuerdo una conversación,
hace años, con otros profesores, en la que uno se quejaba de que una serie
entonces de moda, Física o Química,
no reflejaba para nada la realidad de los institutos de secundaria. Yo le dije
que ni lo hacía, ni tenía porqué hacerlo, y que era mejor que fuera así. Si una
serie pretendiera reflejar fielmente la realidad de un instituto no la vería
nadie, más que nada, porque sería un aburrimiento. La realidad cotidiana de un
instituto es muy sosa: normalmente, y salvo contadas excepciones, en un
instituto no pasa nada del otro mundo. Para hacer una serie ambientada en un
instituto y que tenga gancho para la audiencia, hay que incluir en los guiones
elementos exagerados, extraños, llamativos, etc. Pero es que una serie es
ficción, y no hay que olvidar eso al verla. Comentando con conocidos del ámbito
sanitario, la queja de aquel compañero mío aparecía también entre ellos, en su
caso referida a otras series ambientadas en hospitales: House y Hospital Central.
Y supongo que pasará algo parecido en cualquier serie o película
contextualizada en otro campo: no reflejan el día a día, la realidad cotidiana,
pero es que debe ser así al tratarse de ficción. También recuerdo la anécdota
de un actor que hacía de malvado en una telenovela de las de hace mil años, no
recuerdo cuál ni al actor, que decía que a veces había quien le reprochaba por
la calle lo que hacía su personaje en la serie, confundiendo a la persona con
el personaje.
Pero la queja de mi
compañero no era solo hacia la falta de realismo de Física o Química, sino hacia las inmoralidades que había en la serie: “Es que luego la gente cree
que los profesores nos vamos por ahí enrollando con los alumnos”, decía. En
realidad no es así: la gente no cree eso, más bien él creía que la gente creía eso. En parte era un sentimiento de
superioridad o de paternalismo. Algo así como: “Yo que trabajo en un instituto
sé que lo pasa en un instituto, pero la gente que no está aquí debe creer que
la serie refleja la realidad, así que estoy en la obligación de sacarles de su
error”. Sin embargo, la mayoría de la gente sabe distinguir una serie de un
documental, la ficción de la no-ficción, y no necesita de esa ayuda.
Las series, películas,
canciones o el arte en general no tienen la misión de reflejar la realidad ni
de decirnos lo que está bien o lo que está mal. No tienen por qué ser realistas ni moralizantes. Su universo es el
de la ficción, la fantasía, la imaginación, lo ambiguo… y eso incluye lo
tétrico, lo horroroso, lo soez, lo inmoral… La obra de arte estimula los
sentidos, mueve las emociones y pone en marcha al intelecto, sirve de excusa
para eso. Se apoya en lo concreto para transcenderlo.
Un debate en estética es
el de si es posible el “crimen artístico”: un crimen tan horrendo como bello.
Dicho de otra forma: ¿bien y belleza deben ir necesariamente unidos o son
autónomos?; ¿puede haber belleza en el mal? Aristóteles, por ejemplo, decía que
lo horroroso podía ser bello en la obra de arte si el artista era capaz de representarlo
con maestría. Ahí tenemos obras de arte de representan a la muerte, la peste,
la enfermedad, la decrepitud, el desamor, los celos, la venganza, etc., pero
que son bellas por la forma en la que lo hacen. El Gernika, sin ir más lejos, que expresa el horror de la guerra (y
más allá de lo concreto, del bombardeo nazi-franquista de la población civil de
esa localidad, lo transciende a todas las guerras, a todas las injusticias).
La obra de arte también
permite la catarsis, cierto alivio al poder sentir/expresar determinadas
emociones a través de la obra de arte y que no sería legítimo hacerlo de otra
forma: miedo, odio, culpa… El público a través de los artistas, y el propio
artista mediante la performance,
experimentan esta catarsis. Emociones y sentimientos de amor, desamor, celos,
engaño, venganza, desesperación…, fluyen entre público y actores al presenciar
cualquier obra de Shakespeare. El arte nos permite ser otros, ponernos en la
piel de otro, sentir lo que siente sin ser él, incluso en la piel de un
asesino, de un criminal, de un genocida. Algo así como la catarsis del hetero,
super-hetero, que en carnaval puede disfrazarse de mujer, ponerse falda, medias
y tacones.
Lo dicho vale también para
las películas violentas a lo Tarantino o los videojuegos violentos: ni incitan
a la violencia ni quienes disfrutan con ellos son psicópatas reprimidos. Si
bien es cierto que las personas violentas suelen ver este cine y jugar a estos
videojuegos, la inversa no es cierta: no toda aquella persona que ve este cine y
juega estos juegos es violenta (por la misma lógica aristotélica por la que
todos los leones son mamíferos pero no todos los mamíferos son leones).
Este carácter abierto,
ambiguo, del arte, que permite infinitas interpretaciones del mismo (incluso
totalmente contrarias a la original de su autor, recordemos que la obra de arte
no pertenece al autor una vez expuesta al público sino que adquiere vida propia
y tantas interpretaciones como espectadores) es lo que le hace incompatible con
la censura, con la interpretación privilegiada, correcta u ortodoxa, y es lo
que le hace tan incómodo a los autócratas, censores y moralistas. Platón, por
ejemplo, prohibía la poesía por eso mismo en su utópica (más bien, distópica) República. Y los regímenes comunistas se
empeñaron en dirigir el arte con el conocido “realismo socialista”. Por no
hablar del nazismo o el franquismo.
Es por eso que un Estado
laico debe alejarse como de la peste de cualquier forma de censura oficial. En
su defensa de la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión, la
libertad artística encaja perfectamente. Tanto la libertad del artista para
crear como la del público para interpretar, sin que quepan interpretaciones
oficiales “correctas” ni para decir eso es bueno ni eso es malo. El único límite
es el delito: la incitación al odio o al crimen. Una fetua (fatwa) yihadista para matar infieles no
es una obra de arte, igual que no lo es el “Presenten armas, apunten, ¡fuego!”.
Pero entre el arte y el delito hay una zona borrosa, de penumbra, donde no está
claro. En un contexto democrático, ahí no cabe más opción que la presunción de
inocencia y la interpretación oficial pro
reo y, si acaso, la decisión del juez (por supuesto, criticable también). Y
fuera de lo oficial, cabe cualquier interpretación, así como la censura civil (la crítica y apartarme de
lo que no me gusta sin prohibírselo a los demás).
El problema es que al arte
le gusta estar muchas veces en esa zona borrosa, acercarse a los límites, mirar
al abismo, arriesgarse a eso. Y por supuesto, cuestionar, criticar y provocar a
lo establecido, a lo políticamente correcto. A veces simplemente sin más, la
provocación pura y dura, hacer algo a sabiendas de que alguien se
escandalizará. Ese alguien depende del momento y el lugar: la religión
mayoritaria, las costumbres ancestrales, la moral victoriana, el
heteropatriarcado o el feminismo mainstream.
Dos ejemplos, ETA y el
feminismo. Cuando hablamos de ETA hablamos de un millar de víctimas, groso
modo, lo que no es moco de pavo. Un tema serio, doloroso para miles de personas
vinculadas de un modo u otro a esas víctimas. Aun así, el arte ha entrado al trapo.
Sobre todo bandas de rock duro han
tratado el tema: Soziedad Alkohólika, Su Ta Gar, Barricada, Kortatu, Eskorbuto,
La Polla Records… Algunas incluso han tenido juicios (y han
sido absueltas, como Soziedad Alkohólika) por eso mismo. Pero es
que, tratar el tema de ETA no es justificar
a ETA, o por lo menos no necesariamente. Esas canciones ahondaban y se
alimentaban de la complejidad de aquel conflicto, bordeaban los límites. “Sarri,
Sarri” (1985) de Kortatu trata de cómo se fugan dos etarras de la
cárcel. “No hay tregua”
(1986) de Barricada expresa la confusión de sentimientos de un etarra. “Síndrome
del norte” (1993) de Soziedad Alkohólika habla de la tensión y el
miedo de los policías destinados a Euskadi en los años del plomo. Soak dedica “Carrero
Blanco” (2001) al atentado contra el propio Carrero Blanco. ¿Estaban
alimentando el odio, la kale borroka
y el terrorismo estas canciones? La AVT está convencida de que sí, y por eso
denunció a algunos de ellos, el PP también y por eso vetaba sus conciertos
cuando podía. El poder judicial no, por eso los absolvía, haciendo prevalecer
la libertad de expresión, la presunción de inocencia y la interpretación pro reo de las canciones. Y es que no es
lo mismo una canción que un Zutabe
señalando a la próxima víctima o la pintada del punto de mira de un fúsil en la
fachada de la casa de un concejal.
Es evidente que alguien se
puede sentir estafado (como la AVT o el PP, y supongo que Vox), pensar que eso
son excusas. Que, en tanto que no hay posicionamiento claro en contra, se está
justificando el terrorismo (“Si no estás conmigo, estás contra mí”, frase
original de Jesucristo en Lucas
11, 23 y lema de todos los fundamentalismos, integrismos y
fanatismos). Piensan que se está encubriendo como arte o música lo que no es
sino apología del terrorismo. Y cabe esa interpretación, por supuesto, y hasta
puede que sea cierta (puede que en algún caso). Pero también caben
legítimamente otras por ese carácter abierto del arte, y lo que no es de recibo
en un contexto laico y democrático es que sea el Estado quien decida cuál es la
interpretación “correcta” y actúe “en consecuencia” censurando o vetando tal o
cual canción u obra de arte. El mismo criterio que se aplica en el caso de las
ofensas a los sentimientos religiosos, donde rara vez triunfa una denuncia por
eso mismo (para mayor cabreo de Abogados Cristianos y en consonancia con la
laicidad del Estado).
Ahora mismo no hay
(afortunadamente) ETA. Pero sí hay muchas mujeres víctimas de la violencia
machista (incluso se habla de terrorismo machista). Y como no podía ser de otra
forma el arte también está ahí bordeando los límites, provocando y siendo
políticamente incorrecto muchas veces. La última polémica la del veto
de C. Tangana por parte del Ayuntamiento de Bilbao a raíz del
supuesto machismo de algunas de sus canciones. Supuesto porque se han
seleccionado algunos
fragmentos de letras y se han ignorado otras canciones y el
recorrido global del artista y su obra. En las canciones criticadas parece
denigrar a las mujeres, pero en otras como “Guerrera”
(2017) lo que presenta es una imagen de la mujer totalmente distinta, lejos del
estereotipo débil, pasivo y sumiso. Pasa lo mismo con otros grupos. Los Suaves,
por ejemplo, en “Mear contra el viento”
(1984) habla de un hombre despechado que mata a otra mujer por eso mismo. Pero
en “Pobre
Sara” (1991) nos conmueven con el dolor de una adolescente violada
por su padre.
El machismo y la violencia
de género están presentes en la música y en las canciones. A veces como
denuncia clara contra ellos: “¡Ay, Dolores!” (2000)
de Reincidentes o “Espinas en el corazón”
(2003) de Lujuria. Otras veces como tema complejo del que se habla, con su
ambigüedad, moviéndose en su lado tétrico, poniéndose en la piel del verdugo
también, y que son las que a veces están en el punto de mira: “La mataré”
(1987) de Loquillo, “La maté porque era mía”
(1991) de Platero y Tú, “Hoy voy a
asesinarte” (1982) de Siniestro Total, “No quise hacerle daño”
(1995) de Albert Plá o “Sí,
sí” (1987) de Los Ronaldos. También desde el otro sexo. Alaska y
Dinarama se ponen dos veces en la piel de una asesina: en “¿Cómo
pudiste hacerme eso a mí?” (1984) hablan de una mujer celosa que
atropella a su infiel pareja, y en “La funcionaria asesina”
(1986) de una asesina en serie (que, entre otras víctimas, mata a su marido). “Obsesión”
(1987) de Barricada narra cómo una mujer maltratada planea y ejecuta el
homicidio de su maltratador. Incluso Massiel se pone en la piel de una viuda
negra que mató a tres de sus maridos según la canción “Lady
veneno” (1975).
Temática compleja, fértil,
que da lugar para la creación artística sin necesidad de moralizar; para
provocar, para hacer reflexionar, para todo lo que de sí da el arte. El arte, y
la música como arte, no debe reflejar la realidad, ni moralizar, como tampoco
el cine, los videojuegos o la literatura. Por supuesto que expresa unos
valores, pero también otros, precisamente por su carácter abierto a la
interpretación. Y no hay Estado laico que se precie que pretenda erigirse en
correcto intérprete de una obra de arte. Ese ha sido el error del ayuntamiento
de Bilbao. Se ha dicho que simplemente ha aplicado su normativa según la cual
no promociona a quien fomente el machismo. Pero ¡es que eso es lo que se trata
de demostrar! El “juicio” (con grandísimas comillas) del ayuntamiento a C.
Tangana ha sido todo menos justo: ha sido un juicio sumario, sin abogado, en el
que simplemente se ha aceptado la interpretación de la parte acusadora. No se
ha tenido en cuenta el conjunto de la obra del artista ni su opinión, sino tan
solo fragmentos de canciones. Ni presunción de inocencia ni interpretación pro reo en caso de duda. Es que, con ese
criterio, Mägo de Oz no podría tocar en Bilbao por “T’Esnucaré contra’l
bidé” (1994) y “Hasta que tu muerte
nos separe” (1996). Ni Mägo ni muchos otros. No solo música: habría
que apartar multitud de libros y películas de los ojos de la gente,
especialmente de los más jóvenes (¡es que nadie piensa en los
niños!) Pero es que hay más que dudas para pensar que C. Tangana (y
tantos otros músicos y artistas) fomente(n) el machismo. Como había más que
dudas para pensar que todos aquellos grupos hicieran apología del terrorismo
por hablar de ETA. ¿Que el machismo está en esas canciones? Sí, claro, como ETA
estaba en las otras. Pero hablar de
esas cosas no es justificar esas
cosas. Usar el lenguaje de un etarra o un machista, ponerse en su piel o
adoptar su punto de vista en una canción no es justificarle. Podría serlo, sí,
pero también es performance, es
catarsis, es ficción, es mirar en el lado oscuro, es meter el dedo en la herida,
es jugar peligrosamente con los límites, es… arte. Y no a todo el mundo tiene
que gustarle. O puede ser imprudencia, o necedad, o haber elegido metáforas o
comparaciones odiosas o estúpidas. También puede ser, pero no es objeto de
censura.
La música no tiene por qué
moralizar ni decir lo que está bien ni lo que está mal. Puede hacerlo, por
supuesto, pero no es obligatorio. Como ninguna forma de arte. La televisión, el
cine, la literatura… tampoco. El Estado laico debe promocionar la libertad de
conciencia y expresión, sin entrar a juzgar el contenido de esa conciencia o lo
que se expresa, con el único límite del delito (y para eso está el poder
judicial en democracia, y no un ayuntamiento o change.org). Se ha dicho que qué
pasaría si en vez de machismo hubiera xenofobia o racismo en las canciones.
Pues exactamente igual: presunción de inocencia, interpretación pro reo y juicio justo (si es necesario
en los juzgados). Otra cosa es el público. El público claro que puede juzgar, y
de hecho lo hace cada vez que decide si acude a un concierto o no, si compra un
disco o no, o diciendo si le gusta o no le gusta tal o cual canción, o lo que
expresa. Pero aquí nadie es quien para erigirse en la voz de la razón y
determinar la interpretación correcta. Ni mucho menos para arrogarse en
posición de superioridad e impedir que el machismo entre por los oídos a la
gente que, por su inferioridad, no es capaz de detectarlo por sí misma. No, la
gente es más lista y sabe distinguir una canción de una incitación al odio.
Nadie mata o maltrata por oír una canción, como la kale borroka no la provocaban aquellas canciones. ¿Que a los de la kale borroka les gustaban esas
canciones? Sí, pero la inversa no es cierta, como decíamos de los videojuegos o
las películas violentas.
Lo que sí debemos hacer es
educar en el pensamiento crítico, en la libertad y la autonomía para que cada
cual interprete y decida por sí mismo si una canción es o no machista, si tiene
un fondo o subtexto machista, para detectar el patriarcado en sus múltiples
formas, muchas veces sutiles, ambientales, etc. Para distinguir un juicio justo
de un juicio sumario, para entender que antes de juzgar hay que tener pruebas
válidas, ver el cuadro completo, no dejarse llevar por la emoción del momento o
por el ruido ambiente.
Pero para eso no hace la
censura ni los vetos y además es contraproducente. En la lucha contra el
terrorismo machista el ejemplo a seguir no es la AVT, ni el PP ni Vox. La
derecha cayó en la paranoia del “Todo es ETA”. A ellos también les gustaría que
C. Tangana no estuviera cantando por ahí, como tampoco Soziedad Alkohólika, Def
Con Dos o Pedro
Pastor. Aunque en su caso no es tanto por el machismo cuanto
seguramente por las opiniones de C. Tangana contra
la monarquía y a favor de Valtònyc, o su apoyo
al movimiento queer y transgénero.
No, ellos no son el camino a seguir, ni para el laicismo ni para el feminismo. No
todo era ETA, no todo es machismo.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Discografía:
Alaska y Dinarama (1984). Deseo carnal. Hispavox.
Alaska y Dinarama (1986) No es pecado. Hispavox.
Albert Plá (1995) Supone
Fonollosa. BMG.
Barricada (1986). No
hay tregua. BMG Arriola.
Barricada (1988). Rojo.
Polygram.
C. Tangana y Desafuente (2017). Guerrera. Sony.
Kortatu (1985) Kortatu.
Oihuka.
Loquillo y los Trogloditas (1987) Mis problemas con las mujeres. Hispavox.
Los Ronaldos (1987) Los Ronaldos. Parlophone Spain.
Los Suaves (1984) Frankstein.
Sociedad Fonográfica Asturiana.
Los Suaves (1991) Maldita
sea mi suerte. Clave Records.
Lujuria (2003) Espinas
en el corazón. Locomotive Music.
Mägo de Oz (1994) Mägo
de Oz. AR Producciones.
Mägo de Oz (1996) Jesús
de Chamberí. Locomotive Music.
Massiel (1975) Viva.
Explosión.
Platero y Tú (1991) Voy a acabar borracho. Welcome Records.
Reincidentes (2000) ¿Y ahora qué? RCA Records.
Siniestro Total (1982) Cuando se come aquí. Discos Radiactivos Organizados.
Soak (2001). “Carrero Blanco” en Estado de sitio (CD recopilatorio). Janie Jones Records.
Soziedad Alkohólika (1993) Y ese que tanto habla, está totalmente hueco, ya sabéis que el cántaro
vacío es el que más suena. Oihuka Diskak.
No todo era ETA pero todas las canciones y representaciones que hacían estos grupos la justificaban o alentaban; sí, todas. Ni una sola hacía una crítica del hecho de alcanzar objetivos políticos con el asesinato en democracia. Y ni una sola procedía de grupos de "derechas" o simplemente neutros ante tal cosa.
ResponderEliminarDel mismo modo que todas las "performances" artísticas que tratan la religión atacan al catolicismo: nunca al islam, por ejemplo, si de defender el laicismo se trata. Nunca. Qué casualidad.
Así que sí hay una intencionalidad. Y al hacer una película, obra literaria o artística la hay, Y la hay porque se sabe que con ello se influye en la mente del espectador y se condiciona su visión de lo representado. De acuerdo con que la obra de arte no tiene porqué representar la realidad, pero sabe que condiciona su visión de la misma. El Guernica, la Capilla Sixtina o La lista de Schindler se hacen con tal intención. Y sí, el espectador crea una imagen sin distinguir demasiado ficción de realidad, porque carece de información para contrastar o porque no se molesta en buscarla. A ver quién no cree que el Oeste del XIX estaba plagado de pistoleros y apaches o se concibe otro imperio austrohúngaro sin las enaguas de Sissi en el cerebelo... :-)
De acuerdo con las conclusiones pero no con el planteamiento de la defensa. Da igual que sea una obra de arte, una declaración política o una serie de tuits. No hay porqué hacer una interpretación benévola, aunque fuera un contenido machista o filoterrorista debe permitirse su expresión de acuerdo con el principio in dubio pro libertate. Esto por lo que respecta a los tribunales de derechos y penales, sin embargo, el caso de Tangana es mucho más insidioso porque se trata de una administración pública que no contrata a un artista por un motivo socialmente aceptado y que no va a tener excesiva contestación. Tangana no puede defenderse en un proceso justo, es la peor pesadilla de un Estado de Derecho: la administración usando su poder contra los ciudadanos y sus derechos. Unos criterios claros y transparentes de contratación ayudarían porque podrían recurrirse ante un tribunal pero, en este caso, no parece haberlos.
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