El alumnado comunista, ¿una prueba de la inclusividad de las escuelas?
03/08/2018
Si hay un alumnado fuertemente
discriminado en las escuelas, ese es el alumnado comunista. En clase, durante
seis horas al día, todos los días de lunes a viernes menos en vacaciones, se
les enseña Historia capitalista,
Economía capitalista, el idioma imperialista (inglés), la filosofía pequeño-burguesa… Incluso se les enseña
que los grandes líderes como Stalin o Mao eran dictadores totalitaristas al lado
de Hitler o Mussolini. Afortunadamente, no se les obliga a estudiar Religión
dada su condición de ateos, pero se les obliga a la alternativa de Valores
Éticos que no son sino los valores éticos de la burguesía (ideología liberal).
Ni una sola asignatura de Materialismo Dialéctico, Materialismo Histórico, de
la Moral Revolucionaria del Hombre Nuevo que decía el Ché… Y ahí están, aunque
invisibilizados, como si no existieran. Son una minoría estigmatizada y ellos y
sus familias lo sufren en silencio, consolándose en los grupos de autoayuda que
les ofrece el Partido Comunista. Tan solo la familia y el partido sirven de
refugio en una sociedad capitalista que discrimina como minoría a estos niños y
jóvenes.
El párrafo anterior suena ridículo, y lo
es. Igual que si hablara de niños conservadores, carlistas, liberales o
anarcosindicalistas. Pero es la misma sensación que he tenido yo al leer el
texto de Amelia Barquín: “El
alumnado musulmán, ¿una prueba de la inclusividad de las escuelas?”.
Léase el texto sustituyendo donde dice musulmán por comunista. ¿Es que hay
alumnado musulmán? ¿También católico, judío y evangélico? ¿Y testigos de
Jehová, mormones, budistas y cienciólogos también? Y supongo que ateos y
agnósticos, y algún panteísta. ¿O lo que hay son niñas, niños y adolescentes
sin más? Eso sí, unos de familias musulmanas, otros católicas, otros
evangélicos, otros ateos… Es que no es lo mismo una cosa que otra. De hecho es
radicalmente diferente. Tan ridículo es pensar que niñas y niños de 6, 8 o 14
años saben lo que significa ser comunista, liberal o socialdemócrata e
identificarse con eso, como creer que saben lo que significa ser musulmán o
protestante. Como mucho, reproducen lo que oyen, ven y comparten en su familia,
pero aquí es donde entra el debate sobre si la Escuela debe colaborar y reproducir
eso mismo o si debe servir de instancia crítica frente a ello. Un debate
relacionado con el modelo de laicidad desde el que se parta. O bien un modelo
de laicidad positiva o bien otro de laicidad republicana. O, mejor dicho: uno
multiconfesional frente a otro laico sin apellidos.
Las niñas y
niños no tienen religión igual que no tienen ideología política. La
idea no es mía, sino de Richard Dawkins (Dawkins, 2007: 361-362). Bien es
cierto que nacen y se crían en un contexto familiar y cultural que puede tener
notas religiosas o ideológicas, pero ni ellos nacen con esas notas si se les
adhieren con el tiempo como si fuera una segunda piel. Es más, con lo que sí
que nacen (metafóricamente) es con el derecho a que sus rasgos biológicos,
étnicos o culturales no los determinen ni les impongan una esencia (un estigma)
solo por la casualidad de haber nacido en tal o cual familia. Su origen no tiene por qué ser su destino.
Si aceptamos postulados ilustrados (y por
ende, laicos), el sujeto es el individuo y no su comunidad étnica, cultural o
religiosa. Lo importante a efectos laicos es, precisamente, la irrelevancia política
(pública) de esas pertenencias comunitarias. Es lo que la laicista Catherine
Kintzler llama “el lazo del desligamiento” (Kintzler, 2006): lo que une a los
individuos en un Estado laico es lo que tienen en común como tales individuos
desligados de sus orígenes o comunidades, esto es, sus derechos individuales (a
la vida, libertad de conciencia, a la educación…), de donde derivan las
instituciones que son necesarias para su efectividad como condición de
posibilidad (protección social, educación pública, etc.). Que además los
individuos se enmarquen en comunidades religiosas, culturales o de otro tipo (o
que las abandonen) es tan irrelevante a efectos políticos (esto es, de
derechos) como pueda serlo su color de pelo o de piel. Ni hay una política
especial para los pelirrojos o los negros, ni debería haberla para católicos,
musulmanes o cienciólogos. Lo que el Estado laico debe garantizar es que nadie
será discriminado ni recibirá privilegios por ser castaño o blanco, ni tampoco
por creer en que un niño-dios nació de una virgen o que un ángel le habló a
Mahoma y le dio el Corán, o por no creer nada de eso. De esta forma se hace
real y efectivo el derecho a la
diferencia sin caer en el error (y el peligro) de la diferencia de derechos, distinción de la que habla Henri Peña-Ruiz
(Peña-Ruiz, 2001). Tengo derecho a ser diferente
a los demás (a ser cristiano, musulmán, budista o ateo) sin ser molestado por
eso, y a dejar de serlo si quiero (sin que me deba pasar nada por eso), pero no
tengo derechos diferentes por ser o
dejar de ser cualquiera de esas cosas.
El texto de Barquín remite a su vez a otro
documento suyo y de otras autoras de recomendaciones al respecto en el ámbito
de la escuela vasca: Prácticas
religiosas y educación: Escuela vasca e Islam (2018). Entre las
propuestas de las autoras, permitir el hijab
en la escuela y ofrecer menú halal en
los comedores escolares, en la línea de los conocidos como acomodos
razonables y en el contexto de la “laicidad positiva” a la que se
refieren como tal. Dicha laicidad positiva es un eufemismo de
multiconfesionalismo: lejos de establecer un contexto laico de convivencia y
emancipación individual, lo que hace es fijar las bases comunitaristas para el
reforzamiento de la pertenencia comunitaria. Lo “positivo” de la (mal llamada)
laicidad positiva es que valora positivamente el hecho religioso, lo cual es
incompatible con la laicidad (por eso está mal llamada). La laicidad no valora
positiva ni negativamente la religión, simplemente se desentiende de ella como
se desentiende del color de pelo o piel de cada persona a la hora de configurar
sus derechos o deberes ciudadanos. La religión (o falta de ella) de cada
individuo es un derecho suyo protegido en el ámbito privado y en el que el
Estado se laico se autoprohíbe inmiscuirse, sin valorarlo de ninguna forma y
manteniéndose imparcial al respecto, ni permitir injerencias en el sentido
contrario (principio de separación Estado-religiones).
Para el laicismo republicano (o laicismo,
sin más), la escuela es un espacio de crítica y formativo donde el alumnado
aprende las competencias básicas para desenvolverse como individuos autónomos.
Entre ellas, el juicio crítico. Crítica que llega hasta su propia comunidad. No
se trata de que el alumnado rechace su cultura o comunidad de referencia, sino
que tenga los instrumentos y habilidades necesarios para poder reflexionar
críticamente acerca de ella y poder aceptarla (o rechazarla, o vivirla a su
manera) de un modo libre, reflexivo, autónomo, y no por pura tradición o
inercia. Pero, para eso, el alumnado debe distanciarse críticamente de esa
cultura o comunidad, y la Escuela es el lugar de dicho distanciamiento y
reflexión. Así se compensa críticamente la influencia de la familia, la
comunidad, el templo, la sinagoga, la mezquita o el partido político de los
padres o madres. Pero si metemos el comunitarismo en la escuela, impedimos esa
distancia crítica. Una escuela laica, donde la comunidad de cada cual se queda
fuera (y quien dice comunidad dice velo, kipá, cruz, kirpán, etc.) permite al
alumnado experimentarse como individuos y no como miembros natos, e
irremediablemente, de una comunidad, por lo menos durante un rato al día. Pero
las autoras de las recomendaciones a la escuela vasca proponen lo contrario: que
el contexto musulmán que niñas y niños viven a todas horas en su casa se haga
extensivo a la forma de vestir en la escuela, a la comida del comedor, etc. Es
decir, que una niña, por ejemplo, no olvide nunca, y en ningún momento, que
nació musulmana, vivirá musulmana, comerá musulmana (halal), vestirá musulmana (velo), los demás la tratarán como
musulmana, y deberá morir musulmana. Supongo que, para las autoras, lo mismo es
aplicable al niño judío que vivirá judío las 24 horas: en casa, la escuela,
etc. (llevará kipá, comerá kosher,
etc.). Y el niño sij llevará turbante y cuchillo kirpán. ¿Y el niño
cienciólogo? En un momento en el que vivimos un auténtico histrionismo
identitario se hace más necesaria que nunca la Escuela laica como lugar de
refugio crítico y emancipador.
No seamos ingenuos. Para eso hace falta
una Escuela configurada como tal espacio crítico, y no una que sea transmisora
de la cultura mayoritaria de modo etnocéntrico. En nuestro caso, además con
tintes católicos y que Barquín señala acertadamente en el texto al hablar del
calendario escolar, los villancicos, etc. Pero la solución no es multiplicar
los etnocentrismos en la Escuela sino hacer de ella un espacio laico, sin
etnocentrismos ni comunitarismos. Hemos dicho laico, no relativista, por si
hubiera confusiones, es decir, que no sustituye el etnocentrismo por el
relativismo sino que apuesta por valores fuertes como la racionalidad, la ciencia,
la crítica, la autonomía, la libertad, la igualdad, la justicia, la democracia
o la solidaridad. Valores sin los que no hay laicidad que valga.
Estoy convencido de las buenas intenciones
de las autoras al recomendar los acomodos razonables en la escuela. No dudo que
les mueven intenciones inclusivas, contra la islamofobia y a favor de los más
desfavorecidos. Pero creo que se equivocan en sus recomendaciones. Creyendo
favorecer a niñas y niños de carne y
hueso, lo que en realidad hacen es beneficiar a una metafísica comunidad musulmana. No existe la comunidad musulmana
como no existe la católica ni la budista. Existen individuos que se identifican
entre sí (y/o son identificados por otros como tales) como musulmanes,
católicos, budistas…, pero no tienen una sola voz ni unos mismos intereses. Entre
ellos reina la pluralidad interna e incluso las controversias y las luchas de
poder. Percibirlos como grupos homogéneos, compactos, unánimes, eso es el
comunitarismo. Y la voz “autorizada” de esas comunidades es tan solo la voz
particular de las elites de las mismas, de los más poderosos entre ellos, y
muchas veces los más integristas y reaccionarios, autoproclamada la voz de todo
el grupo. Por eso el laicismo prescinde de comunidades y solo atiende a los
individuos como sujetos. Dicho sea de paso, esa es una razón (entre otras) por
la que los acomodos razonables son a petición de parte (individuales) y no
grupales, pero medidas como las propuestas por Barquín et alii inciden en los contrario, en generalizarlas ya de entrada y
reforzar el comunitarismo.
No nos engañemos: las niñas y niños
musulmanes no están pidiendo llevar velo ni comer halal en la escuela (ni tampoco clases de religión musulmana). Como
mucho serán sus padres o madres quienes lo piden, y no todos sino solo algunos
(aunque digan hacerlo en nombre de todos). Y no son precisamente los musulmanes
cuya versión del islam es la más moderada sino quienes se aferran a las más integristas.
Por lo mismo que sería un error pensar que Willy Toledo o Borja Casillas (drag queen Drag Sethlas) ofendieron a la
comunidad cristiana: quienes se ofendieron fueron los más retrógrados de entre
los cristianos, los demás viven su religión de forma plena e indiferentes (y puede
que hasta divirtiéndose) con lo que hagan Toledo o Drag Sethlas.
Dejemos que niñas y niños sean eso, niñas
y niños, y ya de mayores tendrán tiempo, si quieren, de decidir si creen en
Jesús, Alá o Visnú, y lo harán de forma crítica y reflexiva, libre, gracias a
que la escuela laica se lo habrá posibilitado (si la hubiera). Pero no
decidamos ya desde que nacen en qué deben creer, ni colaboremos con las familias
más reaccionarias a recordárselo también en la Escuela. Hagamos caso a ese
cartel de las Juventudes Libertarias que en la guerra civil recordaba a las
familias: “No envenenéis a la infancia”.
Andrés Carmona Campo. Licenciado en
Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria.
Nota:
en ocasiones se ha utilizado en texto el masculino como genérico por puro
estilo y convención.
Bibliografía:
Dawkins, Richard (2007). El espejismo de Dios. Espasa-Calpe.
Kintzler, Catherine (2006). La república en preguntas. Signo.
Peña-Ruiz, Henri (2001). La emancipación laica: Filosofía de la
laicidad. Laberinto.
Completamente de acuerdo. Y lo del "histrionismo identitario"... como un baño fresquito ahora, en pleno agosto. Gracias.
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