Solidaridad con el cura de Viveros (Andrés Carmona)
12/11/2016.
A principios de este mes
de noviembre, el sacerdote de Viveros (un pueblo de Albacete), ha sido noticia
por una pancarta que colocó en la puerta de la iglesia. En dicha pancarta
podía leerse un listado de pecados que, según decía la pancarta, “son mortales
y nos quitan el derecho a comulgar”. Entre esos pecados estaban “darse a la
brujería, espiritismo o adivinación (…), abortar (…), emborracharse, drogarse
(…) usar anticonceptivos o cualquier otro medio de impedir el embarazo (…) usar
de cualquier modo de la sexualidad fuera del matrimonio, ya sea a solas o con
otras personas aunque haya consentimiento, mirar elaborar y difundir
pornografía, vivir en pareja sin estar casado (…) favorecer o consentir las
deshonestidades sexuales de los hijos”, etc.
La pancarta generó tal
polémica que el cura se vio obligado
a retirarla. Sin embargo, debo admitir que no entiendo la polémica y es
más, que me posiciono totalmente del lado del sacerdote de Viveros: vaya desde
aquí mi total solidaridad con él. Me parece un perfecto ejemplo de coherencia
y, al revés, lo que me parece escandaloso es justamente lo contrario: que
católicos que van a misa a comulgar lo hagan después de haber practicado
brujería, abortar, emborracharse o drogarse, usar anticonceptivos, tener sexo
prematrimonial, masturbarse o ver pornografía. No quiero decir que ninguna de
las acciones mencionadas me parezca mal (bueno, lo de la brujería simplemente
me parece una tontería si se trata de amuletos, conjuros u otras chorradas así,
no si se trata de sacrificios, claro). Lo que quiero decir es que si alguien es
católico y quiere comulgar en esa religión, efectivamente, no puede hacer nada
de eso. Y el cura de Viveros lo que ha hecho es, simplemente, recordárselo.
A mí no me gusta el fútbol
ni me interesa (ni siquiera cuando juega la selección nacional). Pero sé lo
suficiente de ese espectáculo o deporte (tengo serias dudas sobre cómo
calificarlo) como para comprender que si alguien dice ser del Real Madrid (por
decir uno) no puede ir a la peña madridista correspondiente vestido de
blaugrana ni entonando el Cant del Barça.
Y me parecería estúpido de total estupidez que encima pretendiera ser
reconocido y aceptado como un madridista o incluso como el más madridista de
todos. A nadie se le obliga a ser del Real Madrid ni de ningún otro equipo.
Pero si alguien decide ser de uno, debe comprender que hay una reglas para
serlo y que debe cumplirlas, por lo menos si quiere que los demás le
consideremos como uno de tal equipo.
Exactamente lo mismo
pienso de cualquier religión. A nadie se le obliga a ser de una religión. A
nadie se le obliga a ser católico, protestante, musulmán o budista. Pero si
alguien quiere serlo, debe entender que eso implica unas normas que debe
cumplir, por lo menos si quiere que los demás le reconozcamos como de esa
religión y no de otra o de ninguna.
Las religiones no son como
los clubs de fútbol u otras asociaciones. En teoría, no son construcciones
humanas sino productos divinos. La divinidad correspondiente de cada una es la
que, siempre en teoría, ha establecido sus normas para pertenecer a ellas. Normas
que establecen lo que hay que creer y lo que hay que hacer para ser considerado
miembro de esa religión. En el caso del catolicismo, es Dios mismo quien
instituye la Iglesia y fija sus normas en los textos sagrados y la tradición,
designando también al obispo de Roma como máximo intérprete de dichas normas
(y, además, infalible desde el Concilio Vaticano I de 1870). Normas que quedan
recogidas, por si hubiera dudas, en el Catecismo
de la Iglesia Católica, y ampliadas en las Encíclicas papales.
Pues bien, todos esos
pecados mortales señalados por el sacerdote de Viveros en su pancarta no son
sino mandatos de la Iglesia Católica recogidos en el Catecismo y
en la doctrina católica oficial. El cura de Viveros no se ha inventado nada. Simplemente
ha puesto a la vista de todo el mundo lo que la iglesia católica considera
pecados mortales que impiden la comunión en esa iglesia. Esas son las normas de
la iglesia católica. Podrán gustarnos más o menos, pero son las que son. Y
quien quiera ser católico y comulgar en misa debe cumplirlas. Exactamente igual
que el testigo de Jehová no puede comer morcilla porque es pecado en su
religión, ni el musulmán comer cerdo porque es pecado en la suya.
A quienes no somos católicos
(gracias a Dios) dichas normas nos son totalmente indiferentes en tanto que no
nos afectan. Que los católicos no puedan tener sexo prematrimonial, masturbarse
o usar anticonceptivos es asunto suyo y no nuestro. Jamás vamos a obligarles a
que hagan nada de eso. Es más, si alguien lo intentara me pondría del lado del
católico en la defensa de su libertad de conciencia. Por la misma razón, lo que
no es admisible de ninguna forma es que los católicos quieran imponernos a quienes
no lo somos sus propias normas religiosas. Podemos convivir en completa armonía
creyentes y no creyentes simplemente respetando un marco laico para esa
convivencia: la religión y la moral de cada cual se queda en su ámbito privado
y no se permite imponerlo a los demás en el espacio público.
No comparto las críticas
de algunos increyentes a las normas religiosas que el cura de Viveros ha
explicitado. Ni mucho menos moveré ni un solo dedo por cambiarlas. Lo que cada
religión haga de puertas hacia dentro de ella misma me es absolutamente
indiferente (siempre que a nadie se le obligue contra su voluntad o mediante
engaño). Tan indiferente como lo que puedan hacer con su sexualidad una, dos o
varias personas libremente en su intimidad. Me da totalmente igual si alguien
se flagela o se dedica a lamer suelas de zapatos de una madame. Evidentemente, tengo mis opiniones y mis juicios de valor
sobre todo eso, más si lo hacen en público, y si quiero puedo expresarlas. Pero
no pienso convencer a uno de dejar de darse con el cilicio ni a otro de que
pare de dar lametones. Allá ellos. Igual que reivindico para mí que los
católicos no me digan lo que tengo que hacer, tampoco yo voy a sermonearles a
ellos en sentido contrario.
Pero es que es más. Mi
respeto a la iglesia católica implica respetarla tal como es. La iglesia
católica es lo que es, igual que el sadomaso es lo que es. Si la iglesia
católica dejara de condenar la blasfemia, la homosexualidad, el aborto, el sexo
prematrimonial, los anticonceptivos, etc., dejaría de ser la iglesia católica,
lo mismo que si los sadomasoquistas dejaran de hacerse daño consentido y se
hicieran cosquillas dejarían de ser sadomasos.
Podría admitir que desde
dentro de la iglesia católica hubiera quienes quisieran cambiarla. Que
católicos incómodos con lo que iglesia católica es quisieran cambiarla para que
fuera de otra forma. El problema es que entonces dejaría de ser la iglesia
católica y pasaría a ser otra cosa (mejor o peor, no lo sé, seguramente mejor,
pero otra cosa). En cualquier caso, deberán ser los católicos quienes, si
quieren, hagan lo que tengan que hacer, pero desde luego, yo como ateo no
pienso hacer nada, principalmente por respeto y por no meterme donde no me
llaman.
De todas formas, la
polémica suscitada por la pancarta de Viveros no ha venido por el descontento
de católicos progresistas que claman contra una iglesia anclada en el pasado y
más cerca del concilio de Trento que del Concilio Vaticano II. Principalmente
ha venido por parte de todos esos católicos que ni saben lo que fue Trento ni
lo que fue el Vaticano I ni el II (que les suena algo eso de la Biblia o el Catecismo pero que no los han leído nunca). Esos católicos “de toda
la vida” que, de repente, se han dado cuenta de lo que es ser católico según su
propia religión. La pancarta ha servido, cuanto menos, para que se den cuenta
de que ser católico no es solo ir a misa en los bautizos, bodas y comuniones o
ver los pasos de semana santa. Que ser católico es mucho más y que la inmensa
mayoría está a años-luz de estar cumpliendo con las normas mínimas. El ejemplo
sería como el madridista “de toda la vida” que, un día, descubre que su equipo
viste de blanco y que su estadio se llama Santiago Bernabéu cuando de siempre
pensaba que era de otra forma. Pues, ¿qué se pensaban esos católicos que era el
catolicismo? ¿Acaso pensaban que en el Catecismo
se admite la homosexualidad, el sexo sin reproducción, vivir en pareja sin
estar casado o cualquiera de esas cosas que prohíbe la pancarta de Viveros?
De todas formas, el asunto
tiene más enjundia, aunque no sea ahora momento de profundizar en ello. Tiene
que ver con lo que llamo “bricorreligión”
o “religión a lo Ikea”: la religión a la carta. La tendencia a que cada
cual se haga su propia religión. En España por lo menos, no hay católicos
(mejor dicho, no tantos como se dice) sino que la mayoría de ellos lo que tiene
es su religión particular, hecha a su medida, y por supuesto, una que no le
exige muchos sacrificios ni renuncias (y que les permite ver pornografía,
masturbarse o usar anticonceptivos, por ejemplo: su dios no les prohíbe eso). Si
en vez de en España, culturalmente católica, estuviéramos en los Estados Unidos
de América, cada uno de ellos ya habría fundado su propia iglesia (con los
beneficios fiscales y económicos que ello conlleva). La cultura protestante de
ese país implica un mayor pluralismo religioso y una tendencia a que cualquiera
funde su propia religión. Así nacieron en el siglo XIX los testigos de Jehová o
los mormones de mano de Charles T. Russell y Joseph Smith respectivamente.
Aunque uno era presbiteriano y el otro metodista, decidieron romper con sus
iglesias y crear las suyas propias. En España, romper con la iglesia católica y
fundar religiones no es tan habitual (quitando a los cismáticos del Palmar de
Troya y pocos más). Aquí la tendencia es a decirse católico pero practicar la
propia religión, aunque tenga poco o nada que ver con el catolicismo. A lo
sumo, se sigue yendo a misa muy de cuando en cuando y a ver procesiones, y poco
más.
Lo que pasa es que la
propia iglesia católica tampoco hace mucho ante todo esto. De hecho, el celo
del sacerdote de Viveros es la excepción y no la norma. Es más, le conviene
hacerlo así. A efectos prácticos, la iglesia católica se conforma ante esto
porque prefiere “creyentes no practicantes” (oxímoron donde lo haya) a que se
reduzca su peso en las estadísticas. La iglesia católica prefiere que el 70% de
la población se declare católica en las encuestas del CIS, aunque el 60% de
todos ellos reconozca en la misma encuesta que no va nunca o casi nunca a misa,
antes de que ese porcentaje diga no ser católico. Miles de millones de euros del
dinero público en subvenciones, exenciones fiscales y otros privilegios
económicos dependen de toda esta hipocresía. Y encima se
paga con el dinero de todos: creyentes y no creyentes. Ahí estaba el quid
de la cuestión. La pancarta de Viveros, simplemente, era mala para el negocio.
Porque más de uno podría pensar: si ser católico es eso, conmigo que no
cuenten. Yo lo pensé hace mucho.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
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