Laicismo y federalismo (Andrés Carmona)
Hace
unas semanas publicaba acerca del laicismo
y el nacionalismo, defendiendo la tesis de que el laicismo está mucho más
relacionado con el cosmopolitismo, el internacionalismo y la nación política
(de ciudadanos) que con los nacionalismos, la nación étnica o el concepto
metafísico de “pueblo”. Al final, y por no alargar el texto mucho más, tan solo
apuntaba al federalismo como
plasmación práctica de lo que me parece la posición laicista más coherente. Intentaré
ahora desarrollar un poco más esa cuestión.
La
idea básica que quiero ensayar es que haya una analogía correcta entre el principio de separación laicista de los
ámbitos público y privado, por un lado,
y el principio federativo que
distingue entre un Estado federal y los Estado federados, por otro. Si fuera
así, el laicismo y el federalismo resultarían tener una afinidad interna entre
ambos.
El
laicismo asume como principio
fundamental la libertad de conciencia
y la igualdad entre todos los
ciudadanos en base a la igual dignidad y autonomía de cada uno, y el rechazo a
la discriminación por motivos de conciencia (y por extensión, por cualquier otro
motivo irrelevante políticamente: sexo, color de piel, orientación sexual,
etc.). Para garantizar la libertad de conciencia, el laicismo introduce el principio de separación entre el ámbito
público y el ámbito privado, así como el principio
de neutralidad del Estado hacia las cuestiones de ese ámbito privado.
El
principio de separación consigue lograr dos objetivos igualmente importantes
para el laicismo: el de unidad de la
sociedad política, y el de diversidad
interna de esa misma sociedad política. El ámbito público se relaciona con el
de la unidad, pues remite a la universalidad, la racionalidad y al bien común.
El ámbito privado se orienta a la diversidad, pues refiere a la particularidad,
las creencias y los intereses propios. Los principios de separación y
neutralidad impiden la mutua injerencia de un ámbito en el otro, precisamente,
para proteger la libertad de conciencia y la igualdad. El ámbito privado se
ciñe a los aspectos comunes, universales, al interés general, y no entra en las
cuestiones individuales, de conciencia o creencias de los individuos. Al mismo
tiempo, en el ámbito privado no tienen lugar esas mismas cuestiones que están
protegidas en el privado, para que nadie pueda imponer sus opiniones o
creencias particulares al conjunto de la sociedad. De esta forma, queda
establecida la igualdad de derechos así como el derecho a la diferencia, pero,
en ningún caso, la diferencia de derechos.
La
concreción laicista de lo anterior en el caso de la “cuestión religiosa”,
consiste en situar la religión en el ámbito privado, de modo que queda
garantiza la plena libertad ideológica y religiosa para creer y practicar
cualquier religión o ninguna (individual o colectivamente), pero sin que quepa
ningún tipo de injerencia de esas religiones u otras ideologías similares en el
ámbito público.
El
principio de separación impide dos peligros. De un extremo, el totalitarismo, esto es, que el ámbito
público elimine, absorba o restrinja excesivamente al ámbito privado. Sería el
caso de un Estado que legislara acerca de cuestiones de conciencia o creencias,
privilegiando unas o prohibiendo otras, o sujetándose a los dogmas o doctrinas
de alguna en concreto. Sería un Estado irrespetuoso de las libertades
individuales, que obligaría a su ciudadanía a ajustarse a normas morales o
creencias no compartidas por todos, ya fuera por la fuerza bruta de la ley o de
la mayoría social. El máximo ejemplo sería el Estado nazi, pero sin llegar a
ese extremo, otros podrían ser un Estado teocrático, confesional o ateo que
tuviera una religión oficial o el ateísmo como doctrina de Estado. También lo
sería el Estado
secularista que pretendiera acabar con la religión entre su ciudadanía o
reducirla. O el Estado que se plegara a dogmas religiosos a la hora de legislar
sobre la interrupción voluntaria del embarazo, la eutanasia o la presencia de
la religión en las escuelas.
Una
variante del totalitarismo es el comunitarismo,
en el que el sujeto político no es el individuo considerado como tal en función
de su dignidad, libertad y autonomía, sino la comunidad, entendida como un ente
mayor que la suma de sus partes, donde estas partes no son individuos sino
miembros orgánicos de la comunidad y sometidos a ella, obligados a cumplir con
la función que les toque en el conjunto. Formas de comunitarismo son el
confesionalismo, el culturalismo y el nacionalismo, en donde la comunidad se
basa en algún rasgo religioso, cultural, étnico o nacional tomado como
definitorio e identitario, a la que vez que excluyente, de quien no lo
comparta.
De
otro extremo, estaría el liberalismo,
que reduce lo público al Estado mínimo, privatizando ámbitos que deberían ser
públicos por su utilidad social o para universalizar y garantizar derechos. En
este tipo de Estado mínimo desaparece prácticamente el ámbito común, del
diálogo y el consenso, y se sustituye por la negociación y el mercado, que en
su plasmación práctica acaba siendo la ley del más fuerte (o, eufemísticamente
dicho: la mano invisible del mercado). Se pierde de vista la unidad basada en
el consenso racional y en el bien común, y todo se orienta al individualismo,
el mercado y el consumo. Al no haber un espacio común de diálogo basado en razones,
la forma de convivencia se basa en la negociación y el pacto, con el resultado
que se derive de la correlación de fuerzas de cada una de las partes (y que
beneficiará a la parte más poderosa). En este contexto, la libertad de
conciencia y la igualdad pueden verse amenazadas por parte de los más débiles.
El
multiconfesionalismo, el multiculturalismo o el plurinacionalismo son variantes
mixtas del comunitarismo y el liberalismo, que funcionan de acuerdo a las
reglas del liberalismo pero cuyos sujetos no son los individuos sino las
comunidades (religiosas, culturales, étnicas o nacionales). En estos modelos,
las comunidades se comportan hacia fuera
de acuerdo al modelo liberal (negociando y pactando entre ellas en función de
su correlación de fuerzas), al tiempo que, hacia
dentro, son totalitarias con sus miembros.
Frente
a los modelos liberales, comunitaristas y totalitarios, el laicismo es mucho
más afín al republicanismo moderno,
por cuanto este asume el principio de separación de acuerdo a la noción
republicana de libertad como no-dominación (distinta de la libertad liberal
como mera libertad-de o libertad negativa, y de la libertad comunitarista como
libertad-para o libertad positiva). El republicanismo establece un espacio
público y universal de participación ciudadana y que requiere de virtudes
cívicas, al tiempo que protege los derechos y libertades individuales
impidiendo cualquier tipo de dominación, tanto del Estado hacia los ciudadanos,
como de unos individuos sobre otros. En tanto que las formas de dominación que
impide el republicanismo también están la dominación económica, machista,
homófoba o racial, el republicanismo es fácilmente compatible con formas de
socialismo, feminismo y otros igualitarismos.
En
lo referente a la “cuestión territorial”, el laicismo republicano que aquí defendemos aparece relacionado por sí
mismo al federalismo, situándose
entre los dos extremos del Estado centralista y unitarista, y de los
nacionalismos separatistas, etnicistas o de otro tipo. La vocación universalista
del laicismo apunta al cosmopolitismo, a superar las fronteras y hacia la
ciudadanía universal. El laicismo, al tomar como sujeto de derechos básico al
individuo en sí mismo y sin dar relevancia política a sus pertenencias
religiosas, étnicas, culturales, lingüísticas o de otro tipo, reconoce como
sujetos políticos y en igualdad de derechos a todos los seres humanos por
igual. De ahí su orientación a los Derechos Humanos. Restringir la ciudadanía,
los derechos políticos y la nacionalidad (y establecer una frontera) a tan solo
un grupo de individuos marcados por alguna circunstancia religiosa, cultural,
lingüística, tradicional, etc., sería arbitrario e incoherente desde el punto
de vista laicista.
Ahora
bien, la organización política de esta ciudadanía universal no tiene por qué
concretarse necesariamente en un Estado universal unitario, centralizado y si
acaso descentralizado pero cuya igual estructura y leyes se repitiera de forma
idéntica en todas y cada una de sus unidades descentralizadas. De hecho, no
sería ni deseable que así fuera. Y no lo sería porque, entre los dos objetivos
laicistas de la unidad y la diversidad, este Estado se acercaría demasiado al
extremo de la unidad y perdería de vista la diversidad. El Estado laico debe
garantizar la unidad basada en la igualdad de derechos fundamentales, pero no
en la absoluta uniformidad legal en todos los niveles y aspectos concretos. Puede
entenderse fácilmente en analogía con la solución laica a la cuestión
religiosa: el laicismo asegura la misma libertad de conciencia a todos los
individuos, pero no les obliga a compartir la misma conciencia. Ateos,
agnósticos, cristianos, musulmanes…, todos ellos tienen la misma libertad de
conciencia, pero en virtud de ella cada uno cree o no cree cosas distintas. De
forma similar, un Estado laico debe garantizar los mismos derechos y leyes fundamentales en todo su
territorio a todos sus ciudadanos, pero no tiene por qué imponer las mismas leyes menores idénticas en todos los
territorios (entendiendo por leyes menores a las que no sean fundamentales). En
este sentido, es más deseable el autogobierno de los territorios con plena
autonomía en aquellos asuntos que no sean estrictamente fundamentales o que no
tengan repercusiones en el conjunto. De este modo, en todos los territorios
habría igualdad de derechos, pero sin conculcar su derecho a la diferencia.
De
lo anterior se deriva el federalismo.
El modelo federal distingue entre el Estado federal y los Estados federados que
lo componen. Sus relaciones no son de jerarquía
sino de competencias. La Constitución
Federal establece qué competencias son exclusivas del Estado federal (las que
atienden a derechos fundamentales o leyes principales, que remiten a los
ciudadanos como tales y a cuestiones de toda la Unión) y cuáles son
competencias propias de cada Estado federado (aquellas que no sean
fundamentales o solo afecten a cada territorio). Sería el equivalente
territorial del principio de separación laico: el Estado federal sería al
ámbito público como cada Estado federado al ámbito privado, sin injerencias
mutuas entre ellos, garantizando así, al mismo tiempo, la unidad y la
diversidad. De esta forma, un Estado federado podrá tener leyes propias y
distintas de otro Estado federado en el ámbito de sus competencias propias
(diversidad), pero en todo el territorio de la Federación se cumplirán las
mismas leyes principales y se garantizarán los mismos derechos fundamentales
(unidad). De esta manera, el federalismo se beneficia de la economía de escala
en términos de unidad e igualdad que la federación permite, al tiempo que
respeta la diversidad y evita los riesgos de separatismo.
Caben
más argumentos a favor del federalismo, como sus ventajas para generar
economías de escala y evitar las deseconomías de una mayor centralización, la
mayor eficiencia en la gestión de los asuntos propios por parte de los entes federados,
evitar la concentración del poder, el sistema de pesos y contrapesos entre el
poder central y los federados, etc., pero aquí no quería señalar esos
argumentos mucho más políticos sino centrarme en la relación más directa o de principios
entre laicismo y federalismo.
Dejamos
para la semana que viene un pequeño análisis del derecho de autodeterminación en sentido laicista y algunos
ejemplos.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Radicalmente en desacuerdo. Se están confundiendo dos cosas diferentes, una confusión habitual en España, y eso le lleva a hacer una analogía peligrosa por sus consecuencias. Una cosa es la integración individual que es el plano donde se mueve el laicismo, y otra muy distinta la articulación territorial del Estado, una de cuyas expresiones es el federalismo. Cuando se hace una analogía entre ambas se presupone que hay comunidades de individuos que son entidades discretas de la misma manera que lo son los individuos, es decir, una forma de comunitarismo. El problema es que las comunidades (en esté caso las entidades federadas) siempre van a ser plurales, tan plurales como el todo federal. No existe un Estado plural compuesto por partes homogéneas. Así que la organización territorial no tiene nada que ver con el respeto a la diversidad. Un Estado laico respetará la diversidad y pluralidad de los individuos que lo componen independientemente de cuál sea su forma de articulación territorial.
ResponderEliminarEn desacuerdo también que el laicismo tenga vocación cosmopolita, mejor dicho, estoy de acuerdo en que la tiene como ideología pero no la tiene si entendemos el laicismo como una exigencia al Estado para que respete la conciencia individual, como una forma de limitar su potestad legislativa y de respetar la pluralidad. No espero que los ciudadanos sean laicistas, como en cualquier grupo humano habrá una pluralidad de ideas al respecto; espero y exijo que lo sea el Estado universal y cosmopolita y también el territorializado y "aldeano".
Muchas gracias, Juanmari, como siempre, por tus comentarios. Estoy de acuerdo en que no existe un Estado plural compuesto de partes homogéneas, pues cada parte territorial será diversa, a su vez, hacia su interior. Ahora bien, eso no lo veo como objeción al federalismo. El federalismo intenta conjugar la necesaria unidad del Estado y la defensa de los derechos individuales en todo el territorio federal, al mismo tiempo que la diversidad entre Estados federados y su autogobierno. Para eso distingue entre competencias de cada uno: al Estado federal las cuestiones fundamentales o generales, y cada Estado federado las cuestiones menores o particulares. De esta forma, todos los individuos en cualquier Estado federados tienen los mismos derechos fundamentales, aunque estén sometidos a leyes particulares distintas en cuestiones menores o particulares de acuerdo a las mayorías de cada territorio. Por ejemplo, suponiendo una Federación Universal, no entiendo que debiera existir una ley de tráfico igualmente universal que obligara a conducir por el carril derecho en todo el planeta. Si en un territorio (Gran Bretaña) la mayoría de ese territorio prefiere conducir por la izquierda, no tendría sentido obligarles a hacerlo por la derecha. No le vería sentido a que, en una cuestión menor (por qué carril conducir) la mayoría (los que no son británicos) debieran obligar a la minoría (que son mayoría en Gran Bretaña) en una cuestión que solo (o principalmente) afecta a esa minoría y no a los demás. Me parece más práctico y más integrador que en esas cuestiones particulares decidan los propios afectados con autonomía de acuerdo a sus mayorías. Porque si no, se alimentaría el sentimiento de ser minoría y estar sometidos a la mayoría. Distinto es respecto a las cuestiones fundamentales (los derechos y libertades fundamentales) que deben ser respetados en todo el territorio federal por igual, independientemente de las mayorías en cada territorio federado. Por ejemplo, aunque en un territorio la mayoría sea católica, no puede obligar a la minoría atea o hindú a ser católica, porque eso afecta a una cuestión fundamental como es la libertad de conciencia que debe estar protegida por el Estado federal.
EliminarA mi modo de ver, el federalismo resuelve así algunas paradojas de las mayorías. Por ejemplo: imaginemos tres entes territoriales A, B y C compuestos por los siguientes miembros: A=10, B=40, C=100 (total=150). Supongamos que deben tomar una decisión y tienen las opciones de Sí y No y el siguiente resultado: A= 9 Sí, 1 No; B= 30 Sí, 10 No; C= 1 Sí, 99 No (si se construye una tabla de doble entrada se ve más claro). ¿Qué opción ha ganado? Depende de cómo se cuente: si contamos territorios, ha ganado el Sí (dos de tres), si contamos individuos ha ganado el No (110 No y 40 Sí). Si optamos por los territorios, los habitantes de C pensarían que es injusto, porque 40 individuos se imponen a 110. Pero si contamos individuos, los habitantes de A y de B no tendrían incentivos para unirse con C, puesto que al estar siempre en minoría acabarían obedeciendo siempre a la mayoría de C aunque fueran minoría en sus respectivos territorios. ¿Cómo podemos resolverlo? Para mí, el federalismo da la solución: las cuestiones principales o generales que afectan a derechos individuales independientemente de otras consideraciones, se deciden por mayoría contando individuos (y a poder ser por consenso) y las cuestiones menores o que solo afectan a cada territorio, se resuelven por mayoría en ese territorio. En el ejemplo, si la cuestión es por dónde conducir, pues que en A y en B conduzcan por un carril en su territorio y en C que conduzcan por otro. Esta forma de entender la unión federal es lo que permitió que muchas colonias norteamericanas pequeñas decidieran unirse a la Federación con otras colonias mucho más grandes, pues así se les garantizaba que los territorios mayores no se aprovecharían de su mayoría para entrometerse en asuntos particulares de las más pequeñas. Conjugamos así la unidad y la diversidad, y además del modo más práctico.
EliminarGracias a usted por responder y por el post original. No era mi intención criticar el federalismo sino su analogía y el concepto de federalismo que conlleva. Se me ocurren un buen número de objeciones al modelo que plantea, entre otras que no estoy seguro de que sea federalismo sino más bien países que firman un tratado internacional de derechos y se someten a un arbitraje externo pero por no liarme me ceñiré a la crítica original. Creo que continúa entendiendo los territorios o entes federados como un todo homogéneo y discreto aunque explícitamente diga lo contrario. Resumidamente, A= 9 Sí, 1 No; B= 30 Sí, 10 No; C= 1 Sí, 99 No
EliminarSupongamos que estos tres territorios están federados, lo que usted propone es defender la diversidad de la federación en asuntos menores (qué sea eso es otro asunto) de manera que cada territorio lo legisle de acuerdo con sus propias mayorías. De ese modo se olvida de la pluralidad de cada territorio. Mi preocupación es la pluralidad dentro de A, B y C. Los solitarios de A y C y el grupito de B. La federación protege la expresión de la voluntad de las mayorías territorializadas sacrificando a las minorías territorializadas. En el ejemplo, me preocupa que los ingleses que quieran conducir por la derecha tengan que emigrar para poder hacerlo. Se puede aducir que las mayorías y minorías son contingentes pero no sin desmontar el argumento " Pero si contamos individuos, los habitantes de A y de B no tendrían incentivos para unirse con C, puesto que al estar siempre en minoría acabarían obedeciendo siempre a la mayoría de C aunque fueran mayoría en sus respectivos territorios" que fue lo que nos llevó al federalismo en primera instancia. Me parece que lo que usted propone es un federalismo remedial, es decir, que sirva para unir o para que permanezca unido lo que no quiere estarlo. A veces funciona (temporalmente) y a veces no pero, primariamente, el federalismo es un sistema de articulación territorial para organizar lo que quiere estar unido. Es la diferencia entre integración (individual) y articulación territorial. No sé si conoce un libro titulado “Justícia i legalitat de la secessió“, de Pau Bossacoma (en catalán y gratis http://presidencia.gencat.cat/ca/ambits_d_actuacio/transicio-nacional/institut-destudis-autonomics/publicacions/col.leccions/con-textos/), en la primera parte parte del contractualismo de Rawls para estirarlo y aplicarlo a un contractualismo entre grupos aglutinadores ("nación" o "pueblo" están bajo sospecha). A mi me resulta, salvando las distancias en cuanto a la intención, una propuesta similar a la del post.
No conozco el texto el Bossacoma, pero gracias por la referencia. A pesar de las objeciones, sigo pensando que el federalismo es el mejor sistema para solucionar el problema territorial y conseguir unir lo que es diverso, logrando la forma óptima de equilibrar ambos objetivos (unidad y diversidad) de la mejor forma (o menos mala). O, por lo menos, no me parece que haya otra mejor que la federal y si la hubiera me encantaría conocerla. Por supuesto que es imperfecta, como todo lo real. A ti te preocupan los ingleses que quieran conducir por la derecha, a mí me preocuparía más que tuvieran que emigrar la mayoría de quienes quieren conducir por la izquierda o que tuviera que separarse y hacer una nación solo para eso. En democracia las cosas se arreglan votando, y en cuestiones que no afectan a derechos fundamentales cualquier demócrata entiende que debe regir la ley de mayorías: ¿de verdad tendría sentido obligar al 90% de ingleses a conducir por la derecha? Creo que el federalismo resuelve más problemas de los que origina y que sirve mucho mejor al objeto de lograr unidad y diversidad. Pero, como digo, estoy abierto a cualquier otra opción que demuestre lograrlo de forma mejor todavía. ¿Cuál sería?
EliminarMe temo que me veo obligado al comenta-río (será largo). Mi crítica sigue siendo no al federalismo sino a la analogía que usted hace entre laicismo y federalismo y al consecuente concepto de federalismo como federalismo remedial al que llega. La hago porque creo que da una sustantividad mayor, cuasi indestructible, a los entes federados y no se la da ni al todo federal, ni a las minorías (contingentes, no étnicas, ni lingüísticas sino expresadas en el voto) intraestados. Sigo, más o menos, a Juan José Linz al hablar de federalismo remedial frente al federalismo original. El segundo es el de las federaciones que constituyen unidades territoriales con un mismo sentimiento nacional sin perjuicio de diferencias y particularidades (EEUU y Suiza por ejemplo) . El federalismo remedial es sobrevenido, es el remedio que Estados centralizados utilizan frente a presiones de minorías nacionalistas que quieren construir un estado nuevo (España Y Bélgica) Es un contentamiento.
EliminarEl primero trata de articular la diversidad de los que quieren vivir juntos, el segundo trata de que los diversos quieran vivir juntos. Los dos están sometidos a tensiones centrífugas y centrípetas pero, por su propia naturaleza, mucho más los segundos que los primeros. Personalmente no veo por qué es más legítimo o pragmático que el 90% de ingleses impongan un modo de conducir al 10% que el 55% de los habitantes de la federación mundial imponga su modo de conducir al restante 45%. Salvo que creamos que la homogeneización que permitimos en Inglaterra no es deseable para la federación. Y al revés, salvo que creamos que la pluralidad deseable en la federación no lo es en Inglaterra. No lo entiendo si no es partiendo del supuesto de que Inglaterra es una entidad de tipo diferente a la federación y diferente y previa a su propia pluralidad interna. El ejemplo del divorcio me lo confirma porque es extraordinariamente engañoso ya que esconde la pluralidad de las partes. A mi me suena a ontologización (que es mi crítica principal.) Un individuo que toma una decisión no tiene ninguna analogía posible con un grupo de 100 que tome decisiones por la regla de la mayoría. El segundo caso siempre tiene una pluralidad constitutiva.
Vuelvo a Linz quien si bien cree que el federalismo remedial puede (al menos en el corto plazo) triunfar en su propósito tiene, en realidad, tendencias desintegradoras. España es un buen ejemplo agravado por un muy mal diseño institucional. Es imposible crear lealtades en un sistema de negociación bilateral sin ningún componente multilateral.
Desarrollo otro punto que dejé colgado antes. No entiendo que la arquitectura competencial que propone deba ser federal y no, simplemente, Estados soberanos diferentes que firman un tratado internacional de derechos y se someten a una ámbito jurisdiccional independiente. Habría un mínimo de derechos comunes y tanta o más diversidad que en su diseño. Tampoco tengo claro que sea el gobierno federal el que se ocupe de derechos y no todos los niveles de la administración pública controlados todos ellos por la separación de poderes. Me fío lo mismo de la administración federal que de la territorial o local.
La gestión de la diversidad es el problema y la principal tarea de las democracias liberales. Pero la individual. La territorial, cultural, sentimental o de identificación nacional es secundaria. Y no se debe primar la segunda sobre la primera.
Para mí el problema sigue siendo la frontera. Esperaré a ver si la siguiente publicación se aproxima a una solución.
ResponderEliminarSiguiendo tu razonamiento, el sentimiento de pertenencia a un lugar no desaparece pertenecería al ámbito privado. Como la patría chica. Y cumple dos funciones sicológicas: una la de identidad: soy cordobés, soy ateo. Pero otra la de conexión con los otros: me alegro cuando en una iglesia encuentro a otro ateo admirando los cuadros o los arcos, me alegro cuando en Londres encuentro a un cordobés (ni te cuento si un musulmán magreví encuentro a otro en Suecia). Inmediatamente surge el problema de la frontera: ser musulmán es voluntario, ser marroquí o español en Ceuta quizás. Ser español o no en Barcelona no es voluntario: el ámbito público está invadiendo el ámbito privado. Y no veo como puede resolverse porque incluso un referendum de autodeterminación que fallase a favor de Cataluña independiente seguiría invadiendo una decisión pública el ámbito privado (los independentistas seguirían obligados a ser españoles) y en sentido contrario probablemente el problema sería el mismo (no me imagino cómo se iba a permitir que los que quisiesen seguir siendo españoles mantuviesen sus derechos políticos, aunque cosas veredes amigo Sancho).
En fin. Veo que la analogía se rompe por la voluntariedad de pertenencia a una sociedad confesional, y la involuntariedad de la pertenencia a un ámbito geográfico. Me parece que en el caso geográfico no es posible la separación privado público. La pertenencia a un lugar es algo público sí o sí. Y sus repercusiones son a la vez públicas y privadas.
Gracias, Pepe, aunque encuentro un poco confuso tu texto. Tal vez tu pregunta vaya por la razón de por qué la frontera empírica entre un Estado y otro se coloca aquí o allí, lo que obliga a quien nace dentro de ella a poseer esa nacionalidad y no otra. Y sí, eso es por razones empíricas, contingentes, históricas y muchas veces arbitrarias. No obstante, en el contexto de un Estado laico y federal no entiendo que eso deba ser problemático. Los Estados federados mantendrían sus límites históricos como fronteras internas entre ellos pero que solo marcan el límite de las competencias territoriales de cada uno, pero irrelevantes ante las cuestiones federales que son del ámbito territorial de toda la Federación. En una Federación Española o Europea que fuera laica, quien sea del territorio X se podría sentir perfectamente X (esto es, identificado con una lengua, una cultura, unas tradiciones…) y no tendría que sentirse menos X por ser, a la vez, miembro de una federación junto a los Y, W, Z…, salvo que su forma de entender su “ser X” implique la separación física (con una frontera nacional) con quien no sea como él (con quien no hable su lengua X o no sea descendiente de otros X), como si quienes no fueran X le estorbaran para ser un X de forma plena. Pero ese sentimiento será todo lo nacionalista que se quiera, pero laico no lo es de ninguna forma (sustituye “X” por “raza blanca” y se entiende perfectamente). No entiendo que haya ninguna imposición del ámbito público en el privado. Desde el público solo se obliga a aceptar unas leyes comunes hechas para garantizar por igual los derechos de todos, no se obliga a nadie, ni se le prohíbe, identificarse con ninguna tradición, historia, etc. Ya digo, salvo que alguien, en su ámbito privado, entienda su identidad nacional solamente con exclusión de los demás, pero entonces eso es su problema y no el mío como laicista, igual que si otro solo entiende su religión con exclusión de las demás, pues allá él, el laicismo no está para arreglarle ese sentimiento excluyente hacia los otros. Distinto sería si algunos individuos estuvieran discriminados dentro de un Estado por alguna característica lingüística, étnica, racial, etc., y no se les permitiera identificarse como tales por eso mismo, y no quedara más opción que la separación física para lograrlo. Pero eso es otra cosa y de eso va el texto de la semana que viene.
EliminarEn mi texto veo algunas erratas (debí leer más veces antes de publicar). En la tercera frase dice "no desaparece pertenecería". No sé si es obvio que el "desaparece" no debería estar, debe ser de una redacción anterior.
EliminarLa cuestión, por simplificar, ¿cómo se decide si los impuestos de ámbito federado de Tarragona se administran en Barcelona o en Madrid? Si se van a dedicar a promocionar el castellano y el catalán o solo el catalán.
¿Quien y cómo se decide si una frontera federada separa Cataluña de Aragón igual que la que hay entre Portugal y Extremadura?, o se mantiene su inexistencia.
En modo alguno la decisión es de ámbito privado como la pertenencia a una iglesia. Simplemente no puede serlo. La articulación entre los grupos, como plantea Juan Mari, o la pertenencia o no a ellos, es de ámbito público, a diferencia de la existencia o no de una separación orgánica entre anglicanos y evangelistas; la admisión de miembros en este caso es de orden privado.
Como ejemplo manifiesto: Si el estado federado es Cataluña eliges un gobierno federado en un ámbito. Si el estado federado es Iberia los portugueses eligirían en un ámbito distinto: ergo la pertenencia no puede ser de ningún modo una cuestión del ámbito privado. Creo que esto rompe por completo el paralelismo con la cuestión ideológica o religiosa.
Ah, vale, José. Vamos a ver, las pertenencia a un grupo étnico, cultural o lingüístico no es elegida, efectivamente, ya naces con unas características étnicas, culturales y lingüísticas. Y es natural que las personas establezcan relaciones entre sí en función del parecido entre esas características: quienes hablan la misma lengua tenderán a relacionarse más entre ellos que con quienes hablen otra lengua, por ejemplo, y quienes compartan las mismas tradiciones tenderán a relacionarse también más entre ellos que con otros. Y normalmente esto tiene que ver con la proximidad: los más próximos tienden a relacionarse más entre sí que con los más lejanos. Es natural que haya más vínculos culturales y sentido de identidad y pertenencia entre quienes son más próximos y parecidos que entre los lejanos y distintos. Y eso genera comunidades étnicas, lingüísticas, etc. Todo eso bien. Pero lo que añade el laicismo (me remito a Catherine Kintzler) es que eso es irrelevante políticamente. Que la unidad política no se basa en esas cuestiones empíricas sino en la perspectiva transcendental que toma al individuo como tal independientemente de lo otro, y que así se fija en sus derechos políticos como tal individuo, y que de esta forma son universales (de todos los individuos). Visto así, las fronteras no tienen sentido en el ámbito público, porque los derechos de quien habla castellano, catalán o swahili son exactamente los mismos en tanto que individuos. Por eso digo que el laicismo tiende al cosmopolitismo. Ahora bien, el laicismo no borra las cuestiones empíricas (culturales, lingüísticas, etc.). De ahí que me parezca razonable el federalismo como forma de articular una forma de organización que atienda a lo universal (el ámbito federal) a la vez que a lo particular (el ámbito de cada federación). Lo demás me parecen cuestiones “menores” y entiéndase lo que quiero decir con menores: me parecen resolubles desde esta perspectiva laica y democrática: las fronteras de cada Estado federado serán las que decidan sus mayorías respectivas a partir de las realmente existentes ahora mismo. Si la mayoría de catalanes y aragoneses decidieran borrar su frontera y unificarse, me parecería perfecto, como si quieren mantenerse cada uno como una federación dentro del conjunto. Por ejemplo, si en una futura Federación Europea, Cataluña quisiera ser un Estado federado distinto del español, pues vale. Y si lo que ahora son España y Portugal decidieran unirse como un solo Estado federado ibérico dentro de una Europa Federal, pues vale también. En democracia estas cosas se arreglan votando, más que nada, porque históricamente las alternativas han sido otras peores: la violencia y la guerra. Para mí son ejemplos Quebec en Canadá y Escocia en Gran Bretaña, pero no lo que pasó en Yugoslavia.
EliminarYo creo que obvias el núcleo del problema:
ResponderEliminar"Si la mayoría de catalanes y aragoneses decidieran borrar su frontera y unificarse,..."
Pero y si la mayoría de catalanes quisiera y la mayoría de aragoneses no. Planteas la solución de un no-conflicto, no la solución del conflicto. En los casos Canadienses y Escocés el conflicto estaba preresuelto: Canadienses y Británicos habían decidido que Escoceses y Quebecois tenían derecho a decidir ergo saliese la solución que saliese el conflicto estaba ya desde antes preresuelto.
En Yugoslavia el conflicto chocaba con que los serbios de Serbia consideraban que los serbios de Bosnia y de Croacia era relevantes y por tanto todos los serbios de Yugoslavia tenían derecho a decidir sobre las fronteras interiores (el caso suena terriblemente parecido al español).
En tu utopía (que te la compro pero no lo hace menos utopía) supongo que decidiría el estado federal (el gobierno mundial ideal). Pero en tanto el estado no sea mundial el problema lleva a una paradoja irresoluble.
La solución que propones parece indicar: Si la frontera ya existe y no hay voluntad de quitarla POR UNA DE LAS PARTES como no hay acuerdo se deja. Pero si esa misma frontera no existe Y UNA NO QUIERE QUE EXISTA no se pone. Luego la solución no tiene nada que ver con el laicismo: santifica el status quo. Una solución inaceptable porque no es una decisión racional de lo que ahora queremos hacer, sino una aceptación de una herencia que para algunos es injusta.
Esta solución no resuelve nada. No permite dirimir el conflicto porque la frontera marca quienes pueden participar en la toma de decisiones sobre la misma frontera. Como vengo insistiendo no hay analogía porque estamos discutiendo quien pertenece o no al corpus de los que pueden decidir.
El problema me recuerda a la paradoja que le plantean a Sancho en el Quijote: Quien mienta cuando declare para qué quiere entrar en la ínsula será ahorcado. Cuando un pasajero dice que acude a la ínsula para ser ahorcado es imposible aplicarle la ley de forma justa
http://www.acertijos.net/paradojas6.html.
Simplemente no es verdad que "las fronteras no tienen sentido en el ámbito público, porque los derechos de quien habla castellano, catalán o swahili son exactamente los mismos en tanto que individuos" tienen sentido en cuanto deciden quienes forman los cuerpos de electores en las tomas de decisiones". Tomar decisiones, por muy menores que sean, es algo que levanta las mayores pasiones y es el problema: ¿Con quien me reúno para decidir? Según sean unos u otros puedo llegar a la conclusión de que están decidiendo por mí.
Y encima no puedo elegir, me viene dado de nacimiento.
Y el problema se agudiza entre vecinos: es peor aún, crearía más sufrimiento o conflicto, decidir si Benabarre (en la franja del Cinca se habla catalán) está en Aragón o en Cataluña que preguntarle a los Tarraconenses si quieren compartir estado con Zaragoza (en este caso casi todos dicen no y no hay conflicto).
Las fronteras son relevantes siempre (hasta en el caso de los términos municipales) y yo no veo solución relacionada con el laicismo porque el problema nunca es del ámbito privado.
Gracias, Pepe:
EliminarParte de mi respuesta estaría en las que le he dado a Josemari más arriba, y no me repito. Para mí, el federalismo resuelve los problemas que planteas del modo más óptimo, por lo menos a mi forma de ver o falta de una alternativa mejor, combinando unidad y diversidad.
Tú te centras en quién pertenece al corpus de quienes deban decidir sobre la fusión de un territorio con otro o sobre la separación de algún territorio. Mi respuesta es: sobre la fusión, por mayoría en AMBOS territorios. Si el territorio A quiere unirse al B pero B no quiere unirse al A, entiendo que no debe haber fusión, porque me parecería un caso muy similar al de una invasión de un territorio sobre otro (o al caso de un matrimonio forzado). Sobre la separación, entiendo que debe ser la mayoría del territorio que se plantee dicha separación, y que el resto del territorio debe aceptarlo si así fuese, tal como pasa en Canadá (Quebec) o Gran Bretaña (Escocia). Por analogía con el divorcio: no parece de recibo que haga falta el consentimiento mutuo para divorciarse. Independientemente de otras consideraciones, por pura pragmática: si no, la mayoría de ese territorio se sentirá oprimida (y de hecho lo estará) y se le estará forzando a la resignación o a la violencia (tal como pasaba muchas veces a uno de los cónyuges cuando no había derecho de divorcio). Históricamente, estos problemas se han resuelto con la violencia y la guerra. Lo que yo propongo, desde el federalismo, es otra alternativa que me parece que lo resuelve mejor.
Para acabar, cuando preguntas: “Tomar decisiones, por muy menores que sean, es algo que levanta las mayores pasiones y es el problema: ¿Con quien me reúno para decidir? Según sean unos u otros puedo llegar a la conclusión de que están decidiendo por mí”. Eso es lo que creo que resuelve el federalismo de la mejor forma en analogía con el laicismo: las cuestiones que afectan a intereses generales o derechos fundamentales se resuelven en el ámbito federal (igual que las universales en el ámbito público) y las cuestiones menores o que solo afectan a una parte pero no al conjunto pues en el ámbito de cada Estado federado por parte de sus propios afectados (igual que lo particular en el ámbito privado), sin mutua injerencia. Es lo que decía en una de las respuestas a Josemari más arriba: ¿hace falta una ley universal que establezca si conducir por la izquierda o por la derecha? Si en un territorio prefieren una opción y en otro la otra, y les va bien, ¿por qué los que no son de un territorio van a obligar a los de otro a cambiar esa norma? No le vería sentido.
Pero insisto, si hay una alternativa mejor me gustaría conocerla. Porque si no, las cosas se quedan como están, y eso sí es santificar el status quo.
En el caso de Québec y de acuerdo con el dictamen del Supremo y la ley de la claridad no está nada claro que si en el referéndum sale un sí a la secesión sea Quebec entero quien inicie las negociaciones multilaterales para independizarse. Al menos no tan claro para el Parlamento de Québec que se apresuró a sacar una ley sobre el respeto del ejercicio de los derechos fundamentales y prerrogativas de las personas y el Estado de Québec donde se afirma el derecho a la integridad territorial de Québec (entre otros cosas) No es una cuestión de democracia sino de nacionalismo.
EliminarBueno, no interpreté bien tu resolución del conflicto. No es traspasar al estado federal sino aplicar la libertad mayor al ente menor en todo caso. Y arguyes la analogía con el divorcio.
ResponderEliminar.
Vuelvo a discrepar con la analogía. Soy muy partidario de ellas cuando son clarificadoras, pero a veces la claridad es engañosa. Como dice Juanmari una decisión de un conjunto al menos a menudo no se puede equiparar a la decisión de un individuo.
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El problema de esta analogía y criterio es que cuando una decisión de mi ente no me guste siempre podría pedir la separación. Podría seguir con el ejemplo de conducir por la derecha o la izquierda, pero al volver a ser ejemplos teóricos parecería que llego al absurdo por mera persecución del argumento. Así que me voy a algo más real y probable.
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Si en Tarragona no están de acuerdo con la inmersión lingüística (en el conjunto de la provincia creo que es así por el peso de la costa, pero seguramente no lo están en el interior) Tarragona podría pedir la separación de Cataluña. Pero a continuación podrían ser la comarcas del nordeste las que pidieran la separación. Hasta llegar a la segregación de barrios, por parar en algún sitio.
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No en balde el propio Quebec fijó una fronteras "indivisibles" con la pretensión de que fuesen "indiscutibles".
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Los mismos que tensan las fronteras de forma centrífuga pasan a ser centrípetos en cuanto se cuestiona su territorio. Para ellos no hay contradicción porque su razón es nacionalista y por tanto nada raciona, ni lo pretenden. Son herederos de una idealización nada racional.
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Por tanto dar la razón al ente menor no me parece tampoco una solución racional y objetivable. Sé que el argumento de llegar a la separación de barrios entraría en la falacia de la rampa resbaladiza si no fuese por las tensiones ya ocurridas en Yugoslavia o en el caso de Rusia que separada de la URSS aún mantiene tensiones internas, y en los estados tensionados también hay divisiones. Así no hasta el infinito, pero sí hasta el conflicto dramático.
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Finalmente no veo solución a poner la frontera en atención al menor de los entes discrepantes. Creo que nadie compraría esa solución. Cataluña y el País Vasco parece que antes o después se separarían, pero a su vez tendrían problemas con algunas regiones muy infiltradas de "Españolidad" (sea eso lo que sea) y el conflicto solo estaría atomizado y una vez más por causas no racionales.