Laicismo y derecho de autodeterminación (Andrés Carmona)



20/02/2016

           

La semana pasada nos ocupábamos de la afinidad del laicismo y el federalismo proponiendo una analogía entre el principio laico de separación y el principio federativo. Dicho texto continuaba al de laicismo y nacionalismo de la semana anterior. Queremos completar ambos con algunos apuntes sobre el derecho de autodeterminación entendido en un sentido laico.


Partimos de la noción del derecho de autodeterminación tal como se entiende en el Derecho internacional pero con matices laicos. Dicho derecho se concibe en el contexto de descolonización. Resulta evidente que la colonización es contraria al laicismo: este asume la democracia y no puede aceptar que un conjunto de individuos (no un “pueblo” metafísico) no participe en el gobierno de sus asuntos y esté gobernado desde la distancia por una metrópoli. El derecho de autodeterminación de las colonias para independizarse y autogobernarse es totalmente legítimo, si bien el laicismo añadiría que ese autogobierno debe ser laico y no para crear naciones étnicas o religiosas o de cualquier otro tipo comunitarista. Un ejemplo histórico sería la independencia de las colonias norteamericanas que dio lugar a la creación de los Estados Unidos de América, en cuya constitución establecieron la separación Estado-religión en la primera Enmienda. Sin embargo, no siempre un proceso de independencia nacional conlleva la creación de un Estado laico ni beneficia a sus individuos en términos de libertades laicas. La independencia puede conducir a un vacío de poder que sea ocupado por las fuerzas más reaccionarias de la sociedad, estableciéndose gobiernos teocráticos, confesionales o totalitarios. Algunos procesos independentistas en Asia y África serían ejemplos de lo anterior. En cualquier caso, el derecho de autodeterminación es un derecho cuyos sujetos son los individuos y no ninguna entidad metafísica de tipo comunitario, ya sea un “pueblo”, una nación étnica o una comunidad lingüística, cultural o religiosa.

Aquí apostamos por un Estado federal laico, que respeta, protege, garantiza y extiende los derechos de ciudadanía, la igualdad de derechos y el derecho a la diferencia. Un Estado así tenderá a crecer y extenderse hasta el límite de lo universal. Las naciones previamente independientes tenderán a federarse para beneficiarse de esa economía de escala que les permite integrarse en la federación. En este sentido, el federalismo fue el camino seguido para la creación de naciones por la unión o federación de unidades menores anteriores, como fue el caso de los EEUU, México o Alemania. Y podría ser el camino hacia una futura Federación Europea que superara el “confederalismo” actual de la Unión Europea. Como utopía, el objetivo laico no puede ser otro que una Federación Universal que supere a la ONU.

Al mismo tiempo, separarse de la federación no tendrá sentido laico, pues, en el mejor de los casos, se mantendrían los mismos derechos fundamentales pero se perderían los beneficios que permite la unión con las demás federaciones. Solo tendría sentido en términos comunitaristas o identitarios, excluyentes, de no querer estar unido con quien es diferente por su lengua, religión o color de piel, o para discriminarlo o lograr privilegios propios, pero no tendría sentido laico ninguno. En el contexto de la historia de los EEUU, los Estados secesionistas del sur pretendieron su independencia para conservar y aumentar sus privilegios terratenientes y esclavistas contra la Federación, que implicaba una mayor industrialización y la abolición de la esclavitud.

Nótese que, pese a lo que pueda parecer al principio, el federalismo es un movimiento que tiende hacia la unidad (en la diversidad) y no hacia la separación o el independentismo. Históricamente, y en su concepto, el federalismo tiende a una mayor unidad y no a la fragmentación de los territorios, cuyo ideal asintótico sería la Federación Universal.

La separación solo tendría sentido laico si la entidad mayor (federal o unitaria) no fuera laica y no respetara el derecho a la diferencia, esto es, que discriminara a algunos de sus individuos por su color de piel, etnia, cultura, lengua, etc., y no hubiera otra forma de proteger esos derechos que separarse físicamente de la entidad mayor para constituirse como una nación laica donde sí se respetara la igualdad. Pero sería una opción límite y solo en ese contexto de desigualdad. Ahora bien, si no se da ese contexto de discriminación, la separación no tiene sentido laico. Y mucho menos cuando la supuesta discriminación es solo una excusa comunitarista para pretender un privilegio respecto del resto basándose en tradiciones, costumbres, idiomas, religiones, culturas, etc., o para discriminar a quienes no participan de ese rasgo comunitarista.

            En este sentido, vamos a considerar, brevemente, dos ejemplos. Uno es el de la lucha contra el racismo en Sudáfrica y en EEUU. En ambos casos, las leyes racistas de esos países discriminaban a las personas por su color de piel. Pero la lucha de los oprimidos no se orientó, principalmente, a la creación de naciones independientes solo de negros, sino hacia la igualdad de derechos entre unos y otros dentro del mismo Estado. En el caso de Sudáfrica, y pese al terrible apartheid, la política de Nelson Mandela no fue la creación de una “nación negra”, sino de una nación en la que tanto blancos como negros tuvieran los mismos derechos. En el caso de EEUU, el Movimiento por los Derechos Civiles, de Martin Luther King, iría por la misma línea de igualdad de derechos, frente a la Nación del Islam, por ejemplo, partidaria en su momento de la creación de una nación negra en el sur de EEUU. Caben más diferencias: pese a que Luther King era profundamente religioso (protestante) defendía la separación de la religión y el Estado, mientras que la Nación del Islam es profundamente religiosa (musulmana heterodoxa) y racista. Ambos, el Movimiento por los Derechos Civiles y la Nación del Islam, luchaban contra el racismo blanco contra los negros, pero uno defendía la igualdad de derechos en el mismo Estado, mientras que el otro procuraba la creación de un Estado negro con un racismo inverso al sufrido (hacia los blancos). Es evidente de qué lado cae el laicismo.

            El segundo ejemplo es la creación del Estado de Israel y la “cuestión judía”. Tras la diáspora, y siglos de discriminación y persecución antisemita (pogromos y, sobre todo, el Holocausto), adquiere fuerza entre los judíos la idea sionista: la creación de un Estado que dé refugio a todos los judíos perseguidos en el mundo. Sin embargo, y a diferencia de la Nación del Islam, ese nuevo Estado no se concibe, en sus orígenes por lo menos, como un Estado religioso ni étnico, sino como un Estado secular aunque sus integrantes sean mayoritariamente judíos, al estar concebido como lugar de refugio para ellos. No se trataba, repetimos, en su origen, de un Estado exclusivo para judíos y excluyente de los demás, ni tan siquiera religioso. De hecho, los primeros sionistas son casi todos laicos e incluso ateos y socialistas, prueba de lo cual eran los kibutz, o que incluso se considerase la creación de ese Estado en Argentina. Con sus más y con sus menos, el Estado de Israel puede considerarse un ejemplo del caso extremo en el que la lucha por la igualdad de derechos, y por el mero derecho a existir, pasa por la creación de un Estado que defienda ese derecho con el establecimiento de unas fronteras. No se trata de crear un Estado que ejerza un racismo inverso hacia los no-judíos o que privilegie a los judíos, sino de crear un Estado donde judíos y no-judíos puedan tener los mismos derechos ya que, en el resto de países, a los judíos no se les reconocen y se les persigue solo por ser judíos. Otra cosa es en lo que se haya convertido el Estado de Israel desde su fundación hasta hoy en día y su política de opresión hacia Palestina, en todo momento aquí nos referimos a lo que fue la idea sionista en sus orígenes por parte de sus ideólogos más progresistas. De cualquier forma, en una escala de laicidad, el Israel actual estaría muy encima como país laico respecto de cualquier otra nación de su entorno, muchas de las cuales son confesionales o directamente teocráticas.

         Estos ejemplos muestran la relación entre laicismo y derecho de autodeterminación. En sentido laico, este derecho se justifica como forma de defensa de los derechos de los individuos oprimidos, y no de un supuesto “pueblo” metafísico. La primera opción laica es lograr la igualdad de derechos dentro del Estado opresor para que deje de serlo, en la línea del Movimiento por los Derechos Civiles en EEUU. Si esta vía es imposible, puede admitirse la separación y creación de un nuevo Estado como lugar de refugio y protección para esos individuos oprimidos, pero siempre y cuando esa nueva nación no cometa el error de reproducir la misma opresión pero en sentido inverso. Si el anterior Estado opresor del que se hubieran separado se laicizara y también respetara esa igualdad, la separación dejaría de tener sentido, y la tendencia debería ser hacia la federación. De hecho, sería deseable que, con el tiempo, fuera posible la existencia de un único Estado en oriente próximo donde sus individuos no fueran considerados musulmanes ni judíos (o ateos o cristianos) sino simplemente ciudadanos de un mismo Estado laico. Si bien, hoy por hoy, ya sería bastante con el reconocimiento del Estado palestino y la esperanza de la federación de ambos en ese Estado laico futuro. Lo mismo sería deseable también en el caso de una futura unidad federal entre la India y Pakistán que superara la distinción entre hindúes y musulmanes.

Por analogía con el marxismo: para este, la “cuestión nacional” se resuelve en términos de lucha de clases, esto es, la independencia nacional tiene sentido si contribuye a favor del proletariado pero no si refuerza a la burguesía de la nueva nación independiente. De forma similar, un movimiento independentista tendrá sentido laico si es la única forma de establecer la igualdad de derechos de algunos individuos oprimidos por un Estado, pero no si es una forma de instaurar un Estado independiente pero comunitarista, racista, teocrático o etnicista. Para ese viaje, los laicistas no preparamos las alforjas.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

Comentarios

  1. 1. Estamos de acuerdo en que las colonias tienen el derecho a la autodeterminación. El problema, no obstante, es: ¿qué es una colonia? Se suele creer que esto es muy fácil de definir, pero yo lo veo muy difícil. ¿Es la Guyana francesa una colonia? ¿Cataluña? ¿Tíbet? Al final, yo creo que para salir de estas dudas, el mejor criterio es sencillamente una teoría plesbiscitaria de la secesión: debe concederse a cualquier colectivo que la pida (siempre y cuando ofrezca garantías laicas y democráticas, como bien señalas), y ningún gobierno debe tener el derecho a decir que la secesión de una región depende del voto de todo el país.
    2. Yo no estoy tan seguro de que Israel, incluso en sus inicios sionistas, no pretendía ser un Estado étnico. Ellos siempre se definieron como "Estado judío democrático", y la clara implicación era que siempre debería mantener un carácter étnico judío. Eso no implicaba que los árabes fueran ciudadanos de segunda con menos derechos, pero sí implicaba que siempre se asegurara que la mayoría étnica fuese judía. Éste es el principal motivo por el cual no se permite el regreso de los refugiados. Incluso los sionistas más democráticos y progresistas, siempre han dicho que Israel, para poder sobrevivir, debe mantener la población árabe a no más del 20%.

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  2. ¿El 10% de ciudadanos más ricos de un estado?

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  3. Mis comentarios en la anterior publicación empezaron con una cautela. Ahora creo que la cautela estaba más que justificada. Es en este escrito en el que escribes y por extenso tu visión sobre el problema de las fronteras. Separas muy bien el problema de la secesión del problema de la integración. De acuerdo con este planteamiento la separación entre Eslovaquia y Chequia, proceso aclamadísimo y considerado modélico, estaría injustificado; pues era disgregador y no aportaba ningún derecho a los ciudadanos que estuviese coartado en la federación que formaban Bohemia, Moldavia y Eslovaquia.

    Igualmente en la explosión de Yugoslavia los estados no servios no tenían razón alguna; aunque durante la guerra misma y sus barbaries serviría de razón a posteriori (no se puede convivir con quien no te ha respetado, es evidente).

    Bueno. No tengo más que objetar. Es un criterio. No creo que resuelva mucho, básicamente es conservador del Statu Quo, salvo en los casos de colonialismo, pero es un criterio claro. La ventaja de un criterio claro es que prejuzga la resolución de los conflictos y por tanto los conjura.

    El problema que le veo es que por ser conservador no va a servir para resolver los supuestos agravios históricos disgregadores. La razón aportada de que no cambia los derechos fundamentales de los individuos no creo que convenza a quien crea que no se está dando una razón objetiva que haga diferente el trato a portugueses y catalanes más que unos ganaron una guerra y los otros la perdieron.

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  4. Gracias a todos por vuestros comentarios. Contestando así en general: lo único que intento es buscar (si es que las hay) relaciones entre laicismo y federalismo, ensayando la hipótesis de que hay una afinidad o analogía entre ambos basándome en sus principios básicos, el principio de separación y el federativo, que conjugan unidad y diversidad a la vez. En este último texto, solo hacía algunas reflexiones sobre el derecho de autodeterminación, ubicándolo como derecho de los individuos y no de los pueblos (en tanto que entes metafísicos), e indicando que dicho derecho puede utilizarse tanto para unir como para separar. Y ya dije en otros comentarios que mi modelo era Canadá-Quebec y Gran Bretaña-Escocia, o si se quiere así, la “teoría plebiscitaria de la secesión” como la llama Andrade. Por otra parte, solo aludo al punto de vista laicista, pero no a otros, que también pueden ser legítimos. Desde esta perspectiva, un proceso independentista o unionista puede no tener sentido laico, pero tenerlo de otro tipo, y también legítimo. No todo tiene que tener un sentido laico. Para tenerlo, tiene que contribuir a mejorar la libertad de conciencia. Ahora bien, podría darse el caso de que la independencia de un territorio, o la unión de dos previamente separados, ni pusieran ni quitaran a la libertad de conciencia, pero fueran deseables (o indeseables) por otros motivos distintos. No conozco tanto el caso de Canadá, pero supongo que ni los canadienses ni los quebequenses ganarían ni perderían nada en términos de libertad de conciencia tanto si Quebec se independiza como si no, pero admito que puede haber otros motivos distintos tanto para una cosa como para la otra. Y entiendo que, si es así, como laicista no tengo nada que decir. Es más, voy a mojarme más, aunque he intentado ser lo más aséptico posible. Si una futura Cataluña independiente significara la creación de una nueva nación política (no étnica) con la laicidad del Estado inscrita en su Constitución (más allá de la confusa “aconfesionalidad” española), creo que habría motivos laicistas para apoyar esa independencia, porque los catalanes ganarían en laicidad y los españoles no perderían nada en términos laicos. Por el contrario, si esa independencia significara la creación de un Estado “aconfesional” sin más, no le vería sentido laico, aunque podría tener otros sentidos legítimos (eficiencia económica, más autogobierno, etc.) igual que podría tener otros sentidos ilegítimos en sentido laico (que remitieran a comunitarismos, etnicismos, etc.). En resumen, apoyo el derecho de autodeterminación como derecho de los individuos de cada territorio, si bien mi postura particular es la de que dicho derecho es mejor utilizarlo para unir en vez de para separar, y que la clave laicista está en función de la libertad de conciencia (aunque puede haber otros criterios legítimos e incluso en conflicto). Mojándome más todavía: preferiría una República Federal y laica española antes que lo que hay ahora o una Cataluña independiente, igual que preferiría que esa República se insertara en una futura Unión Federal Europea que superara tanto a España como a Cataluña (y si me apuráis a Portugal, una especie de Estado Ibérico en el conjunto de Europa). Ahora bien, respeto cualesquiera otras opciones mientras se garanticen los derechos fundamentales y, entre ellos, el de la libertad de conciencia que da sentido a la laicidad.

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  5. ¿Quién debe decidir? A mi modo de ver, y por analogía: para casarse hacen falta dos pero para divorciarse basta con uno. ¿Quién debe decidir si Portugal y España se unen federalmente? Pues la mayoría de portugueses y la mayoría de españoles (y no solo la mayoría de uno de los dos). En caso de unirse, si en una parte del territorio de esa nueva Federación Ibérica se plantean separarse, entiendo que tienen derecho a decidirlo ellos y no el conjunto de la Federación (igual que cada cónyuge tiene derecho a divorciarse sin permiso del otro). Por la misma razón que entiendo que si España quisiera dejar de pertenecer a la Unión Europea (o a una futura Unión Federal Europea) debería tener derecho sin necesitar el permiso del resto de la Unión. Más claro todavía: en Cataluña los catalanes, en Quebec los quebequenses, en Escocia los escoceses, en Gibraltar los gibraltareños, en Ceuta los ceutíes, en Melilla los melillenses, en el Sáhara occidental los saharauis…, y si hubiera tres pueblos limítrofes toledanos y uno extremeño donde su mayoría quisiera unirse y constituirse como nación independiente de España, pues también por mayoría en cada uno de ellos. Porque entiendo que el derecho no le corresponde ni a los territorios ni a los pueblos metafísicos, sino a los individuos concretos y actuales, sin hipotecas históricas ni metafísicas. Lo que pasa es que este es otro tema filosófico y por ahora solo lo apunto: entiendo que el único sujeto de derechos es el individuo, y que tan solo es el individuo quien es responsable de sus acciones (para lo bueno y para lo malo), y no los “pueblos”, “comunidades”, etc. Si es así, las responsabilidades no pasan de padres a hijos, y la maldad de los padres no recae sobre los hijos (al contrario de lo que dice la Biblia). Los alemanes de ahora no son responsables ante los judíos de ahora de lo que hicieran los alemanes de antes a los judíos de antes, igual que los blancos de ahora no son responsables del esclavismo de sus bisabuelos. Por lo mismo, las fronteras deben decidirlas los individuos de ahora realmente existentes, pero no en función de hipotecas históricas, derechos históricos, ni nada de eso. Si la mayoría de habitantes reales ahora mismo de esos tres pueblos hipotéticos de Toledo y uno de Extremadura que decía quieren unirse como nación independiente, ¿no tienen derecho porque históricamente nunca existieron en el pasado como un reino, una colonia o nada similar? Si los habitantes reales ahora mismo del Rosellón no quieren formar parte ni de España ni de Cataluña, ¿deben hacerlo porque en el pasado sus taratarabuelos vivieron en el reino de Mallorca? ¿Deberíamos unirnos españoles y portugueses con los italianos porque hace siglos fueron todos del Imperio romano? ¿Hasta dónde retrotraemos los “derechos históricos”? Porque hacia atrás, hacia atrás, todos monos (y mucho antes, amebas). Por eso, desde el punto de vista de los individuos, como únicos sujetos de derechos, me cuesta entender los nacionalismos, y siempre pienso más hacia la unidad que hacia los separatismos, y entiendo que el laicismo apunta más al federalismo y al cosmopolitismo que a otra cosa.

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    1. Sólo una cosa porque para lo demás necesitaría una semana, la consecuencia lógica de que el sujeto del derecho de autodeterminación sea individual es el libreasociacionismo liberal no el confederalismo (y no federalismo) que usted propone.

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