Laicismo y prostitución (II) (Andrés Carmona)
09/01/2016.
El debate sobre laicismo y
prostitución continúa. A mis dos textos sobre los nuevos
retos del laicismo y sobre laicismo
y feminismo, se sumó el de Eugenio
Piñero, que respondí poco después aquí, y que
a su vez ha recibido tres críticas: una de Raquel
Ortiz y otra de Juanjo
Picó y otra del propio Piñero.
Valgan estas indicaciones para quien quiera remontar y seguir el debate desde
sus comienzos.
He de decir que estoy
encantado con este debate. Por varias razones, algunas que ya he dicho en otros
textos. Una, el tono amable, respetuoso y a la vez riguroso y contundente en lo
argumentativo, y eso que es un tema delicado que levanta pasiones y posiciones
enfrentadas. Otra, porque muestra dos aspectos del laicismo que me interesan
muchísimo. Uno es la diversidad interna dentro del laicismo, que no es para
nada monolítico y que dentro de él caben distintas opiniones sobre ciertos
temas. Diversidad que alimenta el debate y el diálogo y nos hace avanzar
colaborativamente hacia el consenso (por lo menos, como meta ideal, cuyo
resultado siempre es positivo aunque no se logre plenamente). También está el
hecho de que tanto Eugenio, Raquel, Juanjo y yo mismo somos miembros de Europa
Laica, y aún así tenemos opiniones distintas y podemos dialogarlas en este tono
ameno y contundente a la vez, lo que no es sino laicismo en vivo, esto es, un
ejemplo del laicismo que los cuatro defendemos: que es posible tener opiniones
distintas y convivir pacíficamente al mismo tiempo. El otro aspecto del
laicismo que pone de manifiesto este debate es su dimensión más allá de lo
religioso. Es fácil confundir laicismo con oposición a la religión o reducirlo
a anticlericalismo, pero ni el laicismo es antirreligioso ni es solamente
anticlerical. El laicismo se opone al clericalismo (que no a la religión en sí
misma) en tanto que las religiones organizadas (los cleros) han sido,
históricamente, los principales enemigos de la libertad de conciencia. Pero el
objetivo último del laicismo es esa libertad de conciencia, y ésta tiene
dimensiones que no se agotan en lo que atañe a la religión, los cleros, etc. Por
ejemplo, la que tiene que ver con la interrupción voluntaria del embarazo, la
eutanasia, la libertad de expresión, o el tema que nos ocupa ahora: la
prostitución.
Entro ya en la respuesta a
los textos críticos con mi postura. A mi modo de ver, confunden dos planos que
en el laicismo deben estar bien delimitados: el de la libertad de conciencia y
el de los contenidos concretos de cada conciencia. Esto es algo que en el
laicismo está muy claro en lo que tiene que ver con la religión. El laicismo no
entra en la cuestión sustantiva de la religión, esto es, no tiene opinión ni
postura definida en relación a si existen o no divinidades u otros entes
espirituales o sobrenaturales. En cuanto a la religión y la espiritualidad, el
laicismo no es ni creyente, ni ateo, ni agnóstico, ni nada de eso. El laicismo
está en otro plano distinto. El laicismo lo que defiende es el derecho a la
libertad de conciencia para que sea cada persona la que decida por sí misma qué
opinión quiere tener con respecto a todas esas opciones, sin que se la pueda
coartar o coaccionar de ninguna forma en ese aspecto. Y ahí se queda el
laicismo. Como laicistas, defendemos que una persona pueda ser atea, otra
creyente, otra agnóstica, otra panteísta, sin entrar a decidir quién está más
acertado en su opinión. . Porque el laicismo no es una opción más al lado de, y
alternativa a, el teísmo, el ateísmo, el agnosticismo, etc. El laicismo se
mueve en otro plano distinto. De esta forma, se puede ser laicista y creyente,
laicista y ateo, laicista y agnóstico, etc. No es incompatible, siempre y
cuando cada uno entienda que los demás pueden pensar distinto de él mismo, y
que tienen derecho a tener sus propias opiniones y vivir de acuerdo a ellas
aunque a uno mismo le repugnen esas opiniones de los demás. El laicista
cristiano cree que el ateo está en un error, pero reconoce y defiende su
derecho a la libertad de conciencia y a ser ateo sin querer imponerle su propio
cristianismo, aunque pueda intentar convencerle de lo contrario pacíficamente.
El laicista ateo igual pero al revés: cree que es el cristiano el que se
equivoca, pero respeta y defiende su derecho a ser cristiano, aunque no
comparta sus creencias e incluso las critique y procure acabar
(dialécticamente, pacíficamente, sin violencia de ningún tipo) con esas
creencias.
Aunque ya se ha dicho
muchas veces, no está de más repetirlo una más aunque no profundicemos. Lo
anterior no implica relativismo de ningún tipo. No es un “todo vale”. Todo lo
anterior implica asumir una serie de valores que son condición de posibilidad
de ese laicismo, como son la libertad, la dignidad, la autonomía, la igualdad,
etc., y ante los que no cabe ser relativista.
Volviendo a lo anterior, y
antes de pasar a lo siguiente: ¿por qué el laicismo no entra en la cuestión
sustantiva de si existen los dioses o no? ¿Y por qué, sin embargo, sí está en
contra del asesinato? ¿No debería dejarse el asesinato al albur de la
conciencia de cada cual? Para mí la clave está en el consenso moral. Al no ser relativista, ni tampoco dogmático, sí
acepto el progreso moral. Sería largo de explicar, y tal vez lo haga en otro
texto, pero en resumen: siguiendo ideas de autores como Peter Singer, Steven
Pinker y otros, considero que la humanidad ha ido ampliando progresivamente el
círculo moral, es decir, el número de sujetos morales a los que se les
reconocen valores y derechos como la libertad, la dignidad, la autonomía, la
vida, la igualdad, etc. (círculo que, en la medida de lo razonable, se estaría
llegando a extender también incluso a los animales no humanos, por lo menos, en
lo relativo a no sufrir innecesariamente), así como han ido aumentando en
número e intensidad esos propios valores y derechos. Y ese círculo y valores se
amplía en función de consensos morales, consensos a los que va llegando la
humanidad poco a poco en base a razones y valores compartidos que se van
consolidando en una ética mínima universal, y cuyo referente jurídico-moral
serían los Derechos Humanos. Dentro de dicho consenso está el derecho a la vida
de todo ser humano nacido, derecho que, hoy día, nadie en su sano juicio pone
en duda y contra el que no hay, ahora mismo, ningún argumento sólido que se le
oponga, por eso hablamos de consenso moral al respecto (consenso imperfecto,
necesariamente, porque sigue habiendo países con pena de muerte, u
organizaciones terroristas, pero la tendencia universal hacia la extinción de
la pena de muerte o el rechazo general hacia el terrorismo apuntan a que
podamos hablar de ese consenso).
Pero, como decíamos, es un
consenso de mínimos (además de imperfecto) porque, con poco que nos
salgamos de esos mínimos, el consenso desaparece. Es lo que sucede, por
ejemplo, cuando hablamos del derecho a la vida en relación a su comienzo o su
final, lo que conduce a los desacuerdos con respecto a la interrupción voluntaria
del embarazo o la eutanasia (por no hablar de si los animales no humanos tienen
derechos o no). En esos asuntos no hay consenso porque tanto hay buenos y
sólidos argumentos tanto a favor como en contra, y la opinión pública se
encuentra dividida. Ahí es donde el laicismo sí tiene algo que decir: el
laicismo aporta un marco de convivencia que permite la convivencia pacífica a
pesar de esos disensos morales. Y lo hace defendiendo el derecho a la libertad
de conciencia: en lo que atañe a esos asuntos morales sin consenso, que cada
cual pueda pensar libremente y actuar de acuerdo a su conciencia, en igualdad, sin
que se le pueda obligar o prohibir nada amparado en motivos de otra conciencia.
De ahí que el laicismo defienda el derecho a la interrupción voluntaria del
embarazo o a la eutanasia, pero que no entre a opinar si cualquiera de esas
cosas son buenas o malas, dignas o indignas, justas o injustas, porque no le
corresponde. Lo mismo con la religión: al no existir ningún tipo de consenso al
respecto de las cuestiones religiosas, espirituales, etc., el laicismo no toma
postura, sino que defiende el derecho de cada cual a creer lo que le parezca
mejor en esos temas.
El carácter de mínimos e
imperfecto que decíamos que tienen los consensos morales se muestra también a
la hora de acercarnos a los propios valores en los que se basan esos consensos
y el laicismo. Dichos valores son la libertad, autonomía, dignidad, igualdad,
etc., pero entendidos de forma mínima,
porque si se quisiera definirlos más concretamente, se acabaría el consenso. El
consenso moral actual considera evidente que la dignidad de la persona implica
que nadie pueda ser esclavizado o torturado (consenso que, hace siglos, no
existía ni mucho menos). Pero si nos salimos de estos mínimos, ya no hay
consenso sobre qué más significa la dignidad, o la igualdad, etc. Cualquiera
que quiera llevar esos valores más allá de este consenso de mínimos, está
poniendo un pie fuera del laicismo, y situándose en otros ámbitos distintos (ni
mejores ni peores, distintos). Por ejemplo, si alguien argumentara que el valor
de la dignidad implica el derecho a no sufrir innecesariamente, podría
argumentar que, en su opinión, ese derecho debe extenderse a los animales
sintientes (capaces de sufrir dolor) aunque no sean humanos. Posiblemente, a
esa persona le parezca evidente, racional y totalmente lógico dicho
razonamiento, y se extrañe de que haya otras personas que no lo vean tan claro
como él, pero debe entender que esa interpretación del valor de la dignidad que
está haciendo se escapa del consenso acerca de lo que entendemos por dignidad,
y que si da ese paso se está saliendo del laicismo para introducirse en el
animalismo. Lo cual es perfectamente legítimo, pero no es laicista. El laicismo
deberá defender su derecho a pensar de un modo animalista, y a vivir de acuerdo
a esa conciencia animalista, pero no puede asumir el animalismo de quien piensa
así (igual que defiende que alguien sea budista o musulmán, pero no el budismo
o el islam como tales).
En el caso de la
prostitución, mi posición concreta es que se trata de un asunto de conciencia
igual que los que tienen que ver con la interrupción del embarazo, la
eutanasia, la religión y otros similares. No existe consenso en la sociedad acerca
de si la prostitución es una actividad digna o indigna, si es un derecho o una
humillación. Lo mismo que hay personas pidiendo a gritos la eutanasia por
dignidad y otras, en su misma situación, que creen que lo digno es seguir vivos
sea como sea o hasta que Dios lo decida. ¿En qué se concreta la dignidad? ¿En
acabar con una vida postrada en una cama, o en resistir vivo a pesar de estar
postrado? ¿Debe decir el laicismo que una opción es más digna que otra, que la
dignidad consiste en tal o cual decisión como la correcta? No, el laicismo no
puede entrar ahí. Debe defender el igual derecho de cada uno a pensar de
acuerdo a su conciencia.
Del mismo modo, hay hombres y mujeres que
deciden prostituirse igual que hay otros y otras que nunca lo harían. Para
algunas personas, prostituirse es una forma de vida digna, un trabajo, una
forma de ganarse la vida tan digna como pueda ser cualquier otra. Para otras
personas, prostituirse no es un trabajo ni un oficio, sino una forma de
humillación y de violencia que debe ser erradicada tal y como se erradicó la
esclavitud, por ser algo indigno. Unos y otros tienen buenos argumentos para
defender su posición, y ahora mismo no hay consenso al respecto. El consenso
mínimo sobre la dignidad no alcanza a decidir si la prostitución es compatible
o incompatible con lo que es la dignidad. Y es por eso por lo que opino que el
laicismo, ahora mismo y hoy por hoy, no puede optar por una posición o por
otra, sino hacer lo mismo que hace ante la religión, la interrupción del
embarazo o la eutanasia: defender que cada persona pueda pensar y hacer lo que
mejor considere en conciencia. Eso no quiere decir que el laicismo dé por buena
la prostitución, igual que no da por buena la religión cuando defiende el
derecho del creyente a creer y practicar su religión.
El error que me parece
percibir en los textos de Eugenio, Raquel y Juanjo es que dan un paso desde el
laicismo al abolicionismo de la prostitución a la hora de interpretar el valor
de la dignidad y otros valores (libertad, igualdad, etc.), saliéndose de ese
consenso de mínimos que intentaba explicar más arriba. Con varios y fuertes
argumentos abolicionistas, intentan convencernos en contra de la prostitución,
pero es que igualmente hay otros argumentos a favor que parten de otra
interpretación distinta de esos mismos valores y que también escapa a ese
consenso moral. Como laicistas, no podemos asumir ni los unos ni los otros por
falta de consenso. Lo que tendremos que buscar entre todos es, asumiendo ese
disenso, cómo podemos convivir y articular esa convivencia respetando la
libertad de conciencia de todas las partes.
¿Se puede ser laicista y
estar en contra del aborto? Sí, siempre y cuando esa oposición al aborto no se
pretenda en forma de ley. Sobre el aborto no hay consenso: para unos es una
forma de libertad, para otros un asesinato. Depende de la consideración moral
que se tenga hacia el nasciturus. Obligar
a una mujer a abortar si no quiere, vulneraría su libertad de conciencia.
Prohibírselo a otra que sí quiere, también. Por eso el laicismo lo defiende
como derecho, sin entrar a juzgarlo en su contenido, eso lo deja a cada
conciencia. Una mujer laicista contraria al aborto comprende lo anterior y,
como laicista, defenderá el derecho de las mujeres que quieren abortar a que
aborten, pero jamás abortaría ella misma. En tanto que contraria al aborto,
intentará convencer a otras mujeres para que no aborten (sin coaccionarlas) y
hará propaganda contra el aborto, se manifestará contra él, y hará lo que tenga
que hacer, con el ánimo y el convencimiento de que el progreso moral llegará
algún día a un consenso en contra del aborto y ninguna mujer abortará igual que
hoy día nadie razonable va buscando esclavos para su plantación de algodón. Pero
esto último no lo hará ya como laicista, sino como pro-vida o como lo que sea,
pero no como laicista.
Pienso exactamente igual
con respecto a la prostitución. Se puede ser abolicionista y laicista en el
mismo sentido (igual que laicista y religioso, o laicista y ateo). Alguien
abolicionista puede considerar que la prostitución es algo indigno, que es una
forma de violencia de género, etc. (igual que el antiabortista cree que el
aborto es un asesinato, violencia contra el no-nacido, etc.). Por eso mismo,
procurará acabar con la prostitución y hará lo que tenga que hacer (siempre sin
violencia y respetando la libertad de conciencia) contra ella. Pero debe
entender que otras personas no piensan igual que él o ella y que quieren
prostituirse libremente, porque no lo consideran indigno, porque lo consideran
una forma de ganarse la vida o incluso una forma de vida sin mayores problemas
por eso, o por lo que sea (siempre que no haya violencia, etc.). En este
sentido, la posición laicista adecuada me parece que es regular/legalizar la
prostitución exactamente igual que se regula el aborto: para que se realice en
las mejores condiciones posibles, minimizando los riesgos que pudiera haber. Para
un antiabortista, hablar de regular el aborto para que se realice en las
mejores condiciones es como decir regular el asesinato para que se realice de
la mejor forma, lo que es una insensatez y una locura a su forma de ver. Para
un abolicionista puede que también, en tanto que la prostitución le parece tan
inmoral e indigna que, se haga como se haga, siempre le parecerá que está mal. Pero
igual que le pide al antiabortista que entienda que hay gente que no considera
inmoral el aborto, él mismo debe comprender que hay otras personas que tampoco
ven mal (e incluso ven bien o muy bien) prostituirse. A lo mejor pasa el tiempo
y dentro de décadas o siglos desaparece la prostitución y el consenso moral
avanza hacia ahí y nadie se prostituye (igual que podría ocurrir que nadie
quisiera abortar o que le hicieran la eutanasia). Pero también puede ocurrir
que sea al revés: a lo mejor lo que ocurre es que sigue habiendo gente que se
prostituye porque quiere, porque le gusta, porque no tiene reparos en ofrecer
servicios sexuales a los demás y además lo concibe como algo digno y hasta
artístico. Quién sabe. Mientras tanto, intentar impedir por ley que se
practique, que haya hombres o mujeres que se prostituyan u otros y otras que lo
consuman, y querer hacer pasar eso por laicismo, no me parece correcto. Más
acertado me parece que se regule como derecho y que sea cada persona en
conciencia la que decida si se prostituye o acude a por los servicios de la
prostitución voluntaria.
Pudiera ser que un
abolicionista pensara que, si el laicismo no asume el abolicionismo, no le
interesa el laicismo. Pero lo mismo podría pensar un ateo: si el laicismo no
entra a la crítica de la propia religión y se posiciona contra ella, no le
merece la pena. Efectivamente, el laicismo se puede quedar corto para ciertas
exigencias, pero es que el laicismo es lo que es y no más: no se le puede pedir
al laicismo que dé más de sí que lo que da, porque no está pensado para otra
cosa. Se puede ser laicista y feminista, y abolicionista, y ateo, y socialista,
y muchas más cosas, pero no se puede pedir que el laicismo sea (incorpore como
parte suya) el feminismo, el abolicionismo, el ateísmo, el socialismo, etc. El
laicismo y dichas filosofías coincidirán en parte sí y en parte no. La libertad
de conciencia es el marco o límite (por supuesto, límite difuso, conflictivo,
polémico) que determina o delimita en qué parte sí y en qué parte no.
No lo he dicho, pero lo
doy por sobreentendido: en todo momento hablo de prostitución voluntaria igual
que doy por supuesto que hablamos de aborto voluntario y eutanasia voluntaria.
En ningún caso defiendo la prostitución forzada o mediante violencia, en el
sentido más usual de los términos. Indico lo de usual por lo que decíamos del
consenso de mínimos. Alguien podría decir que la prostitución siempre es una
forma de violencia estirando el concepto de violencia más allá de lo que el
consenso puede aceptar hoy día. Pero lo mismo podría decirse del aborto o la
religión. Alguien podría decir que ninguna mujer aborta libremente sino
obligada por las circunstancias o alienada por la sociedad individualista que
le impide comprender el don de la maternidad, o que nadie cree en Dios
libremente sino manipulado por la iglesia o alienado por la religión. Pero eso
sería salirse del laicismo, como laicistas no podemos estirar tanto los
términos y valores porque nos sacaría del consenso hacia otras teorías que no
gozan de ese consenso. Es por eso que, como
laicista, no puedo admitir la mayoría de argumentos (sólidos, lo reconozco
porque es así) de Raquel, Eugenio o Juanjo, porque ellos no argumentan como
laicistas sino como abolicionistas, postura respetable donde las haya, pero
fuera del laicismo. Salvo evidencia en sentido contrario, si alguien dice
abortar porque quiere, o pide la eutanasia porque dice que así lo quiere, o
dice creer en Dios porque quiere, o dice prostituirse porque le da la gana, en
principio no puedo negar que, efectivamente, su decisión es libre en el sentido
más común de la palabra, independientemente de que, desde perspectivas
filosóficas o políticas concretas (pero no laicistas) pueda cuestionar esa
libertad como “libertad” con comillas.
Quedan muchas cosas en el
tintero, pero sería imposible abordarlas todas sin que resultara un libro en
vez de una entrada de blog, y eso que bastante extensa ha quedado esta. Queda
por apuntar el hecho de que la prostitución (o lo pornografía) están
directamente relacionadas con el sexo, lo que también tiene mucho que ver en el
debate sobre la moralidad o dignidad de la prostitución (y la pornografía). O
la diferencia legalización/regulación, que también es importante, y muchas
cosas más que apuntan mis críticos. Pero esas, y otras cosas, también las
dejamos para otro momento porque, aunque interesantes, quedan fuera del
laicismo. Y es que, de hecho, mi intención no es tanto la prostitución (o el
aborto o la eutanasia…) cuanto los límites del laicismo, hasta dónde llega y
hasta dónde no, qué es, en qué consiste, cómo se relaciona con otras teorías,
etc.
Publicado
originalmente en laicismo.org
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Estoy más de acuerdo con su postura que con la de sus críticos. Realmente me sorprende el sesgo ideológico socialdemócrata e igualitarista que para algunos autores tiene el laicismo, como si el laicismo fuera una postura de izquierdas. Solo echo en falta en las ideas del autor una defensa más clara de la parte liberal de las democracias frente a la parte meramente democrática. Es decir, independientemente de que haya o no haya consensos hay ámbitos, tanto íntimos como privados o públicos, sobre los que nadie tiene derecho a legislar salvo que queramos más una dictadura de la mayoría que una democracia en el sentido en el que normalmente la entendemos.
ResponderEliminarPor último no entiendo muy bien que se hable de las condiciones reales en las que se ejerce la prostitución como motivo para abolirla o prohibirla. Si el problema son las condiciones en las que se ejerce la libertad de conciencia al elegir la prostitución, la solución es cambiar las condiciones para que haya una elección libre, en ningún caso prohibir dicha elección. Tampoco creo que la prostitución cosifique o no más que otro trabajo. Lo que se alquila es un servicio, no hay diferencias en que sea sexual, de limpieza, intelectual o de otro tipo. No hay órganos de los que podamos decir que tienen un plus de intimidad, que son más "yo" que otros.
Muchas gracias, Juanmari, por tu comentario.
ResponderEliminarEn mi caso, ni soy liberal ni socialdemócrata, sino republicano, y mi idea de libertad es la libertad republicana, en el sentido que pueden entenderla autores como Philip Pettit, por ejemplo en su obra “Republicanismo”. Por lo mismo, el laicismo que defiendo es el republicano y no otro liberal. Me parece que el republicanismo recoge lo mejor del liberalismo y la socialdemocracia (o el socialismo) y por eso me gusta más. En esta concepción republicana del laicismo tiene sentido el principio de separación público-privado y de la libertad individual, sin caer en otros riesgos que implicaría el liberalismo. Por ejemplo, el liberalismo afirma la libertad como no-interferencia: una decisión es libre si nadie interfiere en ella. Pero para el republicanismo una decisión es libre si no hay dominación, es decir, si no hay interferencias arbitrarias. La diferencia es importante porque el republicanismo sí admite algunas interferencias: las no-arbitrarias, esto es, aquellas necesarias para evitar la dominación. Alguien está dominado cuando otro le puede obligar a tomar una decisión que no tomaría por sí mismo. El republicanismo admite las interferencias siempre que estén justificadas para evitar que uno domine a otro. Por ejemplo, un empresario puede obligar a un trabajador a aceptar un empleo con salario de miseria mediante el chantaje del hambre: o lo tomas o no comes. El trabajador aceptará “libremente” en un sentido liberal, en tanto que el Estado no le obliga a aceptarlo ni el empresario tampoco. Pero para el republicanismo esa decisión del trabajador está dominada, no es libre, porque el empresario le está interfiriendo arbitrariamente. Para evitarlo y colocar al trabajador en una situación no-dominada y libre, el Estado interferirá en la libertad del empresario, obligándole a ofrecer un salario mínimo o unas condiciones laborales mínimas, de tal manera que ya no haya chantaje del hambre y el contrato sea realmente libre por ambas partes.
Con esta lógica, yo entiendo que hay prostitución que es forzada (dominada, no libre: bien mediante violencia, bien con el chantaje del hambre) y rechazable totalmente, pero que puede haber otra que no es dominada, cuando quien se prostituye lo hace porque quiere o la prefiere frente a otras opciones disponibles, y si es así, me parece que entonces la prostitución es un asunto de conciencia que debe decidir cada persona y que no se puede prohibir como una opción para quien no tenga reparos morales en aceptarla. Lo contrario implicaría que el Estado asume una moral concreta (que juzga inmoral prostituirse) para imponerla vía ley a toda la población, incluso a quienes no comparten esa moral y les deja sin poder hacer algo que no consideran inmoral. Me parece como si el Estado hiciera suya una religión y la impusiera a todo el mundo “por su bien”.
Creo que en el ejemplo que propone del trabajador y el empresario sigue habiendo chantaje del hambre puesto que si no acepta el trabajo no come. Esto es así independientemente de que las condiciones laborales y económicas mejoren. La única manera de emponderar (perdón) realmente al trabajador sería asegurarle un ingreso mínimo vital. Tal y como lo describe, el efecto perseguido se podría conseguir reduciendo la aportación del trabajador al Estado o mediante impuestos negativos. La diferencia es que subiendo el salario mínimo es el Estado el que se garantiza unos ingresos más altos. Perdón por irme un poco por las ramas, de hecho, no aguanto el dogmatismo liberal y estoy de acuerdo con usted pero hay que reconocer que es un tema abierto a la polémica e inevitablemente ideologizado, en el que debieran tener gran importancia los chequeos constantes de las políticas públicas.
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