Laicidad, Roger Williams y Calvino (Andrés Carmona)
26/12/2015.
Jean Baubérot, historiador
de la laicidad y las religiones, sitúa en los orígenes del laicismo a Roger Williams,
fundador de la colonia de Rhode Island en el siglo XVII. En las leyes
fundamentales de la colonia, Williams estableció dos principios: el de la
democracia y el de separación entre religión y política (principio al que luego
el presidente Jefferson se referiría, metafóricamente, como “muro de separación”,
para mostrar la contundencia de dicha separación). Por el primero, los
habitantes de la recién creada colonia quedaban en la plena obligación de
cumplir con las leyes establecidas por mayoría, pero, por el segundo, dicha obligación
se restringía a lo relativo a asuntos civiles, y no se extendía a los
religiosos, donde había plena libertad para creer lo que cada cual quisiera,
sin que las leyes pudieran obligar o prohibir ninguna creencia o práctica
religiosa.
Lo que llama poderosamente
la atención de alguien como Roger Williams es que era una persona totalmente
religiosa. Lejos de ser alguien ateo, irreligioso o impío, Williams era un
cristiano ferviente, un devoto y hasta un fundamentalista, cuya interpretación
de la Biblia y la religión no era, para nada, liberal. En materia de religión,
Williams no hacía concesiones, y defendía sus propias creencias al tiempo que
criticaba con dureza las de quienes creían de forma diferente. Sin embargo,
lejos que querer imponer sus creencias ultrarreligiosas en forma de ley,
Williams estableció justo lo contrario: que cada uno pudiera seguir a su propia
conciencia en asuntos de religión, sin que el Estado pudiera intervenir para
forzar a alguien a seguir o abandonar cualquier creencia. Algo totalmente
inaudito en un contexto de guerras de religión en Europa, y persecuciones
religiosas que también habían llegado a las jovencísimas colonias americanas. En ellas,
los puritanos que huían de la intolerancia en el viejo continente, siendo ahora
ellos mayoría, también perseguían y condenaban a quienes consideraban herejes.
Williams había sido víctima él mismo de esa intransigencia, y desterrado de
Nueva Inglaterra por ese motivo. Pero al fundar Rhode Island (Provindence, fue
el nombre original) no hizo lo mismo, sino que estableció esa separación
religión-Estado y la tolerancia religiosa incluso para quienes no pensaban como
él y eran objeto de sus duras críticas dialécticas.
La paradoja se resuelve si
entendemos que la base del laicismo no es la oposición a la religión (como
pretenden hacer creer los antilaicistas) sino la defensa de la libertad de
conciencia (que puede ser religiosa o atea o agnóstica o como sea). Lo
importante es establecer un ámbito de libertad personal, en relación a asuntos
de conciencia, totalmente protegido de la imposición externa por parte del
Estado. De ahí la separación entre Estado y religión. El objetivo es que nadie
pueda imponer sus propias creencias a los demás en forma de ley, ni siquiera en
forma de ley mayoritaria. Por muchos que sean quienes crean en algo, ni todos
esos juntos pueden obligar a otro a creer en lo mismo o dejar de creer en otra
cosa. Roger Williams tenía sus propias creencias, y además ultrarreligiosas, y
quería vivir de acuerdo a ellas, sin que nadie se lo prohibiera. Y comprendió
que la mejor forma para eso era no querer obligar a los demás a aceptar por la
fuerza las suyas propias. Al extender la libertad que quería para él a todos
los demás también, establecía las bases laicas de la convivencia en la diversidad.
El caso de Roger Williams
y de la separación Estado-religión en Rhode Island viene a demostrar que no es
lo mismo secularización que laicidad, como ya explicamos en
otro sitio. Williams quería separar la religión y la política, pero no era
un secularizador. No pretendía reducir la religión ni mucho menos eliminarla,
todo lo contrario. Quería vivir su religión plenamente y en libertad, y por eso
mismo comprendió que la mejor forma era separarla de la política. La laicidad no se opone a
la religión, sino que la protege. A lo que se opone la laicidad es a la
intransigencia y al clericalismo.
Contrasta esta actitud de
Williams con la de otros reformadores, como Lutero, Calvino o Zwinglio. Para el
protestantismo, uno de sus principios es el del libre examen. Esto es, que cada
cual puede acceder libremente y por sí mismo a la única fuente de autoridad
para ellos, la Biblia, e interpretarla según su propio criterio, sin mediación
de ningún clero que establezca la ortodoxia (“correcta opinión”, que es lo
significa ese término). La idea subyacente es que, si dicho libre examen se
hace sinceramente, el propio Espíritu Santo llevará al creyente a esa
interpretación correcta por sí mismo. En principio, no tiene sentido obligar a
nadie a aceptar una interpretación a la que no llegue él por sí mismo, lo que
debería ser la base de la tolerancia religiosa. Quien crea que tal
interpretación es la correcta, porque el Espíritu Santo así se lo ha hecho ver,
debería admitir que si otra persona no ha llegado a la misma interpretación
sino a otra, será porque el Espíritu Santo no ha tenido a bien revelárselo
todavía. Pero dada la necesidad de la sinceridad en el libre examen, no tendría
sentido obligar a alguien a aceptar una interpretación concreta si en su fuero
interno no la cree realmente. Sin embargo, no fue esta forma de entender las cosas la que se desarrolló.
En la práctica, el libre
examen a lo que condujo fue a una proliferación de interpretaciones distintas,
y aún opuestas, que dio lugar a la multiplicación de iglesias protestantes o
reformadas, cada una distinta de las demás en asuntos de fe. Sin embargo, lejos
de extenderse la tolerancia entre todas ellas, lo que ocurrió fue que cada una
persiguió a las demás donde cada una era mayoritaria y tenía el poder
suficiente para hacerlo, utilizando a las autoridades civiles para dicha
persecución. Un ejemplo sería la teocracia que Calvino vino a instituir en
Ginebra, y entre cuyas víctimas se encuentra Miguel Servet.
Roger Williams era tan
fundamentalista a la hora de entender la religión como pudiera serlo Calvino.
Pero no era integrista como él, no pretendía imponer su forma de entender la
religión a los demás. No solo no lo pretendía, sino que estableció la
separación entre Estado y religión en Rhode Island, precisamente, para que no
pudiera ocurrir, todo lo contrario que Calvino y su teocracia en Ginebra. Ahora
bien, teniendo en cuenta que el ejemplo de Williams es una excepción en lo que
fue la tendencia general de la época, queda la duda: ¿la tolerancia de Williams
era una consecuencia lógica de sus creencias, o era Calvino quien era
consecuente al ser integrista?
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Bibliografía:
Baubérot,
Jean y Micheline Milot (2011). Laïcités
sans frontières. Paris: Éditions du Seuil, p. 34-36.
Comentarios
Publicar un comentario