Nuevos retos de la laicidad (Andrés Carmona)
07/11/2015
Históricamente, la
laicidad ha estado ligada a la separación de la religión y la política. La libertad
de conciencia y la igualdad sin discriminación por razón de creencias,
objetivos máximos de la laicidad, se han concretado en la separación de los ámbitos
público y privado (y, por ende, de la política y la religión que caen cada una
en uno de esos ámbitos) y en la neutralidad política con respecto a los asuntos
de conciencia y religiosos. Pero la laicidad no se agota en la separación política-religión,
pues esta es solo una manifestación o concreción de la separación público-privado.
Esta separación política-religión
se ha plasmado en múltiples textos legales en varios países. Por ejemplo, en la
primera enmienda de la Constitución de los EEUU, y sobre todo en la Ley de
Separación de las Iglesias y el Estado de 1905 en Francia. También estaba presente
en la Constitución republicana de 1931 en España. Y su ámbito de aplicación más
concreto fue la laicidad de la escuela, constituyéndola como una escuela laica
en donde no hay sitio para la catequesis o enseñanza confesional de la religión.
El Estado laico garantiza el derecho a la formación religiosa pero fuera de la
escuela pública o financiada por el Estado. Un derecho que puede ejercerse
perfectamente en el marco de las parroquias, iglesias, mezquitas, sinagogas,
salones del reino o donde cada religión libremente decida hacer internamente.
Jean Baubérot, historiador
y sociólogo francés, que ha estudiado la laicidad a fondo, señala que esta
laicidad de la escuela y el Estado supuso lo que él llama un “pacto laico” que
permitió un marco de convivencia en Francia que ha estado vigente de forma
satisfactoria hasta finales del siglo pasado. Para Baubérot, ese “`pacto laico”
supuso la solución al conflicto histórico de “las dos Francias” (la católica y
la anticlerical) que existía desde la Revolución Francesa. Sin embargo, la
evolución de la sociedad francesa en las últimas décadas exige la necesidad de
un nuevo “pacto laico” para el siglo XXI. Baubérot vincula la necesidad de ese
nuevo pacto a los cambios ocurridos en Francia y vinculados al desmantelamiento
del Estado del bienestar y la inmigración musulmana, y que están provocando que
la laicidad no esté a la altura de las circunstancias. Debido a esto, Baubérot
denuncia que la izquierda está abandonando la laicidad, al tiempo que la
derecha (la UMP) y la extrema derecha (el FN de Le Pen) se apropian del
discurso laicista pero como excusa para su trasfondo xenófobo e islamofóbico.
No vamos a ocuparnos ahora
aquí de la problemática de la laicidad en relación al islam y el
multiculturalismo, porque lo dejamos para un texto posterior. Vamos a
centrarnos en otra parte de ese “pacto laico” para el siglo XXI que señala Baubérot,
y que tiene que ver con lo que él llama las “libertades laicas”.
El pacto laico anterior
resolvió el problema de la religión y el Estado separándolos, igual que separó
la religión de la escuela. La idea básica es que la religión es un asunto
privado que no puede influir en las políticas públicas. La razón de esta
separación es que las políticas públicas deben realizarse desde una perspectiva
universal y de consenso, y no desde puntos de vista privados y particulares
como son los religiosos. Eso es así para garantizar la unidad y cohesión del
conjunto político: la ciudadanía de un Estado debe comprender las leyes de su
país como el resultado de un consenso en base a razones que puedan ser
compartidas o por lo menos razonables (aunque no se esté de acuerdo con ellas).
Sin embargo, las creencias religiosas ni pueden ser compartidas (por quienes sean
de otras religiones o de ninguna) ni razonables (ya que se basan en la fe y no
en la razón). De ahí que la religión no tenga sitio en el espacio público, esto
es, en el ámbito del debate y el diálogo previos a la formación de las leyes.
Sin embargo, en las últimas
décadas se han producido cambios tecnológicos y sociales que dan lugar a nuevos
debates y nuevas leyes, y que tienen que ver con esas “libertades laicas” que
dice Baubérot. El sociólogo francés señala los siguientes: el matrimonio
homosexual, la investigación con células madre y, en general, los avances en
bioética, la interrupción voluntaria del embarazo o el derecho a morir
dignamente (la eutanasia). A los que añade la igualdad de derechos efectiva
entre hombres y mujeres.
En todos esos asuntos, la
laicidad tiene algo que decir. Y eso se debe a que son debates sociales en los que
está en juego la libertad de conciencia, la igualdad y la separación público-privado.
Las decisiones al respecto deben tener en cuenta que sean tomadas desde el ámbito
público y con las reglas de este ámbito, esto es, desde la argumentación
racional y no desde coordenadas religiosas. De lo contrario, podrían darse
leyes que vulneraran la libertad de conciencia de las personas, al imponerse
desde los planteamientos concretos de una ética o religión particular y no
desde una perspectiva pública y racional.
Hay que observar que el
debate social al respecto de estos asuntos no es sobre la moralidad de los
mismos, que es una cuestión privada, sino sobre cuál ha de ser la ley común que
la sociedad debe darse al respecto, que es algo muy distinto. Si no comprende
esta diferencia, no se entiende la separación laica entre público y privado. El
debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio homosexual
o la eutanasia, en el ámbito público, no es un debate sobre si son morales o
inmorales, pues no le corresponde al Estado ni a la sociedad en su conjunto
decidir eso, sino a cada individuo particularmente de acuerdo a su conciencia. Lo
que la sociedad debe debatir y el Estado legislar, es qué leyes y normas
comunes son las necesarias para que cada cual pueda vivir esas cuestiones de
acuerdo a su conciencia y sin imposiciones de unos a otros.
La solución pasa por la
legalización de todas esas prácticas. Un Estado laico no puede prohibir la
interrupción voluntaria del embarazo, la eutanasia, el matrimonio homosexual o
la experimentación con células madre en base a su supuesta inmoralidad. Casarse
con alguien del mismo sexo, o decidir acabar con la propia vida de un modo
digno, no son cuestiones de consenso social: hay tanto argumentos a favor como
el contra que pueden esgrimirse desde la ética. A falta de consenso, el Estado
no puede vincularse a una de las opciones (y menos si es de naturaleza
religiosa) porque entonces estaría legislando desde la perspectiva particular y
privada de una parte de la sociedad, y vulnerando la libertad de conciencia de
la otra (independientemente de cuál sea la mayoritaria o la minoritaria, pues
el derecho a la libertad de conciencia no depende de mayorías). Se impone, por
tanto, la neutralidad del Estado y dejarlo a la libre conciencia de cada
individuo: quien no tenga reparos morales a la hora de abortar o casarse con
alguien de su mismo sexo, debe tener su legítimo derecho a hacerlo, igual que
quien sí tenga esos reparos, debe tener el perfecto derecho a que nadie le
obligue. Lo que no podría ocurrir es que alguien obligara a otra persona a
abortar si no quiere, o al revés, que alguien se lo prohibiera a quien sí que
quiere.
La legalización de estos
asuntos no supone un juicio moral a favor por parte del Estado, sino su
neutralidad. Exactamente de la misma forma que la victoria de un equipo de fútbol
en un partido no compromete la neutralidad del árbitro: su neutralidad no
implica necesariamente el empate. La neutralidad del Estado se mantiene si no
se vulnera la separación público-privado ni la libertad de conciencia de nadie.
El Estado no juzga si tal o cual práctica es moral o inmoral, sino que se
abstiene a favor de que lo decida cada uno según su conciencia. Aquí hay que
advertir de la trampa confesional antiabortista: que el Estado laico permita la
interrupción voluntaria del embarazo a quien así lo desee, no es un
posicionamiento a favor de la moralidad del aborto, sino a favor de que esa
moralidad la decida cada individuo y no el propio Estado, que es distinto. Lo
que el antiabortista quiere es que el Estado sí se posicione moralmente a su
favor, decretando la inmoralidad y la ilegalidad del aborto, y que prohíba interrumpir
su embarazo a todas las mujeres, no solo a las que lo consideren inmoral, sino
también a quienes no lo vean así. Y eso sí que es un atentado en toda regla
contra la libertad de conciencia y la neutralidad laica del Estado. La
reivindicación laicista no es “a favor del aborto”
sino “a favor del derecho a abortar”,
que es muy diferente. Un laicista podría luchar decididamente a favor de ese
derecho y, sin embargo, no abortar jamás, igual que un laicista heterosexual puede
comprometerse activamente a favor del derecho al matrimonio homosexual aunque él
jamás se casara con alguien de su mismo sexo.
La separación público-privado
no se agota en la separación política-religión, sino también en la separación entre
política y éticas privadas (no confundir las éticas privadas con la ética pública
de la que hemos hablado en
otro sitio). A las libertades laicas cuya consecución debe contribuir el
laicismo según Baubérot, habría que añadir el debate sobre la legalización de
las drogas o de la prostitución, así como otros asuntos que atañen a la relación
laicismo-feminismo. No es cuestión de profundizar en estas cuestiones, lo que
puede que hagamos en otro momento, pero sí de mostrar algunas pinceladas rápidas
para terminar.
En relación a las drogas,
el consumo personal de ellas es una decisión de conciencia de la propia persona
acerca de lo que quiera hacer con su cuerpo y su vida. Podrá debatirse
socialmente sobre los efectos externos del consumo de drogas hacia otras
personas (y así, prohibir conducir ebrio o fumar en sitios públicos cerrados)
pero no sobre la posibilidad misma de que alguien consuma drogas en su ámbito
estrictamente privado y con consecuencias solo para él o ella. Sin embargo,
prohibir el acceso a ciertas drogas mediante la prohibición de su venta y
comercialización, impide que algunas personas puedan ejercer libremente su
conciencia a favor del consumo de esas drogas si eso es lo que deciden.
En cuanto a la relación
laicismo-feminismo, si bien el laicismo puede asumir fácilmente y de forma
natural las exigencias de igualdad de derechos entre mujeres y hombres del
laicismo de la igualdad, mayores dificultades se plantean entre el laicismo y
algunas exigencias del llamado feminismo de la diferencia. Este tipo de
feminismo plantea exigencias basadas en una concepción ética particular y
privada de lo que es la dignidad de la mujer que le lleva a posicionarse en
contra de la prostitución, la pornografía e incluso la mera presencia de
mujeres como modelos en la publicidad o la moda. Consideran que son formas de
violencia contra las mujeres y que atacan su dignidad, en tanto que las
cosifican o mercantilizan como objetos o bienes de consumo.
Si bien es perfectamente
respetable que haya feministas que piensen así y que se opongan a prostituirse,
consumir pornografía o hacerla, o mirar anuncios publicitarios con modelos o
desfiles de moda o participar en ellos, lo que sería mucho más dudoso es que el
laicismo debiera asumir estas reivindicaciones como propias y exigir su
prohibición. Igual que hay quien piensa así, también hay mujeres que, desde
otras concepciones éticas, no tienen reparos en la prostitución, la pornografía
o las modelos femeninas. Consideran que son actividades tan dignas como otra
cualquiera y que la clave está en la libertad de quien decide dedicarse a ello.
Siendo así, si hay mujeres que no tienen problemas de conciencia en
prostituirse, hacer pornografía o estar en una pasarela, el laicismo debe
proteger su derecho a hacerlo, absteniéndose de juzgar la moralidad o
inmoralidad de tales prácticas y dejándolas a la libre conciencia de las
mujeres para decidirlo, igual que son ellas las que tienen que decidir sobre su
propio embarazo y si continuarlo o interrumpirlo. Evidentemente, no hablamos
del proxenetismo ni de nada similar, igual que al defender el derecho al aborto
no defendemos ninguna interrupción del embarazo hecha mediante fuerza o
violencia, siempre nos movemos en el marco de las mujeres que libremente
decidan por sí mismas hacer una cosa u otra. De todas formas, queda pendiente
desarrollar el tema más en profundidad en otro momento.
Bibliografía:
Baubérot, Jean (2014). La laïcité falsifiée. París: La
Découverte.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
¿En el caso de la droga con sanidad privada?
ResponderEliminarNo entiendo la pregunta, Juanmari, ¿a qué te refieres exactamente?
EliminarPerdón. Si uno libremente elige tomar drogas, no parece justo (equilibrado) que las consecuencias médicas de su más que posible deterioro fisico y psíquico las sufrague toda la sociedad vía impuestos. Sería externalizar responsabilidades. Libertad y responsabilidad son un binomio inseparable. Además son recursos que habría que detraer de otras partidas de gasto público.
EliminarOtra pregunta más sobre el laicismo ¿el control de armas no es una postura moral privada transplantada a la esfera pública? De acuerdo con la moral laica ¿no habría que permitir, al menos en algún grado, la libertad de posesión y venta?
ResponderEliminarEl laicismo radical siempre lleva al indiferentismo religioso. Para informarse seriamente de las vicisitudes de los pontífices decimonónicos y sus adversarios laicistas le recomiendo que lea Poder terrenal de Michael Burleigh; por cierto, vale la pena leer este libro solo por ver como Voltaire manipuló grosera y calumniosamente el suplicio del caballero de La Barre. Por poner solo un ejemplo, la Mirari Vos de Gregorio XVI, este mismo papa en su carta al zar de Rusia de 1845 señalo que él no condena la libertad de conciencia lo que realmente rechaza es lo que propugnan los liberales, la libertad de no tener conciencia; es decir el laicismo . Dicho laicismo siempre ha conducido una y otra vez a perseguir brutalmente a la iglesia católica. vgr: México 1855, Francia 1905, Portugal 1911, nuevamente México en 1917 y 1925, España 1931…
ResponderEliminarAquí hay una buena refutación del laicismo expositivo de Daniel Guerrero Bonet :
ResponderEliminarhttp://www.orlandis.org/doc/024.htm "