Laicismo y feminismo (Andrés Carmona)
14/11/2015.
La semana pasada
hablábamos de nuevos retos de la laicidad, y entre ellos hablábamos por encima
de las relaciones entre laicismo y feminismo. Vamos a intentar desarrollar
ahora un poco más esta cuestión.
Decíamos en el texto
anterior que el laicismo puede asumir fácilmente las exigencias básicas del
feminismo. En tanto que el objetivo feminista es la igualdad de derechos entre
mujeres y hombres, oponiéndose a toda forma de discriminación de las mujeres
por el mero hecho de serlo, el laicismo es radicalmente feminista. En el mismo
sentido en el que es antirracista. La igualdad de derechos es un principio del
laicismo, independientemente del color de piel o el sexo de la persona. El
laicismo puede y debe asumir este feminismo por cuanto la libertad de
conciencia, y la igualdad independientemente de los contenidos de conciencia,
son derechos tanto de hombres como de mujeres.
Esta vinculación entre
laicismo y feminismo tiene su manifestación paradigmática en la reivindicación
común del derecho a la interrupción del embarazo. Desde el punto de vista
feminista, la mujer tiene el mismo derecho que el hombre a disponer de su propio
cuerpo, y a decidir sobre él. Y, por supuesto, el cuerpo de la mujer no es un
objeto sobre el que pueda decidir ningún hombre ni nadie excepto la propia
mujer. Por tanto, la decisión sobre si continuar o no un embarazo compete a la
propia mujer embarazada. Desde el punto de vista laicista, la interrupción del
embarazo es una cuestión moral que depende de cada persona, y será cada cual
desde su propia conciencia la que juzgará si es algo moral o inmoral y actuará
en consecuencia. Si una mujer considera que el aborto es inmoral, el laicismo
protegerá su derecho a no ser obligada a abortar, de la misma manera que si
otra mujer no tiene reparos morales en interrumpir su embarazo, el laicismo
defenderá su derecho a hacerlo.
Una ley que prohibiera el
aborto por motivos religiosos o morales privados sería un atentado a la
libertad de conciencia y al laicismo. Lo sería porque, entonces, el Estado
estaría asumiendo como propia una religión o moral privada, imponiéndosela a
todo el mundo, tanto a quienes la comparten como a quienes no. En ausencia de
consenso sobre una cuestión moral, el Estado laico se mantiene en la
neutralidad y la separación público-privado para garantizar la libertad de
conciencia y la igualdad.
Ya advertíamos en el otro
texto que lo anterior no significa que el Estado tome postura a favor o en
contra de la moralidad del aborto. No le compete al Estado juzgar eso sino a la
conciencia individual de cada persona. Lo que el Estado laico garantiza es que
cada uno pueda adecuar su vida a esa conciencia sin imposiciones de unos sobre
otros. Por eso permite el derecho a
interrumpir el embarazo, sin prejuzgar la moralidad o no de hacerlo. Iría
contra la laicidad una ley que obligara a todas las mujeres a abortar en
ciertos casos, igual que otra que lo prohibiera en otros casos. Por ejemplo,
una ley que obligara a abortar a todas las mujeres víctimas de violación, o que
le impidiera a esas mujeres el poder hacerlo. El Estado laico simplemente deja
que sean las propias mujeres las que lo decidan por sí mismas, y en ese sentido
viene a coincidir plenamente con el feminismo.
Sin embargo, el feminismo
no es monolítico, y dentro de la teoría feminista hay distintos feminismos. Suele
distinguirse entre un feminismo de la igualdad y otro de la diferencia. El de
la igualdad pone el acento en lograr la equiparación de derechos entre mujeres
y hombres, incidiendo en la irrelevancia del sexo a la hora de hablar de
derechos de los individuos. Tan irrelevante resulta en este sentido el sexo,
como el color de la piel o la orientación sexual. El llamado feminismo de la
diferencia lo que hace es poner énfasis más en lo que distingue a mujeres y hombres
que en lo que los iguala, pasando de la reivindicación de igualdad de derechos
o no discriminación, a exigir ciertos derechos específicos de las mujeres como
tales. En lo que considera una profundización de esos derechos propios, este
feminismo tiende a parecerse a las reivindicaciones multiculturalistas o
comunitaristas, haciendo de las mujeres una especie de comunidad con ciertos
derechos propios solo por ser mujeres.
Este feminismo de la
diferencia parte de una idea de la dignidad de la mujer y de la opresión
patriarcal que acaba considerando como violencia de género algunas prácticas
tales como la prostitución, la pornografía e incluso el hecho en sí de que una
mujer pose como modelo en publicidad o pasarelas de moda. La idea subyacente es
que la dignidad de la mujer como fin en sí misma es incompatible con la
utilización de la mujer o su cuerpo como mero medio para otros fines
(normalmente, fines de excitación sexual de los hombres). Esa utilización de la
mujer como medio se interpreta como una cosificación o mercantilización de la
mujer que queda reducida a mero objeto o cosa intercambiable, vendible y
negociable, lo que sería indigno para la propia mujer. Todas esas prácticas
mencionadas serían inmorales por cuanto atacan la dignidad de la mujer y la reducen
a cosa o medio. En consecuencia, reivindican la prohibición de todas esas
prácticas, especialmente de la prostitución.
No obstante, hay mujeres
que responden apelando a su libertad para prostituirse, ser actrices porno o
modelos. Consideran que, en tanto que acciones libres, no pueden ser indignas,
por cuanto la dignidad depende de la autonomía: una acción es digna si se
decide desde la libertad. O dicho de otra forma: no hay acciones dignas o
indignas en sí mismas, sino que depende de si se hacen de forma libre o no. A
la mujer que se la fuerza mediante amenaza, chantaje o violencia a prostituirse
sí se la estaría tratando de forma indigna, pero no por el hecho en sí del
contenido sexual de aquello a lo que se le obliga, sino por el hecho en sí de
obligarla contra su voluntad. Pero, si es la propia mujer la que, libre y
voluntariamente, decide prostituirse o hacer una película pornográfica, su
acción sería totalmente digna, porque es el resultado de su libertad. En este
caso, prohibírselo sería lo indigno.
El feminismo de la
diferencia responde que esa libertad es una ilusión, que ninguna mujer en su
sano juicio (esto es, consciente de su dignidad y no sometida a la ideología
patriarcal) elegiría nunca prostituirse ni nada de eso. Que la que lo hace, o
bien es forzada directamente, o indirectamente (como forma desesperada de tener
ingresos) o por influencia del patriarcado imperante. Las otras mujeres pueden
replicar, por su parte, que esa forma de ver las cosas es mesiánica e
insultante hacia las mujeres que toman decisiones contrarias a ese feminismo
“mesiánico”. Le acusarían de querer salvar a las mujeres de sí mismas y de no
tratarlas como “mayores de edad” (en sentido moral) sino como “menores” que no
pueden pensar por sí mismas y a las que hay que cuidar y proteger de un modo
paternalista contra su voluntad y “por su bien”. Por el contrario, exigen que
se respete la presunción de “mayoría de edad” moral de las mujeres que declaran
explícitamente prostituirse o hacer pornografía libremente y, simplemente,
porque les gusta o les da la gana hacerlo.
¿Qué tipo de feminismo es
el más compatible con la laicidad? ¿El abolicionista, que pretende la prohibición
de la prostitución o incluso de la pornografía, o el que plantea la legalización
de esas prácticas como derechos de las mujeres y su libertad para dedicarse a
ellas si lo desean? A mi modo de ver, y por analogía con lo que considero la
posición laicista correcta en otros temas como el aborto o la eutanasia, es la
de la legalización. Eso no quiere decir que el laicismo deba valorar
positivamente la prostitución o la pornografía. Simplemente, que el laicismo se
abstiene de juzgarlas moralmente, y solamente las plantea como derechos para
quien no tenga reparos morales en utilizarlos. Exactamente igual que con el
aborto o la eutanasia. La única exigencia es la de la libertad: que realmente la persona quiera prostituirse
o hacer porno. Igual que en el caso del aborto o la eutanasia: lo importante
para el laicismo es que la persona realmente
quiera interrumpir su embarazo o acabar con su vida de un modo digno.
La objeción de que ninguna
mujer emancipada del yugo patriarcal querría prostituirse, y que si alguna dice
elegirlo libremente es que en realidad está alienada, no es de recibo. No lo es
porque es igual a la objeción antiabortista o contraria a la eutanasia que
apela al “sano juicio”. Quienes se oponen al aborto o la eutanasia argumentan
que nadie en sus cabales querría abortar o quitarse la vida, y que quienes lo
hacen, en realidad, es por la presión psicológica o de otro tipo a la que se
ven sometidos. La prueba de que no es así es toda la gente que, sin ninguna
duda de saber lo que hacen, aún así quieren abortar o terminar con su vida de
una forma digna. Por la misma razón, si una mujer explícitamente dice
prostituirse porque le da la gana, no hay razón que no sea paternalista o mesianista
para negar la verdad de su afirmación o prohibirle que lo haga.
Desde ciertas coordenadas
morales, a alguien puede parecerle incomprensible que otra persona decida prostituirse,
pero exactamente de la misma forma que a otro puede parecerle increíble que
alguien sano mentalmente pueda querer acabar con su vida o no dar a luz. Sin
embargo, la laicidad consiste en eso: en establecer el marco de convivencia
adecuado para que personas con morales tan opuestas como esas puedan vivir en
concordia y sin imponerle ninguna su moral a la otra. Para comprender esto es
necesaria la práctica de la virtud cívica de la tolerancia. Tolerancia entendida como la disposición a admitir el
derecho del otro a realizar su propia vida, de acuerdo a su propia conciencia, y
aunque esa moral particular del otro nos parezca repugnante o pecaminosa. Por eso se trata
de tolerancia, cuya raíz latina nos lleva al significado etimológico de “soportar,
aguantar”. Quien tolera está haciendo un esfuerzo por aceptar algo que, de
alguna manera, rechaza en su fuero interno. Pero reconoce el derecho del otro a
vivir así: respeta su libertad de conciencia. Estar a favor del derecho a abortar no es lo mismo que
aceptar que el aborto está bien moralmente, igual que estar a favor del derecho al matrimonio homosexual no
implica casarse con alguien del mismo sexo. Tan solo consiste en admitir el
derecho de que quien quiera pueda hacerlo, aunque uno mismo jamás lo hiciera. De
la misma forma, alguien puede ser feminista y considerar indigna la prostitución
o la pornografía. Y puede intentar convencer a los demás de esa indignidad y
desear que, algún día, nadie se prostituya ni consuma pornografía. Pero debe
admitir que esa es su moral particular, y que cae del lado del ámbito privado,
y que no puede imponer esa moral privada en el ámbito público en forma de ley
prohibicionista de la prostitución o la pornografía. Exactamente igual que el
religioso puede intentar convencer a todo el mundo de la inmoralidad del
aborto, pero no puede pretender que la ley prohíba a todo el mundo lo que para algunos
es inmoral.
En conclusión, el laicismo
es totalmente compatible con el feminismo de la igualdad en tanto que ambos
comparten el esquema básico de luchar por la igualdad de derechos con
independencia o irrelevancia de otras circunstancias (las creencias
particulares, el sexo, la orientación sexual, el color de piel, el origen étnico
o nacional, etc.). En cuanto al feminismo de la diferencia, habrá puntos de
acuerdo y otros en los que no. Posiblemente, la razón esté en que tanto el
laicismo como el feminismo de la igualdad tienen una base común en el pensamiento
ilustrado, moderno y universalista, mientras que el feminismo de la diferencia
entronca más con el comunitarismo, el posmodernismo y el multiculturalismo. Todas
estas corrientes aciertan en una de sus críticas al pensamiento ilustrado: el
sesgo etnocéntrico, androcéntrico y liberal que históricamente lo ha
caracterizado. Pero fallan totalmente en la alternativa: su rechazo al proyecto
moderno ilustrado en su conjunto. El proyecto ilustrado, lejos de agotado, lo
que está es por hacer, y en ese por hacer está la superación de esos sesgos
hacia un universalismo sin ellos. Lo que esas corrientes niegan es la mera
posibilidad de que pueda lograrse el universalismo, por eso buscan refugio en
el comunitarismo. A nuestro modo de ver, sí que es posible, y por eso tiene
sentido incidir en la construcción de un laicismo ilustrado, universalista y
feminista, a mi modo ver: republicano; capaz de lograr plenamente los objetivos
de libertad de conciencia en igualdad. En eso estamos.
Andrés Carmona Campo. Licenciado
en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria.
Hemos discutido esto antes. Yo sigo pensando que la defensa del aborto no debe plantearse en términos de que la mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que desea, sino sencillamente en términos de que el embrión no es una persona. Si el embrión sí fuese una persona, yo me opondría al aborto. Razono por analogía: aun si mi casa es mi propiedad, si un niño está dentro, no tengo derecho a quemarla. La analogía del violinista nunca me ha convencido.
ResponderEliminarHemos discutido esto antes. Yo sigo pensando que la defensa del aborto no debe plantearse en términos de que la mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que desea, sino sencillamente en términos de que el embrión no es una persona. Si el embrión sí fuese una persona, yo me opondría al aborto. Razono por analogía: aun si mi casa es mi propiedad, si un niño está dentro, no tengo derecho a quemarla. La analogía del violinista nunca me ha convencido.
ResponderEliminarPero yo no quiero entrar en el meollo de la cuestión del aborto o de la prostitución, sino quedarme en los límites del laicismo.
ResponderEliminarMuy bien usado el condicional: SI el embrión fuese una persona. Eso es lo que está en duda: el estatuto moral del embrión. Mientras la duda razonable persista, la posición laica a mi modo de ver es la neutralidad y la libertad de conciencia, que cada cual actúe en coherencia con lo que su conciencia dicte sobre ese estatuto moral. Distinto sería si hubiera una prueba o argumentación fuera de toda duda razonable sobre si es o no una persona, ahí no tendría lugar el debate, igual que hoy día no hay debate sobre si una persona adulta tiene o no derecho a la vida.
Una vez más mi asombro, rendición y agradecimiento por poner muchas ideas correctas en pie de forma muy esclarecedora. Desde que AI publicó su posición a favor de la legislación y en la que mi ignorancia veía muchas y buenas razones para su decisión he visto consternado como otros actores igualmente muy dignos han tomado una postura enfrentada a esta. Las razones de quienes se han enfrentado a la postura de AI. Chocantemente para mí Ciudadanos está por legalizar y el PSOE, el PCE y Alberto Garzón en particular por prohibir. Podemos parece que no se pronuncia.
ResponderEliminarMadre mía, señores, una mujer no es una casa. Desafortunada comparación y pobre réplica.
ResponderEliminarEn el caso de la procreación el" recipiente" (la casa) es una persona, mi duda es si el Sr. Andrade aceptaría quemar a la mujer, una vez salvada la criatura, o dicho de otro modo: en caso de incompatibilidad del feto (o persona para algunos) con la vida de la mujer y si pudiera decidir antes del parto ¿a quién salvaría? ¿a la mujer o a la criatura?
Tampoco puedo aceptar la comparación que hace el Sr. Carmona del derecho al aborto y a la eutanasia con el derecho a prostituirse. En el primer caso se habla de un derecho fundamental, el derecho a decidir sobre tu propio cuerpo y sobre tu propia existencia, sin mencionar aspecto mercantil alguno, mientras que el segundo defiende el derecho de obtener dinero a cambio de sexo. La comparación sería entre la prostitución y el hecho de cobrar dinero por abortar o morir o, por el contrario, entre el aborto o la eutanasia y tener sexo libremente. Si introduce la cuestión comercial, que es lo que hace la prostitución, quizá podría haberla comparado con la venta de sangre o de órganos, algo que su colega el Sr. Andrade ya ha tratado en otras ocasiones y que también puede verse como un derecho, pero de ningún modo con el aborto o la eutanasia, mucho menos cuando está defendiendo en su artículo la voluntariedad e incluso el disfrute de la prostitución por parte de las mujeres que la ejercen: "Por el contrario, exigen que se respete la presunción de 'mayoría de edad' moral de las mujeres que declaran explícitamente prostituirse o hacer pornografía libremente y, simplemente, porque les gusta o les da la gana hacerlo".
Ni el aborto ni la eutanasia se plantean jamás porque a una le guste o le dé la gana hacerlo, se lo aseguro.