¿Cuándo es el Día (laico) de España? (Andrés Carmona)
17/10/2015.
El pasado 12 de octubre volvió a celebrarse la
Fiesta Nacional de España. Para unos, motivo de orgullo patrio, para otros,
nada de nada. ¿Debería ser la Fiesta Nacional ese día, o debería ser otro? ¿Qué
significa una Fiesta Nacional en un sentido laico?
La Fiesta Nacional en
España está recogida en la Ley 18/1987,
de 7 de octubre, que en su exposición de motivos dice así:
La
conmemoración de la Fiesta Nacional, práctica común en el mundo actual, tiene
como finalidad recordar solemnemente momentos de la historia colectiva que
forman parte del patrimonio histórico, cultural y social común, asumido como
tal por la gran mayoría de los ciudadanos.
Sin
menoscabo de la indiscutible complejidad que implica el pasado de una nación
tan diversa como la española, ha de procurarse que el hecho histórico que se
celebre represente uno de los momentos más relevantes para la convivencia
política, el acerbo cultural y la afirmación misma de la identidad estatal y la
singularidad nacional de ese pueblo.
La
normativa vigente en nuestro país a este respecto se caracteriza por una cierta
confusión, al coexistir, al menos en el plano formal, distintas fechas como
fiestas de carácter cívico o exclusivamente oficial.
Se hace
conveniente, por lo tanto, una nueva regulación para dotar inequívocamente a
una única fecha de la adecuada solemnidad.
La fecha elegida, el 12 de Octubre, simboliza
la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de
construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y
la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un
período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos.
Sin embargo, el día 6 de
diciembre también es festivo por ser la efeméride del referéndum de la
Constitución. ¿No debería ser este el Día Nacional? De hecho, la propia ley se
refiere sin mencionarlo a ese día cuando dice que hay “cierta confusión, al
coexistir, al menos en el plano formal, distintas fechas como fiestas de
carácter cívico o exclusivamente oficial”. Aquí tenemos dos fechas alternativas
para celebrar lo que es España. Dos fechas totalmente distintas en significado.
El 12 de octubre remite a
la historia, a lo empírico, a lo dado, a lo que de hecho ha ocurrido. Sin
embargo, el 6 de diciembre remite a un acto voluntarista, a lo que fue porque
así lo quiso la mayoría de los españoles. El 6 de diciembre se aprobó una
Constitución, es decir, la norma jurídica principal que articula los principios
y valores superiores de la organización y la convivencia en este país. La
pregunta ¿qué día debe ser la Fiesta Nacional?, remite a la cuestión de ¿cómo
nos definimos los españoles?: ¿por cuestiones históricas y empíricas, o por la
libre y soberana decisión de los propios españoles? No da igual una respuesta
que otra, porque una nos ata identitariamente como pueblo a una historia,
mientras que otra nos coloca en el plano transcendental de la libre voluntad de
un pueblo que se autodetermina a sí mismo en lo que quiere ser y lo plasma en
un texto. Un texto constitucional que, como su nombre indica, lo constituye
como tal pueblo, le da su constitución o estructura fundamental.
La Constitución expresa la
soberanía del pueblo que se hace a sí mismo, que se elige, en el sentido de que
decide por sí mismo qué y cómo quiere ser. Y, si de verdad es soberano, lo hace
con independencia de su historia y de todo lo empírico. Un pueblo soberano es
aquel que, aunque su historia sea una historia de guerras, conquistas,
imperialismo o violencia, decide un día, por sí mismo y porque le da la gana,
constituirse como un pueblo pacífico, cooperativo, respetuoso y dialogante, y
reconocerse a sí mismo en esa libre decisión de su voluntad soberana,
desligándose absolutamente de su pasado si hace falta.
Un pueblo que se reconoce
en su historia no es soberano, salvo que ese reconocimiento sea porque su
historia expresa su libre voluntad. Porque entonces la soberanía no estaría en
su libre voluntad sino en su historia, en su pasado: estaría atado a lo que
ocurrió antes y no tendría el poder de autodeterminarse, que es lo que significa
la soberanía. La soberanía no es un acto de reconocimiento
sino de creación. El pueblo soberano
se crea a sí mismo en el momento de darse su Constitución, se constituye a sí
mismo en ese momento. El momento constitucional es un momento transcendental,
crítico, no empírico. Para serlo, debe distanciarse, precisamente, de lo
empírico, de su historia, para transcenderlo hacia lo que quiera ser él mismo.
Exactamente de la misma
forma que un adulto autónomo es la persona que piensa por sí misma y decide su
propio destino, independientemente de su familia y su pasado. La persona
autónoma es la que es capaz de rechazar un matrimonio concertado por sus padres
porque no quiere casarse con quien no ha decidido él mismo o ella misma. La
persona autónoma es la que toma sus propias decisiones, incluso en contra de
las de sus antepasados. Es quien decide ser artista aunque su padre le haya
educado para ser médico, sin sentirse traidor a su padre sino orgulloso de su
libertad y autonomía. Es su padre quien lo hace mal si se lo reprocha (por
chantaje emocional). Un acto libre nunca puede ser motivo de vergüenza sino de
orgullo. Libre, autónoma y soberana es la mujer que decide por sí misma quitarse
el velo, no ser la cuarta esposa de un hombre y leer a Dawkins o Dennet en vez
de cubrirse el pelo, permanecer en un harén o recitar el Corán. No le debe
absolutamente nada a ninguna cultura, pueblo o religión. Puede desligarse de
todo eso y autodeterminarse. Si no entendemos esto, no entendemos el concepto
de soberanía.
La soberanía nacional es
el equivalente colectivo de la autonomía individual. Para el filósofo laicista
Gonzalo Puente Ojea, la laicidad se basa en la dignidad de la persona y ésta en
su libertad de conciencia, en que su conciencia es libre y puede autodeterminarse
racionalmente. Para la iglesia católica, esta idea de “conciencia libre” es
herética, y le contrapone la de “recta conciencia”: la conciencia que reconoce
la verdad revelada y se pliega ante ella. Por eso la iglesia católica nunca
podrá asumir la laicidad, dice Puente Ojea, porque eso implicaría aceptar la
“libre conciencia” en vez de la “recta conciencia”, o lo que es lo mismo,
rechazar que haya una verdad revelada y afirmar la libertad de la conciencia
autónoma que se da sus propias normas en vez de aceptar otras externas (que
sería la heteronomía).
De la misma forma, un
pueblo solo puede ser libre, soberano y autodeterminarse si no tiene que
plegarse ante ninguna historia, lengua o característica empírica que le impida
ser lo que quiera ser incluso en contra de esa historia, lengua o lo que sea. Las
naciones modernas no se hayan unidas por su historia, sino por su libre
voluntad. No son pueblos con una historia que deban preservar y perpetuar tal
cual solo porque es la que es. Ni mucho menos porque hablen tal lengua, crean
en tales dioses o tengan tal RH o color de piel. Una nación es una nación
soberana porque quiere serlo, porque así lo decide en el momento en el que se
constituye como tal dándose una Constitución a sí misma. Una Constitución donde
establece lo que ella quiere establecer, sin ninguna deuda con el pasado o la
historia que deba reconocer.
Según la filósofa laicista
Catherine Kintzler, esa idea del pueblo que se autodetermina a sí mismo en el
momento transcendental y constituyente de la Constitución, es la gran
aportación francesa a la laicidad. Es en ese momento constitucional en el que
el pueblo como laos (origen griego de
la palabra “pueblo”) se constituye como tal pueblo político, independientemente
de cualquier pertenencia comunitaria previa. Es cuando se da el salto de lo que
el pueblo era o es hasta ese momento, hacia lo que quiere ser por sí mismo. Eso hizo el pueblo francés en la
revolución de 1789, cuando rompió con lo que era antes (antiguo régimen) y
decidió ser lo que su libre voluntad determinara. La revolución francesa marca
esa idea de empezar de cero, de romper con la tradición heredada y realizar la
propia libertad sin hipotecas del pasado.
Esto no significa ignorar
la historia, sino reapropiársela críticamente. Otro pensador laicista, Henri
Peña-Ruiz, apunta esto con su diferencia entre mismidad e ipseidad, y que
apuntamos en
otro texto. Los individuos que se eligen a sí mismos y se conforman
libremente como nación política, pueden reconocerse en su historia de un modo
crítico. Es decir, son conscientes de su historia y su pasado, pero no se los
apropian tal cual sino críticamente. Y aquí el criterio de la crítica son los
valores y principios que se hayan establecido a sí mismos en su Constitución.
Al repasar su historia, se reconocerán en aquellos momentos que expresen esos
valores y principios, pero no en aquellos otros que sean en sentido contrario. Incluso,
podrán elegir algún capítulo de su historia como símbolo especial si lo
consideran suficientemente significativo o metafórico de esos valores y
principios constitucionales que les dan su identidad política. Por ejemplo, si
entre sus valores está la libertad, algún acontecimiento histórico que
represente esa libertad o la lucha por conseguirla (por ejemplo, la toma de la
Bastilla para los franceses).
Los españoles se dieron
una identidad colectiva basada en los principios que establece el artículo
1 de la Constitución: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político. Esa es la esencia constitucional de España, y eso es ser español.
Quien oprime, quien discrimina, quien comete injusticia o pretende una
dictadura, no es un buen español, por mucha bandera, aguilucho o cara al sol de
los que haga gala. Sin embargo, el 12 de octubre no refleja esos valores.
Cuando alguien piensa en el 12 de octubre no le vienen a la cabeza
inmediatamente la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo político. Le
vienen el imperio español, la conquista, genocidio y destrucción de las
culturas amerindias, la imposición de la ley española y la religión cristiana a
los otros pueblos, la unidad nacional-religiosa por exclusión de judíos y
musulmanes, la monarquía como forma de gobierno, etc. No es algo de lo que
estar orgulloso y con lo que identificarse.
Comparado con el 12 de
octubre, el 6 de diciembre es mucho mejor candidato como Día Nacional. No
obstante, el texto constitucional aprobado ese día de 1978 deja mucho que
desear. El Día Nacional debería ser el día que el pueblo español pueda darse
una nueva Constitución y constituirse como una República con todo lo que eso
implica. En la línea de aquel 14 de abril en el que el pueblo español decidió proclamar
una República y el 9 de diciembre que se constituyó libremente con esta
identidad en el art.
1 de la Constitución de 1931:
España
es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en
régimen de Libertad y de Justicia.
Ese día sí tendremos una
fecha para estar orgullosos y decir: ¡Viva España!
Bibliografía:
Kintzler,
Catherine (2005). La República en
preguntas. Buenos Aires: Ediciones del Signo.
Peña-Ruiz,
Henri (2001). La emancipación laica:
Filosofía de la laicidad. Madrid: Laberinto.
Puente
Ojea, Gonzalo (2011). La cruz y la
corona: Las dos hipotecas de la historia de España. Navarra: Txalaparta.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
El articulista comete faltas gramaticales, ortográficas y sintácticas, sin duda, por su real voluntad, y no por falta de discencia, que sería una cosa antigua. Dice lo mismo que la Sra. Colau , Wili Toledo y el alcalde de Cádiz, aunque lo dice en fino. Debiera saber que la sintalidad de un grupo, tribu, pueblo, nación y civilización, no parte de un momento histórico y que su valor simbólico proviene de la habitud de praxis del pasado inmediato y del remoto, de su cultura (de colo, cultivar) de su trayectoria histórica, moral y axiológica. Él promulga un "homo novus" autopropulsado, provisional y casual; pero todo hombre, incluso cuando pretende ser autónomo, nace para la sinergia y es hombre porque sintetiza un pasado; hay un aprendizaje morfogenético, prenatal, incardinado en el tuétano de su mismidad de ser humano. La grupalidad es también un organismo vivo, que integra a todos y cada uno de los miembros que la integran. En cuanto al concepto de la soberanía, es una pura entelequia, un "flatus vocis" con el que entretener a incautos, aunque vayan de filósofos laicos.
ResponderEliminarPues el artículo puede que tenga muchos defectos -no lo juzgo- pero su comentario es, probablemente, lo más cursi que he leído en mi ya septuagenaria y lectora vida. Ramén, que diría un pastafari.
EliminarComo se esconde bajo el anonimato, sospecho que es el propio autor el que me considera cursi, desde la zafiedad de su discurso
EliminarEscribir de anónimo es una poderosa cobardía.
Pues no da una en el clavo señor "adivino". Simplemente soy uno del público: ¿ha visto alguna vez que si alguien pita a un cantante, actor, etc... desde el patio de butacas, le pidan el DNI desde el escenario? Pues eso, Vd. actúa en público y yo le digo que el escrito es cursi. Nada más. Otra vez ramén. Corto y cierro.
EliminarEstimado Sr. Massó:
EliminarEl comentario anónimo que figura más arriba no es mío. Si no le he contestado a su comentario previo ha sido simplemente porque no lo considero de calidad intelectual suficiente ni para tomarme esa molestia (aunque no quería decírselo así de claro). No obstante, ahí está para quien quiera leerlo. Lo que no voy a consentir son insultos ni falsas acusaciones hacia mí como la que ha hecho. Dado el tono irrespetuoso de su lenguaje en el comentario le considero un trol desde ahora mismo que solo tiene la intención de provocar, y desde luego este blog no sirve para alimentar a ningún trol. Y más teniendo en cuenta que usted mismo puede estar usando un pseudónimo. Así que le advierto lo siguiente: si todo esto es, simplemente, un malentendido, aceptaré sus disculpas por haberme acusado falsamente y podrá opinar libremente y con total respeto aunque sea en sentido totalmente contrario a lo que dice el texto (no me importa la crítica si es basada en argumentos aunque no los comparta). Cualquier otro comentario (sea cual sea el contenido) que no vaya precedido de esa disculpa o cuyo tono no sea respetuoso, lo interpretaré como una forma de trolear y será borrado inmediatamente y sin más aviso.
Si los comentarios han de ser aprobados previamente a ser publicxados, yo digo: ¡Viva la libertad!, ¡viva la tolerancia! y ¡viva la coherencia!
ResponderEliminarDos cosas que no puse en su anterior post. La primera es que no se puede comparar la soberanía nacional con la autonomía individual. Y hay muy buenos motivos para no hacerlo, repito el más importante: el sujeto de la soberanía nacional que es la voluntad popular es solo una ficción necesaria. Una foto que fija una amalgama siempre cambiante de deseos e intereses individuales. Otro más es que mientras un individuo expresa sus preferencias de acuerdo a su voluntad, un colectivo que acepte el principio democrático las expresa de acuerdo a una regla de agregación de voluntades individuales. Cambiando la regla cambiamos el resultado.
ResponderEliminarLa segunda está relacionada con la confusión entre valores del ordenamiento jurídico expresados en la constitución y los valores individuales. Los españoles pueden tener los valores que les parezca, las leyes no. Por eso pueden existir partidos cuyo objetivo sea la destrucción del sistema constitucional vigente pero no una ley que prohíba un partido por su ideario (la ley de partidos no lo hace).