El pecado político de querer ser como Dios (Andrés Carmona)
“La serpiente era el más astuto de
todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer:
«¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del
jardín?».
Respondió la
mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas
del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de
él, ni lo toquéis, so pena de muerte.». Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera
moriréis.
Es que Dios
sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y
seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». Y como viese la mujer que el árbol
era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría,
tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. (…) A la mujer le dijo [Dios]: «Tantas
haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia
tu marido irá tu apetencia, y él te dominará». Al hombre le dijo: «Por haber
escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido
comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento
todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba
del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al
suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás»”. (Génesis, 3: 1-6,
16-19).
El mito del pecado original es uno de
los mitos fundacionales de las tres religiones del Libro (judaísmo,
cristianismo e islam). En él se narra cuál fue ese pecado original y sus
consecuencias. El pecado, desobedecer la orden de Dios: “Y Dios impuso al
hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol
de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio.» (Génesis 2, 16-17). Las consecuencias: el dolor y el
sufrimiento. Para los hombres, trabajar fatigosamente para poder comer. Para
las mujeres, parir con dolor.
El pensamiento conservador ha hecho de
este mito una ley natural sancionada de modo divino: el trabajo debe ser duro y
es el precio a pagar por la comida. Pablo de Tarso lo recuerda: “Si alguno no
quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3, 10). De ahí a
considerar la pereza como un vicio moral y un pecado capital hay un paso. Así
como a considerar el sufrimiento como algo natural e irremediable, e incluso
como una prueba divina, que hay que aceptar con resignación e incluso con cierta
satisfacción. Por otro lado, resulta lógico en este esquema la condena de todo
tipo de hedonismo o filosofía que aspire al placer, al ocio o a liberarse del
dolor y el suplicio. Supondría una manera de querer escapar al designio divino
y a la maldición que debe acompañar al ser humano todos los días de su vida.
En cuanto al pecado en sí, nótese que
consiste en querer ser como Dios. Es decir, en rebelarse desde el estado
dependiente y subordinado de criatura al estado independiente y horizontal de
ser dioses. Si Adán y Eva fueran dioses, eso les colocaría a la misma altura de
Dios y podrían mirarle cara a cara y tratarle de tú a tú en un plano de
igualdad. Supondría salir del orden de la ley natural o divina para ponerse en
el plano divino de creadores de esa ley: en vez de estar sometidos a ella, ser
sus controladores. En vez de estar sometidos a una ley preestablecida del bien
y del mal, de lo que es correcto e incorrecto, permitido y prohibido, colocarse
en una situación de creadores de esa ley y poder decidir por sí mismos ese bien
y mal: poder decidir de forma libre y autónoma el qué queremos sin someterse a
la voluntad de otro (de Dios). Que no es sino otros de los pecados capitales: el
orgullo y la soberbia. Lo contrario, la virtud, sería someterse a la ley divina
o natural, aceptarla tal cual está establecida, y acomodarse a ella sin
rechistar ni querer enmendarla. Como también dice Pablo de Tarso: “¡Oh hombre!
Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a
quien la modeló: «por qué me hiciste así»? O ¿es que el
alfarero no es dueño de hacer de una misma masa unas vasijas para usos nobles y
otras para usos despreciables?” (Romanos 9, 20-21).
Es interesante notar que este mito
está relacionado, a su vez, con el mito precedente: el mito del Edén o del
Paraíso perdido. Adán y Eva eran “felices” en el estado de “inocencia” previo
al pecado original. Entrecomillo porque se trataba de una felicidad basada en
la ignorancia, pues no otra cosa era esa inocencia: se supone que antes de
querer ser como dioses todo iba bien, que no había dolor ni sufrimiento. Pero
al querer ser como Dios y decidir por sí mismos aparecieron los males como
consecuencia. Es decir, de no haber querido ser como dioses, y haberse sometido
de forma acrítica a la ley divina o natural, todo habría ido bien.
Otro mito parecido, pero de la cultura
griega, es el mito de Prometeo. En él, el papel de serpiente está representado
por el propio Prometeo, el titán amigo de la humanidad y enemigo de los dioses,
especialmente de Zeus, al que engaña varias veces en beneficio de los mortales.
En una de ellas, Prometeo roba el fuego a los dioses y se lo regala a los seres
humanos, de forma que estos ya no depende de la gracia divina para poder
servirse de él. Por esto, Zeus lo condena a que lo encadenen en el Cáucaso a
donde todos los días un águila acude a comerse su hígado que, como es inmortal,
se le regenera de un día para otro y así su agonía se hace eterna. En cuanto a
la humanidad, Zeus crea a una mujer, Pandora, la cual lleva consigo un ánfora
con todos los males y que, al abrirla, condena a los seres humanos al dolor y
al sufrimiento.
Como vemos, en ambos mitos los seres
humanos dependen de los dioses y cometen el mismo pecado de acceder al
conocimiento: saber cómo son las cosas y manejarlas, es decir, ser como dioses.
Y en los dos, al obtener ese conocimiento vienen los males y las desgracias.
Podemos decir que la humanidad se ha
dejado llevar por dos formas de entender estos mitos: por un lado, el
pensamiento conservador que reniega de la ciencia y la tecnología como formas
del pecado original y causas de calamidades. Es el pensamiento de que más vale
no saber, ni mucho menos intervenir. Que lo mejor es dejar las cosas como están
y apañarnos con lo que hay, siendo humildes y modestos, reconociendo nuestro
lugar en el mundo y, sobre todo, sin querer ser como Dios. El otro tipo de
pensamiento es el radicalmente opuesto, es el pensamiento prometeico o
progresista. No solo es un pensamiento ateo sino impío: irreverente hacia los
dioses. Los desdeña, los desafía. Se opone y se rebela a ellos porque quiere
ser como ellos: quiere conocerlo todo, saberlo todo, y cambiarlo todo. Se
rebela contra los dioses porque quiere ser como Dios: ser omnisciente y
omnipotente como él.
Este pensamiento prometeico y
pecaminoso es progresista porque está convencido de que la humanidad, por sí
sola y sin ayuda de Dios (e incluso en contra de él) es capaz de avanzar y
mejorarse a sí misma gracias a la ciencia (al conocimiento) y a la tecnología
(la aplicación de ese conocimiento). Progresismo viene de progreso, de ir de lo
peor a lo mejor, significa mejorar, perfeccionar. El conservadurismo es lo
inverso: el mito del pecado original y del Edén perdido son incompatibles con
el progreso. No se puede ir a mejor porque la humanidad ya estuvo en ese estado
de perfección que era el Edén perdido. Y desde luego que la ciencia y la
tecnología no nos hacen mejores sino que nos alejan más de ese estado de
inocencia (ignorancia) ya que ellas fueron la causa de la caída. Cualquier
cambio es a peor porque nos aleja del estado originario: si partimos de lo
mejor, cualquier cambio es a peor.
El progresismo ha intentado retar a
los dioses y mostrar que puede apañárselas bastante bien por sí mismo. Incluso
más: que puede escapar a sus castigos y maldiciones. Especialmente el dolor y
el sufrimiento. La ciencia y la tecnología no han hecho otra cosa que combatir
las maldiciones divinas. El conocimiento científico de la realidad nos ha
permitido tecnologías que nos liberan progresivamente del trabajo más penoso
(del sudor de la frente) mediante la automatización y la robotización. Y
gracias a la medicina científica y las tecnologías en el ámbito de la salud,
hemos reducido a límites mínimos la mortalidad infantil y hemos aumentado la
esperanza de vida. En unos siglos, hemos pasado de un escenario “natural” en el
que la población se mantenía reducida con una alta mortalidad infantil y un
máximo de 40 años, a otro más “artificial” en que la población se multiplica
exponencialmente y la gente espera vivir más de los 80 años. Y donde los seres
humanos pueden hacer cosas que se pensaban que eran exclusiva de dioses: volar,
viajar a distancias inmensas, desplazarse a velocidades increíbles, explorar
los cielos y el subsuelo, escudriñar lo inmensamente grande (las galaxias) y lo
inmensamente pequeño (los átomos), controlar y erradicar las enfermedades, prever y
reducir el impacto de las calamidades naturales (terremotos, inundaciones…).
Poco a poco hemos ido comiendo de más
y más árboles de la ciencia y robándoles más fuego a los dioses, expulsándoles
así de más y más dominios e independizándonos de ellos. Podemos explicarnos los
cielos sin ellos perfectamente, de eso se ocupó la revolución científica desde
Copérnico y Galileo. Sabemos explicarnos la vida como un fenómeno material más:
de eso trató la química orgánica. Comprendemos el origen del universo y del ser
humano como una especie evolucionada y en evolución. Y las neurociencias, al
estudiar el cerebro, están eliminando el último mito que quedaba: el del alma y
la espiritualidad. Al mismo tiempo, las biotecnologías están echando a los
dioses de lo que antes era su reino absoluto sobre el control de la vida: comprendemos
la química orgánica y la genética. Y somos capaces de intervenir en los genes y
mejorar la especie humana.
Las biotecnologías son el último
pecado al que por ahora se ha atrevido el progresismo prometeico e impío. Biotecnologías
que nos permiten intervenir en lo que hasta ahora era el dominio inexpugnable
de Dios o la naturaleza. Podemos cambiar genes, combinarlos, crear especies y
organismos nuevos, clonarlos, mejorarlos. Podemos ser como Dios.
Frente a las biotecnologías y en su
contra se alza el pensamiento conservador en dos formas distintas. Una es la
tradicionalmente religiosa que tal cual califica la manipulación genética del
pecado de querer ser dioses. Otra es el pensamiento naturalista o ecolátrico, de
ecolatría: religión consistente en adorar a la naturaleza como si fuera un
dios. Es la forma de religión subyacente a ciertos planteamientos “ecologistas”
(autocalificados como tales, porque la Ecología como tal es una ciencia que no tiene nada que ver) que al típico estilo agorero y pesimista “profetiza”
desastres y calamidades por jugar a ser dioses con la diosa naturaleza en vez
de adorarla y obedecerla con un estilo de vida más humilde y “natural”. Y que,
por supuesto, se opone rotundamente a las biotecnologías y tecnologías de
mejora genética. Para ellos, Frankenstein
no es solo una novela sino una premonición: la humanidad caerá víctima de su
soberbia y de la creación de sus propios monstruos. Los alimentos cada vez serán
más tóxicos por transgénicos, el aire más irrespirable por los chemstrail, y en el agua pulularán peces
de tres ojos por los vertidos nucleares del señor Montgomery Burns. Ejércitos
de hítleres clonados someterán a la humanidad a la esclavitud. Entonces nos
acordaremos de aquellos profetas que vivían de acuerdo a la naturaleza, con sus
gafa-pastas totalmente naturales recién cogidas de los árboles, y resonarán sus
palabras en nuestras conciencias: “¡Principio de precaución, principio de
precaución…!”.
Es curioso constatar, con perspectiva
histórica, que cada vez que ha habido un avance científico o tecnológico
importante, ya sea la agricultura, la escritura, la imprenta, la máquina de
vapor, el ferrocarril, la electricidad, los coches, los aviones, internet o las
biotecnologías, la que sea, siempre ha habido agoreros que han profetizado en
su contra. Que han dicho: hasta aquí sí, pero no más. Quitando a primitivistas
que plantean volver literalmente al “paraíso perdido” de los
cazadores-recolectores, los agoreros de hoy en día no plantean ir hacia detrás,
sino no avanzar hacia adelante. Consideran que, casualmente, la humanidad de su
generación ya ha llegado al límite donde razonablemente se podía llegar en
ciencia y tecnología y que hay que parar ya, justo en este momento. Que la
generación justo anterior todavía no había llegado al máximo pero que ya no es
bueno ir a más. Es decir, cada generación de agoreros ve bien las tecnologías
que ella misma sabe manejar, pero piensa que las novedosas serán las que nos
lleven al desastre. En su día fue el ferrocarril, que decían que acabaría con
los sembrados y los alimentos, y ahora los mismos que claman contra los
organismos transgénicos alaban el ferrocarril como medio de transporte limpio y
sostenible. Estoy seguro que los agoreros de dentro de cien años vociferarán
contra otras cosas, pero que estimarán como algo natural la manipulación y la
mejora genética que para ellos será tan normal como para nosotros internet (o a
lo mejor el avance ha sido tan grande que las valorarán como nosotros hoy día al
telégrafo).
Hubo un tiempo que la izquierda era progresista:
atea, impía e irreverente con la religión y la naturaleza. En vez de agachar la
cabeza ante dioses y leyes la erguía orgullosa, aún a riesgo de que se la
cortaran, y les miraba cara a cara. Frente al desconocimiento y el fracaso no
decía: “Solo Dios sabe, eso no me corresponde, eso es mejor no saber ni tocar”.
Al revés, decía: “Todavía no lo sé, pero lo sabré; aún no puedo dominarlo, pero
lo dominaré”. De esta forma, la izquierda abrazó la causa revolucionaria de la
Ilustración, la ciencia y la tecnología. Leer a Marx o a Bakunin son ejemplos
de este tipo de izquierda progresista y revolucionaria.
Hoy día florece otra izquierda. Una
que ha rechazado el progresismo y a Prometeo, y ha abrazado el romanticismo y
el mito del Edén y del pecado original. Que adora a Dios en forma de Naturaleza
y le presenta su pío respeto sin querer ser como Ella. Que prefiere que los
niños mueran de difteria en el primer mundo, o de difteria, polio y malaria en
el tercero, antes que hacer algo tan antinatural como vacunarlos. Que prefiere
que los agricultores pobres pierdan cosechas enteras antes que modificar
genéticamente el grano para hacerlo resistente a plagas. Que prefiere “salvar”
a células-madres antes que investigar con ellas para salvar (sin comillas) a personas reales. Que prefiere hablar de
espiritualidad en vez de laicismo.
Este giro anti-ilustrado y
anti-progresista de cierta izquierda, la izquierda posmoderna y new age, deja la ciencia y la tecnología
totalmente a merced del neoliberalismo, de forma tal que parece que defender
los avances y progresos científicos y tecnológicos es ser de derechas o que lo “progre”
es ser ¡anti-progreso! De todas formas, esperemos que esta moda posmoderna, new age y hippie-guay pase pronto en la
izquierda y las aguas vuelvan a su cauce ateo y prometeico, aunque a algunos ya
se nos está haciendo demasiado pesada esta moda tan estúpida.
Andrés Carmona Campo. Licenciado
en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria.
Yo estoy de acuerdo con la idea general del artículo. Pero, hay un aspecto en el cual yo sí soy conservador, y me parece que en ese aspecto, no debemos jugar a ser dioses: la ingeniería social. Tenemos una naturaleza humana inscrita en nuestros genes. Pretender reestructurar esa naturaleza, a través de formas de organización social que no concuerdan con nuestros genes, puede resultar peligroso. Es lo que suelo criticar a algunos comunistas y a algunas feministas. Por ejemplo, es un hecho que las mujeres tienen más habilidades que los hombres en algunas cosas, y viceversa. Eso obedece a las condiciones de nuestra evolución como especie en la sabana. Pretender cambiar eso, e insistir en , por ejemplo, que la mitad de los soldados deben ser mujeres, y la mitad de los maestros de pre-escolar deben ser hombre, es problemático. Del mismo modo, es un hecho que los niños se sienten más acobijados con padres específicos. Pretender criar comunalmente a los niños, a la manera de los kibbutzim, me parece problemático. Por eso, yo simpatizo con filósofos como Larry Arnhart, quienes proponen un "conservadurismo darwiniano": debemos reconocer los límites de nuestra naturaleza humana, y no imponer modos de organización que sean demasiado incompatibles con esa naturaleza.
ResponderEliminarEso no impide, por supuesto, que haya avances en la biotecnología. Y, quizás en el futuro logremos implantar genes en los hombres que los hagan más inclinados a ser maestros de preescolar, y genes en las mujeres que las hagan más inclinadas a ser soldados. En ese sentido, doy la bienvenida a la ingeniería genética. Pero, insisto, la ingeniería social debe reconocer los límites de la naturaleza humana. No somos una tabla rasa que se puede moldear según sueños utópicos.
P.D. La naturaleza humana se cambia con biotecnología, no con revoluciones sociales.
EliminarSí y podríamos usarla para cambiar sus genes y conseguir que estuviera satisfecho con el hecho de que haya más mujeres maestras de preescolar que maestros. La opinión que acaba de dar sobre cambiar los genes de los varones para que se sientan más inclinados a elegir ese trabajo le parecería ridícula. Que pudiéramos rediseñar la naturaleza humana no quiere decir que sepamos qué hacer con ella.
EliminarLos soldados ni siquiera deberían existir en una sociedad racional. Desgraciadamente no he conocido ninguna que lo sea. Respecto a la naturaleza humana inscrita en los genes cabe señalar que no es tanto así en el sentido que plantean los conservadores. El tabú del incesto es una norma cultural, más que biológica, e intervienen diversos factores quevestablecen el grado de prohibición y los miembros a los que se extiende la misma dentro del grupo de parentesco, que tampoco emana impoluto de una naturaleza humana sin ser procesado por la cultura. Los iroqueses consideraban madre a la madre consanguínea real y a las hermanas de la madre. Existen culturas en las que no se cuenta con una idea de padre como tal. La pretendida naturaleza humana no toma muchas veces en cuenta que el hombre emana de la dicotomía de naturaleza y cultura, que la propia naturaleza y el concepto que se tiene de ella es un concepto emanado de la cultura. Existe una base biológica de las conductas humanas, una serie de rasgos que hemos obtenido gracias a la evolución, eso no puede negarse, pero de allí a que lleguemos a equipararlos con la naturaleza humana...
EliminarUn breve apunte, leer literalmente los mitos no es muy productivo. Sencillamente no tenemos datos suficientes, tan sólo un texto sin autor, sin contexto, sin referencias inteligibles porque vienen de una sociedad desconocida.
ResponderEliminarEl problema principal que le veo al texto es lo que no veo. No veo la estación término del progreso, el final de la historia, del progresismo. Los conservadores quieren recuperar la inocencia (ignorancia) primigenia, por eso como dice el autor cualquier cambio es un deterioro de lo mejor. No tengo muy claro que eso sea cierto, excepto tal vez en el primer cambio ( tal vez en el segundo si no es una reversión del primero, en el tercero si no revierte los dos primeros cambios, etc.). Llegará un momento en que la situación será demasiado compleja para que sea posible un cálculo racional sobre qué actuación nos lleva a la utopía deseada. Salvo que se pueda crear un modelo matemático de la sociedad humana que permita predicciones (la psicohistoria de Asimov). En todo caso tienen una utopía. Sin embargo el autor no postula ninguna, salvo alguna nota ideológica no racional o de ampliación de posibilidad de supervivencia de la especie. En realidad, hace una inversión de la idea conservadora "puesto que estamos en la mejor situación cualquier cambio será a peor" queda como "puesto que no estamos en la mejor situación cualquier cambio será a mejor". Es una inversión de dónde ponemos el miedo y dónde la confianza. Pero son dos opciones igualmente irracionales. Estoy de acuerdo con las conclusiones del artículo sobre la investigación científica pero la idea de progreso me parece bastante problemática.
Gabriel, los seres humanos llevamos haciendo ingeniería social desde hace milenios. La moral primitiva ya la resumió Jesucristo cuando dijo: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo” (Mateo 5, 43). Esa moral es perfectamente natural en el contexto de cazadores-recolectores por motivos que la psicología evolutiva ya ha explicado y que no es cuestión de repetir. Sin embargo, la invención del comercio ha cambiado eso: ha extendido la noción de “prójimo” = próximo, cercano, de la misma tribu, a extraño, extranjero, de fuera. De hecho, la humanidad ha avanzado de la extrema violencia del pasado a ser cada vez más pacífica, como muestra Steven Pinker. Nuestra genética y biología nos lleva (por la oxitocina y todo eso) a preocuparnos de nuestros descendientes y los vecinos con los que vivimos todos los días y poco más, y sin embargo hoy en día hemos burlado eso y podemos estar más unidos con los más lejanos (yo ahora mismo estoy interactuando pacíficamente contigo a miles de kilómetros). De nuevo somos dioses o más bien nos burlamos de los dioses o de la naturaleza. Somos capaces de comprender cómo piensan los dioses (cómo funciona la naturaleza, incluso la nuestra) y de engañarla para nuestro propio beneficio. Ahora el ejemplo sería otro mito de Prometeo: aquel en el que Prometeo ofrece dos sacrificios a los dioses: en uno pone toda la carne pero oculta en el vientre del buey, y en el otro solo puso los huesos pero los recubrió de grasa. Los dioses eligen el sacrificio de la grasa y cuando descubren que en realidad son huesos se enfadan, porque desde entonces a los humanos les corresponde la carne en los sacrificios. La idea es la misma: con astucia (tecnología) podemos engañar a los dioses (a la naturaleza) pero para eso debemos conocerla perfectamente (la ciencia). Y eso vale también para la sociedad. Lo que no podemos hacer es cambiar las cosas así como así, con simple voluntarismo y sin saber bien cómo funcionan las cosas. Ese sea tal vez el error que dices de algunos comunistas o algunas feministas, que creen que vale con querer algo para que suceda.
ResponderEliminarProgreso significa cambio y esto es difícil por dos razones. Primero, porque hay muchas maneras de cambiar las cosas y solo una de dejarlas como están. Segundo, porque si uno toma cualquier sistema que, bien que mal, funciona de alguna manera, y le cambia cualquier elemento al azar es mucho más probable que funcione peor que mejor.
ResponderEliminarEstas dos razones imponen las condiciones necesarias para el progreso. Incidiré en la segunda. Para que los cambios sociales mejoren y no empeoren lo presente, deberán ser cambios de cuyas consecuencias tengamos alguna idea clara, no solo una esperanza. Marx y Bakunin podrían tener todo el progresismo del mundo, toda la buena intención que quieras y toda la admiración por la ciencia que les queramos otorgar, pero ninguno de ellos tenía las más remota idea de cómo construir su sociedad ideal o, por lo menos, de cómo avanzar hacia ella (Marx mismo lo reconoce desde el Manifiesto). Es por eso que la mayoría de las ingenierías sociales han fracasado (desde los kubutz hasta Venezuela, pasando por fascismos y comunismos realmente existentes). Hay ingenierías sociales que han mejorado lo existente (en el sentido de mejorar de acuerdo con lo que esperaban quienes las propusieron, tal vez no en el sentido en que uno querría). Los ejemplos que abarcan más aspectos de la sociedad son las socialdemocracias europeas y los capitalismos asiáticos dirigidos. Ejemplos más reducidos son cada una de las políticas económicas y sociales que han funcionado.
Lo más importante de proponer medidas es tener alguna idea de por qué es mejor esa que alguna alternativa y, tal vez más importante, estar dispuesto a desterrar propuestas que se han mostrado peores que las alternativas. No podemos ser dioses en sabiduría, no hay ciencia infusa para saber lo que es bueno o malo, pero sí hay método científico y crítico para poder ir más allá de la prueba y error a tientas.
Ningún método científico va a decir cuál es la sociedad preferible. Por definición. Hay que elegir.
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