¿Debe el Estado corregir las desigualdades naturales? (Andrés Carmona)
Hace
tiempo, Gabriel Andrade publicaba en este blog una entrada titulada ¿Puede
el Estado corregir las desigualdades sociales? En ella partía del libro de
Hernstein y Murray, The Bell Curve,
acerca de la (supuesta) correlación entre razas e inteligencia, para
reflexionar después sobre la relación entre las desigualdades naturales y las
sociales y si le cabía al Estado algún papel corrector entre ellas, iniciando
así, de paso, un diálogo con la filosofía de John Rawls. La conclusión de
Andrade es:
“Pretender que el Estado pueda
corregir esa desigualdad no merecida (y Rawls no deja de tener razón cuando
alega que esas ventajas no son merecidas [se refiere a las desigualdades
naturales]) no es solamente utópico, sino también poderoso. Podemos quejarnos
ante Dios por haber creado un mundo tan desigual (…), pero lamentablemente, no
hay gran cosa que podamos hacer al respecto. Las desigualdades sociales deben
seguir reflejando las desigualdades naturales”.
Para responder, es preciso entender el
siguiente esquema: partimos de una situación inicial o de oportunidades, y llegamos a una situación final o de resultados. En ambas puede haber más
igualdad o desigualdad.
En la situación inicial, lo normal es
partir de una desigualdad de oportunidades, desigualdad que puede deberse a:
-motivos naturales: las diferentes
capacidades naturales de cada uno (desigualdad natural).
-motivos sociales: el desigual reparto
de los bienes y servicios en la sociedad, y por la cual unos son más ricos (o
más pobres) que otros, o unos se sitúan más alto o más bajo en la escala
social, de prestigio y de poder en la sociedad que otros (desigualdad social).
En una situación de igualdad de
oportunidades sociales, la diferencia
en el resultado será debido a las diferencias naturales de cada uno: la desigualdad de resultados sería un
reflejo de la natural. En una situación de igualdad de oportunidades naturales, la diferencia se deberá a la
desigualdad social o a motivos individuales (esfuerzo, dedicación,
etc.). En teoría, corrigiendo las desigualdades naturales y sociales podría
lograrse la igualdad de oportunidades, lo que daría lugar a una igualdad de
resultados. Porque, si no hay igualdad de oportunidades, el resultado estaría
viciado. En teoría, un individuo más inteligente que otro, sin ninguna otra
diferencia más, será más rico que el otro, porque empleará mejor su tiempo, su
esfuerzo, etc. Ahora bien, si el más inteligente no tiene recursos para
estudiar y desarrollar su inteligencia, y otro menos inteligente sí, puede
ocurrir que el menos inteligente acabe siendo más rico por la desigualdad
social de oportunidades con la que empezó cada uno, y que no refleja la
desigualdad natural entre ellos.
Andrade se pregunta, si el Estado puede
corregir las desigualdades naturales, pero la pregunta correcta no es esa, sino
más bien si debe hacerlo, asumiendo que sí se puede, por lo menos en parte.
Hay dos formas de corregir las desigualdades naturales y sociales: ex ante y ex post, esto es, corrigiendo antes la desigualdad de
oportunidades o corrigiendo después la desigualdad de resultados.
Ex ante, es posible corregir, por lo
menos en parte, tanto las desigualdades naturales como las sociales. Gracias a
la ciencia y la tecnología es posible corregir desigualdades naturales entre seres humanos relativas a sus
capacidades motoras, sensoriales o intelectuales. Mediante tecnologías
adecuadas (desde simples gafas hasta prótesis muy complejas), y medidas de
eliminación de barreras arquitectónicas, es posible corregir diferencias
motoras y sensoriales, y mediante técnicas pedagógicas, didácticas y educativas
especiales también es posible corregir desigualdades intelectuales. Sin ir a
los extremos, las diferencias intelectuales entre individuos pueden corregirse
o reducirse en gran parte con la mera educación de todos los individuos. En cuanto
a las sociales, también es posible procurar garantizar unos mínimos de igualdad
social que serían los derechos
fundamentales iguales para todos, que implicaría derechos tanto cívicos y
políticos, como económicos y sociales[1]
(vivienda, alimento, ropa, educación, sanidad…). Otras formas de corrección ex ante serían establecer mecanismos de cuotas o formas de acción positiva
(discriminación positiva) a favor de ciertos grupos que se consideren en
situación de desventaja: mujeres, inmigrantes, discapacitados, etc.
Ex post, también es posible corregir
un resultado desigual, principalmente con impuestos.
Por ejemplo, si alguien más inteligente usa su inteligencia para ganar más
dinero que otro menos inteligente, el Estado podría poner un impuesto al más
rico de forma que le extrajera el dinero necesario para dárselo al otro e
igualar económicamente a ambos. Otra forma podría ser un límite a la riqueza, impidiendo que alguien pudiera acumular más de
cierta cantidad de riqueza.
Por tanto, la cuestión no es si se puede, sino si se debe hacer: si el Estado debe ser neutral ante esas desigualdades
(y, si acaso, dejarlo en manos de los propios individuos y el mercado), o si el
Estado debe intervenir activamente para hacer algo (por ejemplo, prestar un
servicio público de educación obligatoria y universal, imponer sistemas de
cuotas o discriminación positiva, o establecer impuestos redistributivos).
Lo que Andrade parece decir es que
las desigualdades naturales no son corregibles, o no de modo pleno, ni de una forma
ni de otra (ni ante ni post). De modo que, esas desigualdades
naturales afectarían inevitablemente a la igualdad de oportunidades inicial y
el resultado sería, irremediablemente, una desigualdad social. O algo peor,
porque si el Estado se empeñara en la utopía de corregir plenamente las
desigualdades naturales, lo que acabaría logrando es un igualitarismo
artificial que impediría el incentivo y empobrecería a todos, o cometería
graves injusticias como poner impuestos o
límites económicos a los más inteligentes, o dar prioridad a los menos
inteligentes debido a un sistema de cuota. Algo así parece pensar cuando se
pregunta:
“¿Puede el Estado realmente pretender
corregir las desigualdades naturales? Habitualmente, los simpatizantes de
libros como The Bell Curve, defienden
el punto de vista complementario, según el cual, así como los negros son
naturalmente menos inteligentes, son naturalmente superiores en habilidades
atléticas. Supongamos que esto es efectivamente así. ¿Debe, entonces, el Comité
Olímpico Internacional permitir a los atletas blancos empezar una carrera con
algunos metros de ventaja sobre los atletas negros, a fin de igualar las
desventajas que la naturaleza ha impuesto? Lo dudo mucho”.
Ya que Andrade introduce el ejemplo
de la carrera de atletas, exprimámoslo. Dos atletas exactamente iguales en todo
empatarían en todas las carreras, pero no es razonable pensar que haya dos
atletas así en la vida real. Lo normal es que sean distintos en sus capacidades
físicas, en su esfuerzo, en su entrenamiento, etc. Dicho de otra forma, su desigualdad natural será inevitable. Es
más, nadie espera que sean exactamente iguales (porque entonces siempre
empatarían). Lo que se espera es que su desigualdad no sea máxima o que, por lo
menos, sean básicamente iguales: no
nos parecería justa una carrera entre atletas físicamente muy distintos, o
entre niños y adultos, dada su extrema desigualdad natural. Dicha desigualdad
puede corregirse en parte si el peor dotado se entrena más a fondo y se
esfuerza más (y si, además, el más dotado se entrena menos o se esfuerza menos,
tal vez porque se confíe en su superioridad física). La desigualdad social dependería de los recursos sociales con los que
cuenta cada uno para su entrenamiento: no es lo mismo entrenar en una pista
deportiva debidamente construida, que hacerlo en sitios no acondicionados para
ese entrenamiento. Un atleta físicamente superior que entrenara con unos medios
peores podría tener un resultado peor que otro físicamente inferior pero con
mejores medios para entrenar. Ambos factores, los naturales y los sociales,
determinarían la igualdad o desigualdad de oportunidades en la que se
encuentran los dos atletas. Cuanta mayor igualdad de oportunidades, más justo
nos parecerá el resultado, si bien es cierto que tampoco es deseable la
absoluta igualdad que conduciría inevitablemente al empate y al aburrimiento (el equivalente social en la analogía que
estamos haciendo sería la pobreza generalizada por falta de estímulos
económicos). Como para nosotros es más fácil corregir la desigualdad social que
la natural en las oportunidades, parece que es moralmente obligatorio
garantizar por lo menos esa igualdad de oportunidades sociales en un sentido
básico que garantice los derechos fundamentales. No obstante, como también se
pueden corregir, por lo menos en parte, las desigualdades naturales, también
parece obligatorio corregirlas todo lo posible.
Caso aparte merece la reflexión
sobre los sistemas de cuota o acción
positiva, y los trataremos en otro texto más detenidamente. El ejemplo de
Andrade sería una medida ex ante de
este tipo, por la que se dejaría salir a los atletas más lentos antes que a los
más rápidos para que llegaran todos al mismo tiempo a la meta. Tendemos a
pensar que no sería justo, pero no es tan sencillo. Si la diferencia de
velocidad entre ellos es irremediable, no sería justo. Pero, si el atleta más
lento pudiera, con suficiente entrenamiento, igualar al más rápido, pero no lo
hiciera porque no cree en sus propias capacidades, y la forma de incentivarlo
fuera dejarle esa ventaja provisionalmente
y durante cierto tiempo solamente, para que comprobara que tiene mucha más
capacidad de la que cree, entonces la medida sí podría ser adecuada[2].
Pero, como digo, eso merece otro texto para este tema.
Lo que no sería justo es compensar socialmente el resultado de una carrera que se ha hecho en la máxima igualdad de
oportunidades posible y deseable. Por
ejemplo, poner dos metas, una más cerca para los que lleguen más tarde y otra
más lejana para los que lleguen antes. El objetivo político no debe ser la
absoluta igualdad de resultados, en parte porque es injusto, y en parte porque
sería perjudicial para todos (sean cuales sean sus capacidades naturales o
sociales), pues, como dice Andrade, la absoluta igualdad haría que se perdiera
el incentivo y todos saldrían perdiendo (una carrera, en la que todos empataran
siempre, sería poco o nada interesante: no sería justa ni injusta, simplemente
aburrida). Evidentemente, una sociedad de extrema desigualdad tampoco es
deseable, porque también sería fatal para todos, incluso para los más ricos y
poderosos[3].
Lo interesante –y difícil- es establecer
cuánta igualdad sería posible y cuánta desigualdad sería tolerable, y qué
medios serían justos para lograrlas (qué formas de corrección). En mi opinión,
la respuesta es: la máxima igualdad de oportunidades posible (tanto naturales
como sociales) y la mínima desigualdad de resultados que se derive por sí misma
de ahí (y que, por eso mismo, sería justa: porque se ajusta a esa máxima igualdad de oportunidades posible). Esta
respuesta implica:
1.
Que el Estado debe corregir las desigualdades iniciales naturales tanto como
científica y tecnológicamente sea posible (directa o indirectamente, prestando
servicios o estimulando a la iniciativa privada para hacerlo).
2.
Que el Estado debe corregir las desigualdades sociales iniciales tanto como sea
necesario para garantizar los derechos fundamentales tanto políticos como
sociales y económicos[4].
En cuanto a los sistemas de cuota o discriminación positiva lo dejamos para
otro texto.
3.
Que el Estado debe abstenerse de pretender una estricta igualdad de resultados
corrigiendo las desigualdades sociales que resulten de esa igualdad de
oportunidades inevitablemente imperfecta, porque sería injusto e indeseable (el
resultado sería el peor para todos: la pobreza por falta de incentivos). Solo debería
corregir esa desigualdad de resultados únicamente en lo estrictamente necesario
para garantizar los puntos anteriores.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y
Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de
Enseñanza Secundaria.
[1] Lo cual puede
garantizarse en especie, es decir, en forma de servicios públicos gratuitos o
asequibles para todos, esto es, el llamado Estado social o del bienestar, o de
forma dineraria, en forma de renta básica universal e incondicional para todos.
[2] Sería similar
a cuando los padres dejan ganar a sus hijos en los juegos para que cojan
confianza y no se desanimen de intentarlo. En una sociedad machista, por
ejemplo, las mujeres pueden tener tan bajo su autoconcepto que hayan asumido
que ciertas profesiones no son para ellas y ni siquiera lo intenten, o piensen
que los prejuicios machistas son tan fuertes que jamás un hombre las contratará
para ese puesto, y un sistema de cuota puede servir para vencer ese prejuicio
en ella o en los hombres, y demostrar, y demostrarse, su valía. La cuestión
clave está en cuanto tiempo debe mantenerse la medida, pues, en teoría, pasado
un tiempo prudencial, la cuota dejaría de tener sentido, pues la situación se
habría corregido. Y, si pasado ese tiempo, la diferencia persistiera, entonces
es que no se debía a ese prejuicio sino a otra cosa.
[3] Una sociedad
extremadamente desigual es perjudicial para los más ricos porque les supondría
un enorme gasto en protegerse de los más pobres y porque les dificultaría
muchísimo ser más ricos todavía, mientras que si ellos mismos contribuyen a
reducir la brecha social gastarían menos en esa protección y podrían aumentar
sus negocios y su riqueza.
[4] Esto es, que
debe lograr los recursos necesarios, vía impuestos, para financiar el coste de
los derechos fundamentales de todos, ya sea en especie o en renta básica.
El Estado puede corregir algunas desigualdades naturales y sociales, eso es un hecho. Las preguntas más interesantes vienen después: ¿Cuántas desigualdades puede corregir? ¿Hay algún compromiso entre corrección de algún tipo de desigualdades y la prosperidad del país? Si es así, ¿cómo es este compromiso?
ResponderEliminarSabemos que de proposiciones positivas no se pueden derivar proposiciones normativas. La cuestión sobre si el Estado debe corregir algunas desigualdades es una cuestión acerca de cómo agregar políticamente las preferencias que los ciudadanos tengan sobre ello. Es decir, que el Estado deberá hacerlo si los ciudadanos quieren y así lo deciden democráticamente.
La siguiente pregunta interesante es cómo hacerlo. Hay maneras de promover la igualdad mejores que otras en el sentido de que conducen al mismo fin pero sin comprometer la prosperidad de la sociedad. Yo creo que todo el debate sobre la igualdad iría mucho más rápido y daría lugar a más y mejores acuerdos si aprendemos a separar las cuestiones, a fijarnos en los objetivos de desigualdad y a aceptar o rechazar propuestas según la evidencia indique que conduce o no al objetivo. Lamentablemente, esto último es muy difícil dado el apego que tiene cada grupo político a sus propuestas, más por razones históricas o prejuiciosas que por haberse mostrado exitosas (y demasiado a menudo a pesar de haber fracasado). De otra manera: si en los fines hay acuerdo (y ahí es más fácil el acuerdo), encontrar los medios sería más fácil sin los prejuicios.