Podemos y la noble mentira (Andrés Carmona)
De Podemos se ha dicho ya de todo a
estas alturas, tanto desde la más absoluta alabanza que roza lo religioso,
hasta las más abyectas aberraciones en contra suya. Uno de los aspectos por los
que más se les ha criticado ha sido por la cuestión programática: ¿cuál es el programa de Podemos? También aquí hay
posturas radicalmente enfrentadas: desde quienes les acusan de no tener ninguno
hasta quienes advierten sobre un programa oculto de extrema-izquierda.
En cuanto a los datos objetivos sobre
el ideario o programa de Podemos, tenemos poco: el Manifiesto
que dio el pistoletazo de salida al nuevo partido antes de las elecciones
europeas de 2014, el programa
electoral de esas mismas elecciones, los documentos fundacionales del
partido, y el reciente documento
económico redactado por Torres y Navarro. Lo demás son las declaraciones de
sus propios dirigentes en mítines, entrevistas o medios de comunicación. A lo
que hay que añadir lo que cada cual cree o imagina que también es parte de ese
ideario o programa de Podemos. Esto último se debe a dos factores: a la ilusión
generada por el partido, que hace creer a muchos, ingenuamente, que Podemos representa
lo que él piensa (aunque Podemos nunca lo haya manifestado así), y por otro
lado a la calculada ambigüedad de este partido que, en muchos asuntos, ni dice
sí ni no, por ejemplo, sobre la república u otros temas.
Sea como sea, el ideario concreto y el
programa completo de Podemos es, hoy por hoy, un misterio, un enigma que no se
resolverá hasta que el partido elabore el programa electoral con el que se
presentará a las elecciones generales. Esta incertidumbre es la que da pie a
hipótesis sobre cuál será ese programa: si realmente existe ya en las cabezas
pensantes del partido, o si se va haciendo sobre la marcha. No vamos a entrar
aquí en si ese programa existe realmente o no, pero vamos a asumir como
hipótesis que sí al objeto de tomarlo como excusa para este texto. Vamos a
suponer que los líderes de Podemos tienen un programa oculto, una serie de
medidas político-económicas concretas y coherentes entre sí que forman todo un
programa de acción política. Y vamos a suponer que se trata de un programa de
transformación socialista de la sociedad, es decir, un programa de sustitución
de la monarquía por una república, de nacionalización de los principales recursos
energéticos, de la banca y las grandes empresas, de escuela pública, única y
laica, sin enseñanza privada ni concertada, de radical separación de Estado y
religiones, etc. Y vamos a suponer también que Podemos tiene oculto ese
programa socialista como parte de una estrategia calculada para ganarse el voto
de las capas medias (la pequeña burguesía) más allá de los asalariados
(proletariado) y no asustar a las clases altas (gran burguesía). En su lugar,
Podemos presentaría un programa descafeinado y edulcorado para luego, una vez
en el poder, llevar a cabo su auténtico programa.
Una hipótesis así suena a
conspiranoica. No obstante, tampoco es totalmente irracional llegar hasta ella
a partir de varios factores. Por un lado, hay que tener en cuenta que los
dirigentes de Podemos no son estúpidos ni pardillos, sino estudiosos de las
ciencias políticas y sociales, y que conocen bastante bien los mecanismos
políticos y sociológicos que condicionan las elecciones, las luchas políticas,
etc. También está el hecho de que gran parte de sus dirigentes proceden de
partidos políticos de izquierdas, sobre todo Izquierda Unida e Izquierda
Anticapitalista, partidos claramente socialistas. Y, en tercer lugar, está el
hecho de que todo lo que ocurre en Podemos tiene pinta de estar respondiendo a
un guión ya preparado para desarrollarse tal cual, aunque con apariencia de
asambleario: la elección de Pablo Iglesias en primarias, la aprobación de su
documento organizativo, que fuera su lista la que ganara la dirección del
partido, etc. En cuarto lugar, está el hecho de que sus militantes (inscritos)
y simpatizantes proceden en su gran mayoría de la izquierda socio-política, y
que basta hablar con cualquiera de ellos para que enseguida hablen de “la
estrategia”. Pruebe el lector a hablar con cualquiera de ellos y preguntarles
por qué Podemos no se define de izquierdas, o qué hace él, de izquierdas “de
toda la vida” y de los que estaban orgullosos de “tener la sangre roja y el
corazón a la izquierda”, en un partido que dice no ser de izquierdas ni de
derechas (cuando eso antes era interpretado, automáticamente, como una forma de
no querer decir que se era de derechas). O por qué Podemos no apuesta
claramente por la República, sino solo por el referéndum, cuando no hay ni un
solo monárquico en Podemos. Inmediatamente le hablarán de “la estrategia”: “decir
eso quita votos, es una forma de ganarlos, y cuando los tengamos, haremos una
república y además de izquierdas”.
Sea verdad o no que haya un programa
socialista oculto, el caso es que eso creen muchos podemistas, y también muchos
antipodemistas: los que no dejan de decir que Podemos quiere implantar el
modelo chavista en España. El caso es que desde Podemos niegan que sea así.
Oficialmente, no son de izquierdas ni de derechas, ni siquiera son el partido
del proletariado contra la burguesía, sino el de los ciudadanos, los de abajo,
contra la casta (sin que quede claro qué significa eso exactamente). El propio
Pablo Iglesias presentó el documento económico diciendo que eran medidas
“realistas, pragmáticas y socialdemócratas”, conjurando así las acusaciones de
utopismo, radicalismo y comunismo. La cuestión es: ¿realmente es así?
¿Realmente Podemos solo aspira a la socialdemocracia o es una forma de ocultar
algo más impronunciable? ¿Se trata solo de corrección política? ¿Hay que
entender literalmente a Podemos cuando dicen no ser de izquierdas ni derechas,
o que sus propuestas solo son socialdemócratas, o hay que leer entre líneas que
son criptocomunistas?
Suponiendo que sea verdad literal lo
que dice la línea oficial de Podemos, sería un auténtico misterio entonces cómo
es que hay tantos comunistas o izquierdistas más allá del PSOE que están tan
ilusionados con Podemos. Por ejemplo, toda la militancia trotsquista de Izquierda
Anticapitalista. Si toda esta gente de verdad pensara que embarcarse en Podemos,
renunciando a su antigua militancia, simbología, etc., solo es para hacer
políticas socialdemócratas, para ese viaje no hacían falta esas alforjas. Deben
estar convencidos de que tiene que haber algo más, si no, no se entiende. Claro
que, la dirección de Podemos bien podría decirles que, si se han hecho
ilusiones comunistas, es problema suyo, que ellos dijeron lo que dijeron y no
otra cosa[1]. Y en
cuanto a la derecha que dice lo mismo, pero con horror en vez de ilusión,
también podrían recordarles que no es la primera vez que a un partido en claro
ascenso se le acusa de tener un programa oculto. Ya pasó con el PSOE justo
antes del 82: una tal Pilar Cambra[2] escribió
un libro llamado, precisamente: Socialismo
no es libertad. El verdadero programa del PSOE, donde la autora
pretendía demostrar que, bajo la apariencia de moderación del PSOE, se ocultaba
un programa marxista para llevar el país a un sistema comunista. Treinta años
después del 82 sabemos que no fue así, aunque eso ya quedó claro en la primera legislatura
del PSOE, y mucho más en las sucesivas. Pero también es cierto que ya entonces
algunos sí que creían también que ese programa oculto existía, o por lo menos
que debía existir, por lo que muchos de ellos acabaron desilusionados con el
PSOE triunfante y acusándole de traidor. Desilusión y traición que para muchos
tendría su máxima prueba en la entrada en la OTAN en 1986 pese a aquel “De
entrada, no”[3].
Hay que advertir que aquí tomamos a
Podemos como ejemplo por su actualidad, pero las sospechas de programa oculto
no solo se ha usado ahora con Podemos o antes con el PSOE. El ejemplo perfecto
es el Partido Nazi: Hitler y los suyos no explicitaron lo que iban a hacer si
llegaban al poder, esto es, suprimir la democracia, conculcar los derechos y
exterminar a judíos, gitanos, homosexuales e izquierdistas. Ocultaron
deliberadamente su programa político y ofrecieron otro demagógico precisamente
para poder realizar después el auténtico. Fue precisamente el temor a que algo
así pasara en España con la CEDA lo que movilizó la revolución de Asturias en
1934 cuando este partido entró en el gobierno: la izquierda interpretó que la
CEDA tenía un programa oculto fascista. También, pero en sentido inverso, la
extrema-derecha franquista justificó su golpe de Estado en 1936 para abortar lo
que ellos creían que era el programa secreto del Frente Popular, urdido por un
contubernio de masones, judíos y comunistas. En Alemania, los partidos
fascistas están prohibidos, así como sus símbolos, de ahí que haya partidos
criptofascistas (o sospechosos de serlo) con programas ocultos bajo la
apariencia de ser meramente nacionalistas. Otro tanto pasa en España, Francia y
más países de Europa, con partidos que niegan ser fascistas simplemente para no
ser ilegalizados o vigilados más de cerca por las autoridades. En un sentido
medio cómico, medio serio, Alfonso Ussía calificaba en su Manual del ecologista coñazo (1992, Temas de Hoy) a la ecología
política de “ecologismo sandía” porque era “verde por fuera y rojo por dentro”.
De cualquier forma, suponiendo que sí
existiera ese programa oculto socialista en Podemos, y que la moderación
socialdemócrata de Podemos solo fuera una estrategia calculada, la pregunta
sería: ¿sería legítimo que Podemos (o cualquier otro partido) hiciera algo así?
Es decir, ¿sería correcto que un partido político ocultara sus auténticas
intenciones para ganar unas elecciones y luego poder desarrollarlas plenamente?
¿Está justificada la noble mentira:
la mentira política con buenos fines? (entendiendo que todo partido piensa que
sus fines son buenos). O, por el contrario, ¿todo partido debe ser
absolutamente honrado con el electorado y presentar su programa tal cual,
dejando claro qué quiere hacer y qué no, para que el votante sepa, sin ninguna
duda, qué está votando?
No nos referimos aquí a la mentira
mezquina, a la mentira para llegar al poder y luego aprovecharse de él (como el
GIL en Marbella y otros partidos en tantos sitios) sino a la mentira que se
dice con una buena intención, para el bien del pueblo. Por lo menos, buena en
la interpretación emic del partido,
en el sentido de que el partido cree sinceramente que eso beneficiará al
pueblo, aunque luego objetivamente sea un fracaso.
Hay toda una escuela de pensamiento
que va desde Platón hasta Leo Strauss, pasando por Maquiavelo, que sí justifica
la mentira noble: mentir al pueblo por su propio bien. También hay otra
tendencia totalmente contraria, la que se opone a la mentira considerando que
una falsedad nunca puede ser noble y siempre es perniciosa, destacando, por
ejemplo, Condorcet con su ensayo: ¿Es
conveniente engañar al pueblo? (2009, Sequitur).
La primera postura, la favorable a la
mentira política, la justifica casi siempre por razones pragmáticas: consideran que, si no, es imposible conseguir los
objetivos políticos que son beneficiosos para el pueblo. Su argumentación
implica un pesimismo político por el
cual el pueblo es ignorante y no
sabe lo que realmente le conviene. Es decir, si la medida X es buena para el
pueblo, el pueblo no lo sabe y la rechaza, prefiriendo Y, por eso hay que
engañarle haciendo pasar X por Y, y luego hacer X y ya se dará cuenta después
que X era mejor que Y. La comparación suele hacerse entre los niños y los
adultos: igual que los adultos a veces tienen que mentir a los niños por su
bien, los políticos tienen que mentir al pueblo por el suyo. El problema es que
este tipo de argumentación implica también un cierto elitismo por parte del mentiroso: quien engaña se sitúa a sí mismo
en una posición privilegiada con respecto al pueblo ignorante. Él mismo se
considera superior, conocedor de una verdad inaccesible al pueblo llano, y que
él sí puede comprender por sus cualidades especiales y superiores a las del
vulgo. La mala conciencia por este
sentimiento de superioridad la calma con su filantropía: pese a su superioridad,
no la usa para aprovecharse de los pobres tontos sino para hacerles el bien,
engañándoles por ese mismo bien. Aquí el problema estaría en explicar por qué
el mentiroso tiene ese estatus especial. En épocas anteriores se apelaba,
simplemente, al hecho de que la inmensa mayoría social era analfabeta y solo
unos pocos tenían acceso al conocimiento. En realidad, era una forma de
justificar la tecnocracia: el
gobierno de los sabios. John S. Mill, nada sospechoso de autoritarismo, ya se
planteaba esto mismo y justificaba así, por ejemplo, la colonización inglesa de
la India o el doble voto de quienes tuvieran estudios para compensar el voto
simple de quienes no los tuvieran. La cuestión, hoy día, es si un argumento así
es sostenible, teniendo en cuenta la educación universal y obligatoria.
Para este tipo de pensamiento
favorable a la mentira noble, esta se justifica de un modo utilitarista o pragmático por el mayor bien que se obtiene a pesar
de la maldad (menor) del medio (la mentira). Para quien piensa así, la mentira
no sería necesaria si el pueblo no fuera ignorante o no estuviera idiotizado,
ideologizado o lo que sea que le provoque no poder darse cuenta de la auténtica
verdad. El problema es la carga de dogmatismo
que tiene esta forma de ver las cosas: ¿y si resultara que quien estuviera
equivocado es él precisamente y no los demás? Pero para el dogmático es
imposible darse cuenta de su propio error, ya que cualquier disenso él lo
interpreta como una prueba de que el otro está ideologizado o idiotizado: si no
lo estuviera –piensa él- me daría la razón. Aparte del elitismo que
mencionábamos antes: para ellos, su superioridad justifica la mentira por el
bien de los que son inferiores, y si son inferiores, ¿cómo van a estar ellos en
lo cierto y él en el error?
Este planteamiento es radicalmente antidemocrático. Cualquier resultado
electoral que no sea su propia victoria es inválido para ellos, pues no refleja
lo que de verdad quiere el pueblo, ya que –así razonan- lo que el pueblo quiere
realmente es lo que ellos dicen, solo que el propio pueblo no lo sabe porque no
lo comprende. Si lo supieran, lo querrían, y si no lo quieren, es porque no lo
saben. Lo que justifica para ellos mentir al pueblo por su propio bien:
camuflar su verdadero programa para luego hacer otro que coincide con lo mejor
para el pueblo.
Una democracia es incompatible con la mentira, tanto mezquina como
noble, si es que la distinción tiene sentido en democracia. La democracia
supone entre sus condiciones de posibilidad la libertad y la igualdad. Los
individuos deben ser libres de tomar sus propias decisiones (incluso aunque a
los demás nos parezcan perjudiciales para ellos mismos) e iguales entre ellos
(sin que quepa ninguna distinción por razón de color de piel, capacidad, clase
social, etc.). Lo anterior implica que los individuos están suficientemente
capacitados por igual para tomar esas decisiones libres, de donde deriva la
importancia fundamental de la educación
pública de la ciudadanía para que así sea, y la necesidad del reconocimiento recíproco del otro a un
nivel de igualdad (y no como un ignorante o inferior a uno mismo).
Una decisión solo puede ser libre si, entre otras cosas, está informada, es decir, si cuenta previamente con toda la información veraz y relevante sobre el asunto en cuestión. Si no es así, la decisión no es libre y el resultado ilegítimo. Se excluye, por tanto, cualquier mentira de una democracia, pues la mentira viciaría la decisión: el elector no estaría eligiendo en base a información veraz o le faltarían elementos relevantes. Estos dos aspectos (veracidad y relevancia de la información) son importantes para definir también la mentira política. Habrá que entender por mentira política (independientemente de si es noble o mezquina) no solo la que no es veraz (la que afirma lo contrario de la verdad) sino también la que conduce al otro a creer algo que es contrario a la realidad por ocultar o manipular algún aspecto relevante. Por ejemplo, sería mentira prometer una bajada de impuestos si lo que realmente se va a hacer es subirlos (como ha hecho el Partido Popular en esta legislatura). Pero también será mentira facilitar que el elector se “auto-engañe” induciéndole a ello subrepticiamente. Por ejemplo, imaginemos que conducimos hacia un destino X y, de paso por un municipio, le preguntamos a algún lugareño si la carretera por la que vamos es la que lleva hasta X. Imaginemos que nos dice que sí. Continuamos y al rato nos encontramos con que hay un puente destruido por el que casi nos caemos. Damos la vuelta y le recriminamos al lugareño por no habernos advertido. Él podría decir que no nos mintió: le habíamos preguntado si esa carretera es la que lleva hasta X y efectivamente lo es. Pero como no le preguntamos si estaba practicable ni si era peligrosa ni nada más, él no considera habernos mentido. Pero ¿lo hizo? Sí, salvo que seamos tan simplistas que no queramos verlo. Era evidente que no éramos presentadores de un concurso de televisión ni él un concursante, y que no le preguntábamos por eso, sino porque somos viajeros de camino hacia X y que por eso mismo le preguntamos, porque queremos ir hacia allí. Él tenía información relevante para nosotros (que el puente por el que pasa la carretera está roto) pero, al no decírnosla, nos ha inducido a error, pues es razonable pensar que, si no nos dice nada más, es que no hay inconvenientes para llegar hasta X por esa carretera. Al ocultarnos información relevante logró engañarnos (que creyéramos lo que es falso) exactamente igual que si nos hubiera dicho que el puente no estaba roto. O incluso de forma más efectiva, pues no hay mentira más fuerte que el auto-engaño.
Una decisión solo puede ser libre si, entre otras cosas, está informada, es decir, si cuenta previamente con toda la información veraz y relevante sobre el asunto en cuestión. Si no es así, la decisión no es libre y el resultado ilegítimo. Se excluye, por tanto, cualquier mentira de una democracia, pues la mentira viciaría la decisión: el elector no estaría eligiendo en base a información veraz o le faltarían elementos relevantes. Estos dos aspectos (veracidad y relevancia de la información) son importantes para definir también la mentira política. Habrá que entender por mentira política (independientemente de si es noble o mezquina) no solo la que no es veraz (la que afirma lo contrario de la verdad) sino también la que conduce al otro a creer algo que es contrario a la realidad por ocultar o manipular algún aspecto relevante. Por ejemplo, sería mentira prometer una bajada de impuestos si lo que realmente se va a hacer es subirlos (como ha hecho el Partido Popular en esta legislatura). Pero también será mentira facilitar que el elector se “auto-engañe” induciéndole a ello subrepticiamente. Por ejemplo, imaginemos que conducimos hacia un destino X y, de paso por un municipio, le preguntamos a algún lugareño si la carretera por la que vamos es la que lleva hasta X. Imaginemos que nos dice que sí. Continuamos y al rato nos encontramos con que hay un puente destruido por el que casi nos caemos. Damos la vuelta y le recriminamos al lugareño por no habernos advertido. Él podría decir que no nos mintió: le habíamos preguntado si esa carretera es la que lleva hasta X y efectivamente lo es. Pero como no le preguntamos si estaba practicable ni si era peligrosa ni nada más, él no considera habernos mentido. Pero ¿lo hizo? Sí, salvo que seamos tan simplistas que no queramos verlo. Era evidente que no éramos presentadores de un concurso de televisión ni él un concursante, y que no le preguntábamos por eso, sino porque somos viajeros de camino hacia X y que por eso mismo le preguntamos, porque queremos ir hacia allí. Él tenía información relevante para nosotros (que el puente por el que pasa la carretera está roto) pero, al no decírnosla, nos ha inducido a error, pues es razonable pensar que, si no nos dice nada más, es que no hay inconvenientes para llegar hasta X por esa carretera. Al ocultarnos información relevante logró engañarnos (que creyéramos lo que es falso) exactamente igual que si nos hubiera dicho que el puente no estaba roto. O incluso de forma más efectiva, pues no hay mentira más fuerte que el auto-engaño.
Por razones similares, las medias
verdades son de las peores mentiras. En definitiva, cualquier cosa que no sea
transmitir lo que se quiere decir de forma clara, sencilla y sincera puede
considerarse una mentira en mayor o menor grado. Por ejemplo, pensemos en
conceptos como el de “democracia nacional”, que aparece en algunos programas de
extrema-derecha. Si un partido tiene entre sus objetivos la “democracia nacional”
deberá aclarar si eso supone un sistema de partido único u otro
pluripartidista, porque el término “democracia” implica para todo el mundo el
pluripartidismo. No entramos aquí a juzgar si es mejor un sistema de partido
único u otro multipartidista (aunque preferimos el segundo), tan solo indicamos
que, por defecto, todo votante entiende que los partidos que hablan de
“democracia” son favorables al pluripartidismo, y que sería mentir si un
partido prometiera la “democracia nacional” y luego implantara el partido único,
diciendo algo así como que: “como todo el mundo sabe, la democracia nacional es
así”. No, señor, no, es al revés: lo que todo el mundo piensa es que democracia
y partido único son incompatibles, y si un partido piensa lo contrario, debe
decirlo así de claro, para que quien le vote no se lleve a engaño. Lo mismo si
el partido habla de democracia “orgánica”, “obrera”, “avanzada”, “participativa”,
“liberal”, “libertaria” o como quiera adjetivársela: a falta de más aclaración,
el votante puede asumir legítimamente que son democracias pluripartidistas. O,
si no, que no lo llamen “democracia”.
Pasa igual con cualesquiera otros
términos políticos que tienen un significado más o menos asumido o
sobreentendido en la sociedad, y que si son utilizados con otro significado
diferente o suficientemente matizado, ese significado distinto o ese matiz debe
ser debidamente explicitado por el partido que corresponda, por lo menos si no
quiere engañar. Algo así ha pasado con el término de “renta básica” (RB) estos
últimos meses. La RB es un concepto político-económico definido y, precisamente
por eso, utilizado en las ciencias políticas y económicas. Sin embargo, desde
que Podemos saltó a la fama televisiva y desde ahí a la fama social, y con él
la propia idea de RB, la confusión ha reinado sobre ella. Y ha sido así porque se
ha llamado RB a propuestas que realmente no lo son, como las rentas mínimas o
de inserción. En otro
sitio hemos hablado de la renta básica, pero baste decir que lo que Podemos
llama RB simplemente es que no es una RB. Esto no quiere decir que la RB sea
mejor ni peor que el subsidio condicionado que propone Podemos, simplemente que
son cosas distintas, y que llamarlas igual
solo ayuda a la confusión o a la mentira. Más o menos lo mismo puede decirse
sobre el tema de la deuda: de si no pagarla o auditarla. ¿Qué quiere decir
exactamente?
La democracia asume la “mayoría de
edad”, en el sentido kantiano-ilustrado, del votante: que el votante es libre a
la hora de votar y que sabe lo que vota, o que por lo menos tiene derecho a
saberlo y a no ser engañado. Al menos, en teoría. El apologista de la mentira
noble podría responder que eso no es así de hecho: que la ideología, los medios
de comunicación, o lo que sea, manipulan esa libertad de voto. A lo que puede
contraargumentarse que, si es así, ¿cómo es que esa ideología o esos medios no
le afectan a él?, lo que nos lleva a su complejo
de superioridad: él se cree por encima de todo eso. La democracia, por el
contrario, implica un sistema de deliberación
racional por el que los partidos exponen sus programas y los debaten para
que el votante pueda informarse y votar en conciencia al que crea que mejor se
adecúa a sus intereses o motivaciones. Pero si en ese proceso se hacen trampas,
entonces el resultado sí que estará viciado. A lo que el noble-mentiroso puede
decirnos que eso es lo que pasa: que como los demás partidos también mienten,
si él no lo hiciera, siempre perdería, que sería como jugar con tahúres siendo
el único honrado (o el único “primo”, que vendría a ser lo mismo en ese
contexto). Pero caemos así en la paradoja
del desarme: todos estamos de acuerdo en desarmarnos pero, ¿quién empieza?
Porque quien empiece corre el riesgo de que el otro no lo haga y se aproveche
de esa ventaja. Es el temor a que el otro no cumpla, a que no sea cooperativo y
nos engañe, lo que lleva a la estrategia de adelantarse en el mentir: la mentira “preventiva”. Con lo que se
llega a la paradoja de un universo lleno de mentirosos pero absolutamente
convencidos de que, en realidad, son honrados.
Sea como sea, aquí defendemos el valor de los principios y la honradez en política,
pese a que eso implique la ruina electoral. Los partidos deben tener unos
principios y mostrarlos tal cual al electorado. Principios, que no dogmas: el
partido puede evolucionar, cambiar, modificar o adaptar sus principios en
función del contexto (incluso abandonarlos, llegado el caso), y elaborar
estrategias realistas legítimas para cumplirlos (distinguiendo propuestas de máximos
de las de mínimos, etc.). Pero eso es muy distinto a ocultar las verdaderas
intenciones, a decir lo contrario de lo que se piensa hacer, o a presentarlo
camuflado de tal forma, o de manera tan ambigua, que sean irreconocibles
posteriormente cuando se lleven a la práctica. Seguramente es lo que quería
decir el Coordinador General de Izquierda Unida, Cayo Lara, cuando, en velada referencia a Podemos, dijo aquello de
“No
voy a vestirme de lagarterana para decir lo que pienso”.
La creencia en gradaciones humanas
(listos y tontos, mesías y creyentes, superiores e inferiores) nunca ha llevado
a nada bueno. El pragmatismo político al final solo subasta los principios al
mejor postor y, a la larga, nunca gana: el tramposo puede ganar a corto plazo,
pero al final solo se obtiene el peor de los resultados posibles. Una
democracia sana requiere de partidos a la altura de las circunstancias, de
partidos honrados y con principios, capaces de deliberar públicamente sobre
ellos e intentar convencer al electorado con razones, pruebas y argumentos. Y
lo que sobra en democracia son listillos con muchos títulos que creen que la Política
es un juego de estrategia: puede serlo, pero entonces es política, no Política.
Es una simple mayúscula, pero marca una gran diferencia.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en
Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria.
[1] Les ocurriría
como a los seguidores judíos del autoproclamado mesías Shabtai Tzvi, que pese a
convertirse posteriormente al islam, siguieron creyendo en él, justificándolo
también, curiosamente, como una mera operación de estrategia necesaria para su
plan mesiánico.
[2] No sé si la
autora es la misma que otra Pilar
Cambra del Opus Dei.
[3] Y que
recuerda mucho a las declaraciones
recientes de Pablo Iglesias también sobre la OTAN, diciendo que le gustaría
sacar a España de esa organización militar pero que le parece que es muy
difícil, lo que puede interpretarse como una forma de ganar el aplauso de los
anti-OTAN al tiempo que se prepara por si luego hace lo mismo que Felipe
González en su día.
Podemos ha modificado o abandonado diversas medidas en el programa con el cual se presentaron a las elecciones europeas, entre ellas se encuentra la reestructuración de la deuda a nivel europeo, ejerciendo la presión desde el sur, así como lo relativo a la nacionalización de sectores estratégicos.
ResponderEliminarEs evidente que Podemos no es un partido comunista ni socialista, sino como mucho, socialdemócrata. Esto es, plantean reformas a fin de conciliar la contradicción capital-trabajo.
Poniéndonos en perspectiva, actualmente no es sensato, ni pragmático, salir al escenario político con un programa de nacionalizaciones y expropiaciones. A parte de que sería difícil de llevar a cabo (en una economía tan globalizada como la actual supone prácticamente apuntar con un revolver a tu cabeza) a la par que un suicidio político. La sociedad no está ni mucho menos madura para ello. Y es que tampoco sería comprensible bajo las actuales premisas: somos un país con una clase obrera profundamente terciarizada, disgregada y fragmentada. Los núcleos industriales, otrora los sectores mas arrojados en las luchas obreras, son hoy día prácticamente una reminiscencia del pasado. La estructura productiva española es fundamentalmente de PYMES.
Muchas gracias, Dan, por el comentario. Aunque en el texto Podemos es la excusa y no el tema, pues lo traigo a colación pero para hablar de la noble mentira en general, a lo que dices caben dos preguntas, una que está en el propio texto:
ResponderEliminar1. Si Podemos ha cambiado su Programa desde las europeas y ha girado a la derecha desde un Programa podríamos decir socialista, hacia otro socialdemócrata, ¿eso a qué se ha debido? ¿Qué ha pasado en menos de un año para que un partido dirigido por expertos de las ciencias políticas se levanten socialistas en mayo y se acuesten socialdemócratas en noviembre? ¿Debemos interpretar que el Programa socialista de las europeas no se lo creían ellos mismos entonces? Si entonces era creíble, ¿por qué ahora no? Si en mayo no era ya creíble, ¿por qué se lo propusieron a los votantes?
2. "Suponiendo que sea verdad literal lo que dice la línea oficial de Podemos, sería un auténtico misterio entonces cómo es que hay tantos comunistas o izquierdistas más allá del PSOE que están tan ilusionados con Podemos. Por ejemplo, toda la militancia trotsquista de Izquierda Anticapitalista. Si toda esta gente de verdad pensara que embarcarse en Podemos, renunciando a su antigua militancia, simbología, etc., solo es para hacer políticas socialdemócratas, para ese viaje no hacían falta esas alforjas. Deben estar convencidos de que tiene que haber algo más, si no, no se entiende".
En primer lugar, agradezco a Andrés Carmona que plantee este tema con seriedad, ya que me parece uno de los más importantes en la filosofía política y la ciencia política contemporánea.
ResponderEliminarCreo que lo has tratado bastante bien, pero se echan de menos algunas referencias (a mi juicio) muy importante. Por ejemplo, se podría hablar un poco sobre la influencia palpable de Maquiavelo o Gramsci entre la cúpula de Podemos, reconocida por el propio Pablo Iglesias. Sin irnos tan lejos, en su reciente libro colaborativo sobre Juego de Tronos hay un par de fragmentos reseñables sobre su concepción "realista" de la política. También sería interesante poner entre los ejemplos (que has expuesto muy bien, repito) el paradigmático caso de Chávez en la Venezuela de AD y COPEI: cómo se presentó a las elecciones de 1998 proclamando una ideología "humanista", alejándose explícitamente del socialismo y declarando que Cuba era una dictadura. Luego, como sabemos, la cosa se desarrolló de un modo muy diferente. ¿Fue por evolución ideológica o el mandatario venezolano ya tenía pensada su estrategia (noble mentira)? Es probable que sea lo segundo, ya que Chávez ya tenía lazos (ideológicos y fraternales) con Fidel.
En cualquier caso, quizá tu artículo quedaría más redondo si citaras investigaciones sobre la racionalidad y la irracionalidad política que han surgido en estas últimas décadas. Cosas de Elster, Dan Ariely, Gigerenzer y otros, que demuestran que el asunto de la noble mentira tiene más aristas del que parece, y que no somos tan racionales como nos gustaría, ni en política ni en cualquier otra cosa. Lo normativo está muy bien, pero a mí me interesa además cómo es la naturaleza humana, teniendo en cuenta que al fin y al cabo somos, como recuerda Harari estos días, unos meros mamíferos simbólicos con ínfulas. Lo que pretendo decir es que, de hecho, habría que examinar hasta qué punto podría triunfar un partido con un programa electoral absolutamente sincero en tiempos electorales (y qué incentivos tendrían para que su política de comunicación sea así). Pensemos en que, por ejemplo, sea necesaria la aplicación de políticas económicas complicadas pero muy poco populares, en el sentido de que requieran un esfuerzo a corto plazo, pero con buenos resultados al largo plazo. Teniendo en cuenta lo que sabemos de psicología social, ¿podría ganar las elecciones ese partido? Por no recordar que a veces las circunstancias cambian económicas o sociales, y el programa electoral debería ser flexible en algunos aspectos.
En fin, que es un debate interesante. Por lo demás, yo no veo a la noble mentira simplemente como una medida pragmática para ganar elecciones o como sinónimo de las famosas armas de destrucción masiva, sino también como una ficción útil para sustentar un relato. ¿No es el artículo 1 de la Declaración de los DD.HH. una "noble mentira"? Es similar al mito de los metales de Platón, a fin de cuentas. Y creo que en eso estaba pensando también Strauss. "Poesía política" que incite a la gente a escapar del nihilismo que el veía (Nietzsche, Heidegger) y que la inspire para tener una vida noble, según sus términos.
Un saludo.
Muchas gracias por los comentarios. Llevas toda la razón: el texto podría estar mucho mejor, pero hubiera quedado excesivamente extenso para un blog. Pero todas tus aportaciones son acertadas. Especialmente las relativas a la naturaleza humana y los estudios sobre la racionalidad que nos colocan más cerca de este “mundo sensible” y más lejos del “mundo de las Ideas”. En ese sentido son muy interesantes, además de los autores que citas, Kahnemann, Gilbert, Thaler y Sunstein. Efectivamente, no somos espíritus puros ni sustancias racionales (ni el homo oeconomicus racional y calculador de la teoría liberal), sino animales resultado de un proceso evolutivo y con sesgos sistemáticos a la hora de razonar. Pero que podamos ser conscientes de esos propios sesgos ya es un indicio de que podemos utilizar esos mismos sesgos a nuestro favor. Ahora bien, podemos utilizarlos para manipular a los demás (publicidad, propaganda, ideología) o en otro sentido emancipador. Algo así quería decir en este párrafo: “Sea como sea, aquí defendemos el valor de los principios y la honradez en política, pese a que eso implique la ruina electoral. Los partidos deben tener unos principios y mostrarlos tal cual al electorado. Principios, que no dogmas: el partido puede evolucionar, cambiar, modificar o adaptar sus principios en función del contexto (incluso abandonarlos, llegado el caso), y elaborar estrategias realistas legítimas para cumplirlos (distinguiendo propuestas de máximos de las de mínimos, etc.). Pero eso es muy distinto a ocultar las verdaderas intenciones, a decir lo contrario de lo que se piensa hacer, o a presentarlo camuflado de tal forma, o de manera tan ambigua, que sean irreconocibles posteriormente cuando se lleven a la práctica”.
EliminarPor otro lado dices: “Pensemos en que, por ejemplo, sea necesaria la aplicación de políticas económicas complicadas pero muy poco populares, en el sentido de que requieran un esfuerzo a corto plazo, pero con buenos resultados al largo plazo”. Eso me ha recordado a Hans Jonas y su justificación de una “dictadura benévola” (¿oxímoron?). Para Jonas, los problemas ecológicos del planeta requieren políticas a largo plazo que implican sacrificios a corto plazo. Sin embargo, la democracia es cortoplacista, puesto que se mueve en ciclos de cuatro años (de elecciones en elecciones). Un partido ecologista que propusiera medidas de sacrificio a corto plazo justificadas por los beneficios medioambientales a largo plazo nunca ganaría las elecciones, pues los demás partidos solo propondrían medidas populistas a corto plazo (aunque antiecológicas a largo plazo) y serían los que ganarían las elecciones. Por eso Jonas rechaza la democracia y propone una dictadura capaz de elaborar esos planes político-ecológicos de largo alcance: sacrifica las elecciones periódicas a cambio de los beneficios a largo plazo. Viene a proponer una especie de gobierno platónico (antidemocrático) de sabios-ecologistas.
¿Es algo así la única alternativa que nos queda? Yo quiero pensar que no.
A mi no me gustan muchas cosas de Podemos y creo que hay razones sufcientes para no votarles. Pero en cuanto a las mentiras o medias verdades en referencia a lo que piensan hacer en el poder cuando lleguen, no se diferencian en nada de otros partidos. Principalmeten del PP. Lo de Podemos todabía son sospechas (aunque bastante fundadas) pero lo del PP lo hemos visto todos.
ResponderEliminarBuenas tardes, me parece muy interesante el tema, y básicamente estoy de acuerdo en que la mentira no es un instrumento lícito en política (en ninguna acepción) y que su uso hace que la democracia, simplemente, desaparezca.
ResponderEliminarEl ejemplo de Podemos está bien traído y bien analizado, pero desde mi punto de vista es demasiado especulativo, máxime cuando hay ejemplos reales que se pueden analizar con mayor detalle: El programa electoral del PP en las elecciones de 2011.
Que dicho programa era falso a sabiendas, está más que demostrado, existen pruebas más que suficientes de ello. Ahora bien, cabría debatir si se trata lo que llamas "noble mentira" o simplemente una mentira interesada (desde mi punto de vista, sería esto último). En cualquier caso, dicho programa falso se puede analizar desde ambas perspectivas independientemente de cual fuera el verdadero objetivo del PP al presentar un programa falso.
En nuestro caso, hemos interpuesto un recurso de amparo ante el TC, pero no hemos analizado si se trataba de un caso u otro, simplemente hemos presentado pruebas de la falsedad y del conocimiento de tal falsedad. Pero precisamente uno de los objetivos de ese recurso, es abrir un debate sobre si los programas deberían ser vinculantes, que en cierta manera es lo que tú analizas en este artículo. Para más información:
https://elestadosinderecho.wordpress.com/2014/12/06/rajoy-no-dimitira-pero-tu-puedes-echarlo-por-favor-lee-esto-detenidamente-vale-la-pena/
Un cordial saludo.