Crítica de la razón moral


Un tema recurrente en las discusiones filosóficas es el del origen de la moral. Hay opiniones para todos los gustos, pero se pueden agrupar en dos tipos. Según unos, la moral se puede (y se debe) deducir de la razón. Según otros, esto no es posible. Adelanto que me encuentro entre los segundos.

El argumento de los que creen poder deducir la moral de la razón dice, espero hacerles justicia, lo siguiente:
  • La moral parte de unos postulados básicos, aceptados como un absoluto por los seres racionales e inteligentes, y de ellos se puede deducir el resto de proposiciones morales.
  • De esta manera, la moral se parece más a la ciencia, que sigue el mismo procedimiento para construir sus modelos, que a los gustos o a las modas, que se basan únicamente en preferencias individuales, que pueden ser variopintas.
  • El hecho de que no se haya deducido toda la moral no es un argumento en contra de esta postura, como tampoco lo es contra la ciencia el que no haya explicado toda la realidad.
  • El hecho de que haya individuos que no acepten los preceptos morales no es distinto del hecho de que haya individuos que no acepten las conclusiones de la ciencia.
  • La manera de conciliar el “ser” con el “deber ser” es aceptar la existencia de hechos morales definidos por los axiomas o deducidos por ellos.
Todo esto, así dicho, suena razonable y entiendo que mucha gente se apunte a esta línea de pensamiento. Sin embargo, yo todavía no he visto ningún sistema moral así desarrollado. Tal vez pedir un sistema entero es mucho. Newton desarrolló una mecánica con sus leyes, pero, antes que él, Galileo, sin desarrollar una mecánica completa, pudo avanzar mucho con sólo la ley de la inercia y la ley de composición de movimientos. Pero es que ni siquiera algo semejante existe entre los que proponen elaborar la moral según unos axiomas dictados por la razón. De hecho, ni siquiera existen unos primeros axiomas con los que empezar a decir nada.

Aclaremos esto último. Sí se han vertido aquí y allá algunos axiomas de este estilo. Kant, por ejemplo postuló aquello de “Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Otras máximas que uno ve son del estilo “El ser es bueno”, “Más ser es mejor”, “La vida es buena”, “La muerte es mala”, “El daño es malo”, “Evitar el daño es bueno”, “El incesto es malo”, “A los iguales les corresponden los mismos derechos” y otras cosas así. Cuando se cuestionan estas máximas (puesto que hay seres humanos a los que les parece bien la muerte de otros seres humanos) se suele, o bien corregir por “La vida propia es buena para cada ser”, “La muerte propia es mala para cada ser”, o bien calificar de psicópatas o errados a quienes no piensan así.

No voy a negar que muchas personas estemos de acuerdo en alguno de estos principios. Yo, por ejemplo, acepto la igualdad de derechos para todos los seres humanos (aunque los seres humanos no seamos iguales y a pesar de que no está claro lo que significa “mismos derechos” en algunas circunstancias) y la moralidad de preservar la vida de un ser humano (aunque no en cualquier circunstancia, como en algunos casos de eutanasia). No acepto las máximas sobre “el ser”, que no sé lo que significan, como tampoco creo que el imperativo categórico de Kant sea aceptable, puesto que los demás tal vez no tengan mis preferencias sobre lo que debe ser una ley universal. Pero lo que yo piense importa poco. Lo que de verdad importa es que ningún conjunto de estos axiomas ha servido para producir un solo artículo de un hipotético código civil y moral deducido lógicamente a partir de ellos. Hay tres razones fundamentales que explican este fracaso.

La más importante es que estas máximas, como mucho, nos dicen algo acerca de unas cuantas cosas que considerar buenas o malas, pero no sirven para resolver ningún problema moral, puesto que todos, absolutamente todos los problemas morales son problemas en los que hay que elegir entre una situación y otra, donde en cada una hay involucradas una o más de las cosas que consideramos buenas o malas. La vida de un montañero atrapado en una cornisa casi inaccesible es un bien, como lo es la vida de sus amigos y compañeros que pueden ir a rescatarlo. Ningún sistema moral basado en axiomas como los antes referidos es capaz de dar una respuesta racional a cuánto riesgo es moralmente aceptable asumir para realizar el intento de salvar al montañero atrapado. La moralidad de aceptar un riesgo y no otro es cuestión de las propias preferencias o sentimientos morales, inasequibles a la deducción lógica, como lo son todas las cuestiones demás cuestiones morales.

La segunda razón es que tampoco nos pondremos de acuerdo sobre el conjunto de axiomas de partida. Por ejemplo, el axioma “el incesto es malo” yo no lo acepto. Hay muchos ejemplos de posibles incestos no reprochables moralmente por la mayoría de los mortales. Cualquier intento de afinar más los axiomas para poder afrontar los problemas morales, inevitablemente serán equivalentes a la falacia de la “petición de principio” y a la de “suponer lo que se quiere demostrar”. De hecho, éstas, junto con el “non sequitur”, están omnipresentes en todas las racionalizaciones morales que he visto.

Finalmente, es perfectamente posible (es más, ocurre a menudo) que varios axiomas morales sean contradictorios entre sí, de manera que habrá que elegir entre ellos. No existe un meta-axioma que nos permita hacer esta elección. Por ejemplo, la una rama de la literatura económica, la Elección Social, ha mostrado que conceptos como "reparto justo", "desigualdad", "justicia" o "decisión democrática" se pueden axiomatizar de distintas maneras y así dar lugar a distintas reglas. Todos los axiomas se ven razonables, pero no se ve ninguna manera de elegir un conjunto u otro de ellos.

El que la moral no se pueda deducir de la razón no impide usar la razón allá donde se pueda. Podemos usar todos los conocimientos de lógica y ciencia para intentar no contradecirnos con nuestras posturas morales. Por ejemplo, si aceptamos que todas las personas son iguales en derechos (axioma moral muy aceptado hoy en día, aunque lejos de ser universal) debemos aceptar (si no queremos contradecirnos) que los homosexuales, los zurdos, las mujeres, los altos,… son iguales en derechos.

El que podamos ponernos de acuerdo en muchas cosas se debe a una evolución biológica y cultural (sobre todo en los últimos tiempos) parecida. Esto incluye la aceptación como “razonables” de muchos preceptos, no su deducción lógica.

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