La reforma educativa: un imposible
Hay cosas que son imposibles.
Pueden decirse, pero no pueden existir. Por ejemplo, los “círculos cuadrados”,
“los hierros de madera” o los “decaedros regulares”. Otra más es la “reforma
educativa de consenso”. Afirmo que es imposible que haya gobierno alguno que
pueda hacer una reforma educativa que sea capaz de lograr el consenso.
Soy materialista, y no puedo
evitarlo en mi forma de encarar los problemas. El año tiene 365 días (si no es
bisiesto), de los cuales unos 180 son lectivos (es decir, quitando vacaciones,
sábados y domingos, y días festivos). Cada uno de esos días tiene unas 6 horas
lectivas, normalmente seis clases de una hora cada una en la que el profesorado
imparte su materia. En cada curso, el alumnado tiene varias asignaturas que
tienen diferente carga horaria (horas semanales), y también hay asignaturas que
solo se dan en un curso y otras que se dan todos los cursos. La reforma
educativa de consenso sería aquella que estableciera un Plan de Estudios tal que:
estableciera las asignaturas que deben impartirse cada curso, y las horas de
cada una, de manera que la sociedad en su conjunto, y la comunidad educativa en
particular, lo valoraran como totalmente adecuado. Y eso es imposible. Siempre habría alguien que
no estaría de acuerdo. Para comprobarlo es cuestión de hacer lo siguiente. Si
conoce a alguien que sea docente de cualquier asignatura en un Instituto de
Enseñanza Secundaria, pregúntele si le parece bien la carga horaria de las
asignaturas de su especialidad en el plan de estudios. Si le dice que sí, dos
cosas: una, ¡enhorabuena!, y dos, preséntemelo para que pueda conocer a la que,
seguramente, será la única persona del mundo que haya respondido afirmativamente
a esa pregunta. Si le dice que no, pregúntele cuál sería el peso específico que
las asignaturas de su especialidad deberían tener en un plan de estudios que le
parezca correcto. Siga entrevistando así a varios docentes hasta que tenga una
muestra suficiente que cubra todas las especialidades y, con las respuestas de
todos ellos, vaya rellenando una hoja de cálculo capaz de soportar todos esos
datos. Ya le digo yo el resultado: todos los docentes consideran que sus
asignaturas están infrarrepresentadas en el conjunto y que con las horas que
tienen son incapaces de hacer bien su trabajo. Si procuráramos hacer caso de
las peticiones de todos los docentes, y confeccionáramos el plan de estudios
con un calendario y un horario escolares que cubrieran todas sus demandas,
ocurría alguna de estas opciones: habría que hacer lectivos unos 350 días al
año, o que cada jornada escolar tuviera unas 15 horas de clase diaria, o que la
Secundaria durara hasta los 25 años. Dado que lo anterior es absurdo, debemos
admitir lo evidente: cualquier reforma que no amplie los días lectivos o la
jornada escolar, si añade una asignatura o aumenta su carga horaria, debe
eliminar otra o reducir sus horas: si se aumenta la carga horaria de las
matemáticas, la lengua y el inglés, por ejemplo, en dos horas semanales cada
una, habrá que reducir seis horas semanales de otras asignaturas, o dar ocho
clases diarias, o ir a clase los sábados. Y aquí está el problema: ¿qué
asignaturas crear o aumentar y cuáles eliminar o reducir? Y el consenso ahí es
imposible: todos los docentes piensan que sus asignaturas son imprescindibles.
A este respecto resultan muy
interesantes, y muy valientes, las reflexiones de Roberto Augusto
al respecto de las lenguas
clásicas (latín
y griego) y de la Filosofía
en el Bachillerato.
Reflexión que puede ampliarse al total de las asignaturas. Si en un alarde de
locura quisiéramos cuadrar el círculo y pensar cómo sería posible esa reforma
educativa imposible, la primera pregunta sería algo así: ¿qué hay que enseñar
al alumnado durante la etapa obligatoria de la Educación y el bachillerato hoy día? ¿Qué tiene que saber el
alumnado que acaba 4º de la ESO y 2º de bachillerato hoy día? Porque la respuesta a esa pregunta orientará la respuesta
a qué asignaturas deben configurar el plan de estudios correspondiente. He
remarcado hoy día. Y lo he hecho
porque la educación debe estar vinculada a la sociedad de referencia en la que
se inserta, bien para reproducirla o bien para transformarla, pero no puede
perder esa referencia. Y si de verdad queremos responder, y establecer un diálogo sincero, debemos ir más allá de
nuestro corporativismo e intereses profesionales inmediatos (porque, si no,
acabamos con 350 días lectivos o jornadas de 15 clases diarias). Habrá que
estar dispuestos a aceptar que las asignaturas de nuestra especialidad pueden
haberse quedado obsoletas y que será mejor eliminarlas o reducirles sus horas
semanales en pro de otras asignaturas que parezcan más adecuadas para la
formación del alumnado de hoy en día. Sin una disposición a admitir algo así,
ni tan siquiera en hipótesis, no hay diálogo
posible, y si acaso habrá negociación
en la que ganará el más fuerte o el más demagogo, pero no otra cosa. Un diálogo
así solo podrá hacerse con algún mecanismo tipo “velo de ignorancia”
de Rawls o similar: ¿qué plan de estudios diseñarías si supieras que luego
tú puedes ser profesor de alguna asignatura pero sin saber exactamente de cuál
hasta que no lo hayas diseñado? Es decir: imaginemos que tomáramos una
sustancia que nos hace olvidar de qué somos docentes (de Filosofía, de Inglés,
de Química…) y en ese estado de “velo de ignorancia” tenemos que diseñar el
plan de estudios que nos parezca mejor para nuestro mundo actual, y solo
recordaremos de qué somos docentes después de diseñarlo. El resultado puede ser
que nuestra asignatura ha salido ganando en horas lectivas, o que ha
desaparecido. Y hay que estar dispuesto a asumir el resultado. En este
experimento mental: ¿qué pasaría con la filosofía, las lenguas clásicas, las
matemáticas, el segundo idioma, la educación física, la música, la química…? Otro
experimento mental para acercarnos a la cuestión es preguntarnos: ¿qué debería
aprender un joven que viviera en una tribu en medio de la jungla sin contacto
con el exterior? Desde luego que informática, latín o literatura española no.
Debería aprender a distinguir los alimentos saludables de los venenosos, a
seguir la pista de los animales que va a cazar, a fabricar arcos y flechas, a
orientarse en la espesura de la selva, etc. Es decir, lo necesario para
desenvolverse por sí mismo en el contexto de su sociedad. Exactamente lo mismo
que necesita un joven de nuestra sociedad en el siglo XXI: lo que le haga falta
para deselvolverse por sí mismo en nuestra sociedad. Por eso no le enseñamos a
hacer arcos o flechas, o a moverse en la jungla, porque no es nuestro contexto.
Lo grave es que tampoco sabemos qué debemos enseñarle exactamente en nuestro
contexto y qué no. Pero porque tampoco comprendemos qué quiere decir eso de
“deselvolverse por sí mismo en la sociedad”. El objetivo de la educación obligatoria es proporcionar a los jóvenes
los recursos necesarios para poder ser individuos autónomos y de pleno derecho
en nuestra sociedad o en la sociedad que queramos construir. Y esa sociedad
es o debería ser, por lo menos, científica, tecnológica, democrática, etc. Sí,
también democrática, y esto no es politizar la cuestión: es que vivir en una
democracia es algo valioso y que también hay que aprenderlo. Si viviéramos en
una dictadura como no hace tanto, el objetivo sería el que era entonces: formar
individuos obedientes al poder establecido.
En una sociedad así, el alumnado
debería salir perfectamente formado con los conocimientos básicos pero suficientes para manejarse de forma autónoma en ella.
He dicho “básicos pero suficientes” con toda la intención: la educación
obligatoria no puede ni debe formar especialistas, para eso ya está la
educación post-obligatoria. No he dicho que haya que reducir la exigencia
académica, he dicho conocimientos básicos pero suficientes. Lo que pasa es que,
a menudo, los especialistas confunden lo que a ellos les apasiona (o les
resulta más cómodo) con lo que el alumnado debe aprender. El error aquí está en
la concepción que muchos especialistas tienen asumida de los institutos de
Secundaria como mini-universidades, donde cada departamento es una mini-facultad
y cada asignatura un mini-grado (y los de bachillerato serían mini-doctorados).
Muchos docentes consideran su asignatura una versión mini de su carrera, por eso consideran importantísimos e
imprescindibles contenidos que realmente no lo son para lo que un joven
necesita saber cuando salga del instituto. El especialista debe saber
distinguir, de entre todo lo que él sabe, qué es lo que realmente tiene que
enseñar y qué no. Porque si no, se dan contradicciones como que nuestros
jóvenes tengan una asignatura de Inglés desde la primaria hasta acabar
bachillerato y que terminen sin ser capaces de hablar, escribir y entender en
ese idioma de forma fluida. O que el alumnado que finaliza bachillerato sepa
que en el siglo V hubo un obispo en Hipona llamado Agustín, que además era
santo, y que decía que la fe debía iluminar a la razón, pero que no sepa
entender el texto de una hipoteca que le ofrece el banco o hacer por sí mismo
su declaración del IRPF.
Sobre esta base podría hacerse un
diálogo si hubiera voluntad para ello. Para ir acabando, sugiero algunas notas
para ese debate con lo que me parece que sería básico (en el sentido, insisto,
de básico pero suficiente) aprender en Secundaria y bachillerato:
-la lengua oficial del Estado. Me
parece tan evidente que no creo que haya que argumentarlo.
-el idioma más hablado en el
mundo, y que no es el latín sino el inglés. Y ya no solo para viajar a casi
cualquier parte del mundo, sino para poder trabajar, hacer negocios, etc.
-la realidad física, química,
geográfica y demográfica del mundo, especialmente del que nos rodea
inmediatamente.
-los aspectos económicos
necesarios para la vida cotidiana: IRPF, hipotecas, empresas, derechos
laborales…
-la historia política, económica,
social, artística y de las ideas, que nos antecede y que sea indispensable para
comprender la del presente.
-los mecanismos de nuestro
sistema político: principales instituciones, derechos, deberes, leyes, etc.
-desarrollar el sentido estético
y las principales aportaciones de las diferentes artes, literatura, música,
etc.
-la educación física, la salud,
el ejercicio…
-el pensamiento crítico,
racional, autónomo; la argumentación.
-la reflexión ética y filosófica;
la diversidad social y cultural; la convivencia en la diversidad.
-la capacidad para aprender por
sí mismo, para manejar y gestionar información.
-informática, tecnologías, redes
sociales.
-las matemáticas imprescindibles
para todo lo anterior y para la vida diaria en el siglo XXI.
Todo lo anterior no implica
necesariamente una asignatura para cada cosa, ni se pueden relacionar
automáticamente con asignaturas ahora mismo existentes. Es más, tal vez
tengamos que reformular el propio concepto de ‘asignatura’ y la importancia de
los contenidos, y dar más peso a las competencias, procedimientos o como
queramos llamarlo: más importante me parece saber hacerse entender en inglés
que memorizar los participios de ese idioma, o saber buscar información y
filtrarla, o redactar textos, que reproducir de memoria lo que pone en un manual
sobre la teoría de las Ideas de Platón o de los juicios sintéticos a priori de Kant. Por otra parte,
algunas asignaturas saldrían mal paradas o deberían reformularse completamente.
Por ejemplo, en el mundo actual, el francés como segunda lengua extranjera tal
vez debería ceder ante el alemán, el chino o el árabe. O la Historia de la
Filosofía, la asignatura que más me gusta impartir, pero que reconozco que
posiblemente no tuviera lugar en un plan de estudios como el que estoy
planteando. Pero eso lo dejo para otro texto.
Andrés Carmona Campo.
Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía
en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Muy clara y didáctica su reflexión sobre los saberes básicos que habrían de ser la materia prima de la escuela. Creo, como usted lo señala, que debemos modificar nuestra manera de aproximarnos al tema de la enseñanza y aprendizaje, en donde la prioridad la debería tener las condiciones del que aprende, más que el que enseña. Digo la prioridad, no la exclusividad, ya que en este mundo vivimos los alumnos y los maestros, y todos nos enfrentamos a problemas que nos afectan a ambos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Vicente:
EliminarY estoy de acuerdo: el modelo educativo debe pensarse en función, sobre todo, del alumnado, y no tanto del profesorado (ni mucho menos de los políticos o las empresas). El problema es que cualquier reforma del sistema educativo implica la pregunta de “¿para qué?”: ¿con qué objetivo se hace esa reforma? Y ahí es difícil ponerse de acuerdo por todo lo que digo y por muchas más cosas.
Llevas razón en lo que dices, Vicente: la prioridad, que no la exclusividad, debe ser del alumnado. Pero no es así. Por ejemplo, la jornada escolar no está pensada en el alumnado. El alumnado, en secundaria, pasa 6 horas en clase, desde las 8:30 hasta las 14:30, descansando cada dos o tres horas unos 20-30 minutos. Eso es claramente antipedagógico. Si ya de por sí es bastante difícil para los adultos mantener la atención más de 20 o 30 minutos cuando un tema te interesa, imagina a estos chicos manteniéndola dos horas en algo que no les interesa para nada (que seguramente será muy importante para ellos, pero que ellos a esa edad y en ese momento no lo perciben así). Y a eso únele los deberes: muchos profesores mandan tantos deberes para casa que parece que no son conscientes de que su alumnado tiene otros profesores que también mandan deberes. Esto a mí me parece horripilante. Considero que la jornada escolar para el alumnado debería ser de 6 horas y nada más, es decir, sin tareas para casa. Por las tardes, los chavales deberían jugar, hacer deporte, baile, teatro, voluntariado, ver TV, oír música, tocar un instrumento o simplemente quedar con sus amigos y socializarse. Los deberes me parecen como el trabajo para casa en el caso de los currantes: una explotación.
EliminarSi de verdad pensáramos en lo mejor para el alumnado, deberíamos reducir los contenidos de cada asignatura (además de revisar qué asignaturas serían convenientes y cuáles no) y seleccionar aquellos que sean de verdad necesarios y trabajarlos bien EN CLASE, no en casa. Más vale enseñar cinco o seis contenidos bien enseñados y trabajados, que 20 mal hechos. Y alternar clases más cortas o con actividades más diversas (y no tanto la clase magistral de una hora seguida de otra clase magistral de otra hora y así toda la mañana y luego deberes para casa). Pero algo así hoy día es imposible: el currículo está tan sobrecargado de contenidos que es imposible enseñarlos todos y mucho menos trabajarlos bien. Por otra parte, sería conveniente que el profesorado trabajara de modo más cooperativo de forma que no se repitieran contenidos en varias asignaturas o se trabajaran conjuntamente de forma coordinada, aprovechando así las sinergias que pudieran darse, y sobre todo coordinarse para no mandar deberes todos los profesores al mismo tiempo. Pero, como digo, eso es imposible: tal y como están diseñadas legalmente las asignaturas no se puede hacer eso, y esa coordinación del profesorado también es imposible con la reducción de plantillas, su inestabilidad, la falta de recursos materiales, la bajada de sueldos y todos los recortes en Educación que desmotivan al profesorado y lo humillan constantemente. Aparte de que eso implicaría grupos de alumnos mucho más reducidos y no como ahora que las clases están saturadas (a veces ni siquiera hay mesas y sillas para todos en algunos barracones que los (ir)irresponsables políticos de la Educación llaman aulas).
Según tu argumentación de que es imposible una reforma o un diálogo debido a que existen intereses contrapuestos de los docentes (cada uno quiere muchas horas para su asignatura), no se podría reformar ni dialogar absolutamente nada, y lo cierto es que diariamente se alcanzan acuerdos y reformas que concilian, al menos temporalmente, intereses opuestos. Por otra parte, no mencionas la biología entre tus prioridades, ni nada relacionado con las ciencias medioambientales, de crucial importancia para lo que nos viene encima.
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