Escuela versus Fortnite: 0-1.
12/08/2019
La noticia ha suscitado
estupor: un padre ha sacado a su hijo de 15 años del instituto para
que se dedique exclusivamente a entrenarse para jugar Fortnite
profesionalmente. El chico entrena 10 horas diarias, no va al instituto, come
enfrente del ordenador, no sale por ahí con amigos, y su padre se ha gastado
30.000 euros en comprarle el mejor equipo informático para jugar Fortnite. El
objetivo explícito del padre es que su hijo logre ganar dinero suficiente para
poder vivir sin trabajar. Por ahora lleva 60.000 euros, aunque el ojo está
puesto en los primeros premios del Mundial de Fortnite: el primer premio es de
3 millones de euros, que en su última edición lo han ganado dos
chicos de 16 años.
No han faltado las voces
críticas con este padre. Pero si nos paramos a pensar (y sin que con ello queramos
justificarle, solo pensar), ¿estamos siendo justos con él? ¿Pensaríamos lo
mismo si su padre, en vez de al Fortnite, le estuviera entrenando así de
estrictamente para el fútbol, la gimnasia rítmica u otro deporte, o para tocar
un instrumento, o para jugar al ajedrez, o para ser actor? En muchos de estos
ámbitos el entrenamiento para triunfar es igual o más duro que para el
Fortnite. También en esos casos a los menores se les saca de la escuela, se les
aparta de las relaciones con iguales y se les somete a un duro entrenamiento al
que se dedican en exclusiva. En ajedrez, por ejemplo, hay niños que han
alcanzado así el grado de grandes maestros entre los 12 y los 15 años. Un caso
famoso es el de las
hermanas Polgár, criadas dura e intensivamente para jugar ajedrez. O
pensemos en la religión, los menores que han sido o son internados en órdenes
religiosas y viven enclaustrados. Recordemos que los menores rescatados de una
cueva en Tailandia, que conmocionó al mundo, después fueron
ordenados monjes budistas porque sus familias hicieron esa promesa
si sobrevivían.
En muchos de esos casos,
esos niños prodigios (y todos los que siguen el mismo duro entrenamiento pero
no triunfan y no sabemos de ellos) no toman esas decisiones. Son sus familias
las que les obligan. Es doloroso, por ejemplo, ver
llorar a los niños que en China son duramente entrenados
(¿torturados?) con vistas a los Juegos Olímpicos. Sin embargo, Jordan, el joven
de 15 años que entrena Fortnite, no parece estar a disgusto ni mucho menos. "Los
amigos vienen y van pero ésta puede ser mi carrera y todo mi futuro", dice
el menor, por ejemplo. De hecho, estoy convencido de que cientos de
adolescentes envidian a Jordan y desearían que sus padres hicieran lo mismo.
¿Qué pensaríamos si el
menor, en vez de Fortnite, también dejara sus relaciones con iguales y en vez
de 10 horas delante del ordenador haciendo algo que le gusta, lo que hiciera
fuera resolver teoremas matemáticos, leer literatura universal, jugar ajedrez o
entrenar un deporte? Parte del problema está en que, en vez de eso, juega
Fortnite, es decir, a videojuegos. Y los videojuegos están en el punto de mira,
sobre todo por parte de quienes tienen 20 o 30 años más que estos chicos y nunca
han jugado a los videojuegos de ahora. Se los ve como una simpleza, como algo
que depende solo de la suerte, como algo improductivo. Es más, como algo
perverso que solo tiene efectos perniciosos. Recuerda un poco a las
maldades que todas las religiones han predicado en su día en contra del ajedrez
y que lo han condenado por eso.
Pero por lo que sé (que yo
tampoco juego Fortnite y por eso mismo me informo al respecto) estos juegos son
muy complejos, requieren de muchas habilidades (¿competencias?) y, desde luego,
quien triunfa se enriquece. Eso sí, quien triunfa no es por suerte, sino por
ese duro entrenamiento. Tanto o más como el de cualquier opositor a funcionario
público. Conozco a opositores con jornadas de estudios mucho más duras que las
de ese adolescente, que disfrutan en ellas mucho menos que él en la suya, y que
si triunfan el premio es mucho menor que el del Fortnite: ningún funcionario
podrá ganar jamás en su vida 3 millones de euros con su trabajo.
Se podría objetar que lo
que hace ese padre es inmoral por pretender ganar dinero fácil, sin esforzarse,
hacerse rico solo jugando a videojuegos. El argumento solo sería coherente de
parte de quien no echara nunca a la lotería (porque, ¿para qué lo hace, si no?)
y además olvida que jugar profesionalmente a videojuegos sí que requiere
esfuerzo, capacidad y habilidades. Por lo menos algo parecido al ajedrez o el
fútbol profesionales u otros deportes. Jorge Prado,
por ejemplo, con 10 años ya era campeón del mundo de 65 c.c., campeón de Europa
de 125 c.c. con 15 años, y campeón del mundo en motocross MX2 con 18 años.
Este caso es un ejemplo
del dilema entre las estrategias minimax y maximin en teoría de juegos. Una
consiste en apostar todo a la opción más difícil pero que, de ganar, da el
máximo premio. La otra en apostar por aquella más probable pero que, de ganar, el
premio es modesto. La familia de Jordan ha apostado (como la de los
ajedrecistas Polgár) por el premio más grande pero más difícil. La mayoría prefiere
no arriesgarse. Es el caso de la madre del ex bajista de Barricada, “el
Drogas”, que en pleno éxito de la banda todavía le recomendaba
que trabajara en una fábrica. La buena mujer pensaba que era más
seguro un trabajo mal pagado ahí que triunfar en la música rock. Claro que, en este caso se equivocó, el Drogas siguió en
Barricada y por eso muchos todavía podemos disfrutar de sus grandes discos. Pero:
¿cuántos no han fracasado precisamente por no hacer caso del mismo consejo de
sus madres? Lo que pasa es que estos no lo van diciendo por ahí. ¡Ojo!, que lo
mismo se puede decir de tantos “opositores profesionales” que nunca obtendrán
plaza, o graduados, doctorados y postdoctorados que tampoco lograrán mucho más
con sus títulos que colgarlos en el salón de casa. Tampoco lo van diciendo por
ahí.
Esto nos trae a la
relación del Fortnite con la educación. El padre de Jordan le ha sacado del instituto para que pueda dedicarse a su entrenamiento. Lo mismo hicieron
los padres de las hermanas Folgár para llegar a estar entre las mejores
ajedrecistas. Ambos se ocuparon de la educación en casa de sus hijos (homeschooling). Pasa también con muchos
otros niños y jóvenes que triunfan en algún ámbito: abandonan la escuela formal
porque le resulta un estorbo. Claro que también la abandonan los que no
triunfan, pero es que también permanecen en ella los que tampoco triunfan de
todos modos pese a sus másteres y postdoctorados. El caso es que, por lo menos
hoy día, la escuela (el sistema educativo formal tal como está diseñado) no es
garantía de éxito e incluso puede estar siendo un obstáculo para lograrlo.
Hubo un tiempo en el que la
escuela era requisito para la calidad de vida, es decir, para lograr un empleo
mejor y un sueldo mayor que quien no iba a la escuela. Pero hoy en día no es
así. Y, en realidad, antes tampoco: algunos grandes empresarios de hoy día, en
su momento, prácticamente no fueron a la escuela. Pero, sobre todo, hoy. En el
mundo del siglo XXI, de internet, la escuela está desfasada, sigue en el siglo
XIX, de las fábricas, o antes. En la práctica, la escuela es una fábrica de
opositores: casi todo lo que se enseña, y sobre todo la forma de enseñarlo,
está dirigida a formar a esos “opositores profesionales”: empollones,
memoriones, estudiantes full time. Alumnado
que después de 6 horas de clases matinales por las tardes “disfruta” haciendo
deberes y repasando por su propia cuenta en vez de jugar Fortnite (o de jugar a
lo que sea, sin más).
Si usted no es docente (si
es médico, ingeniero, abogado, albañil, peluquero, camarero…), piense por un
momento cuándo fue la última vez que utilizó el mínimo común múltiplo, que
resolvió una raíz cuadrada sin calculadora, o una ecuación de 2º grado con o
sin calculadora, o hizo el análisis sintáctico de una oración. Pues sí,
efectivamente, la última vez fue la última vez que algo de eso cayó en un
examen en sus tiempos de estudiante, porque después jamás volvió a necesitarlo
(afortunadamente). Y, sinceramente, ¿cree que su vida sería mucho peor si jamás
le hubieran enseñado eso? (salvo que sea docente y se dedique a enseñar eso,
claro). Piense en el inglés: nuestros jóvenes se pasan unos 10 años entre
escuela e instituto “aprendiendo” inglés y la mayoría (aun aprobando) sale siendo
incapaz de comunicarse medianamente bien con un nativo londinense. ¿Pagaría
usted durante 10 años clases particulares para ese resultado? O la lectura: con
más o menos el 100% de escolaridad obligatoria, donde nos enseñan y obligan a
leer y nos muestran los encantos del Quijote o La Regenta, en España hay un
43% que no lee nunca o casi nunca, y un 35% confiesa directamente que es
porque no le gusta. Por supuesto, estamos por debajo de la media europea en
hábito lector.
Luego nos alarmamos del
abandono o el fracaso escolar: España es el país con mayor
abandono escolar de toda la Unión Europea: 17,9% cuando la media europea es
del 10,6% y países como Grecia o Polonia solo tienen el 4,7% y el 4,8%
respectivamente. Pero lo alarmante no es que tengamos esa tasa, lo raro es que
no sea mayor y que no haya más jóvenes que abandonen antes.
Fito y Fitipaldis lo
expresan muy bien en la canción “La casa por el tejado”
cuando vienen a decir que las cosas importantes no se aprenden en la escuela
sino fuera de ella:
El colegio poco me enseñó.
Si es por el maestro nunca
aprendo a:
Coger el cielo con las
manos,
a reír y a llorar lo que
te canto,
a coser mi alma rota
a perder el miedo a quedar
como un idiota
(…) El colegio poco me
enseñó.
Si es por el maestro nunca
aprendo…
Algo hay que hacer para
que la canción quede obsoleta, pero no está claro el qué. La educación necesita
una reforma, o mejor una revolución, porque no sé si hay algo que merezca
permanecer todavía. Siempre nos quedará el recurso a la nostalgia, a
consolarnos con el autoengaño de que antes era distinto y era mejor, o que la
culpa es de las familias, el exceso de actividades extraescolares y sobre todo
el Fortnite. Sin todo eso, los chavales estudiarían. Que es como decir que si
no fuera porque todos los demás son más guapos que yo, la mujer de mis sueños
se casaría conmigo (mi falta de higiene, de modales y de salero no creo que
influya).
Hay que repensar de paso
la infancia, de la que ya Neil Postman nos alertaba en sus libros que está
desapareciendo: donde antes había niños ahora hay adultos en miniatura (y su
correlato: donde antes había adultos de 40, 50, 60… años, ahora hay eternos
veinteañeros). Los niños deben ser niños y disfrutar su infancia como tal (lo
que implica mucho tiempo de juego y relación con iguales) que ya tendrán tiempo
para dedicarse a algo full time: ya
sea estudiar o el Fortnite… o el fútbol (que, por cierto, a ver si ya alguien
se da cuenta de que hay que prohibir a los padres que vayan a los partidos de
sus hijos, para que luego no les suelten esas broncas si no juegan como Leo Messi
sin ser Leo Messi, para que no insulten a los demás niños ni a sus padres, y a
veces también por la integridad física de los árbitros).
Hace falta repensar la escuela,
el currículo, la metodología, la evaluación (¡pero tanto del discente como del
docente!), y muchas cosas más para lograr competir con el Fortnite. Y no me
refiero a hacer las clases más divertidas, ni más entretenidas, ni más lo que
sea, me refiero a pensar seriamente qué pasa aquí y qué hacemos. Para que algún
día la juventud mire al pasado y diga: ¿Por qué cantaba eso Fito?, ¿cómo serían
las cosas entonces que la gente joven prefería jugar Fortnite que ir al
instituto?
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor de Secundaria: Claves para lograr la autoridad en el aula educando por competencias.
Sugiero que habría sido más correcto, atendiendo a las estadísticas, separar por sexos en el post. La escuela no forma funcionarios, en genérico, sino funcionarias. Son los chicos quienes juegan al Fortnite. También son los chicos quienes sufren mayores tasas de abandono y fracaso escolar. Viniendo de donde veníamos parece que lo correcto sería hacer con los chicos en la escuela lo mismo que se ha hecho con las chicas. El problema es que no tenemos mucha idea de que se ha hecho ni parece que haya mucho interés en estudiarlo. Ni siquiera es muy popular proponer este punto de vista.
ResponderEliminarHola Andrés, llegué a tu artículo por otra inquietud pero me enganché y me pareció interesante tu planteo, sumamente. Sobre todo la alarma sobre lo trivial de lo que ocurre en la "formación" educativa, por lo menos en la mayoría del tiempo y propuestas, sean en su forma o contenido. Como sea. Me gustó. Mi pequeña investigación era la curiosidad de por qué los skins o avatares de fornite son femeninos. Por lo que me contó mi hijo pude tener una primera información. Los skins o avatares gratis son mujeres. Los de hombres son pagos. No sé si será tan así. Pero si así lo fuera, abre interrogantes varios. Bueno, en fin. Slds desde Buenos Aires
ResponderEliminarHola Andrés, llegué a tu artículo por otra inquietud pero me enganché y me pareció interesante tu planteo, sumamente. Sobre todo la alarma sobre lo trivial de lo que ocurre en la "formación" educativa, por lo menos en la mayoría del tiempo y propuestas, sean en su forma o contenido. Como sea. Me gustó. Mi pequeña investigación era la curiosidad de por qué los skins o avatares de fornite son femeninos. Por lo que me contó mi hijo pude tener una primera información. Los skins o avatares gratis son mujeres. Los de hombres son pagos. No sé si será tan así. Pero si así lo fuera, abre interrogantes varios. Bueno, en fin. Slds desde Buenos Aires
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