Cómo defender a la ciencia (y a la sociedad) contra Paul Feyerabend
El siguiente es un escrito corregido y aumentado que presenté a manera de reporte de lectura en la universidad. Pensé que, dados las posibles futuras decisiones respecto a la ciencia en la administración de Trump, y el recorte presupuestario en México a la ciencia, la tecnología y la innovación, este ensayo podía encajar perfectamente en los debates de estos días.
La provocación y la caricaturización no suelen ser nunca
maneras correctas de comenzar un
debate centrado y racional. De hecho, nunca lo son. Es bien sabido que para
comenzar a debatir sobre cualquier tema, es importante dejar en claro, primero
que nada, de qué se quiere debatir. Si lo que se busca es debatir alguna
situación real o la posibilidad en algún mundo imaginario, se esclarece desde
mucho antes de comenzar una discusión.
Estos son solo unos puntos básicos que se respetan tanto en el
debate científico como en el epistemológico. O por lo menos eso se suele hacer.
Pero hubo un autor que rompió con estas reglas. Un autor que muchos han llegado
a identificar como filósofo, como si poner alguna etiqueta elegante de
autoridad hiciera que sus escritos tuvieran algún tono de seriedad o relevancia.
El renegado autor no era otro que Paul Feyerabend, un personaje instruido inicialmente en el racionalismo crítico popperiano cuya evolución
de su pensamiento es objeto de estudio aún hoy en día.
Definiendo su postura como “anarquismo epistemológico”,
Feyerabend fue conocido por hacer críticas ácidas a lo que él llamaba las
“instituciones científicas”, y a la imagen supuestamente mística con la que el
mundo occidental admira a la ciencia. Obras como Tratado contra el método y Adiós
a la razón, fueron dinamita pura, objeto de candentes debates donde se
ponían en duda el método científico, la verdad y la objetividad científica, y
la superioridad del conocimiento científico por encima de otros tipos de
conocimiento, incluyendo el religioso.
En un ensayo titulado “Cómo defender a la sociedad contra la ciencia”, publicado en 1975, Feyerabend expone lo que para él son las
principales razones por las que la ciencia debe democratizarse y por qué los
científicos no deberían ser considerados como autoridades a la hora de tomar
decisiones en política. Aunque se trata de un ensayo de hace más de cuatro décadas, la importancia (y preocupante) relevancia que parece adquieren los puntos defendidos por Feyerabend en nuestros días, gracias a políticos conservadores que muestran ser una clara amenaza a las políticas públicas basadas en la ciencia, vuelve necesario un ejercicio intelectual de pensamiento crítico contra las tesis defendidas por este anarquista epistémico. ¿Por qué la sociedad no debería confiar en los
científicos? ¿Por qué la sociedad debería de poner a votación los consejos de
las instituciones científicas que se basan en la evidencia? Simple, para
Feyerabend, lo importante es defender a la sociedad de toda ideología, y la
ciencia, para él, no es más que una ideología más.
Así Feyerabend nos asegura que “Todas las ideologías deben
verse en perspectiva. Debemos leerlas como cuentos de hadas que tienen muchas
cosas interesantes que decir, pero que también contienen mentiras perversas, o
como prescripciones éticas que pueden ser útiles reglas aproximativas pero que
son letales si se les sigue al pie de la letra.” Feyerabend, más adelante,
menciona que la ciencia es vista por muchos como la liberadora del hombre de
las cadenas del dogmatismo de las ideologías, algo que incluso muchos
estudiosos creen (creemos) hasta el día de hoy. Y explica que en efecto así fue la ciencia en los siglos XVII y
XVIII, gran impulsora de la ilustración. Pero que de esto no se sigue que la
ciencia actual deba continuar siendo semejante instrumento, ya que ésta se
muestra como una verdad que impera sin frenos ni equilibrio de nadie. No hay
nada inherente a la ciencia o a ninguna otra ideología, dice, que la haga esencialmente liberadora.
Entonces, la ciencia, igual que el aristotelismo o el
marxismo, es una ideología que ayudó a liberar al ser humano de ciertos
prejuicios y ataduras, pero que como toda ideología puede deteriorarse y
convertirse en “estúpidas religiones”. Para sostener su de por sí difícil caso,
Feyerabend muestra de ejemplo la educación científica que se tiene en las
escuelas. Lo que se enseña son “hechos” científicos que los niños aprenden de
manera acrítica, de la misma manera que en el catecismo de la iglesia aprenden
los dogmas de la religión. Este anarquista del conocimiento nos señala una gran
diferencia: en la sociedad, aún desde temprana edad, se observa una crítica a
las instituciones como las iglesias, pero no se detecta tal cosa hacia la
ciencia. La ciencia, dice, queda exenta de crítica. Y continúa: “En la sociedad
en general, el juicio del científico es
recibido con la misma reverencia con que no hace mucho tiempo se aceptaba el
juicio de los obispos y cardenales.” De aquí en adelante a Feyerabend le parece
obvio que la ciencia se ha vuelto tan opresora como sus antecesores.
Suponiendo
que todo lo dicho por Feyerabend hasta aquí es verdad, ¿por qué ha sido así?
¿Por qué si la ciencia en algún momento de la historia fue la liberadora de la
mente humana y la promotora de la ilustración, hoy ha comenzado a degenerarse y
volverse dogmática? Para Feyerabend, queda muy claro que la rigidez de la
ciencia no se debe al capricho humano ni a la necedad individual, sino que está
en la misma naturaleza de la ciencia, en tanto que ideología dominante, el
volverse rígida y dogmática.
La ciencia, se nos dice, ha sido una herramienta liberadora
de la búsqueda de la verdad (o gran parte de ella). Pero una vez cumplido su
objetivo inicial, la verdad se acepta como dogma (una vez descubierta la
verdad, ¿qué otra cosa podemos hacer sino seguirla? Se pregunta Feyerabend).
Por lo tanto, una vez alcanzado este punto, la diferencia entre la ciencia y la
doctrina oficial de la Iglesia Católica se vuelve indistinguible. La crítica de
Feyerabend pues, defiende una tesis simple y por demás escandalosa: la ciencia
inhibe la libertad de pensamiento.
Como si no fuera ya suficiente, Feyerabend continúa atacando
el “argumento más explícito para defender la posición excepcional que la
ciencia ocupa hoy en la sociedad.” Este argumento dice que 1) la ciencia ha
encontrado un método correcto para
lograr resultados, y 2) que hay muchos resultados
para probar la excelencia del método. De aquí en adelante el ensayo busca
atacar este argumento. Pero es sorprendente el cinismo con el que Feyerabend trata
de hacer pasar sus pajas mentales por críticas, cuando afirma lo siguiente:
“Hoy, la metodología está tan atestada de vana sofistería que es sumamente difícil percibir los sencillos errores que hay en la base. Es como combatir la hidra: córtese una horrible cabeza y ocho formalizaciones ocupan su lugar. En esa situación, la única respuesta es la superficialidad cuando la sofistería pierde contenido, entonces la única manera de mantenerse en contacto con la realidad es mostrarse burdo y superficial. Y esto es lo que propongo hacer.”
Resulta difícil comprender cómo es que alguien con este tipo
de pensamiento llegó a ser tan influyente para personas supuestamente letradas
y entrenadas en argumentación. Pero la arremetida continúa. La primer parte del
argumento (existe un método correcto para lograr resultados) es “analizada”
desde lo que hasta entonces era la tradición epistemológica: desde el
inductivismo y el positivismo (la ciencia trabaja recabando hechos e infiriendo
teorías de ello), la cual refuta recordándonos que en realidad las teorías
moldean y ordenan los hechos, además que no es posible justificar las teorías
científicas sin referirse a otras teorías más generales. Una teoría científica
puede poseer contradicciones, entrar en conflicto con hechos bien establecidos,
poseer hipótesis ad hoc en lugares decisivos, etc. Y aun así, puede ser elegida
como la mejor teoría disponible. Después de dar vueltas a este punto
(legítimamente interesante para la epistemología moderna), Feyerabend continúa
en su búsqueda por el método en la
propuesta de Karl Popper, de quien asegura que su postura es rígida y fija,
eliminando la competencia entre teorías
de una vez por todas. Dice además que las normas de Popper son claras,
inequívocas, precisamente formuladas, lo cual sería una ventaja si la ciencia
misma fuera clara, inequívoca y precisamente formulada. Dicho de otro modo, la
propuesta de Popper nos trata de decir cómo debería
ser el método de la ciencia, pero no nos dice cómo es en realidad.
Por último, da un repaso por las propuestas de Thomas Kuhn e
Imre Lakatos. De Kuhn nos dice que sus ideas son interesantes pero que “son
demasiado vagas para hacer surgir algo que no sea aire caliente.” Mientras que
de Lakatos nos dice que solo ofrece “palabras que suenan como elementos de una
metodología; no ofrece una metodología.” Con lo que concluye que “no existe un
método de acuerdo con la metodología más avanzada”, terminando así la crítica
a la primera parte del argumento que se propuso desde el inicio refutar. Más
allá de si realmente refutó la existencia del método científico, resulta
bastante interesante observar críticas tan centradas a la tradición filosófica,
por demás acertadas, acusando a sus colegas (como Kuhn y Lakatos) de ser
demasiado vagos o de solo hacer verborrea. Es imposible no imaginar a Feyerabend mordiéndose la boca y tratando
de continuar escribiendo a la vez.
De la segunda parte del argumento (la ciencia ha producido
resultados) y su conclusión (la ciencia merece una posición especial),
Feyerabend es rápido y nos indica por qué supuestamente es falso: porque para
que esto sea un argumento en favor de la ciencia, se tiene que dar por sentado
que ninguna otra cosa ha producido resultados. Y como no es así, es falso. Si
uno piensa que se está caricaturizando la postura de Feyerabend, basta con leer
su conclusión a ese respecto: “La lección es clara: no existe un solo argumento
que pueda emplearse en apoyo de la función excepcional que la ciencia desempeña
hoy en la sociedad. La ciencia ha hecho muchas cosas, pero también lo han hecho
otras ideologías.” Por otras ideologías, Feyerabend entiende a las
pseudoterapias de la medicina tradicional y la medicina alternativa; reconoce que
existen fenómenos, como la telepatía y la telequinesis, que según él existen pero son
desdeñados por la ciencia, pero que pueden emplearse para hacer investigaciones
en forma totalmente nueva. Para Feyerabend estos son ejemplos de resultados de
la civilización no logrados por la ciencia, pero que no pierden valor por eso.
De todo esto, concluye el autor que no existe una metodología científica que
pueda emplearse para separar la ciencia de todo lo demás.
Luego de mostrar charlatanería y pseudociencia como avances
no científicos, y de declarar que no existe diferencia metodológica entre estos
y la ciencia, Feyerabend asegura que la consecuencia más importante es que debe
haber una separación formal entre Estado y ciencia, del mismo modo que hay
separación entre Estado e iglesia. La ciencia puede influir a la sociedad, pero
solo hasta el punto que cualquier grupo político está autorizado a influir
sobre ella. Feyerabend luego aconseja que los Estados harán bien en rechazar el
consejo de los científicos de cuando en cuando, siempre que dichos consejos se
sometan a votación, no solo para científicos, sino para todo lego. Así, dice, educará al público general,
haciéndolo más confiado y podrá conducirse hacia su mejora. Casos como los de
Lysenko o los creacionistas que en California lograron suprimir los libros de
enseñanza de la evolución son aplaudidos por Feyerabend como un ejemplo de
dicha democratización (eso sí, señala que en esos casos, los sustitutos de la
ciencia fueron tan dogmáticos como ésta). En concreto, el objetivo principal será
la educación, la cual deberá enseñar la ciencia como otro mito más, y así los
estudiantes elegirán libremente si quieren ser científicos o no. Si deciden
apoyar la ciencia o no. Puede que tengamos menos científicos en una sociedad
así, pero al menos serán personas que eligirían verdaderamente de forma libre
el ser científicos.
Para Feyerabend la tiranía de la ideología de la ciencia se encuentra en
sostener la verdad antes que la
libertad. Y si la verdad debe ser
suprimida para tener libertad, pues que así sea. Si llegado a este punto el
cerebro no se nos ha secado un poco, es porque de seguro dejamos a la mitad el
ensayo de Feyerabend. Hay tantas tonterías contenidas en unas pocas páginas,
que es difícil saber por dónde empezar.
Tal vez podemos comenzar haciendo énfasis en que Feyerabend
nunca define de manera clara qué es una ideología, sino que se conforma con
hacer analogías con las religiones o el marxismo. Si no define lo que es una
ideología, más se le escapa una definición precisa de ciencia, la que solo es
ideología si es que en verdad es dogmática e impide la libertad de pensamiento.
¿Esto es así? Cualquiera con un mínimo de cultura científica sabe que esto no
es más un sinsentido. Es cierto que en ciencia existen principios, supuestos, normas
y conocimientos establecidos que evitan que cualquier chifladura vulgar logre
hacerse pasar por ciencia sin antes ser denunciada como charlatanería. También
es cierto que los científicos trabajan bajo ciertas normas y paradigmas que
hacen que el grueso de la comunidad científica se concentre en ciertos
problemas, dejando en veces de lado los problemas de frontera (aquellos que no parecen ser
exactamente problemas científicos o que son irrelevantes para el grueso del
conocimiento científico). Pero de ahí a asegurar que existe un rígido
dogmatismo que impide el libre pensamiento, hay todo un abismo de diferencia. Lo
que es más, para que la ciencia exista no solo se necesita de la libertad
individual de pensamiento, sino que también es necesaria la tolerancia social y
la libertad de investigación. Cuando una nación o alguna autoridad limitan la
investigación es cuando se comienza a caer en dogmatismos con tal de frenar el
progreso científico. El caso de Galileo o la presión de la Unión Soviética sobre
los genetistas que no apoyaban el lysenkoísmo deberían servir como casos
ejemplares de eso.
El tema de la educación y la enseñanza de la ciencia no
sirven para el caso de Feyerabend. Los programas de educación, tanto pública
como privada, han sido objeto de grandes críticas por parte de divulgadores de
la ciencia y científicos en general, porque muestran una visión sesgada y torpe
del quehacer científico. Uno puede criticar los modelos educativos sin que eso
afecte en modo alguno a la ciencia como actividad independiente. Es cierto que
los sistemas educativos son defectuosos, lo que debería preocuparnos a muchos y mantenernos ocupados buscando
maneras de perfeccionarlos para formar ciudadanos libres con capacidad crítica
de razonamiento; pero nada de esto afecta la objetividad, la verdad, la
investigación o la libertad en la ciencia. Lo que es más, cada vez se observan
más y más ejemplos de desconfianza por la ciencia desde temprana edad. ¡La
sociedad sería otra si prestara la mitad de la atención a la ciencia de lo que
le prestan a otras actividades como la política, los deportes o el ocio!
La idea de que la ciencia es la liberadora del hombre de
todo dogmatismo e ideología también es un gran hombre de paja. En primer lugar,
la ciencia (básica) se concentra en producir conocimientos públicamente
contrastables, que ayuden a la comprensión del universo y en ocasiones que nos
ayuden a nosotros en el manejo de nuestra porción de universo (ciencia
aplicada). Las cuestiones éticas sobre la utilización de dichos conocimientos,
aunque importante, es un tema a parte que Feyerabend no menciona. Por lo tanto,
tampoco podemos concentrarnos en ello en este escrito. El que la ciencia libere
de dogmas a los seres humanos es una consecuencia lógica de que funcione la ciencia, pues
al producir conocimientos certeros, elegantes y demostrables, ayudan a explicar
una variedad de fenómenos que antes podían verse como misterios indescifrables.
Conocer nos hace más libres, pero esa libertad es solo consecuencia de buscar
conocimiento.
Decir que “mantenerse en contacto
con la realidad es mostrarse burdo y superficial” para afrontar las supuestas
contradicciones con la libertad a que nos empuja la ciencia, es, en el mejor de
los casos que puedo imaginar, una cínica muestra de irresponsabilidad
intelectual. Es irresponsable no solo enfrentarse así a la ciencia, sino a
cualquier problema o actividad humana compleja que nos exija mayor esfuerzo, y
una gran ofensa para aquellos que están conscientes de todo esto.
Las críticas de Feyerabend a la
existencia del método científico no van mucho mejor. ¿Por qué Feyerabend decide
examinar la tradición filosófica en vez de analizar la actividad científica
tratando de identificar las generalidades detrás de toda investigación
científica para así poder averiguar si existe el método científico? Esta
pregunta queda sin contestar por parte de Feyerabend. Tal vez sus críticas a
las doctrinas epistemológicas rivales puedan ser acertadas (lo que tampoco es
una originalidad en Feyerabend), pero el que sus antecesores filósofos
estuvieran equivocados o no, no nos dice nada sobre la existencia de cierta
generalidad metodológica inherente en toda investigación científica: el método científico.
Su afirmación de que la ciencia tiene un lugar privilegiado en la sociedad por sus resultados carece de sentido porque la ciencia no es la única actividad que genera
resultados, es ambigua siendo muy amables con el señor anarquista, y un
completo disparate si nos ponemos estrictos. Es cierto que además de la medicina
moderna han existido otras formas de tratamiento, como la acupuntura o el
exorcismo, y que toda terapia ha tenido sus defensores por su supuesta
efectividad. Pero es falso que no pueda diferenciarse ni medirse la eficiencia
y veracidad de una y otra. La medicina moderna ha tenido (y tiene) otros
competidores, sí, pero ninguno ha logrado tantos resultados como la ciencia
médica en la producción de conocimientos sobre enfermedades, el cuerpo humano,
y la manera de tratar con las primeras, la forma en que puede sanar el cuerpo y
el tipo de tratamientos más eficaces, seguros y basados en conocimientos bien
corroborados. Eso es algo que ninguna competidora de la medicina ha logrado
hacer jamás, por más que le duela al orgullo de Feyerabend. Lo mismo se puede decir
del resto de la ciencia: no se trata si es la única opción o el único camino
para obtener conocimientos fácticos verdaderos, se trata si es la mejor opción
o el mejor camino. Y por lo que sabemos tanto de la historia como de nuestro
presente, la ciencia es sin lugar a dudas la mejor herramienta de la que
disponemos para producir conocimientos fácticos verdaderos, que puedan ser
contrastados y libremente analizados, replanteados, corregidos y aumentados.
La pseudociencia y la
superstición, es cierto, son opciones alternativas, pero por lo que sabemos son
perniciosas para la salud tanto individual como social. Mirarlas como
resistencia de la tiranía científica solo cabe en las fantasías de alguien que
o no comprende la ciencia o no le interesa hacer otra cosa sino ser criticado
por un público debidamente informado.
Aunque es cierto que la comunidad
científica debe compartir el conocimiento de manera accesible para el público
en general, que la sociedad debe estar científicamente informada y que es
justamente la sociedad quien se encarga
de las decisiones importantes dentro de sí misma (o debería hacerlo), es falso que los resultados
científicos puedan ser objeto de voto popular. Una cosa es decidir sobre qué
investigar o cómo aplicar los conocimientos ya obtenidos, y otra muy distinta
es votar por lo que nos gustaría que fuera considerado conocimiento científico
y por lo que no. Aunque Feyerabend no lo vea, en ciencia existen rigurosos
métodos de contrastación con los que se busca la mayor objetividad posible para
que las teorías y leyes que explican los fenómenos puedan ser entendidas como explicaciones
verdaderas, que se dan no por un accidente histórico o el consenso de
sacerdotes, sino que se deducen por la naturaleza misma del universo. Sugerir
un Estado separado de la ciencia sería la forma más fácil de que la
civilización moderna se suicidara, siendo que esta es hoy día profundamente dependiente
de la ciencia y la tecnología.
Lo único que podemos concluir es
que Feyerabend era más un showman, no un filósofo. Sus ácidas conferencias y
ensayos eran solo provocaciones que por desgracia ayudaron a germinar el virus
del relativismo cultural y la anticiencia. Tal vez Feyerabend no deseaba esto
último, pero la manera en la que se ocupó de hacer “su filosofía” no podía más
que dar como resultado el prestigio que da la academia para cubrir de seriedad cualquier estafa pseudocientífica, por más vulgar que fuera. Tal vez Feyerabend
no lo quería, pero dados sus halagos a la acupuntura y la telepatía, y sus
felicitaciones al creacionismo y al lysenkoísmo por obstaculizar la ciencia
auténtica, me es imposible mirar en Feyerabend a una figura que pueda tomarse
en serio o que deba seguirse estudiando.
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ResponderEliminarYo creo que Feyerabend no esta tan perdido. Claro que andar defendiendo psuedociencias como formas legítimas para obtener verdades, como la Astrología, o los tristes casos de Lyzenko y los creacionistas, pues no esta bien, porque estas disciplinas prueban ser un fatal error. Pero si es rescatable y loable, sus comentarios sobre mmmh, pues como que cierta arrogancia científica que se vive hoy en día. Y de la perniciosa alianza entre Estado y Ciencia. Este sobre todo es muy importante, aunque su diagnostico final se me hace muy ingenuo, al atacar solo a la ciencia, cuando en mi opinión el que le ha hecho tanto daño a la ciencia ha sido el Estado. Dado que antes la iglesia jugaba un papel importante para legitimizar el Estado, dadas las creencias del populacho de antaño, ("Rey por gracia de Dios", "reinado por derecho divino", "Infabilidad del Papa", etc), pero dado el papel de la ciencia para acabar con los dogmas que tanto daño le hicieron a la mente humana, ahora el Estado se agarra de este, para legitimizar su mandato, y tristemente, muchos academicos han aceptado tal unión. Ejemplos pues, lo del cambio climático, que es muy real, pero lamentablemente ha sido aprovechado por políticos para avanzar en su agenda de control y regularización, ("leyes anticontaminacion, multas, impuestos especiales"), que ha decir verdad, tienen como fin alimentar su voraz apetito por esquilmar ciudadanos. Y la perniciosa influencia que tienen hoy universidades para implantar políticas que han probado ser un total fracaso, como la renta básica, la justicia social, el welfare, cuotas de género, o ya mas general, socialismo, etc. Todo al servicio del Estado, todo bajo el manto sagrado, inmaculado de la "Ciencia". Hasta la hacen escribir con mayusculas, la nombran como si nombraran algo ultraterrenal, místico. Dadora de luz y conocimiento, unico camino para encontrar la verdad y demas títulos cuasireligiosos, que nos hacen recordad viejos dogmas que creíamos ya estaban acabados. Tambien no ignorar su arrogancia "científica", al tratar de mandar al exilio académicos que no concuerden con sus ideas, o mantener en el mainstream académico ideas que en la realidad prueban ser un megafracaso (ejemplo, pues el keynesianismo que se enseña en las escuelas de economía, doctrina que ha sido destruida multitud de veces, tanto teoríca como empíricamente). Esto y mas son muchas notas al pie de página que hay que revisar en nuestro mundo ahora, pues, no niego el papel iluminador de la ciencia, eso es innegable, pero lamentablemente se ha manchado su nombre en pos de mantener el status quo, el poder un unos pocos, que ha hecho mucho daño en varios casos. Usurpando ideas para convertirlas en dogmas. Como cuando los romanos tomaron una indefensa secta para convertirla en culto estatal, o cuando unos reyes se hicieron valer del fanatismo para expulsar y mandar a la hoguera a sus rivales políticos, hoy en dia se usa ya no a la religión, pero si a la ciencia, para lo mismo. Y ejemplos sobran.
ResponderEliminarEstás metiendo en el mismo costal a la ciencia y a las doctrinas posmodernas políticas de izquierda. La "justicia social", el "welfare", las "cuotas de género", el "socialismo" y el "keynesianismo" son ideas políticas, NO SON CIENCIA NI TIENEN NADA QUE VER CON LA CIENCIA. De hecho, en esas doctrinas políticas (y entre la gente que las sigue) abundan las posturas anticientíficas, y eso lo expuso Alan Sokal en sus obras "Imposturas Intelectuales" y "Más allá de las Imposturas Intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura", además de haber dado un hilarante ejemplo experimental con el Escándalo Sokal. Lee las obras, te las recomiendo mucho.
EliminarEstás metiendo en el mismo costal a la ciencia y a las doctrinas políticas de izquierda. La "renta básica", la "justicia social", el "welfare", las "cuotas de género", el "socialismo" y el "keynesianismo" son ideas políticas, NO CIENCIA, ni tienen absolutamente nada que ver con la ciencia. De hecho, entre las ideas posmodernistas de izquierda abundan posturas anticientíficas y antirracionales, como lo evidenció Alan Sokal con la publicación de "Transgressing the Boundaries: Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity" en la Revista Social Text, además de sus dos obras "Impostures Intellectuelles" y "Beyond the Hoax: Science, Philosophy and Culture". Además, esos posmodernos nunca aprenden, hace poco les acaban de colar "El pene conceptual como un constructo social", tristemente cierto aunque suene muy grosero.
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