«El machismo mata»: un comentario crítico (segunda entrega)
Por José María Agüera Lorente
Si juzgamos al amor por la mayoría de sus efectos, se parece más al odio que a la amistad.
François de La Rochefoucauld
En el último texto que publiqué en este blog inicié un comentario crítico del programa de Salvados titulado «El machismo mata». Con él daba continuación a la exposición de mis razones para sostener que catalogar como violencia machista todos los atentados perpetrados contra las mujeres por parte de sus parejas o exparejas era cuanto menos discutible (léase este otro texto).
En la primera entrega del dicho comentario quise demostrar que tiene difícil justificación considerar la también llamada violencia de género una especie de terrorismo, y que afirmar que su única causa es la ideología machista -la cual convierte a todos los hombres en maltratadores en potencia- sostenida por un sistema (hetero)patriarcal presente en todos los ámbitos de la sociedad, se podría considerar una hipótesis en todo caso, pero no una verdad rigurosamente constatada. En lo que sigue prosigo el análisis de lo vertido en el mencionado programa, lo que me sirve de hilo conductor para avanzar en mis reflexiones sobre el modo en que se enfoca el fenómeno de la agresión contra las mujeres en el contexto de las relaciones de pareja, tal y como aparece en los medios de comunicación que se hacen eco del discurso políticamente correcto, y que se condensa en el sintagma «violencia machista», así como en la proposición «el machismo mata». Recordemos que lo hacemos desde la exigencia de honestidad intelectual propia del librepensamiento.
Tras las conversaciones sostenidas con la señora magistrada doña Francisca Verdejo y con el psicólogo terapeuta de maltratadores don Jorge Freudenthal, Jordi Évole entrevista a un hombre agresor de una mujer convicto y confeso. No sabemos quién es, no se le identifica porque no quiere dar la cara; aparece de espaldas, a contraluz y con la voz levemente distorsionada. Dice que no quiere ser reconocido, porque tiene una empresa y su entorno familiar ignora que cometiera la conducta delictiva de la que un tribunal le halló culpable. Confiesa que trata de ocultarlo por vergüenza: «si no doy la cara es por vergüenza», declara. Esta emoción experimentada por este sujeto nos es de gran utilidad para hacernos una idea de cuál es la consideración social que ya tiene de forma consolidada el maltrato hacia la mujer. Téngase en cuenta que la vergüenza es una emoción social, esto es, una emoción que es un estupendo indicador del grado de interiorización que han alcanzado en el miembro del colectivo social las normas cuyo comportamiento regulan. Como afirma Jon Elster en su libro Alquimias de la mente (la racionalidad y las emociones):
He argumentado que las normas sociales regulan el comportamiento mediante los mecanismos gemelos de la vergüenza en el sujeto y del asco o del desprecio en el observador.
En efecto, el que siente vergüenza experimenta malestar, lo que quiere decir que se trata de una emoción negativa, nada agradable, desencadenada por una creencia en relación con el propio carácter. Ese hombre se oculta avergonzado, porque cree que hay algo en su forma de ser repugnante a los ojos de la mayoría de los componentes de la sociedad, al menos del entorno más personal cuyo juicio a él le afecta. Si la sociedad fuese machista de manera medular, ¿a qué su vergüenza? Tendría que ir sacando pecho por doquiera que fuese, ¡como un machote!.
No paso por alto, no obstante, que anteriormente en el mismo programa se ofreció el vídeo en el que se recogían los cánticos de un grupo de descerebrados que en un estadio de fútbol, durante la celebración de un partido, manifestaban su apoyo a un futbolista acosador de su novia; pero para darle a eso la relevancia social que tiene hay que contextualizarlo debidamente, pues ya sabemos todos que en las gradas de un estadio demasiados individuos olvidan su reflexividad autónoma en el exterior del mismo, y se dejan llevar por las inercias irracionales de las masas, sin que sus manifestaciones se puedan tomar como referentes indicativos de lo que constituye el núcleo verdadero de la opinión pública.
Volviendo al maltratador de Salvados, al análisis introspectivo que lleva a cabo de las causas de su conducta agresiva para con su pareja, resulta que las claves que expone son de índole emocional: «yo creo que estaba con ella sin quererla -explica- ... No me atrevía a decirle que no quería estar con ella, y lo que hacía era presionarla psicológicamente para ver si ella me dejaba a mí». Al preguntarle Jordi Évole cómo se ve él, responde: «como un enfermo emocional en vías de recuperación». Ambos, pues, asumen explícitamente la condición patológica del anónimo entrevistado, pues ven el proceso por el que está pasando como una terapia dirigida a la recuperación para la sociedad del diagnosticado como enfermo emocional, el mismo que se tiene por recuperable pues no tiene «metástasis», palabra con la que insiste en su condición patológica, como si fuese una especie de cáncer el que le corroe el alma. Pero -recordemos- el señor Freudenthal, el terapeuta de hombres como él, había dejado muy claro en su entrevista que no son enfermos, sino que actúan tal como les dicta su ideología machista, la forma de pensar intrínseca al sistema patriarcal dominante. He aquí una interesante dicotomía teórica sobre la que habría que investigar seriamente para ver qué encaja mejor con los hechos a los que ahora mismo se tiende a etiquetar como «violencia machista» por parte de una porción significativa de los medios de comunicación; planteado en forma de escueta pregunta: ¿sabemos a ciencia cierta que todos los condenados por maltratadores son machistas y que todos los machistas son maltratadores?
Pero sigamos con nuestro anónimo agresor de mujeres, que continúa confesándose ante Jordi Évole, quien le pregunta si se considera machista, a lo que responde que sí, que por eso ha perdido a su última pareja. Según declara, su machismo se manifestó en haberle insultado en una discusión acalorada, en la que ambos se descalificaron y gritaron recíprocamente: «tenía yo que no haber entrado en ese juego, y pienso yo que eso es un tema machista. ¿Por qué tengo yo que quedar por encima de ella? ¿Porque soy el hombre? Joder, pues me callo, ¿no?». A partir de aquí las preguntas son inevitables: ¿es que todo hombre que discute con su mujer es porque es machista? ¿Es que toda discusión de pareja en la que los dos componentes de la misma se enzarzan en descalificaciones es debida al machismo del hombre? Si uno, en vez de callarse, replica a su compañera sentimental en una discusión ¿es porque es machista? Si es la mujer la que lo hace ¿es así mismo machista?
El entrevistado sin rostro prosigue entonando su mea culpa, aunque asegura que nunca más después de la condena le ha vuelto a levantar la mano a una mujer, porque afirma que él no practica la violencia física, sino la emocional o psicológica. Aquí su testimonio nos conduce a un territorio ciertamente pantanoso, porque en una relación de pareja, ¿a qué llamamos «violencia emocional o psicológica»? Todos los que han vivido lo suficiente como para haber acumulado algo de experiencia amorosa saben que, en ocasiones, se dan ciertas tensiones entre los que mantienen una relación de naturaleza conyugal -aunque no lo sea formalmente- que conllevan algo así como luchas de poder que no siempre se resuelven de forma racional y razonable; por ejemplo, ¿es el chantaje emocional violencia? Si lo es, ¿tiene su origen siempre en el machismo cuando lo ejerce el varón, pero en ningún caso si lo hace la mujer? ¿Sólo los hombres ejercen «violencia emocional o psicológica»? Cuestión espinosa, enredada en sutilezas emocionales, sólo apta para los más talentosos en lo referente al abordaje de los misterios del espíritu humano, ya sean intuitivos poetas o rigurosos científicos. Por cierto que de éstos últimos, ni uno tan siquiera en este programa de Salvados para avalar con investigaciones bien contrastadas la verdad de lo que se propone en el título. Y seguramente habría contribuido a ofrecer una visión más completa del tema abordado si, además de la perspectiva del convicto maltratador, hubiera aportado la de alguien denunciado y absuelto y/o la de los abogados que defienden a varones acusados luego hallados inocentes y que consideran la Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género una ley discriminatoria e incluso inconstitucional (haberlos, haylos), que, a tenor de los datos objetivos (el número de mujeres asesinadas no ha disminuido significativamente desde su entrada en vigor) no ha cumplido con las expectativas que generó. Asimismo, y en conexión con esta vertiente jurídica del asunto, hubiera sido pertinente abordar la cuestión de si con la susodicha ley estaríamos ante un caso de populismo punitivo, es decir, de iniciativa legislativa promovida desde la demagogia con la intención aparente de remediar los problemas que se derivan del crimen y la inseguridad (en este caso asociados a la llamada «violencia machista») trasladando a la ciudadanía la sensación de mano dura, pero -eso sí- sin base alguna en estudios fiables que hagan razonable confiar en la eficacia de la ley.
(Continuará...)
Pero sigamos con nuestro anónimo agresor de mujeres, que continúa confesándose ante Jordi Évole, quien le pregunta si se considera machista, a lo que responde que sí, que por eso ha perdido a su última pareja. Según declara, su machismo se manifestó en haberle insultado en una discusión acalorada, en la que ambos se descalificaron y gritaron recíprocamente: «tenía yo que no haber entrado en ese juego, y pienso yo que eso es un tema machista. ¿Por qué tengo yo que quedar por encima de ella? ¿Porque soy el hombre? Joder, pues me callo, ¿no?». A partir de aquí las preguntas son inevitables: ¿es que todo hombre que discute con su mujer es porque es machista? ¿Es que toda discusión de pareja en la que los dos componentes de la misma se enzarzan en descalificaciones es debida al machismo del hombre? Si uno, en vez de callarse, replica a su compañera sentimental en una discusión ¿es porque es machista? Si es la mujer la que lo hace ¿es así mismo machista?
El entrevistado sin rostro prosigue entonando su mea culpa, aunque asegura que nunca más después de la condena le ha vuelto a levantar la mano a una mujer, porque afirma que él no practica la violencia física, sino la emocional o psicológica. Aquí su testimonio nos conduce a un territorio ciertamente pantanoso, porque en una relación de pareja, ¿a qué llamamos «violencia emocional o psicológica»? Todos los que han vivido lo suficiente como para haber acumulado algo de experiencia amorosa saben que, en ocasiones, se dan ciertas tensiones entre los que mantienen una relación de naturaleza conyugal -aunque no lo sea formalmente- que conllevan algo así como luchas de poder que no siempre se resuelven de forma racional y razonable; por ejemplo, ¿es el chantaje emocional violencia? Si lo es, ¿tiene su origen siempre en el machismo cuando lo ejerce el varón, pero en ningún caso si lo hace la mujer? ¿Sólo los hombres ejercen «violencia emocional o psicológica»? Cuestión espinosa, enredada en sutilezas emocionales, sólo apta para los más talentosos en lo referente al abordaje de los misterios del espíritu humano, ya sean intuitivos poetas o rigurosos científicos. Por cierto que de éstos últimos, ni uno tan siquiera en este programa de Salvados para avalar con investigaciones bien contrastadas la verdad de lo que se propone en el título. Y seguramente habría contribuido a ofrecer una visión más completa del tema abordado si, además de la perspectiva del convicto maltratador, hubiera aportado la de alguien denunciado y absuelto y/o la de los abogados que defienden a varones acusados luego hallados inocentes y que consideran la Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género una ley discriminatoria e incluso inconstitucional (haberlos, haylos), que, a tenor de los datos objetivos (el número de mujeres asesinadas no ha disminuido significativamente desde su entrada en vigor) no ha cumplido con las expectativas que generó. Asimismo, y en conexión con esta vertiente jurídica del asunto, hubiera sido pertinente abordar la cuestión de si con la susodicha ley estaríamos ante un caso de populismo punitivo, es decir, de iniciativa legislativa promovida desde la demagogia con la intención aparente de remediar los problemas que se derivan del crimen y la inseguridad (en este caso asociados a la llamada «violencia machista») trasladando a la ciudadanía la sensación de mano dura, pero -eso sí- sin base alguna en estudios fiables que hagan razonable confiar en la eficacia de la ley.
(Continuará...)
Hay un problema añadido a la categoría "violencia machista" que es que olvida la violencia doméstica entre parejas de un solo sexo. Violencia doméstica intragénero. Queda completamente olvidada en la ley integral de violencia de género y en las políticas públicas en general. Hay una fuerte oposición de organizaciones feministas (pondría lobby) a que se incluyan, precisamente porque no se cree que puedan tener un mismo origen y, como usted defiende, no se "permite" discutir las causas, ni tampoco los remedios, de la violencia en parejas heterosexuales.
ResponderEliminarHay otro problema tangencial aunque importante para mi. En derecho penal hay un dicho: "entre la iniquidad y la prevaricacion, los jueces optan por la prevaricación". Esto da lugar a actuaciones judiciales de imposible comprensión para un lego, especialmente sentencias, digamos creativas. Se crea una desconfianza hacia la justicia que, a la larga, es más dañina para la sociedad que el problema que se quiso solucionar creando una legislación "de excepción".
De acuerdo en todos los extremos de su comentario. Si, además, como es mi caso, se tiene acceso a testimonios de abogados especializados en derecho de familia, que asisten a clientes varones a los que se les aplica la ley (mal llamada, porque sólo es de aplicación a un sexo, el masculino) de violencia de género uno constata empíricamente el daño que puede provocar una norma que, como usted bien dice, es "de exceción".
EliminarPor otro lado, me parece muy pertinente su referencia al maltrato entre homsexuales en el contexto de la relación de pareja. He intentado recabar información al respecto, porque creo que puede ser un elemento clarificador a la hora de eonfocar, con mayor objetividad, el asunto, muy complejo por la variedad y cantidad de variables que están implicadas en él. Pero sin éxito hasta el momento. Ya le adelanto que en mi última entrega incidiré en un planteamiento alternativo al ideológico al que no se le presta la -en mi opinión- necesaria atención.
Gracias por sus estimulantes comentarios.
Tampoco he encontrado estudios sobre violencia intragénero con una base de datos amplia, representativa y no sesgada. Ni en español ni en inglés. Sí he visto estudios académicos que hacen hincapié en esa laguna y que creen que hay indicios suficientes como para afirmar que los porcentajes son parecidos a los de la violencia de género pero nada concluyente.
EliminarNo creo que aunque existieran estudios más rigurosos cambiara fácilmente la perspectiva de género en el estudio de la violencia machista. Por ejemplo, en Extremadura se ha incluido al colectivo LGTB en las ventajas de acogida, etc. de la Ley de Violencia de Género. En general, la respuesta, tanto de las organizaciones feministas como LGTB ha sido negativa, precisamente porque "tienen diferentes causas". Siendo una ampliación de derechos no parece razonable una descalificación a priori.
Espero su última entrada y me permito sugerirle otro tema de estudio para las posteriores. Si le interesa la relación entre ideología, políticas públicas y temas tabú le sugiero que vea las estadísticas de fracaso y abandono escolar segregadas por sexo. Hay abundantes datos,no hay consenso en que sea un problema, pocas explicaciones que vayan más allá de hipótesis no comprobadas y ninguna sugerencia de actuación que no sea segregación por sexos en el aula sí/no. Aclaro que no tengo ni idea de cuál pueda ser el motivo pero la diferencia no para de crecer. A mi sí me parece un problema sea cual sea la causa.
Un vez más le agradezco su comentario y la sugerencia final. La tendré en consideración, aunque debo reconocerle que, en estos momentos, no tengo ni idea sobre el asunto que plantea, que me parece interesante, pero que tendría que informarme primero y pensarlo durante un periodo de tiempo suficiente para madurar ideas. En fin, hay tanto sobre lo que pensar, y tanto mito que someter a examen. Si le interesa la cuestión de la educación y los prejuicios sociales en torno a ella, me estoy acordando ahora que hay un libro de lectura muy estimulante que lleva por título "El mito de la educación" de la psicóloga norteamericana Judith Rich Harris.
ResponderEliminarGracias por la referencia. He estado leyendo reseñas y parece muy interesante y poco convencional. Y puede que tranquilice mis agobios paternos.
ResponderEliminarPermita que le presente el tema que le proponía de otro modo. En 1977 los hombres y mujeres menores de 20 años con título de bachillerato estaban más o menos igualados en torno al 25%. En 2004 los porcentajes eran un 46% para los hombres y un 60% para las mujeres. En 2012 fueron 59% mujeres 45% hombres. Algo se ha hecho muy bien en la educación, solo que, al menos parece, se ha hecho mejor con las chicas que con los chicos. Y no tenemos ni idea de qué es.
Perdón, prometo dejar el tema y limitarme al contenido de los post.
Desconocía los datos que aporta. Y mire ue soy profesor desde hace más de veinticinco años, aunque, así a bote pronto, podría corroborarlos desde la experiencia personal: las jóvenes muestran, de principio, mejor actitud para el trabajo escolar. En cuanto a la evolución de porcentajes que recoge en su comentario, ciertamente es todo un reto dar con una explicación plausible.
EliminarLa situación requiere observar con dichosa igualdad humana, los políticamente son el colmó de modelar participaciones de sujeción a votación, acumulativas de noticias, y subvencionan dicha mujer que es la madre de hijos con el padre.
ResponderEliminarLa condena por ley de juicios rápidos son de una gran faltar a investigación de los hechos, que faltando en técnicos de trabajo sociales, asisten con entrevistas donde pueden y lo hacen, exponer los hechos, con interés personal, estos hechos son subscritos sin investigar a el que supuestamente esta psicológica mente haciendo, es aberrante y destructiva la separación de una familia con hijos.
La asistente social le protege con la denuncia de presentación a la policía, guardias civiles, y una vez hecho contado, se ejecuta la acción de tomar declaración al hombre, en este asunto, siguiente pasos, arresto y alejamiento de 200 metros de la casa donde residen la familia, con ello un juicio rápido en los abogados actúan, nada de nada. Más si son de oficio, el famoso magistrado que ataca mirando al su puesto agresor, esta sentenciado, fichado, fotografiado, por maltratador psicológico, por muchos años, si se libra de la cárcel, tiene que ser tratado por un psicologo, un psiquiatra, todas las propiedades se las queda la compañera amada con sus hijos en custodia, es aberrante tales legislaciones de hombres que estudiantes de leyes, homitan la realidad de investigar, tal es, discrepancias, no maltratos psicológicos...
Ese hombre queda debilitado por vida, si otra mínima discrepante situación le sucedería,
Este asunto de maltratos psicológicos es de un gran negocio que. Facturan, asistentes sociales, puntos de encuentro, prescritos en leyes,si...
El así es así.
Esto da para mucho en investigación inicial,
La sociedad es perfecta,
La insociabilidad es del que ignora la claridad, hay esta el cuestionar se uno mismo del engaño de los medios, llamándose comunicación.
Un saludo grato
Buen tema estimado.
La situación requiere observar con dichosa igualdad humana, los políticamente son el colmó de modelar participaciones de sujeción a votación, acumulativas de noticias, y subvencionan dicha mujer que es la madre de hijos con el padre.
ResponderEliminarLa condena por ley de juicios rápidos son de una gran faltar a investigación de los hechos, que faltando en técnicos de trabajo sociales, asisten con entrevistas donde pueden y lo hacen, exponer los hechos, con interés personal, estos hechos son subscritos sin investigar a el que supuestamente esta psicológica mente haciendo, es aberrante y destructiva la separación de una familia con hijos.
La asistente social le protege con la denuncia de presentación a la policía, guardias civiles, y una vez hecho contado, se ejecuta la acción de tomar declaración al hombre, en este asunto, siguiente pasos, arresto y alejamiento de 200 metros de la casa donde residen la familia, con ello un juicio rápido en los abogados actúan, nada de nada. Más si son de oficio, el famoso magistrado que ataca mirando al su puesto agresor, esta sentenciado, fichado, fotografiado, por maltratador psicológico, por muchos años, si se libra de la cárcel, tiene que ser tratado por un psicologo, un psiquiatra, todas las propiedades se las queda la compañera amada con sus hijos en custodia, es aberrante tales legislaciones de hombres que estudiantes de leyes, homitan la realidad de investigar, tal es, discrepancias, no maltratos psicológicos...
Ese hombre queda debilitado por vida, si otra mínima discrepante situación le sucedería,
Este asunto de maltratos psicológicos es de un gran negocio que. Facturan, asistentes sociales, puntos de encuentro, prescritos en leyes,si...
El así es así.
Esto da para mucho en investigación inicial,
La sociedad es perfecta,
La insociabilidad es del que ignora la claridad, hay esta el cuestionar se uno mismo del engaño de los medios, llamándose comunicación.
Un saludo grato
Buen tema estimado.
Efectivamente, como apunto en mi texto -aunque esta cuestión en particular requeriría atención aparte-, una legislación de excepción bajo presión política, y acompañada de un cierto clima mediático, da lugar a una merma de garantías jurídicas y al incremento del riesgo a incurrir en procesos sumarísimos.
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