Satanismo (I) (Andrés Carmona)
El Ángel caído, de Bellver (1887), en el parque del Retiro (Madrid) |
01/08/2015.
La semana pasada, al hablar sobre el
anticristianismo, mencionábamos la filosofía de Nietzsche y dos corrientes
que se alimentan de ella: el satanismo y el neopaganismo. Vamos a referirnos
aquí y en el siguiente artículo a la primera y dejaremos la segunda para la
semana que viene.
Al satanismo le pasa como al cristianismo, que no hay uno sino muchos,
y cada tipo o corriente lo entiende de una forma distinta a las demás. En el
caso del satanismo, lo primero es distinguir entre lo que de verdad pueda haber,
de lo que es producto de la imaginación o la rumorología difundida por los
cristianos o por los propios satánicos o satanistas. Y es que una cosa es lo
que por satanismo entienden los que a sí mismos se consideran satanistas, otra lo
que por satanismo entienden las confesiones cristianas, y otra distinta lo que
por satanismo podemos entender el resto de los mortales.
Para el cristianismo, Satán o
Satanás es uno de los nombres propios del principal adversario de Dios (otros
serían Belcebú, Lucifer o Luzbel): el diablo, demonio o maligno. Pero a partir
de aquí tampoco se ponen de acuerdo los diferentes tipos de cristianismo. Para
algunos (más bien liberales), Satán ni siquiera existe y tan solo es una forma
de referirse al mal (o ausencia de bien) o al pecado. Para otros (de tipo
gnóstico o similar) es un dios menor o un principio a la vez contrario y
complementario de Dios, siendo aquél el principio del bien y éste el principio
del mal (al modo de una especie de yin
y yang). Pero, en general, para la
mayoría de confesiones cristianas (católicos, ortodoxos, protestantes, testigos
de Jehová…), Satán es un ser auténticamente existente y real como Dios mismo,
aunque totalmente opuesto y enemigo suyo. Para éstos, Satán fue en otro momento
una de las criaturas de Dios, uno de sus ángeles, y además de los mejores, en
concreto, el ángel de la luz, pues eso es lo que significa su nombre Lucifer.
Sin embargo, este ángel se habría llenado de soberbia y de arrogancia, llegando
a desafiar al propio Dios y a enfrentarse a él desobedeciéndole. Ese pecado o
caída de Lucifer le habría convertido en un demonio o Satán, un ángel caído y
rebelde, enemigo de Dios, y que habría dividido a los ángeles en dos grupos:
los que siguieron fieles y obedientes y los que fueron arrastrados por Satán y
convertidos en diablos a su servicio. A partir de aquí se desarrolla toda una
guerra entre Dios y Satán que acabará al final de los tiempos con la victoria
definitiva de Dios.
En medio de esa guerra entre Dios y
Satán estaríamos los seres humanos, atormentados tanto por uno como por otro.
Dios nos exige adoración y obediencia ciega, fanática, y Satán nos insta a que
le adoremos a él en lugar de a Dios, o por lo menos se conforma con que
pequemos y desobedezcamos a Dios como hizo él. Ya en el primer libro de la Biblia, en el Génesis,
aparece el mito de Adán y Eva y cómo el diablo, en forma de serpiente
parlanchina, incita a Eva a que cometa el primer pecado desobedeciendo la orden
divina de no comer del fruto del árbol del bien y del mal, y cómo Eva después
engatusó a Adán para que también comiera y pecara (Génesis 2-3). Las
interpretaciones del mito son muchas. Nosotros ya nos referimos a este mito
cuando hablamos del pecado
político de querer ser como Dios. Pero lo que ahora nos interesa destacar
es cómo Dios y Satán ya disputan entre ellos por la obediencia de los seres
humanos, y como utilizan a la humanidad a modo de premios o trofeos, como forma
de medir quien tiene más adeptos o fanáticos.
Un ejemplo bíblico terriblemente cruel
de cómo Dios y Satán juegan con los seres humanos para ver quién tiene la cola
más larga (a la de fieles nos referimos) nos lo proporciona el mito de Job, narrado en el libro del mismo
nombre. De Job dice la Biblia
que “era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job
1, 1). Lo que viene después es escalofriante:
“Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde
vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por
ella. Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay
otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado
del mal? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?
¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo
de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la
tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no
blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo
lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió
Satanás de delante de Jehová” (Job 1, 7-12).
¡Increíble! Dios permite a Satán que
destruya todos sus bienes, pero como aún así le sigue siendo fiel, más adelante
leemos cómo Dios permite al diablo que mate a sus familiares y le haga padecer
terribles enfermedades, que le haga todo el daño que quiera a Job, menos
quitarle la vida, para demostrarle que le seguirá siendo fiel a pesar de todo.
Es decir, a Dios no le importa la dignidad ni el dolor de Job o su familia, tan
solo le importa demostrar que Job es un perro fiel que jamás blasfemará aunque
le ocurran males de todos los tipos, y así callar la boca a Satanás. La única
forma de entenderlo es pensar en un padre que hiciera una apuesta con otro
hombre dejándole maltratar a su hijo delante de él para demostrarle que aún así
su hijo le seguiría siendo fiel aunque no moviera ni un dedo por ayudarle.
Quien tenga motivos para adorar a un dios así, si es que existe, que le adore.
El caso es que el diablo aprovecha el permiso de Dios para torturar a Job y su
familia y lo hace: mata a sus hijos, mata a su ganado e incluso le hace
enfermar de forma terriblemente dolorosa. El resto del libro muestra la fe
(fanatismo) de Job a pesar de todas estas injusticias que Dios permite que le
ocurran, y cómo al final Dios le compensa con nuevos hijos, mejores ganados y
mejor salud. Para los cristianos, este final feliz justifica todo lo que le
había pasado, pero no es así, salvo que el nacimiento de nuevos hijos compense
el asesinato de los anteriores. Una vez más, en mitos como este, es difícil
distinguir quién es Dios y quién el diablo, quién es el bueno y quién el malo.
Para los cristianos, al final de los
tiempos, Dios vencerá al demonio y torturará eternamente a Satán y a sus
demonios en el infierno conjuntamente con las almas de los humanos pecadores.
Jesús de Nazaret así lo dice: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y
serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los
otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a
su derecha, y los cabritos a su izquierda (…) Entonces dirá también a los de la
izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles” (Mateo 25, 31-33 y 41). Con eso y con todo, no todos los
cristianos están de acuerdo tampoco en esto, pues no todos aceptan la
existencia real del infierno como lugar de tormento eterno, por ejemplo, los
testigos de Jehová y algunos católicos liberales.
Pero mientras tanto, el diablo se
encarga, por lo visto, de andar por la tierra tentando a los seres humanos y
haciendo todo el mal que puede. En los evangelios llega a decirse que intentó
tentar incluso a Jesús de Nazaret (Mateo 4, 1-10). Pero, como a veces debe
aburrirse, dice el refrán que “con el rabo mata moscas”, y en otras ocasiones
le da por introducirse en el cuerpo de algunas personas y dar lugar a las
conocidas como posesiones. Casi
todos los cristianismos admiten las posesiones como fenómenos posibles y
reales, y deben hacerlo puesto que en la Biblia aparecen varios casos. Jesús mismo fue un
exorcista dedicado a expulsar a los demonios que poseían a las personas de vez
en cuando. Hay varios relatos de exorcismos de Jesús de Nazaret en los
evangelios, y algunos de ellos nos muestran, de paso, ejemplos de las muchas
contradicciones que hay entre estos textos. Por ejemplo, los evangelios de
Marcos y Lucas (Marcos 5, 1-2 y Lucas 8, 26-27) nos hablan de un endemoniado gadareno
al que Jesús exorcizó, mientras que el pasaje homólogo de Mateo (siempre más
exagerado) nos dice que no era uno sino dos endemoniados (Mateo 8, 28). También
los apóstoles de Jesús de Nazaret se dedicaron a practicar exorcismos, según
los Hechos de los Apóstoles. Por ejemplo, Pablo de Tarso lo hacía tan bien, por
lo visto, que otros exorcistas intentaban imitarlo aunque sin el mismo éxito
(Hechos 19, 11-16).
Desde un punto de vista sensato, las
supuestas posesiones deben entenderse como la forma supersticiosa o ignorante
(o ambas cosas) de referirse en el pasado a ciertas enfermedades o trastornos
que no podían explicarse de otra forma, como podían ser la epilepsia, la
esquizofrenia o la personalidad múltiple. Evidentemente, la solución no es el
exorcismo sino la ciencia médica. Lamentablemente, la superstición sobre las
posesiones sigue existiendo, y todavía hay gentes que confunden unas cosas con
otras, a veces con resultados trágicos como
sucedió en Almansa. En esa localidad castellano-manchega, una niña de 11
años fue víctima de un exorcismo practicado por su propia madre y otras
curanderas con objeto de extraerle al demonio que la había dejado embarazada.
En realidad, lo que le extrajeron fue los intestinos con sus propias manos. De
nuevo, una niña víctima de la locura religiosa (valga la redundancia).
El Exorcista (1973) |
En otras ocasiones, el diablo, en
vez de introducirse plenamente en el cuerpo de los humanos, se conforma con
introducir tan solo una parte y varias veces durante un rato, normalmente por
las noches. Es el caso de los conocidos como íncubos o súcubos, diablos que adoptan la forma de hombre o mujer y
se cuelan en los dormitorios para violar a hombres o mujeres reales mientras
duermen. Actualmente sabemos la explicación racional de estas supuestas
violaciones diabólicas: la parálisis
del sueño, y que también sirve para explicar otros fenómenos como la
percepción de presencias fantasmales cerca de la propia cama mientras
intentamos dormir o despertamos e incluso algunas abducciones extraterrestres.
La mayoría de las veces, el diablo
se conforma con que no adoremos a Dios o no le hagamos caso. Pero en otras
prefiere que le adoremos a él directamente. Quienes lo hacen son los satanistas o adoradores de Satán para
los cristianos. Según ellos, los satanistas adoran al diablo imitando las
formas cristianas pero de forma obscena y macabra como manera de burlarse y
blasfemar de la religión cristiana a la que abominan. De esta forma, los
satanistas también celebrarían sus encuentros o reuniones llamadas misas negras
o aquelarres, en las cuales adoran a Satanás y realizan ritos en los que se
mezcla la magia negra, el sexo ritual e incluso el sacrificio de animales,
niños o adultos. Obvia decir que estas misas negras o aquelarres existen más en
la imaginación de los cristianos que en la realidad. Que hay satanistas y que
celebran sus misas negras es cierto, pero ya veremos más adelante que es algo
muy distinto de lo que fantasean los cristianos. Pasa más o menos como ocurría
con las leyendas negras y rumores que sobre los cristianos murmuraban los
romanos de los primeros siglos de nuestra era acerca de sus reuniones en las
que decían que practicaban el canibalismo y cosas así.
Claro que, para relacionarse con el
diablo tampoco hace falta adorarlo de esa forma. El demonio también admite pactos puntuales. Uno de los más
famosos es el de la leyenda de Fausto. Consisten en un contrato por el que
alguien le vende su alma a Satanás a cambio de algún favor que éste es capaz de
proporcionarle con sus poderes mágicos, como pueden ser el poder, dinero, fama,
sexo o todo eso junto. Dicho pacto implicaría todo un ritual con su
correspondiente pentagrama, velas, invocaciones mágicas, etc. Durante siglos,
estas leyendas sobre las misas negras y los pactos con el diablo han servido
para denunciar, acosar, detener, torturar y asesinar a cualquiera sospechoso o
acusado de hacerlo, normalmente a quienes se saltaban la ortodoxia religiosa y
política de la época. Durante la edad media y parte de la moderna, las iglesias
cristianas se dedicaron a la búsqueda y captura de satanistas, brujas y magos
para juzgarlos y pasarlos por los mecanismos de represión y tortura de las
respectivas inquisiciones. Fue en ese contexto en el que se fraguaron gran
parte de esas leyendas a partir de la imaginación de los inquisidores y las
confesiones forzadas de los acusados que llegaban a inventar o “reconocer” bajo
tortura todo lo referente a sus pactos con el diablo, los aquelarres, sus
vuelos en escoba o las orgías con el mismísimo Belcebú. Eran las “cazas de
brujas”, cuyas víctimas se cuentan por millares.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Tiene usted razón al citar la narración de Job en el centro de lo que llamamos "el misterio de iniquidad". No se trata propiamente de un relato mítico (como los del Génesis), tradicionalmente se incluye entre los libros sapienciales. Usted lo despacha como una estupidez o como una prueba de el Dios que muestra la Biblia es malo. Mircea Eliade en su "Historia de las creencia y las ideas religiosas" le presta más atención: "Después de tres mil años, este libro febril, enigmático e inquietante nos sigue apasionando. El hecho de que Dios se haya dejado tentar por Satanás turba aún más a las almas ingenuamente religiosas. Pero Job entendió bien la lección: si todo depende de Dios y si Dios es impenetrable, es imposible juzgar sus actos. También será imposible juzgar su actitud para con Satanás. La lección secreta de Yahvé va más allá del "caso" de Job. Se dirige a todos aquellos que no llegan a comprender la presencia -y el triunfo- del mal en el mundo. En definitiva, el Libro de Job es para el creyente una explicación del mal y de la injusticia, de la imperfección y del terror. Si todo está regido y si todo es querido por Dios, todo cuanto acontece al creyente está cargado de significación religosa. Pero sería vano- y al mismo tiempo impío- creer que sin la ayuda de Dios, el hombre es capaz de desentrañar el misterio de iniquidad."
ResponderEliminarDesde un punto de vista católico Job es además una de las figuras de Cristo que se encuentran en el Antiguo Testamento.
Efectivamente dentro de ese misterio de iniquidad está la existencia de los demonios y el porqué actúan ordinariamente tentando al hombre para alejarlo de Dios y, de vez en cuando, extraordinariamente mediante otro tipo de influencias. Dejando aparte el folclore de faustos, íncubos y súcubos, para conocer en qué consisten las posesiones y los exorcismos de la Iglesia Católica recomiendo la lectura de "Habla un Exorcista" del P. Amorth. La introducción del libro contiene una breve pero precisa exposición teológica sobre el misterio de iniquidad que sirve también para comprender, alejándose de muchas ideas populares, quién es Cristo y qué es el cristianismo.
Sobre la acción diábolica habitual, la tentación, C.S. Lewis escribió "Cartas de un diablo a su sobrino", libro muy entretenido y agudo. C.S. Lewis, que era de los pocos anglicanos que en el siglo XX creía en la existencia del diablo, intenta meterse en su piel para mostrar cómo funciona la tentación. Al leer el libro al lector le van resultando familiares muchas cosas. "Cartas de un diablo a su sobrino" intenta ser el punto de vista diabólico del cristianismo, como el negativo de una fotografía, por lo que acaba siendo muy didáctico y muy catequético.
Un saludo. El católico de Santander.