Neopaganismo (Andrés Carmona)
15/08/2015.
En los últimos artículos nos hemos ocupado del
anticristianismo, y del satanismo como una de sus manifestaciones. En este vamos
a referirnos a otra como es el neopaganismo.
Lo que mueve a los neopaganos es, según ellos, la recuperación de las creencias
y costumbres paganas y autóctonas previas a la llegada del cristianismo, al que
acusan de haber enterrado ese paganismo original a base de represión y
violencia. Para este movimiento, las religiones paganas pre-cristianas
expresaban la auténtica esencia de los pueblos respectivos, esencia que habría
sido eliminada u ocultada con la llegada del cristianismo. Conforme este se fue
imponiendo, fueron reprimiendo y eliminando esa religiosidad pagana y
primigenia, o bien adaptándola a la nueva religión incorporando algunos de sus
mitos y rituales. Otra estrategia cristiana habría consistido en identificar a
los dioses paganos con manifestaciones del mismísimo diablo. Los neopaganos, en
su intento de recuperar sus religiones ancestrales, rastrean en sus orígenes y
tratan de extraer los elementos paganos incorporados a las tradiciones
cristianas, o procuran adorar a sus dioses estigmatizados como demonios. Por
esta razón, a menudo se confunde el neopaganismo con el satanismo, por cuanto
parece que los neopaganos adoran al diablo o hacen misas negras, cuando, en
realidad, lo que hacen es adorar a sus propios dioses paganos o llevar a cabo
sus ritos antiguos que los cristianos habían señalado como satánicos y así lo
parecen a ojos inexpertos.
El neopaganismo como intento de
recuperación de mitos, costumbres y tradiciones ancestrales es interesante,
principalmente desde la perspectiva antropológica, etnográfica e histórica.
Ahora bien, como forma de recuperación de una religión tal cual es tan absurdo
como cualquier otra religión: tan irracional es adorar al niño Jesús, a la
virgen María o a Visnú que adorar a Thor, Odín-Wotan o Loki. Lo mismo puede
decirse del interés que el neopaganismo muestra por la recuperación de las
costumbres y tradiciones paganas, muchas de ellas relacionadas con la magia. La
magia puede entenderse como pre-ciencia o antecedente del pensamiento
científico en las sociedades primitivas y antiguas que todavía no conocían los
mecanismos que explican los fenómenos físicos, biológicos y sociales. De esta
forma, los magos antiguos serían los precursores de los científicos y los
técnicos en su intento por querer comprender el funcionamiento de la naturaleza
para ponerla al servicio de los intereses humanos. Poco a poco, el conocimiento
científico fue depurándose de sus adherencias míticas y supersticiosas para
perfeccionarse como tal conocimiento científico, riguroso, empírico,
contrastable, etc. Así, a partir de cierto momento, ya podemos distinguir al
científico que estudia la naturaleza con el método científico, del mago que
todavía cree en poderes ocultos y desconocidos (y del farsante que finge
tenerlos). Pues bien, recuperar la magia pagana a efectos históricos y
antropológicos como una forma primitiva e imperfecta de ciencia es loable e
interesante. Ahora bien, pretender que esa magia es auténtica y que realmente
existen fuerzas y poderes mágicos que pueden ser invocados según fórmulas
mágicas, conjuros y hechizos, es pura superstición y/o charlatanería barata.
Movimientos neopaganos como la Wicca o el druidismo, entre otros, que reivindican
una supuesta sabiduría mágica pagana y ancestral, no dejan de ser pura y simple
superstición e ignorancia camuflada de otra cosa, cuando no estafas puras y
duras para sacar el dinero a los ingenuos más frikies dispuestos a pagar por un hechizo o encantamiento determinado.
Esta reivindicación neopagana de los
orígenes propios es lo que relaciona a estos movimientos, o parte de ellos por
lo menos, con otras corrientes políticas de tipo nacionalista y neonazi, dando
lugar a lo que se conoce como ocultismo
nazi. Si bien hay mucha leyenda, y es difícil distinguir lo que de
auténtico pueda haber entre la maraña del ocultismo nazi, sí que es cierto que
el nazismo, o por lo menos una parte suya, coqueteó con el ocultismo y el
paganismo, y que también hay grupos neonazis que flirtean hoy día con esas
tendencias. Un interés por el ocultismo y el paganismo que, sin embargo, no
impidió, ni a los nazis ni al Estado Vaticano, firmar un concordato en 1933,
dicho sea de paso: mientras los nazis instauraban la peor dictadura de la
historia, aplastaban las libertades y cometían uno de los mayores genocidios,
la iglesia católica prefería firmar un concordato con ese régimen totalitario
en vez de denunciar las monstruosidades que estaba llevando a cabo contra
judíos, comunistas, homosexuales, gitanos o discapacitados.
Sí es verdad que algunos líderes
nazis, empezando por el mismísimo Hitler, mostraron interés por el ocultismo,
el esoterismo y el paganismo. Unos de un modo más directo y fanático, y otros
de una forma más bien estratégica y circunstancial: el paganismo podía ser
interesante a efectos de utilizarlo en la construcción teórica y simbólica del
nacionalismo racista que el nacionalsocialismo pretendía imponer como
ideología, frente al desarraigo o el cosmopolitismo que de una u otra forma
caracterizan a las religiones judías y cristianas. En su locura, algunos
líderes nazis llegaron a creer que, en sus orígenes, los arios debieron haber
sido seres humanos extraordinarios, con capacidades paranormales y
sobrenaturales. Estas ideas trasnochadas pueden deberse a la propia mitología
yoga, hindú y orientalista en general, que afirma que los yoguis, cuando
alcanzan los máximos niveles de meditación, adquieren ciertos poderes
paranormales (llamados siddhis) como
la telepatía, la telequinesis, la teletransportación, hacerse enanos o
gigantes, etc. Poderes que requieren profundizar en las doctrinas y técnicas
adecuadas y transmitidas desde la antigüedad de maestros a discípulos. Obvia
decir que ningún yogui ni gurú ha demostrado jamás tener ninguno de estos
poderes y que como mucho, cuando lo han intentado, lo único que han conseguido
mostrar es su mayor o menor habilidad haciendo juegos de prestidigitación. El
caso es que algunos nazis llegaron a pensar que tal vez todavía quedara algún
resto de esos arios sobrehumanos en algún lugar remoto donde no se hubieran
hibridado con nadie de otras razas y que aún conservaran sus superpoderes. O
que, en el peor de los casos, tal vez quedara todavía parte de su sabiduría en
el legado que hubieran dejado a su paso por oriente, en su migración hacia la India, y que se conservara
en las tradiciones y creencias orientales tales como el hinduismo o el budismo,
y que a partir de ahí pudiera recuperarse y utilizarse para el proyecto
nacionalsocialista. De aquí que el régimen nazi se interesara por el
conocimiento de las tradiciones indoarias, budistas y orientales en general (de
hecho, a pesar de la represión religiosa del régimen nazi, los budistas no la
sufrieron en Alemania). E incluso que llevaran a cabo expediciones por regiones
asiáticas, como el Tibet, a la busca de esos arios incontaminados: la obra Siete años en el Tíbet (1952), del nazi Heinrich
Harrer, relata precisamente una de estas expediciones en las que él participó durante
1944-1951 (llevada al cine en 1997).
Este planteamiento
esotérico-orientalista coincide con el de otros grupos como los de los
seguidores de la Teosofía de Helena Blavatsky y, en cierto modo también,
con el neo-gnosticismo. Es curiosa la historia de la Teosofía. A principios del
siglo XX, la Sociedad Teosófica descubrió a un nuevo mesías en la India, a
Jiddu Krishnamurti, que fue educado desde su infancia para cumplir con tal fin
y para lo cual se creó toda una organización. Sin embargo, el propio
Krishamurti renunció a ser el mesías y disolvió la sociedad creada para ello.
Obvia decir que este fracaso total no hizo perder la fe a los creyentes en la
teosofía. Sin embargo, algunos de ellos, previendo que señalar a un niño como
mesías era lo que era, una idiotez, se adelantaron al fracaso y se apartaron de
la Sociedad Teosófica formando otros grupos. Fue el caso del teósofo y
ocultista Rudolf Steiner, fundador
de la Antroposofía, grupo escindido
de la Teosofía, y que es la base doctrinal de la pseudopedagogía de las escuelas Waldorf y de la pseudoecológica agricultura biodinámica.
El caso es que estos grupos teosóficos y neo-gnósticos creen que existe una
verdad universal, o una sabiduría antigua, que de una u otra forma ha sido
transmitida desde los primeros tiempos a través de las grandes religiones y sus
líderes (Moisés, Salomón, Jesús, Buda, Krishna, etc.) aunque deformada por las
religiones formales, y que, por lo tanto, habría que depurar. Sea como sea,
algunos nazis bebieron de esa mitología esotérico-orientalista e incorporaron
algunos de sus símbolos, como la propia esvástica, y de sus ideas
estrafalarias. Cabría destacar como uno de los principales teóricos posteriores
de este nazismo esotérico a Miguel
Serrano Fernández, cuya obra no tiene ni el más mínimo interés científico
ni literario (obvia decir que sus conclusiones políticas son aberrantes).
También pueden encontrarse estas ideas pagano-orientalistas y anticristianas en
la literatura neonazi actual e incluso en las bases ideológicas de algunos
partidos neonazis, como por ejemplo, Amanecer
Dorado en Grecia, si bien últimamente este partido ha intentado acercarse
estratégicamente a la iglesia ortodoxa griega para aumentar en seguidores y
votos (un acercamiento al que la iglesia ortodoxa no se ha opuesto, dicho sea
de paso).
Todo este entramado de esoterismo,
ocultismo, nazismo y paganismo también tiene su versión musical en un subgénero
del rock duro como es el llamado pagan metal o rock NS (rock
Nacional-Socialista). El pagan metal
no es necesariamente anticristiano: en general, simplemente reivindica el
pasado pagano y sus raíces, si bien algunas bandas, además, atacan al cristianismo
como culpables de haber erradicado esos orígenes y como sus máximos enemigos:
sería el caso del grupo Thiasos Dionysos.
Otra cosa es el rock NS: bandas
rockeras que utilizan su música como propaganda neonazi. Dentro del rock NS hay que ditinguir el RAC (Rock
Against Communism) y el NSBM (National Sozialist Black Metal). El RAC incluye a grupos musicales neonazis
que, musicalmente, pueden calificarse en la línea del heavy metal, el punk o el
Oi!. Bandas insignias de este tipo
serían los ingleses Skrewdriver y en
España el grupo Estirpe Imperial. El NSBM
es un subgénero de black metal de
ideología explícitamente neonazi y que mezcla ese neonazismo con el paganismo,
el satanismo y el anticristianismo. Un ejemplo sería la banda griega Naer Mataron, uno de cuyos miembros, el
bajista Kaiadas (Giorgos Germenis), fue elegido diputado en el parlamento
griego por el partido neonazi Amanecer Dorado en las elecciones de 2012.
En conclusión, en el neopaganismo
podemos ver muchos aspectos parecidos a los que ya veíamos en el satanismo: elementos
religiosos, filosofías baratas y mucho frikismo, con algunos tintes violentos
por parte de los más fanáticos y trastornados.
Andrés Carmona Campo. Licenciado
en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria.
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