El sufrimiento animal y la violencia entre humanos. Autor: Gabriel Andrade
He escuchado hasta la saciedad el
argumento según el cual, el maltrato a los animales es objetable, no solamente
por motivos deontológicos (es decir, porque es un mal en sí mismo), sino
también por motivos consecuencialistas: supuestamente, el maltrato animal
contribuye a que el abusador termine maltratando a otros seres humanos. Son
harto conocidas las historias sobre asesinos en series que, en su infancia,
metieron a gatos en el horno (el psiquiatra J.M. MacDonald trató de formalizar
estos alegatos en sus teorías sobre las conductas de la infancia que desembocan
en psicopatías criminales).
El argumento parece de sentido común. El
victimario se entrena con la violencia que ejerce contra animales, y al final,
la termina proyectando contra la gente que está a su alrededor. Pero, como
tantas otras discusiones sobre cualquier forma de entretenimiento violento,
cabe también el contra-argumento: los espectáculos violentos pueden servir más
bien de catarsis para drenar la
violencia, y así evitar que desemboque en otros seres humanos reales. Esto
aplica al boxeo, a los videojuegos, a las películas, y a tantas otras
manifestaciones de violencia.
Si esta teoría de la catarsis es
verdadera, entonces cabe preguntarse si la híper sensibilidad por los animales
no es más bien una forma de represión que, a la manera psicoanalítica, reprime a la violencia, y propicia que, inevitablemente, esa
violencia reprimida termine por dirigirse a otros seres humanos.
Hace unos años, El Chigüire bipolar (una agencia venezolana de falsas noticias
sarcásticas, al estilo de El mundo today,
o The Onion), sacó este titular: “Indigente
se disfraza de perro callejero para que sifrina [una chica pija, una
burguesita] de ONG lo adopte”. El
chigüire bipolar refleja muy bien escenas que yo he visto muchas veces en
varios países: gente adinerada que tiene una obsesión con rescatar animales
abandonados, pero que castiga con brutal indiferencia el sufrimiento de otros
seres humanos. Una de estas chicas está dispuesta a dedicar horas a sacar garrapatas
a un perro de la calle, pero es incapaz de ir a un barrio a jugar con niños
pobres una tarde para hacerlos felices.
Hay
un cierto tufo aburguesado en la
hipersensibilidad por los animales. No deseo entrar en el terreno de las
conspiranoias marxistas, de forma tal que no postularé que el movimiento
por
los derechos de animales es un invento ideológico burgués para evitar
reformas
sociales. Pero, sí deseo postular esto: la hipersensibilidad por los
animales
puede en ocasiones tener una relación inversa con la empatía con otros
seres
humanos. Es posible que el exceso de empatía con los animales desconecte
a la gente frente a los sentimientos de otras personas. Quizás no sea
tan casual que uno de los primeros gobiernos europeos en
prohibir la experimentación con los animales, fue la Alemania nazi (la
cual,
como en el caso del infame Mengele, más bien promovió la experimentación
con
humanos).
Si
esto es así (y, por supuesto, sólo
adelanto una hipótesis que de ninguna manera está probada), entonces
cabe
postular como explicación lo que ya he sugerido más arriba: la ausencia
de
canalización de la violencia en muchos defensores de animales puede
hacer que
esta violencia eventualmente salga a flote en sus relaciones con otros
seres
humanos, al menos en la forma de indiferencia ante su sufrimiento.
Resulta tentador pensar en el amor que Hitler tenía a Blondi, su pastor
alemán. Esto, por supuesto, puede ser una burda falacia de asociación
(Hitler también usaba bigote, pero no por ello los bigotudos son
asesinos); pero quizás cabe explorar si una persona hípersensible con
los animales puede insensibilizarse frente al dolor humano.
Hay varias teorías antropológicas sobre
el sacrificio animal, pero una que ha resultado bastante popular entre los
entendidos (formulada por antropólogos como René Girard, Walter Burkertt,
Victor Turner y E.E. Evans-Pritchard, entre otros) es que, en efecto, el
sacrificio puede cumplir una función canalizadora de la violencia. Y, de esa manera,
el maltrato animal, en vez de alimentar la violencia entre seres humanos, puede
más bien contenerla.
Hay algunos indicios de que esta teoría
puede tener algún grado de verdad. Son mucho más comunes las trifulcas en
espectáculos y deportes que no son
tan violentos (como, por ejemplo, el fútbol), que en espectáculos violentos
como las corridas de toro, las peleas de gallo, o el boxeo. El hecho de que una
peña futbolística suele hacer destrozos al terminar el partido, pero que rara
vez ocurre así con las peñas taurinas al terminar la corrida, puede ser
indicativo de que los hooligans no
han drenado lo suficiente su violencia en el espectáculo, pero en cambio, los
taurinos sí lo han hecho.
No pretendo que esto sirva como
justificación de las corridas de toros. Los argumentos anti-taurinos son más
deontológicos que consecuencialistas: las corridas de toros son moralmente
objetables porque los animales sufren, independientemente de las consecuencias.
Pero, alguna versión del utilitarismo sí permite el maltrato animal, siempre y
cuando se saque mayor provecho de eso, en correspondencia con el cálculo de
felicidad que suelen defender los utilitaristas. Algunos utilitaristas, por
ejemplo, están dispuestos a tolerar la experimentación médica con los animales,
pues si bien reconocen que los animales sufren con esto, conceden que las
consecuencias derivadas en beneficio de la humanidad son aún mayores.
Si se llegase a demostrar que los
espectáculos de maltrato animal sirven para canalizar la violencia de un
colectivo, habrá que evaluar si, a la manera de la experimentación animal, las
corridas de toros y peleas de gallo, en balance, tienen consecuencias más
positivas que negativas. Y, en ese caso, habría que considerar permitir la
continuidad de la tauromaquia.
Frente a esto, podríamos asumir razonablemente
una postura deontológica: independientemente de cuáles sean sus consecuencias,
maltratar a los animales está mal, y nada lo puede justificar. Pero, si estamos
dispuestos a asumir esa postura deontológica, entonces debemos hacerlo desde un
principio, y así, estamos obligados a no invocar como argumento en contra de
los espectáculos violentos, la idea de que el maltrato animal conduce al
maltrato de otras personas.
En el fútbol puede haber trifulcas porque se enfrentasn dos equipos y los aficionados de cada equipo son claramente identificables. Además, lo del fútbol es algo "especial". En otros deportes no violentos como el baloncesto, la natación, el tenis... y en general, todos, no pasan estas cosas, lo cual invalidaría ese argumento.
ResponderEliminarDices que la violencia contra los animales puede hacer que se utilice menos la violencia con los humanos. Entonces los países con corridas de toros deberían ser los más pacíficos. y donde no existen, como en practicamente toda Europa serían super violentos.
A ver, solo hay que echar un vistazo a los paises de nuestro entorno para ver que la hipótesis que planteas en este artículo no es muy sólida que digamos.
Otra cosa que está algo relacionada. Aquella teoría tan popular hace un tiempo que decía que la mejor manera de reducir la frustración, rabia, etc, era liberarse rompiendo cosas, o en general haciendo alguna acción violenta, ya hace muchos años que se demostró falsa. Es más bien todo lo contrario, lo cual es lógico.
Matizaría dos cosas.
Eliminar1. Es cierto que los países taurinos son más violentos que muchos otros no taurinos. Pero, hay que considerar la unidad social que comparamos. Si comparamos país con país, tú tienes razón. Pero, si comparamos colectivo social con colectivo social, las cosas pueden cambiar. Dentro de España y los otros países taurinos, la afición taurina es menos violenta que la afición futbolística. En todo caso, como dejé claro en el escrito, yo tengo muchas dudas sobre esto, y sólo ofrecí una opinión exploratoria.
2. No es del todo cierto que la tesis de la catarsis esté refutada. Hay psicólogos que la defienden, y sigue estando abierta al debate. Fescbasch, Singer y Goldstein la defienden.
"Hace unos años, El Chigüire bipolar (una agencia venezolana de falsas noticias sarcásticas, al estilo de El mundo today, o The Onion), sacó este titular: “Indigente se disfraza de perro callejero para que sifrina [una chica pija, una burguesita] de ONG lo adopte”. El chigüire bipolar refleja muy bien escenas que yo he visto muchas veces en varios países: gente adinerada que tiene una obsesión con rescatar animales abandonados, pero que castiga con brutal indiferencia el sufrimiento de otros seres humanos. Una de estas chicas está dispuesta a dedicar horas a sacar garrapatas a un perro de la calle, pero es incapaz de ir a un barrio a jugar con niños pobres una tarde para hacerlos felices."
ResponderEliminarPues en cierto modo huele así. Hay gente que prefiere ayudar a un animal que ayudar a un humano. lo que parecen no entender es que este ecosistema en que viven es de humanos predominantemente, lo que en suma; si se ayuda o no a otro humano, repercute en acciones desencadenadas por esa acción u omisión, acciones de caracter ético, moral y legal. No digo que no se preste atención a los animales, opino que no se comporten de forma antiética por culpa de sus berrinches ideológicos. Lo ideal sería no mezclar la ayuda a otros seres con ideología alguna y mejor aún ayudar a todo ser vivo que lo necesite pues en el fondo allá en sus conciencias esa conducta preferencial es bastante misántropa, no querrán verse tocados por esa misantropía a manos de otros...... Bueno, eso opino. :)