El partido impopular: En defensa de los partidos (II) (Andrés Carmona)
La semana pasada escribía sobre la
necesidad de partidos
que fueran “impopulares”, en el sentido de partidos con un ideario
definido, independientemente de que fuera mayoritariamente aceptado en la
sociedad o no, con la consecuencia de que, si no lo era, el partido debía
intentar influir en ella para transformarla en ese sentido. Criticaba a los
nuevos partidos o partidos emergentes, del tipo de Podemos y Ciudadanos, así
como a los “partidos instrumentales” o similares (Ahora Madrid, Barcelona en comú, etc.), que se niegan
a ubicarse ideológicamente y que se presentan como meros portavoces de la
ciudadanía. Y señalaba sus formas de organización “abiertas”: listas abiertas,
programas abiertos, asambleas abiertas…, en las que puede participar cualquiera
con tal que sea ciudadano.
Al día siguiente de publicar el texto,
me entero de que en Carmona (¡qué bonito nombre para una ciudad!), ha ocurrido lo
siguiente: el partido instrumental Participa Carmona había convocado una
asamblea abierta en la que debatir si los concejales electos de esa candidatura
debían pactar con los del PSOE e IU para evitar un gobierno del PP o si no
tenían que hacerlo. Pues bien, medio centenar de miembros
del PP acudieron a esa asamblea con la intención de votar en sentido
contrario a ese pacto. El caso es que no se les dejó votar en dicha asamblea ya
que se decidió que solo votaran aquellos que ya habían participado
anteriormente en otras asambleas.
Lo anterior plantea muchísimas dudas e
interrogantes que vienen a reforzar las críticas que hacía en el texto de la
semana pasada. Una de esas críticas era al “mito
de la ciudadanía”: la ciudadanía como tal no existe, lo que existen son los
ciudadanos particulares, y éstos no forman un grupo homogéneo tal que pueda
hablarse de la ciudadanía como un ente real. A mi modo de ver, el término
“ciudadanía” juega un papel ideológico al intentar borrar la división en clases
sociales y, por ende, la lucha de clases en sentido marxista y todo lo que
conlleva. Pues bien, ese mito de la ciudadanía ha pasado factura en el ejemplo
de Carmona. Si el partido instrumental hace una asamblea abierta a la
ciudadanía, ¿por qué no permite participar a esos 50 ciudadanos? ¿O es que
acaso no lo eran? ¿Qué concepto de ciudadanía tiene ese partido instrumental?
La “solución” de dejar votar solo a quienes ya hubieran participado en
asambleas anteriores es claramente insatisfactoria, pues supone una especie de
“privilegio del pedigrí” por el que unos tienen más derechos en la asamblea que
otros en función de haber ido más veces que los demás. Y plantea una duda
inquietante: ¿y si esos 50 hubieran ido desde el primer día? ¿Y si a partir de
ahora siguen yendo a las asambleas y tres o cuatro asambleas más tarde piden el
voto de censura para el alcalde y apoyar al del PP?
En un partido tradicional este
problema no se plantea. El partido no es “abierto”, sino que solo pertenecen al
mismo, y gozan de sus derechos de militancia, quienes estén afiliados. Y para
afiliarse hay que aceptar el ideario que define al partido, además de
satisfacer las cuotas. Si alguien tiene otro ideario, puede afiliarse a otro
partido que lo comparta o crear un partido nuevo basado en él. Aparte de que
existe la prohibición de la doble militancia, es decir, que ningún afiliado a
un partido puede afiliarse a otro distinto. Y tiene todo el sentido del mundo.
Como partidos que son representan a
una parte de la ciudadanía y no a
toda en su conjunto, solo a esa parte que comparte el ideario del partido y que
esperan extender, idealmente, a toda la ciudadanía. Pero si un partido,
“instrumental” o como se llame, se ofrece como mero portavoz de la ciudadanía
sin más, ¿puede excluir a una parte de esa ciudadanía?, ¿con qué reglas debe
funcionar un partido así?
Pensemos por un momento en los asuntos
de representatividad y legitimidad. Los partidos toman muchas decisiones. Las
más importantes se dejan al conjunto del partido, esto es, a su asamblea
general. Dicha asamblea toma decisiones de dos tipos principalmente:
transcendentales y ordinarias. Las primeras son las más importantes, del tipo
asamblea fundacional, ideario, estatutos del partido, disolución del partido y
otras de cuya resolución depende la esencia misma del partido. Y luego están
las ordinarias que, aun siendo importantes, lo son menos en comparación a las
anteriores. Dada su diferencia, los partidos suelen establecer requisitos de
quórum y mayorías cualificadas para tomar las decisiones más importantes. Se
trata de asegurar que esas decisiones cuenten con la máxima legitimidad y que
para eso sean verdaderamente representativas. Así, por ejemplo, si un partido
cuenta con una asamblea de 1.000 afiliados, y a una asamblea general ordinaria,
acuden solo 400, se entiende que las decisiones que se tomen por mayoría simple
son legítimas, por cuanto que se entiende que las abstenciones y los ausentes
asienten al voto a favor de los demás. Sería el caso de una decisión aprobada
por 10 votos a favor, 389 abstenciones y un voto en contra. Nótese que solo 10
afiliados de los 1.000 (el 1%) se ha pronunciado a favor, pero se sobreentiende
que el 99% lo acepta en tanto que no ha hecho el esfuerzo de oponerse. Ahora
bien, si la decisión a tratar fuera de las transcendentales para el partido, no
sería legítimo ese resultado por falta de representatividad. Ahí la suposición
es justo la contraria: se presupone el voto en contra y por eso se exige quórum
y mayoría cualificada. La idea básica es que quien no acude a una asamblea lo
hace porque considera que las cuestiones fundamentales no van a variar y que
acepta lo que los demás decidan en cuanto a las ordinarias ya que no modifican
a aquellas.
Es la misma idea que subyace al
constitucionalismo. Dado el carácter fundamental, constituyente, de las normas constitucionales,
se protegen de las mayorías coyunturales por exigencias especiales para su
reforma, de modo que cualquier cambio esté legitimado por una representatividad
y mayoría más que suficiente. Se garantiza así la estabilidad en tanto que hay
seguridad de que los aspectos más importantes no van a variar de un día para
otro, y que si lo hacen, será de forma totalmente justificada y legítima.
Ahora bien, todo esto no sucede en los
partidos instrumentales ni mucho menos en las asambleas ciudadanas o asambleas
abiertas de dichos partidos. Para empezar, ¿quién es miembro de pleno derecho
de dichas asambleas? En principio, toda la ciudadanía. Cualquier otra decisión
es arbitraria. La “solución” de Participa Carmona lo era: si en cada asamblea
solo pueden participar los que ya hayan participado en las anteriores, ¿en
cuántas anteriores: en una, en dos, desde la primera? ¿Y a cuántas asambleas
hay que haber faltado para perder el derecho de participar en la siguiente? Si la
asamblea se reúne todas semanas, y una no voy porque los asuntos a tratar no me
motivan, pero los de la siguiente sí: ¿tengo derecho a votar en la siguiente o
no lo tengo porque no fui a la anterior que no me interesaba? ¿Debo ser un
asambleario-todoterreno que no falte a ni una sola cita so riesgo de que si un
día no voy, a la asamblea siguiente no me dejen participar?
Además de ser ciudadano, ¿hace falta
algún otro requisito para ser miembro de pleno derecho de una asamblea abierta?
Por ejemplo, no ser afiliado de otro partido. ¿Eso está reflejado en algún
sitio o es una norma que se hace sobre la marcha? ¿Se ha aplicado esa norma
anteriormente? En el caso de Carmona, no se impidió votar por ser del PP sino
porque era el primer día que acudían a una asamblea. Pero, ¿esa misma norma de
exigir “pedigrí” se había aplicado antes también, o era la primera vez?
Por otra parte, ¿hay algún requisito
de quórum o mayorías cualificadas para ciertas decisiones transcendentales, o
todas son ordinarias y se aprueban por mayoría simple de los presentes? En
principio debe ser lo segundo, más que nada porque lo primero es imposible. En
un partido, el 100% es el total de los afiliados. Pero en una asamblea abierta,
el 100% es el total de los ciudadanos del municipio (o del ente territorial
correspondiente, que puede ser desde un barrio hasta una Comunidad Autónoma o
un país entero). Suponiendo un municipio de 30.000 habitantes, el 100% son esos
30.000. Si a una asamblea acuden 300 (que ya sería un exitazo de asamblea),
estamos hablando del 1% del total. ¿Qué quórum y qué mayoría cualificada se
puede establecer en una asamblea cuyos miembros reales (presenciales) nunca superan
al 1% de los potenciales? ¿Se supone que ese otro 99% acepta por pasiva lo que
decida el 1% restante sobre asuntos fundamentales? Por no hablar de una
asamblea tipo 15-M a la que por muchos miles que acudieran, jamás superarían el
0,01% con respecto a los más de 20.000.000 de votantes.
En realidad, todos esos problemas no
son nuevos: a ellos ya se enfrentaron los partidos políticos en su momento (y
los sindicatos, y las asociaciones, y cualquier movimiento colectivo) y se
solucionaron estableciendo los mecanismos del ideario fundacional, los
estatutos, la afiliación, los quórums y mayorías cualificadas, etc., como
formas de dar legitimidad, garantías y seguridad a los propios miembros y las
decisiones tomadas. El problema de estos partidos instrumentales y abiertos a
la “ciudadanía” es que, en su adanismo, están reinventando el fuego, la rueda y
la imprenta. Y lo están haciendo porque se niegan a ver la realidad: que son
partidos aunque no quieran serlo. Debido al mito de la ciudadanía, se pretenden
ciudadanos “y nada más”, y sus partidos lo son entre comillas, por exigencia
legal, pragmatismo o necesidad dicen ellos, pero en realidad son militantes de
partidos tal cuales. Lo único que de partidos que tienen lo peor de un partido:
desorganización, inseguridad para sus miembros, arbitrariedad y dirigismo. Es
por eso que improvisan las normas sobre la marcha o toman medidas tan nada
democráticas como exigir pedigrí a los ciudadanos.
Otro problema de estos “partidos que
no quieren darse cuenta de que son partidos” es que se niegan a definirse
políticamente. De ahí su negativa a decirse de izquierdas, republicanos o algo
similar. Su idea es que, como son partidos de toda la ciudadanía y no solo de
una parte, identificarse con la izquierda o la república les acercaría a un
partido tradicional (definido, de una parte) y les alejaría de una parte de la
ciudadanía a la que también quieren representar (aunque cuando luego vienen a
votar no les dejen). En apariencia esto los hace más abiertos (tanto a los de
izquierdas como a los de derechas, a los republicanos como a los monárquicos, a
los taurinos como a los antitaurinos…). Pero, en la práctica, hay que tomar
decisiones, y se va produciendo una definición por la vía de los hechos, por
las decisiones tomadas. Y ahí es donde aparece el dirigismo en su peor forma: el
mesianismo.
En un partido tradicional hay un
ideario que, en última instancia, es la vara de medir la acción de los
dirigentes. Las asambleas generales pueden revocar a sus dirigentes y
argumentarlo en base a ese ideario si creen que no lo han respetado o que no
han sido eficaces a la hora de defenderlo. Ahora bien, en una asamblea
ciudadana o similar, no hay un ideario definido sino que se va improvisando
sobre la marcha. Y se va improvisando, o bien según las decisiones que cada vez
tome cada asamblea (recordemos, el 1% o menos del total) o bien según lo que
decida en cada caso el líder de esa asamblea. Y es que por la vía de los hechos
también, se han ido consolidando liderazgos carismáticos en esos movimientos
que acaban supliendo la falta de definición que tienen, de modo que el
movimiento es el líder. Los miembros,
más que miembros de pleno derecho, se convierten en seguidores incondicionales del
líder. A falta de ideario, el ideario es lo que en cada momento les diga el
líder. Incluso aunque el líder cambie de ideas de un día para otro: de ahí que
estos movimientos puedan despertar un día bolivarianos, comer renta básica,
rechazarla por la tarde y acostarse siendo socialdemócratas y sin encontrar
ninguna incoherencia.
Todo eso ocurre porque la unidad de
estos partidos o asambleas es ficticia al basarse en el mito de la ciudadanía.
Su unidad es negativa, pero no positiva, es una unidad anti-: antidesahucios,
anticorrupción, anticasta…, pero no tiene una alternativa en positivo,
alternativa que es lo que ofrecen los idearios de los partidos tradicionales:
la república, el socialismo, el comunismo… Se puede intentar explicar esto con
ejemplos: podemos estar de acuerdo en no hacer un viaje ni a Madrid ni a
Barcelona, pero a la hora de la verdad, ¿a dónde vamos? ¿A Zaragoza, a Bilbao,
a Sevilla…? Podemos estar de acuerdo en no ir a cenar a un italiano ni a chino,
pero ¿dónde cenamos: en un japonés, en un tailandés, en el kebak…?
Otra forma de verlo es así: los
ciudadanos A, B y C están de acuerdo en su oposición al capitalismo. Pero ¿cómo
los representamos en teoría de conjuntos? ¿Con la unión: A U B U C, o con la
intersección (Z): A ∩ B ∩ C? Es que no es lo mismo. Su unidad está en la
intersección Z, porque A piensa que la alternativa es una democracia directa
anarquista, B cree que lo mejor es una dictadura del proletariado, y C opina
que basta con un control socialdemócrata del Estado sobre las empresas. Esta “unidad
popular” podría alcanzar el poder en teoría, pero una vez con él ¿qué? ¿Destruirán
el Estado, lo reforzarán para planificar la economía o lo utilizarán para
intervenirla sin acabar con la propiedad privada? Su unidad es tan ficticia
como la armonía de las familias en nochevieja: todo irá bien mientras no saquen
a relucir ciertos temas tabú (que si la herencia, que si me debes dinero, que
si tu yerno es un vago…). Del mismo modo, la unidad popular se mantendrá
mientras nadie se atreva a hacer preguntas en positivo. Porque si lo hace todo
salta por los aires (recordemos la guerra civil en el bando republicano). Ese
temor al tabú, a la pelea irremediable si alguien dice algo que no sea anti-
(antifascista, anticapitalista…) lleva a ir dejando de lado esos asuntos “en
pro de la unidad”, pero algún día hay que tomar las decisiones porque no se
pueden posponer eternamente. Ahí es donde entra el líder y como un parche mantiene
la unidad ficticia basada en él: mientras el líder sea capaz de unirles a todos
con su carisma todo irá bien. Para eso tendrá que ser un líder ambiguo, capaz
de decir una cosa y la contraria al mismo tiempo para tener a todos contentos. Pero
esa “unidad” está basada en la FE en el líder, en que será capaz de tomar las
decisiones correctas debido a su sabiduría casi divina y su infalibilidad. Eso
hace que todos cedan ante el líder, y remedia sus disonancias cognitivas. Todos
creen que el líder piensa lo que él: A cree que el líder no destruye el Estado
porque todavía no es la hora pero que lo hará llegado el momento, B piensa que
el líder está siendo estratégico y preparando la dictadura del proletariado
mientras aparenta respetar la democracia burguesa, y C está convencido de que
el líder es un socialdemócrata consecuente aunque parezca a veces liberal y a
veces bolivariano para confundir a sus enemigos. Y así, mientras tanto, el líder
puede hacer lo que quiera porque haga lo que haga sus fieles estarán
convencidos de que hace lo correcto.
Lo peor de todo es que ese modelo
abierto, asambleario, de nueva política, es falso. En cierto modo es verdad que
no son partidos, es que solo son cúpula, las bases son mero adorno. El caso
paradigmático es Podemos: una cúpula que se considera la vanguardia de la
sociedad, su parte más avanzada intelectualmente (no en vano sus
dirigentes son casi todos universitarios de los que no han hecho otra cosa
en la vida más que estar en la universidad). Universitarios-políticos,
aspirantes a reyes-filósofos platónicos que no tienen que someterse a ningún
ideario o principios porque el ideario son ellos, lo que se les ocurra en cada
momento. La falta de ideario, la falta de definición, no son formas de
apertura, son maneras de facilitar el liderazgo carismático y que el líder
pueda dirigir en zig-zag al partido por donde a él le venga en gana en cada
momento. Lo que busca el líder es no estar atado a un ideario para poder ser
incoherente sin problemas, ya que si tuviera un ideario tendría que responder
de su coherencia con respecto a esas ideas en su quehacer político. De hecho,
así era en la República de Platón: en ella no había leyes que obligaran al filósofo-rey
sino que la ley era su propia sabia voluntad en cada caso (a diferencia del
Platón de las Leyes donde cambia en
este punto). El propio Platón inicia el tema de la noble mentira en sus
diálogos: si los dirigentes deben mentir al pueblo para mantener el gobierno, y
dice que sí (idea que desarrollará Maquiavelo). Aquí
la noble mentira es la “nueva política”, la “regeneración democrática”, la
“participación ciudadana”, el carácter “abierto”. Pese a su discurso, en
Podemos no ocurre nada sin el visto bueno de Pablo Iglesias y sus apóstoles. El
asamblearismo solo se usa para ratificar lo que ya está decidido, y nunca
cuando hay dudas. Cuando se trata de elegir al candidato y la otra opción es
una desconocida del círculo de enfermería, entonces sí hay primarias y
participación total. Pero cuando se trata de negociar con el PSOE de Andalucía
después de las elecciones, los círculos de esa región no tienen ni voz ni voto
y además llega un enviado desde Madrid a llevar las negociaciones. De la misma
forma que se admite la doble militancia en las bases del partido pero no en la
cúpula (de hecho, los militantes de Izquierda Anticapitalista deben renunciar a
su partido si quieren estar en el grupo de amigos de Pablo Iglesias, como tuvo
que hacer Teresa Rodríguez).
Otro ejemplo es del partido
instrumental Ahora Madrid, cuya candidata y alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena
ha pasado del “programa, programa, programa” de Anguita a considerar las
decisiones asamblearias programáticas como meras sugerencias, en
sus propias palabras: “El programa se fue construyendo poco a poco, se
incluyeron muchas sugerencias y cuando asumí la candidatura dije desde un
primer momento que lo entendía como un conjunto de sugerencias”. De hecho, a
solo cuatro días de ser elegida, ya anunciaba que no cumpliría uno los puntos
del programa como era el de la creación de un banco público municipal.
Con todo lo anterior no quiero decir
que los líderes carismáticos de estos partidos y asambleas sean villanos ni
seres pérfidos, tampoco que sean manipuladores natos que buscan aprovecharse de
las masas para su propio beneficio. Nada de eso. Creo sinceramente que son
gente bienintencionada, tal vez algo engreídos y crecidos por su carisma y
apoyo popular, un tanto presuntuosos que se consideran por encima de la media,
más inteligentes que los demás y con el derecho de dirigirlos e incluso usar la
noble mentira por el propio bien de los demás que no están a su altura. Pero es
esa autoconciencia elevada la que puede convertirlos en arrogantes y hacer que
se dejen llevar por el vicio político de la hibris, la “desmesura” que echa a perder al político y le hace
víctima de su propia prepotencia.
Que los partidos tradicionales no
están a la altura de las circunstancias y que hay que reformarlos totalmente es
una evidencia. De ahí a rechazarlos y elegir las formas alternativas de los
partidos instrumentales, las asambleas abiertas, los liderazgos mesiánicos,
etc., hay un gran salto que no me parece correcto. Y es que además me parece
peligroso para la parte más explotada de la sociedad: la clase trabajadora
(porque yo sí sigo pensando en ella). Igual que sigo pensando que gran parte de
la solución vendrá de aquella canción de la que algunos todavía no solo no nos
avergonzamos sino de la que estamos orgullosos:
Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y
Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Creo que se olvida una característica de partidos al estilo Podemos, en mi opinión la más peligrosa: que es un partido totalitario. Me explico. Objetivando la pluralidad social, dándole realidad, eliminan la pluralidad real. No sólo dividen la sociedad sino que expulsan a una parte. El ejemplo de Carmona es representativo."La gente" es la sociedad y Podemos es "la gente". "La casta" no son personas que piensan diferente, son personas ajenas al todo social. Son totalitarios en el sentido de que pretenden representar toda la sociedad. Una labor propia de oráculos, no de un partido. Dar existencia a conceptos colectivos es siempre totalitario en ese sentido: eliminan la pluralidad. En democracia "pueblo" es una ficción necesaria, no un una entidad real. No existe, es un conglomerado de intereses, voces...amorfos y constantemente cambiantes.
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