Corrupción, bipartidismo y ciudadanía (Andrés Carmona)


Normalmente publico los sábados en este blog, pero por ser el sábado 23 jornada de reflexión electoral, prefiero publicarlo unos días antes.


Actualmente están de moda palabras como “indignación”, “cambio”, “regeneración”…, especialmente después del 15-M. Curiosamente, las que no se han puesto de moda, e incluso suenan a rancio, son “izquierda” y sobre todo “revolución”. Por no hablar de “marxismo”. Por mi parte no tengo ningún inconveniente en reivindicar la izquierda, es más, estoy orgulloso de ser de izquierda y decirlo así de claro. También me considero marxista, no en el sentido decimonónico porque ha llovido mucho desde Marx y Engels, pero sí en el sentido que ellos mismos entendían el término: “no como un dogma, sino como una guía para la acción”. No creo que hoy día podamos ser marxistas “ortodoxos” (en el sentido de dogmáticos) pero tampoco podemos ser menos que marxistas si queremos comprender la realidad social, política y económica de nuestro presente y prever la del futuro. Y tampoco reniego de la revolución, si bien no la entiendo con ninguna connotación violenta, sino en el sentido propio que tiene la palabra como “Cambio rápido y profundo en cualquier cosa” (DRAE), o “cambio radical” (desde la raíz), con el significado que Izquierda Unida le dio a sus Siete Revoluciones

En este sentido, quisiera reflexionar rápidamente sobre otros tres términos que también están de moda: corrupción, bipartidismo y ciudadanía. La tesis que mantengo desde las coordenadas de la izquierda, el marxismo y la revolución, es que esos otros términos están jugando un papel ideológico (en el sentido marxista de falsa conciencia) para frenar el objetivo revolucionario por antonomasia: la superación del modo de producción capitalista y de toda su superestructura hacia otro modelo socialista de justicia social. En lo que sigue, utilizaré terminología típicamente marxista, sin que eso implique una aceptación de nada parecido al diamat ni a la “ortodoxia” marxista.

Corrución: “No hay pan para tanto chorizo”

Para empezar, hay que decir que la corrupción es un fenómeno que está desvirtuando el debate político en nuestros días. Aunque pueda parecer extraño a primera vista, la condena social y política contundentes contra la corrupción pueden estar apuntalando al sistema político-económico en vez de minarlo. En términos marxistas, tal vez podría decirse que la reivindicación anti-corrupción, expresada en el lema del 15-M: “No hay pan para tanto chorizo”, sería de tipo pequeño-burgués, pero no revolucionaria. Y sería así en tanto que el esquema ideológico (en el sentido también marxista de falsa conciencia) subyacente a la indignación contra la corrupción sería el siguiente: “Si no hubiera tanto chorizo, habría más pan para todos”. La idea básica es que los problemas sociales, económicos y políticos, que resumimos en la expresión “la crisis”, se deben única o principalmente a la corrupción, de forma tal que, corregida o eliminada totalmente la corrupción, se acabarían esos problemas. El propio sistema socio-político y económico, el capitalismo, no sería el problema, ya que ese esquema ideológico conduce a pensar que el sistema capitalista iría bien si no hubiera corrupción. Por el contrario, lo revolucionario sería la crítica, no de la corrupción en sí, sino del propio capitalismo como modo de producción, independientemente de que, además, se genere o no corrupción en las elites del capitalismo. 

El “No hay pan para tanto chorizo” transmite la idea de que el sistema capitalista es capaz de producir “pan” (trabajo, bienes, servicios…) para todos, pero que si no hay “pan” para todos (desempleo, pobreza, exclusión…) es porque hay mucho “chorizo” (corruptos). Sin embargo, no es así. Aun cuando no hubiera ningún “chorizo” (corrupto) el sistema capitalista seguiría estando basado en la plusvalía (explotación) y las clases sociales dominantes seguirían acaparando mucho más “pan” que las clases trabajadoras, pues el capitalismo necesita de esa explotación y reparto desigual e injusto para poder funcionar como tal capitalismo. Igual que seguiría habiendo desempleo, pobreza y exclusión social aunque todos los políticos fueran honrados, pues el capitalismo requiere en su modo de funcionamiento interno de lo que Marx llamaba el “ejército de reserva del capitalismo”. 

La indignación contra la corrupción moraliza la crítica al tiempo que la despolitiza, y ahí radica otro de sus aspectos ideológicos: dirige la movilización social hacia objetivos morales pero no políticos. El indignado contra la corrupción no se opone al capitalista como capitalista o al político como gestor o marioneta del capitalista, sino tan solo al subconjunto de los capitalistas y políticos corruptos, de modo que contra los otros, los honrados, no tiene nada. Lo que le indigna es la inmoralidad de la corrupción porque supone un robo y una mentira, pero no le indigna políticamente el sistema capitalista como tal. De ahí que ese sentimiento moralista y pequeño burgués se concrete en lo que (de nuevo seguimos usando terminología marxista) se conoce como reformismo: los problemas del capitalismo no se solucionan con una revolución sino con reformas aquí y allí (por ejemplo, reformas anti-corrupción).

Bipartidismo: “Ni PP ni PSOE, votad minoritarios”

Lo que decimos de la corrupción puede decirse también de la crítica al bipartidismo y, en general, al sistema electoral. En este caso, el lema podría ser aquel de “Ni PP ni PSOE, votad minoritarios”, que también se vio en el 15-M. Daba igual a qué partido minoritario, lo importante es que no hubiera bipartidismo: dos grandes partidos políticos repartiéndose la inmensa mayoría de diputados. Ahora mismo, la fuerte irrupción de Podemos y Ciudadanos parece haber logrado aquel propósito de acabar con el bipartidismo. Y, por lo que parece, en las próximas elecciones generales se consumará el fin del bipartidismo con un parlamento bastante fragmentado entre varias fuerzas políticas sin mayoría suficiente ninguna por sí sola (aunque también se decía más o menos lo mismo del Reino Unido y finalmente el partido tory ha ganado con mayoría absoluta). Sin embargo, que haya un partido, dos o cien no afecta al sistema capitalista que está a la base del político: tan capitalista es el Reino Unido con un sistema mayoritario y fuertemente bipartidista, como Israel como otro sistema electoral proporcional y muy fragmentado. Ninguno de los dos logra objetivos revolucionarios de transformación social, independientemente de su sistema electoral y si hay o no bipartidismo. Lo mismo puede decirse de Euskadi o Catalunya, donde hay mucho más pluralismo partidista. De nuevo pasa lo mismo: se desorienta el foco de atención del problema de fondo hacia otra cuestión, en este caso, al bipartidismo. De esta forma, votando a partidos minoritarios o impulsando a partidos emergentes, la conciencia del indignado se queda tranquila pese a no haber transformado absolutamente nada sustancial y permanecer intactas las bases del sistema capitalista. 

Ciudadanía: “No somos ni de izquierdas ni de derechas, sino los de abajo contra los de arriba”

El tercer elemento ideológico de la indignación es la que se expresaba en otro lema del 15-M: “No somos ni de izquierdas ni de derechas, sino los de abajo contra los de arriba”. Aquí el punto central es el sujeto político, que se identifica con “los de abajo” o la “ciudadanía”. Podemos ha insertado, en este sentido, la expresión de “empoderamiento ciudadano”. El otro partido emergente, Ciudadanos, hasta lo lleva en su propio nombre. Se genera así una dicotomía entre “la ciudadanía” y su contrario. En la narrativa de Podemos, ese contrario es “la casta”, y en el mismo sentido se contraponen también “los ciudadanos” a “los políticos”. El efecto ideológico (falsa conciencia) que produce este esquema es el de señalar a un sujeto político que por abstracto es irreal, la ciudadanía, y a un enemigo que realmente es el que trabaja al sueldo del auténtico enemigo: el político que está al servicio del capitalista. 

En la oposición izquierda-derecha subyace, en lenguaje marxista, la lucha de clases entre burguesía y proletariado. En ese esquema, el proletariado es el sujeto político y revolucionario llamado a la revolución y a convertirse en la clase universal. En el esquema arriba-abajo (o ciudadanos-casta, o ciudadanos-políticos) la lucha de clases desaparece, de modo que no puede ser ni siquiera pensada (y mucho menos realizada). El problema del término “ciudadanía” es la abstracción que decíamos: ciudadanos somos todos, también el capitalista. Pero al no quedar señalado como tal capitalista, pareciera que el enemigo solo es la elite política. Lo que conduce a pensar, erróneamente, que eliminando o sustituyendo a esa elite se acabaron los problemas. Pero no es así. A la clase capitalista le da igual un político que otro siempre que su gestión política no cuestione sus intereses de clase dominante. Por eso cambian a unos y otros según les interesa. En la democracia mediática de nuestros días, para eso tienen las cadenas de televisión privada, en las que promocionan ora a Podemos, ora a Ciudadanos, según les parece bien y siempre que se mantengan dentro del discurso ideológico como mucho reformista pero nunca revolucionario (véase, por ejemplo, la rápida evolución ideológica de Podemos hacia el "centro" en menos de un año). 


Es muy interesante comparar los discursos políticos del pasado con los del presente. Si miramos atrás en historia, la corrupción era la norma y no la excepción. Comparados con nuestros días, hace 100 o 200 años todos los gobiernos eran corruptos. Sin embargo, la crítica política de izquierdas de aquellos momentos no desperdiciaba apenas líneas en criticar esa corrupción. Lo que criticaban era al propio sistema capitalista. Al leer los textos clásicos de Marx, Engels o de Pablo Iglesias (del auténtico, el fundador del PSOE), casi no encontramos alusiones a la corrupción o reivindicaciones de honradez para los políticos, y eso que, repetimos, todos los políticos de entonces eran corruptos: compraban votos directamente, hacían pucherazos, beneficiaban a amigos abiertamente, etc. Ninguno de ellos buscaba reformar el sistema capitalista para acabar con esa corrupción, lo que buscaban era acabar con ese sistema capitalista que es corrupto en sí mismo aunque ningún político robara. Ahí está la clave. 

Claro que, ellos tenían bien clara su conciencia de clase: no se consideraban “ciudadanos” sino trabajadores u obreros; lo que les colocaban claramente enfrente de la otra clase: la capitalista o burguesa. No obstante, no faltaban tampoco reformistas en su época, y ninguno de ellos escatimó esfuerzos en denunciarlos como lo que luego se llamó “desviacionismo reformista” o “pensamiento pequeño-burgués”. Un tipo de pensamiento político que confía en el capitalismo, que no lo quiere transformar, sino como mucho reformar o limpiarle la cara pero dejando intactas sus bases. Ese mismo pensamiento pequeño-burgués es el que hila el discurso de la “indignación” y el “cambio” que oímos hoy día y que funciona a modo de canto de sirena. A ese soniquete debemos contraponer una melodía mucho más acertada, la que empieza por “Arriba parias de la tierra…”

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.


Comentarios

  1. Bajo mi punto de vista los problemas fundamentales de nuestra sociedad vienen derivados de los planes educativos que ha venido imponiendo la izquierda; planes que han relegado a los jóvenes a concebir la revolución como otro intento de imponer el comunismo.
    Por lo general no se da valor al esfuerzo intelectual del estudio y nuestros jóvenes resultan de los más incultos de los países desarrollados. La izquierda, con sus planes de estudio, nos los ha adoctrinado, y los resultados son evidentes.
    Debe haber unos topes infranqueables, para no caer en el llamado neoliberalismo ni en el jacobinismo, pero el mercado fue el impulsor de la civilización y sin él soy hay esclavitud pura y dura.
    No entiendo cómo se puede ser un intelectual y defender un sistema que siempre acaba eliminando la libertad; que siempre acaba en dictaduras terribles.
    No cabe duda que el capitalismo tiene que ser controlado y sometido a normas rígidas para evitar que impida el estado de bienestar, pero no hay otro sistema económico que pueda reemplazarlo sin caer en la represión social.

    Un saludo.

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