Lectura en frío: el secreto para hablar con los muertos... (Andrés Carmona)
LECTURA EN FRÍO: EL SECRETO PARA HABLAR CON LOS MUERTOS,
ECHAR EL TAROT Y LEER LA MENTE (Y POR SUPUESTO, PARA SACAR DINERO A LOS
INCAUTOS)
“Acostumbrado a oírle
decir cosas extrañas, nada le pregunté. También porque, poco después,
escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes y
servidores. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran
cortesía:
-Bienvenido, señor.
No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra
visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como
creo, fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al Abad. ¡Tú –ordenó a
uno del grupo-, sube a avisar que nuestro visitante está por entrar en el
recinto!
-Os lo agradezco,
señor cillerero –respondió cordialmente mi maestro-, y aprecio aún más vuestra
cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no
temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha. No
podrá ir muy lejos, porque al llegar al estercolero tendrá que detenerse. Es
demasiado inteligente para arrojarse por la pendiente…
-¿Cuándo lo habéis
visto? –preguntó el cillerero.
-¿Verlo? No lo hemos
visto, ¿verdad, Adso? –dijo Guillermo volviéndose hacia mí con expresión
divertida-. Pero si buscáis a Brunello, el animal solo puede estar donde yo os
he dicho.
El cillerero vaciló.
Miró a Guillermo, después al sendero, y, por último, preguntó:
-¿Brunello? ¿Cómo
sabéis?
-¡Vamos! –dijo
Guillermo-. Es evidente que estáis buscando a Brunello, el caballo preferido
del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra, pelo negro, cinco pies de alzada,
cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular,
cabeza pequeña, orejas finas, ojos grandes. Se ha ido por la derecha, os digo,
y, en cualquier caso, apresuraros.
(…) Pocos minutos más
tarde escuchamos gritos de júbilo, y en el recodo del sendero reaparecieron
monjes y servidores, trayendo al caballo por el freno. Pasaron junto a
nosotros, sin dejar de mirarnos un poco estupefactos, y se dirigieron con paso
acelerado hacia la abadía”. (Eco, Umberto (1990) El nombre de la rosa, Editorial Lumen, pág. 30-32.)
Una
viuda acude a una sesión de espiritismo. Viene incrédula, sin esperanza en lo
que le han dicho: que el médium es capaz de ponerla en contacto con su difundo
marido. Al salir de la seance (sesión
espiritista) todo es distinto: ha podido hablar con su esposo y no hay duda de
que era él quien se comunicaba a través del médium, pues le ha dicho ciertas
cosas que solo ellos dos sabían, aspectos íntimos y concretos que ni por asomo
podría saber el espiritista. Y el dinero que ha tenido que pagar no es nada
comparado con la alegría de saber que su esposo está bien en el más allá, que
la sigue queriendo y que siempre está a su lado aunque ella no pueda verle.
Suena
bien y sería maravilloso, si no fuera por el pequeño detalle de que: ¡es
mentira! Los espiritistas, los tarotistas, los adivinos, los psíquicos y otros
mercachifles del mercado de lo paranormal y lo esotérico suelen ofrecer como
“prueba” de que lo que hacen es real el hecho de que revelan aspectos muy
concretos y personales de sus clientes que ellos no podrían conocer ni por
asomo por medios naturales: nombres de pila, aficiones y gustos, si tienen o
tenían mascotas y sus nombres, experiencias del pasado, etc. Pero si lo hacen,
solo puede ser porque realmente tienen algún poder sobrenatural o paranormal (o
eso dicen o quieren hacer creer). Nada más lejos de la realidad. Existe una
técnica para obtener toda esa información sin que el sujeto se dé cuenta y
hacerla pasar como mensaje de un difunto, revelación del tarot o lectura de la
mente (mind reading), y se llama
lectura en frío (cold reading).
La
lectura en frío es una técnica que consiste en obtener información de una
persona directamente a través de lo que ella misma expresa y transmite con lo
que dice, cómo lo dice, su presencia, su aspecto, su edad, sus gestos, etc., y de
las deducciones e inducciones que podamos hacer a partir de esa información.
Por ejemplo, alguien con un pin del Real Madrid en la solapa nos está
expresando que le gusta el fútbol y más concretamente que le gusta ese equipo
de fútbol, y podemos deducir que no le gusta el F. C. Barcelona. A partir de
ahí, podríamos aventurar que le gustan los deportes en general, o que practica
algún deporte y más concretamente que juega al fútbol. Si además lleva un brazo
en cabestrillo o una férula en la pierna, podemos inferir que se lo ha hecho
jugando al fútbol.
La
lectura en frío es una técnica utilizada por los magos-mentalistas[1]
para aparentar leer la mente de un espectador (mind reading) o adivinar cosas suyas, todo ello con intenciones
meramente artísticas y de espectáculo. Pero también es utilizada con
intenciones mucho menos honestas por adivinos, tarotistas, psíquicos,
espiritistas y todos estos estafadores para hacer creer que son capaces de
adivinar el futuro o tener poderes mentales o sobrenaturales y engañar así a
sus víctimas (sin comillas, porque quien es engañado por estos truhanes es una
auténtica víctima de sus trampas, aunque a veces la propia víctima quiera ser
engañada, que también se da). Sería interesante saber qué fue antes, si la
lectura en frío es una técnica propia del ilusionismo mentalista que luego fue
utilizada por los estafadores, o si fue al revés: que fueron los
magos-mentalistas los que utilizaron esta técnica cogiéndola del arsenal de los
embaucadores. En mi opinión sería la segunda opción, del mismo modo a cómo los
cartomagos[2]
se apropiaron de técnicas utilizadas anteriormente por los tahúres[3]
en las mesas de juego.
La
lectura en frío es una técnica que todas las personas usamos cotidianamente
aunque no seamos conscientes de hacerlo. Por ejemplo, cuando vemos a dos personas
cogidas de la mano solemos pensar que son pareja y en función de la edad
aventuramos que son novios o matrimonio. Si a quienes vemos son a un anciano y
a un niño de la mano, pensamos que son abuelo y nieto. Cuando vemos a un joven
venir con un libro de texto bajo el brazo inducimos que va o viene de estudiar
(dependiendo de dónde venga o hacia dónde se dirija[4]),
etc. Las madres son expertas en hacer lectura en frío a sus hijos, sabiendo con
solo verlos si han tenido un buen día en el colegio, si se han peleado con su
novia o si han hecho algo malo y tratan de disimularlo. Por no hablar de la
cantidad de lectura en frío que se hace por las noches en las discotecas a la
hora de decidirse a intentar ligar con una chica o no (para saber si tiene
novio o no, si ha ido también a ligar o solo acompaña a una amiga, si tiene
interés en nosotros o no, etc.). Otro ejemplo, en este caso literario, de
lectura en frío es el personaje de Sherlock Holmes y cómo asombraba a Watson
haciendo lecturas en frío que le dejaban boquiabierto. Y al principio de la
novela de El nombre de la rosa, el
protagonista Guillermo de Baskerville también realiza una lectura en frío
dejando anonadado al cillerero del monasterio que iba buscando al caballo
preferido del abad: Brunello, y cuyo pasaje figura al principio de este texto.
La
lectura en frío utiliza todo el acervo de conocimiento y experiencia que
tenemos sobre el mundo, sobre nuestra cultura y sobre las personas que nos
rodean (que conforman el contexto amplio de interpretación/adivinación),
también usa la información que directamente nos proporciona la propia persona,
y finalmente las hipótesis que a partir de todo eso nosotros podamos hacer. Así,
por ejemplo, los carteristas[5]
usan la lectura en frío para saber a quién se pueden arriesgar a robar la
cartera y a quién no. No eligen su víctima al azar sino que buscan a la víctima
propicia (su comportamiento es racional –aunque criminal-: buscan la mejor
víctima –la más indefensa- de la que puedan obtener el máximo beneficio –más
dinero- corriendo el mínimo riesgo de ser pillados). Y la mejor víctima suele
ser un turista, dado que los turistas suelen llevar dinero encima (para coger
transportes, para comer, para entrar a museos, para comprar regalos y
recuerdos…) y no conocen bien el sitio donde están (lo que facilita la huída).
Por eso para los carteristas es fundamental reconocer quién es turista y quién
no (porque los nativos del lugar no suelen llevar tanto dinero encima y sí
conocen el sitio). Y reconocer a un turista es fácil: por el aspecto (¡sobre
todo si son japoneses!, o si llevan sandalias ¡con calcetines!) y porque andan
por las calles observando constantemente todo (los edificios, las estatuas,
etc.), algo que los nativos de un lugar nunca hacen sino que normalmente van
hacia un sitio concreto sin fijarse en nada porque ya lo conocen: los
madrileños no se quedan boquiabiertos cada vez que ven la estatua de Cibeles ni
mucho menos le echan fotos. De esta forma, el carterista utiliza su experiencia
y lo que sabe, además de la información directa de las personas, para detectar
quién es turista y robarle la cartera. Y muy ingenuo debería ser el turista si
después se preguntara perplejo: ¿cómo habrá sabido que era turista y que tenía
dinero encima? Sin embargo, igual de ingenua es la sorpresa de quien acude a un
farsante esotérico y sale sorprendido por todo lo que le ha adivinado ¡sin
decirle nada! Lo mismo le pasó al cillerero con Guillermo de Baskerville en la
inigualable novela de Eco. El propio Guillermo le explica después a su discípulo
Adso cómo procedió:
“- (…) Me da casi
vergüenza tener que repetirte lo que deberías saber. En la encrucijada, sobre
la nieve aún fresca, estaban marcadas con mucha claridad las improntas de los
cascos de un caballo, que apuntaban hacia el sendero situado a nuestra
izquierda. Esos signos, separados por distancias bastante grandes y regulares,
decían que los cascos eran pequeños y redondos, y el galope muy regular. De ahí
deduje que se trataba de un caballo, y que su carrera no era desordenada como
la de un animal desbocado. Allí donde los pinos formaban una especie de
cobertizo natural, algunas ramas acababan de ser rotas, justo a cinco pies del
suelo. Una de las matas de zarzamora, situada donde el animal debe de haber
girado, meneando altivamente la hermosa cola, para tomar el sendero de su
derecha, aún conservaba entre las espinas algunas crines largas y muy negras…
Por último, no me dirás que no sabes que esa senda lleva al estercolero, porque
al subir por la curva interior hemos visto el chorro de detritos que caía a
pico justo debajo del torreón oriental, ensuciando la nieve, y dada la
disposición de la encrucijada, la senda sólo podía ir en aquella dirección.
-Sí –dije-, pero la
cabeza pequeña, las orejas finas, los ojos grandes…
-No sé si los tiene,
pero, sin duda, los monjes están persuadidos de que sí. Decía Isidoro de
Sevilla que la belleza de un caballo exige “que la cabeza sea pequeña y seca,
con la piel casi adherida a los huesos, las orejas cortas y delgadas, los ojos
grandes, la nariz chata, la cerviz levantada, la crin y la cola espesas, la
redondez de los cascos unida a la solidez”. Si el caballo cuyo paso he
adivinado no hubiese sido realmente el mejor de la cuadra, no podrías explicar
por qué no solo han corrido los mozos tras él, sino también el propio
cillerero. Y un monje que considera excelente a un caballo sólo puede verlo, al
margen de las formas naturales, tal como se lo han descrito las auctoritates,
sobre todo si –y aquí me dirigió una sonrisa maliciosa-, se trata de un docto
benedictino…
-Bueno –dije-, pero,
¿por qué Brunello?
-¡Que el Espíritu
Santo ponga un poco más de sal en tu cabezota, hijo mío! –exclamó el maestro-.
¿Qué otro nombre le habrías puesto si hasta el gran Buridán, que está a punto
de ser rector en París, no encontró nombre más natural para referirse a un
caballo hermoso? (ibid, pág. 32-33).
La
lectura en frío no es una ciencia exacta, evidentemente. Se basa en
generalizaciones y en muchos casos en prejuicios, y su capacidad de acierto es
meramente probabilística. Si veo a un japonés con una cámara fotográfica al
cuello y mirando a las cornisas de todos los edificios desde la calle, puedo
aventurar que es un turista, aunque también cabe la posibilidad de que me
equivoque y sea un japonés emigrado hace años a España y totalmente
españolizado, aficionado a la fotografía y que está buscando una buena
perspectiva para hacer una fotografía artística a un edificio, pero esa
posibilidad es altamente improbable. Por esto, la habilidad en la lectura en
frío procura maximizar la probabilidad de acierto y minimizar la del fallo,
utilizando para ello varios recursos.
De
entrada, una baza a favor de quien hace lectura en frío conscientemente es el
desconocimiento general sobre la propia lectura en frío: la gente no sabe la
cantidad de información que transmitimos sin darnos cuenta, simplemente con
nuestro aspecto, indumentaria, gestos, formas de hablar, etc. De ahí que mucha
gente se asombre ante una lectura en frío cuando en realidad les pasa como al
personaje de El burgués gentilhombre
de Molière, que se asombró de haber estado hablando en prosa toda su vida
cuando su profesor de filosofía le explicó la diferencia entre la prosa y el
verso. Una alianza en el dedo anular indica matrimonio (y la señal de la
alianza en el dedo anular desnudo en un chico en una despedida de soltero
indica que no le importaría echar una cana al aire esa noche), los callos en
las manos indican trabajo manual, el moreno-albañil indica trabajo bajo el sol,
etc. Todo es cuestión de observar, escuchar, aventurar hipótesis y comprobar. De
hecho, un ejercicio para practicar la lectura en frío consiste en subirse al
metro o al autobús, sentarse y simplemente observar a los demás viajeros e
intentar saber cosas de ellos solo mirando y escuchando (otros escenarios
perfectos para lo mismo son una terraza o la barra de un bar, una fiesta, una
reunión social, etc.). En una escena del principio de la película Cazadores de mentes[6],
se ve cómo los protagonistas, aspirantes al FBI, juegan a hacer lecturas en
frío con el resto de clientes de un pub en el que se juntan a tomar copas.
Por
otro lado está todo lo que una persona puede transmitir no ya solo ella misma
directamente sino por el propio contexto. Por ejemplo, quien acude a la
consulta de un espiritista es evidentemente porque ha perdido a una persona muy
cercana, muy probablemente un familiar (y dependiendo de la edad del sujeto,
podemos saber incluso el grado de parentesco: cónyuge, padre o madre, un hijo
si es una pareja de media edad…) o un amigo íntimo. Quien acude a la consulta
de un adivino es porque quiere saber algo sobre su futuro y no por mera
curiosidad: seguramente tenga algún problema o inquietud relacionada con su
futuro próximo laboral, de salud o amoroso. En general, quien acude a cualquier
tipo de consulta de este tipo lo hace en un momento problemático de su vida y
en un estado emocional delicado: nadie acude a estas consultas en el momento
más feliz de su vida y le dice al vidente de turno: “Pues nada, que solo venía
aquí porque estoy muy feliz y muy contento”. Es más, los adivinos y similares
saben incluso los motivos por los que la mayoría de la gente acude a sus
consultorios: amor, salud y dinero (y en cada caso depende de si la persona es
soltera o casada, de si se preocupa de su salud o de la de otra persona
cercana, o si económicamente tiene un problema de pérdida de dinero o si anda
buscando cómo ganar dinero)[7].
Sabiendo esto, y con un poco de observación, es fácil saber casi que
instantáneamente y nada más ver al incauto qué es lo que está buscando: si
quiere hablar con su padre recién fallecido, si sospecha que su esposa le es
infiel, si está agobiado porque no encuentra empleo, si quiere saber cómo ganar
dinero en las apuestas… En estos casos, el caradura de turno suele decirle nada
más entrar: “¡No me diga nada! Lo veo borroso pero lo veo, su esposa le trae de
cabeza ¿verdad?” (de la misma forma, Guillermo de Baskerville le habla al
cillerero del caballo antes incluso de que él le diga nada, lo que le deja
perplejo).
Otro
recurso en el que se basa la lectura en frío es la falacia de validación
personal o efecto Forer (o Barnum) y que consiste en la tendencia humana a
personalizar datos o informaciones como si fueran exclusivas o propias de cada
uno de nosotros, cuando en realidad son generalizaciones muy amplias y vagas
que pueden aplicarse a un gran número de personas o incluso a todo el mundo. Es
en esta falacia en la que se apoya gran parte del contenido de los horóscopos y
las cartas astrales “personalizadas”, y también se utiliza en la lectura en
frío: el adivino simulará adivinar cosas personales del cliente pero que en
realidad valdrían para cualquier cliente, y el efecto Forer hará el resto[8].
Por ejemplo: “dentro de poco tendrás un problema de salud”. Nótese la vaguedad
de la predicción: “dentro de poco” puede ser “dentro de unas horas” o “en los
próximos meses”, y “un problema de salud” puede ser desde un resfriado hasta un
cáncer. En este caso, lo asombroso sería que no se cumpliera la “predicción”.
Otra
característica del efecto Forer es el papel de las contradicciones. El efecto Forer
se da mucho mejor cuando al sujeto se le ofrecen afirmaciones contradictorias
al mismo tiempo, pues así el vidente cubre todas las posibilidades mientras que
el sujeto tenderá a recordar la afirmación que se cumpla y olvidará la
contraria (falacia de selección de la información a posteriori). Por ejemplo: “veo que es usted una persona muy
trabajadora y muy constante, aunque también le ocurre que a menudo le cuesta
empezar o continuar con una tarea y se reprocha a sí mismo por esto”.
Tampoco
hace falta abusar de las contradicciones. De hecho, a veces es mejor
simplemente la ambigüedad bien calculada, y dejar que sea el propio sujeto
quien interprete lo que él quiera (aunque luego recordará que el vidente le
adivinó exactamente eso que él mismo ha interpretado). “Le aseguro que la
suerte está a punto de llamar a su puerta, pero no la haga esperar demasiado y
cuando la oiga llamar, ¡ábrale cuanto antes!”. La frase anterior no tiene ningún
sentido, ahora bien, si se la dices a un estudiante que después acaba bien sus
estudios, irá diciendo que adivinaste que aprobaría sus estudios, si se la
dices a un parado recordará cómo predijiste que encontraría empleo, si se la
dices a un soltero pensará que adivinaste que encontraría novia y se casaría… y
si no les pasa eso ellos mismos dirán: “Jo, no le abrí la puerta a la suerte
cuando la oí llamar y dejé pasar la oportunidad, tal y como me dijo el adivino”
(léase por “suerte” estudiar, aceptar un empleo o decir sí a una cita o lo que
corresponda).
Normalmente
los videntes y similares no utilizan generalidades muy evidentes, sino que
procuran personalizarlas al máximo aprovechando toda la información que el
sujeto transmite por sí mismo. Así por ejemplo, si un espiritista sabe que su
cliente era la esposa de un típico matemático, aprovechará para decirle: “su
marido le pide disculpas si le hizo daño en vida porque era tan despistado”. La
viuda abrirá los ojos ante tamaña prueba de estar hablando con el despistado de
su esposo (¿cómo podía saber el médium que su marido era despistado si no le
conoció en vida?), cuando en realidad suele pasar que los grandes matemáticos
tienen fama de ser también grandes despistados absortos en su propio mundo. Lo
único que ha hecho el médium es decir: “Muchas veces los grandes matemáticos
son muy despistados” solo que lo ha personalizado: “Su marido era matemático y
es probable que fuera despistado”. Claro que, así dicho nadie le pagaría ni un
céntimo a ese médium (igual que nadie pagaría al adivino del chiste que
preguntaba “¿quién es?” cuando llamaban a la puerta de su consulta). Además, el
adivino no escatimará esfuerzos en recordar lo personal que es lo que va a
decirle: “Hay un aspecto muy personal y muy concreto de su esposo del que
quiere disculparse con usted: su tremendo despiste”.
A
veces los espiritistas abusan del efecto Forer (y de la cara dura): en algunas
sesiones espiritistas en gran grupo, el público se sitúa en semicírculo y el
médium en frente, simula entrar en trance y después dice: “¿María?…, sí,
¡María!, ¿María significa algo para alguien?”. Entonces, alguien del público se
levanta y dice con la lágrima en el ojo: “Sí, mi madre se llamaba María”, y
después el espiritista sigue con la lectura en frío simulando que el espíritu
de María habla con su hija. Y lo increíble es que después, lo que recordará esa
mujer, es que el espiritista dijo el nombre de su madre sin que ella se lo
dijera (prueba evidente de que fue el fantasma de su madre quien se lo dijo,
claro). Como es lógico, aquí el truco está en decir un nombre muy común y
esperar a que alguien, por el efecto Forer, personalice ese nombre como el de
su padre, madre, tía, tío, prima, primo, amigo, amiga o quien sea que se haya
muerto y se llamara así[9].
De nuevo: lo extraño sería que en un grupo amplio (o incluso reducido) nadie
tuviera parentesco o amistad con una María fallecida. Si el médium se arriesga
puede probar suerte con un nombre menos usual, pues entonces el efecto Forer
será mucho más potente, aunque si el grupo es amplio las probabilidades de
acertar con alguien aumentan[10].
Una
vez conseguido que el cliente crea en los poderes del farsante, éste puede
arriesgarse cada vez más y concretar mucho más en sus revelaciones. Por
ejemplo, puede aventurar que el difundo tenía una mascota o incluso cómo se
llamaba (basándose en la alta probabilidad de que la mascota sea un perro, y si
lo es, que se llamara Toby, por ejemplo, que es precisamente lo que hace
Guillermo de Baskerville al adivinar el nombre del caballo del abad, Brunello).
Puede aparentar que el difunto se está acordando de aquel viaje a la playa que
hicieron cuando eran novios (confiando en que, de novios, hicieron un viaje
así, lo que también es muy probable), incluso puede ir más allá, y comentar el
chasco que se llevaron con el hotel nada más llegar (algo que también suele
suceder). También puede referirle el cuadro que tiene en el salón o la foto que
tiene en la mesita de noche. Y si el cliente es hombre y lleva pantalón largo
puede hablarle de algo tan personal como es la cicatriz que tiene en la rodilla
(muchos hombres tienen una[11]).
De
cualquier modo, el espiritista, adivino o lo que sea, tampoco arriesgará
constantemente, sino que mezclará riesgo con apuestas seguras, por ejemplo,
jugando con la experiencia universal. Se llama así en el mundo del espectáculo a
ese tipo de experiencias que todo el mundo tiene o ha tenido, como pueden ser:
no recordar donde hemos puesto las llaves, entrar en la cocina cuando lo que
queríamos era ir al baño, creer que nos suena el móvil, buscar las gafas y no
darnos cuenta de que las llevamos puestas, perder misteriosamente un calcetín del
par al sacar la colada de la lavadora, aburrirnos mortalmente en una comida
familiar, etc. Estas experiencias son universales, pero por el efecto Forer
muchas veces creemos que solo nos pasan a nosotros, de ahí que produzca un
efecto catártico enterarnos de que los demás también pasan por lo mismo, y por
eso es un recurso muy explotado en las películas cómicas y los espectáculos de
humor, por ejemplo, en los monólogos humorísticos. Pues bien, a la hora de
hacer lectura en frío nunca viene mal “adivinar” una experiencia universal del
sujeto en cuestión: “usted suele olvidar a menudo las llaves”, “a veces cree
oír sonar su móvil aunque lo tiene apagado”, etc.
A
veces no hace falta ni arriesgar: basta con decir algo más o menos ambiguo y
evocador y que el sujeto mismo nos diga las cosas. A veces el espiritista dice:
“Su marido comenta algo de unas fotos, ¿tiene sentido para usted?”, y entonces
la viuda dice: “Sí, sí, claro que sí, seguro que se refiere a nuestras fotos de
la boda” (o del bautizo del primer hijo, o de la comunión de la hija, o de la
boda de un sobrino… o de aquel carnaval en el que se disfrazaron de payasos) y
el médium proseguirá: “Sí, sí, ahora le oigo más claro, me está hablando de esa
boda, de lo guapa que iba usted, con su vestido blanco…” Obvia decir que todas
las parejas tienen fotografías con significados emotivos y que casi todas las
novias van de blanco.
Tampoco
hay que desdeñar cualquier tipo de información que podamos obtener por
cualquier otro medio: no solo observando, sino escuchando conversaciones ¡o
visitando facebook[12]!
Y desde luego hay que saber cuándo y cómo utilizar esa información (el timing), y lo mejor es posponer su uso.
Por ejemplo, si en la primera seance
observa que el cliente lleva ropa del Corte Inglés, en una próxima sesión puede
decirle: “Su difunto esposo me dice que la acompaña todos los días y que vela
por usted, y que en concreto hace unos días la vio probándose ropa en el Corte
Inglés y que le quedaba tan bien como siempre”. Evidentemente, sería mal
farsante si le dice eso el mismo día que ella acuda con esa prenda del Corte
Inglés encima.
También
es muy efectivo conseguir que el cliente diga muchas veces “Sí”, que afirme
constantemente, tanto verbalmente como con la cabeza. Eso le convencerá aún más
de los aciertos del vidente. Para eso el vidente pedirá constantemente
confirmación de sus aciertos (“¿verdad?”, “¿cierto?”, “¿es así?”) y conforme
hable hará el movimiento de asentir con su cabeza, y que será imitado por el
cliente (esto hace que incluso los fallos o imprecisiones parezcan aciertos o
menos erróneos).
Otra
vía segura para acertar consiste en decir a la persona lo que quiere oír y en
halagarla, pero siempre con sutileza y disimulo. A nadie le desagrada que le
predigan éxito, ascenso en el trabajo, aprobado en los estudios, pronta
recuperación en una enfermedad, suerte en el juego, etc., o que le digan que es
guapo, que es hábil, que es una persona generosa, que su familia le quiere, que
sus amigos le aprecian, que está lleno de virtudes, etc. Es más, la inmensa
mayoría de asiduos de los consultorios esotéricos van precisamente a oír eso. Volviendo
al ejemplo de El nombre de la rosa:
Guillermo de Baskerville no describe al caballo Brunello tal y como es sino tal
y como el cillerero concibe que debe ser el caballo del abad, esto es, el
caballo más hermoso. Del mismo modo, todos los fantasmas tienen la apariencia
de la belleza y la bondad en persona cuando son descritos por los espiritistas
a sus parientes vivos. En cierto modo el efecto Forer funciona aquí gracias a
la vanidad que hace que nos guste oír cosas agradables sobre nosotros mismos y
que nos las creamos por muy alejadas que estén de la realidad: si un adivino le
“adivinara” al señor Scrooge[13]
que es una persona generosa aunque no pródiga, seguramente Scrooge confirmaría
maravillado tal “adivinación”[14].
Pero,
¿y qué pasa si el adivino falla? ¿Qué ocurre si el espiritista dice algo que
evidentemente no es correcto? ¿Qué sucede si el médium le dice al esposo de la
difunta que ella se acuerda mucho de sus hijos si ella era estéril? Para
empezar, el timador ya se cuidará de no decir “hijos” (salvo que sepa que los
tiene) sino “niños” y podrá reinterpretar “niños” como sobrinos, por ejemplo. He
ahí el truco: la reinterpretación. Si se falla solo hay que reinterpretar el
fallo, de ahí la ambigüedad y la vaguedad calculadas. Por otra parte, el
adivino procurará guardarse las espaldas simulando mucha dificultad, dificultad
que excusará sus fallos: “Lo veo borroso, no lo veo claro, no oigo bien al
espíritu, no entiendo lo que me dice, me cuesta concentrarme…” Otras veces es
bueno entonar lo dicho de forma que pueda interpretarse a la vez como una
afirmación o como una pregunta (y que es muy difícil de expresar por escrito):
“Dice usted que quiere comunicarse con el espíritu de su hijo ¿mayor?”. Y por
supuesto, el adivino debe adelantarse a que le señalen el fallo y evitar que lo
hagan, y para eso tiene que detectar cualquier signo de desaprobación o
desacuerdo en su cliente y corregir antes de que lo verbalice: si le está
hablando de sus vacaciones en ¿Gandía? y nota que cambia la cara del cliente
inmediatamente corregirá: “No, espere, es que está borroso, no es Gandía,
¿Cullera?, ¿Benidorm?” y cuando note por su reacción que ha acertado tampoco
dejará que se lo diga sino que dirá: “Sí, sí, ahora lo veo claro, ¡es
Benidorm!”. Sea como sea, lo importante es ¡no admitir nunca el fallo!
Resumiendo: mucha observación (sobre todo a
los detalles y los objetos personales), ambigüedad, halagar, deducir e inducir,
arriesgar de vez en cuando, exagerar los aciertos y las confirmaciones,
reinterpretar los fallos y excusarlos por lo borroso que es todo. Esto, nada de
moral y mucha cara dura, ¡y a desplumar incautos!
Post
scriptum:
la lectura en frío también es ampliamente utilizada por los homeópatas (y en
general por la mal llamada medicina natural) en sus consultas para aumentar el
efecto placebo de la pastilla de azúcar (o lo que sea) que después van a
recetar. La crítica escéptica se ha cebado demasiado en el efecto placebo de
los remedios de la homeopatía y otras naturoterapias, pero tal vez se haya
descuidado el papel que juega la entrevista previa y/o posterior en la que el
homeópata o naturópata de turno utiliza la lectura en frío para generar
expectativas de éxito en su víctima o para agrandar la percepción y el recuerdo
de los efectos de la dichosa pastillita o remedio natural recetados.
(Dedicado al compañero Borja Robert que me
incitó a redactar el texto, y a Fernando Cuartero por su affaire con “profesionales” de la lectura en frío).
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y
Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de
Enseñanza Secundaria.
Publicada en El Escéptico, nº
36, enero-julio 2012.
[1] El mentalismo
es una rama de la magia o ilusionismo caracterizada por el tipo de efectos
representados en el escenario y que se basan en la exhibición de pseudopoderes
mentales como la telepatía, la telequinesia, la clarividencia, la precognición,
etc. En España, son famosos los mentalistas Anthony Blake y Manolo Talman. A
nivel internacional pueden destacarse Max Maven o Richard Osterlind. De todas
formas, dado el desprestigio actual de la parapsicología, el mentalismo más moderno
abandona este tipo de presentaciones por otras más orientadas a lo psicológico
y sin referencias a lo paranormal: un ejemplo de este tipo sería Derren Brown.
[2] La cartomagia
es otra rama de la magia-ilusionismo que se caracteriza por el uso de naipes
para lograr los efectos mágicos. El cartomago más famoso en España es Juan
Tamariz.
[3] Los tahúres o
jugadores de ventaja son aquellos que hacen trampas en la mesa de juego al
póquer, al black jack o a cualquier
otro juego, utilizando para ello técnicas que posteriormente han sido adaptadas
por los cartomagos para lograr sus efectos con cartas. Uno de los mejores
cartomagos, Dai Vernon “el Profesor”, se sumergió en el mundo de las trampas de
juego para poder conocer sus secretos y dio lugar a algunos de los grandes
clásicos de la cartomagia. No en vano publicó una edición anotada de uno de los
(escasos) libros sobre tahurismo: El
experto en la mesa de juego (de S. W. Erdnase), y que tituló Revelaciones.
[4] ¡Y de la hora
que sea!, porque si es de noche, seguramente se vaya de fiesta, aunque le haya
dicho a su madre que va a estudiar toda la noche a la casa de un amigo.
[5] También las
técnicas de los carteristas han sido adaptadas por los magos para el
espectáculo, conformando una especialidad mágica conocida como pick-pocket en la que el mago roba la
cartera, el reloj e incluso la corbata, el cinturón o las gafas de miembros del
público ¡sin que se den cuenta! Uno de los mejores en este arte en España es
Francisco Aparicio.
[6] Cazadores de mentes (2004), Aurum
Producciones, dirigida por Renny Harlin. Título original: Mindhunters. Hay más ejemplos de lectura en frío en películas y
series de televisión, por ejemplo, la que hace Oda Mae Brown (Whoopie Goldberg)
en su papel de médium en Ghost, más allá
del amor (1990), o Patrick Jane (Simon Baker) en la serie El Mentalista, que la utiliza
constantemente.
[7] Estos datos (y otros que
mencionaré después) los ofrece Tony Corinda en el libro que es considerado la
biblia del mentalismo: Los trece
escalones del mentalismo (1997), Editorial Páginas, pág. 336.
[8] En 1948,
Bertrand R. Forer comprobó el efecto que lleva su nombre al entregar a sus
alumnos los resultados de unos tests que les había hecho y en los que se
describía la personalidad de cada uno, pidiéndoles que puntuaran hasta qué
punto era acertado el resultado. La mayoría de estudiantes dieron puntuaciones
muy altas confirmando que les describía muy bien. En realidad, Forer había
entregado el mismo texto a todos y cada uno. En el documental Más allá la ciencia puede verse cómo James Randi reproduce más
o menos lo mismo con unos estudiantes universitarios, y también podemos ver a Derren Brown haciendo
algo similar.
[9] En el capítulo
15 de la 6ª temporada de South Park,
“El zurullo más grande del mundo”, se hace una parodia de este tipo de seances al tiempo que se explica su
funcionamiento y la lectura en frío. Muy recomendable.
[10] En el
capítulo de South Park referido en la
nota anterior también se parodia cómo un médium intenta hacer esto y le falla,
y cómo intenta arreglarlo de forma ridícula, componiendo una escena sumamente
divertida.
[11] Este ejemplo
concreto de la cicatriz en la rodilla lo dice el propio Corinda, op. cit., pág. 333.
[12] Las redes
sociales son una fuente inmensa de información: pensemos en la cantidad de
información que puede obtener un vidente para su próxima sesión solo con
visitar el perfil de un cliente en facebook.
[13] Nos referimos
al avaro y tacaño protagonista del famoso cuento de Charles Dickens: Canción de Navidad.
[14] Por eso los
farsantes, que saben esto, nunca dicen nada negativo ni despectivo de sus
clientes. En el documental Más allá de la
ciencia, James Randi enseña una fotografía a unas supuestas psíquicas para
comprobar si pueden adivinar algo significativo de esa persona (tal como ellas
afirmaban poder hacer). Después de decir varias vaguedades elogiosas sobre
ella, James
Randi revela finalmente quién era: un asesino en serie ejecutado en EEUU.
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