Un breve paseo por la sociología del conocimiento científico. Del ethos de Merton a la teoría del actor-red (2)
Como se vio en un post anterior, la obra de Thomas Kuhn proporcionó las
herramientas metodológicas y los recursos heurísticos para el
intento de abordaje del núcleo central de la actividad científica:
la caja
negra
en la que solidifican, en la forma de hechos probados sobre la
naturaleza, los resultados generados por los procesos de producción,
evaluación y verificación del conocimiento científico. Se trata de
un auténtico asedio, desde una epistemología sociológica, de los
contenidos elaborados y sancionados por la comunidad científica.
Mannheim y Merton dieron un rodeo explicativo a todo lo que tuviera que ver con la estructura conceptual y lógica de la ciencia, y establecieron un ‘cordón sanitario’ alrededor de este sancta-santórum de las verdades establecidas por las ciencias naturales. Su trabajo se centró más bien en el estudio de las condiciones sociales de posibilidad de este conocimiento, pero sin cuestionar su particular estatus epistemológico. El mérito de estos autores reside en el tratamiento de la ciencia como una actividad generada socialmente, prescindiendo de parámetros y enfoques epistemológicos tradicionales, pero en ningún caso se plantearon ir mucho más allá, y no abordaron el estudio sociológico de los procesos de constitución de los hechos científicos; en este sentido fueron internalistas.
Las filosofías tradicionales de la
ciencia, por su parte, abordaban este asunto desde presupuestos
similares, formulables de maneras a veces muy distintas,
aunque situables todos ellos en el ámbito de las capacidades
cognitivas y racionales individuales. Tanto el inductivismo
neopositivista como el falsacionismo popperiano se mueven dentro de
las fronteras de una epistemología que privilegia el papel del
individuo racional que se enfrenta a una realidad exterior, a cuyo
conocimiento puede aproximarse razonablemente mediante el
establecimiento de hipótesis y teorías cuya presunta verdad o
falsedad no guarda relación con el momento histórico o social en el
que son enunciadas. Al mismo tiempo, el progreso humano se contempla
como una secuencia narrativa unidireccional que, partiendo del
progreso científico y por intermedio del desarrollo tecnológico y
económico, desembocaba en el logro de un mayor desarrollo social.
En el surgimiento de lo que aquí hemos
llamado ‘sociología radical del conocimiento científico’,
fundamento interpretativo de los estudios de Ciencia, Tecnología y
Sociedad (estudios CTS en adelante), juegan un papel muy importante
dos tesis muy críticas, ya clásicas por otra parte, con los
supuestos de partida de la Concepción Heredada y, en menor medida,
del falsacionismo popperiano. Se trata del principio de
infradeterminación
de la teoría por los datos
empíricos –o tesis de
Duhem-Quine-
y el principio de la carga teórica
de la observación, una
aportación de Hanson.
Ambas tesis –la primera sostiene la posibilidad de formular teorías
distintas entre sí aún partiendo de la misma evidencia empírica;
la segunda afirma que toda observación empírica está de algún
modo dirigida por una teoría previa presente en el observador-,
reforzadas por las aportaciones de Kuhn, dieron impulso al nacimiento
académico de la pléyade de estudios CTS y de sociologías
‘radicales’ del conocimiento científico.
Sin embargo, la presentación en sociedad de estos estudios y sociologías no
hubiese sido posible sin el desarrollo de ciertos acontecimientos de
carácter científico, social y político que ocurrieron a partir de
los años sesenta del pasado siglo y que guardan relación con los
temores anticientíficos durante la guerra fría, con la incipiente
preocupación medioambiental en aquel entonces y con la guerra del
Vietnam y los procesos de descolonización en Asia y África.
Estas sociologías del conocimiento
cientifico comparten un conjunto de rasgos que permiten
diferenciarlas en tanto grupo particular de tendencias de otras
escuelas de pensamiento sociológico. Los rasgos más notable serían,
en opinión de Lamo de Espinosa,
los que siguen: naturalización
(rechazo de la distinción entre contextos de descubrimiento y de
justificación), relativismo
(ausencia de criterios universales de verdad o racionalidad),
constructivismo
(el conocimiento cientifíco como representación socialmente mediada
de lo real), causación social
(las comunidades científicas como grupos sociales concretos y no
agentes epistémicos ideales) e instrumentalidad
(carácter no particular del conocimiento científico).
Vayamos examinando las principales
tendencias sociológicas agrupables en este conjunto de
características.
El Programa Fuerte en la
sociología del conocimiento científico (‘Strong Programme’):
se destapa la caja de los truenos
Barry Barnes |
El Programa Fuerte surge en la Science
Unit de la Universidad de
Edimburgo de la mano de Barry Barnes
y David Bloor.
Influido por las ideas del llamado ‘segundo Wittgenstein’,
su aportación más destacada, o al menos la más conocida, es su
declaración constitutiva, que integra los conocidos cuatro
principios del programa:
causalidad
(el programa ha de centrarse en las causas de producción de
creencias o conocimientos), imparcialidad
(respecto de la verdad o
falsedad, racionalidad o irracionalidad de las creencias), simetría
(los mismos tipos de causas han de explicar las creencias verdaderas
y las falsas) y reflexividad
(sus pautas explicativas han de poder aplicarse al propio programa).
El Programa Fuerte, desarrollado empíricamente a través de estudios
particulares de casos,
parte en esta su declaración de unas cuantas premisas
epistemológicas:
el naturalismo
(frente al justificacionismo), la explicatividad
(frente al normativismo), el relativismo
(contra el racionalismo) y el inductivismo
(versus
el deductivismo).
Junto con estos principios metodológicos
y premisas epistemológicas, el Programa Fuerte, de la mano de
Barnes
sobre todo, elaboró una teoría
de los intereses. Según
ésta, todo grupo social presenta un conjunto de expectativas
variadas que se vinculan a las diversas estructuras sociales en las
que ese grupo se ubica
y que terminan convirtiéndose en intereses. Tales intereses
presentan una doble dimensión: cognitiva
(en relación con la elaboración de proposiciones teóricas y
empíricas) y práctica
(referida a su utilización ideológica, religiosa y clasista).
El Programa Fuerte ha tenido que hacer frente a críticas referidas a aspectos diversos de su propuesta general. La declaración metodológica del programa, en especial el principio de simetría, ha sido duramente atacado por Laudan, mientras que la teoría de los intereses ha sido negativamente interpretada por Woolgar como una normativización encubierta de la labor científica. Además, se ha acusado al Programa Fuerte, en especial en la formulación de Bloor, de un reduccionismo sociológico radical como contraparte externalista del anterior internalismo racionalista que tradicionalmente ha informado la filosofía de la ciencia. En su haber, en cambio, este programa ha sabido poner en valor un intenso debate al destapar –o, al menos, pretenderlo- la caja negra de los hechos científicos ya constituidos, el núcleo duro de la labor científica, que hasta entonces había permanecido inasequible a los esfuerzos e intenciones de anteriores corrientes en sociología de la ciencia.
El Programa Empírico del
Relativismo (EPOR): flexibilidad interpretativa, controversias y
mecanismos de clausura
Harry Collins |
Collins clasifica la actividad
científica, cuya unidad de análisis es el estudio de las
controversias, en tres tipos:
ciencia normal
(los estudios de laboratorio dentro de un paradigma), revoluciones
científicas y ciencia extraordinaria
(intermedio entre los dos tipos anteriores, y que se refiere a la
producción creciente de resultados anómalos que amenazan el
paradiga dominante, pero que aún no lo desplazan).
En concreto, el EPOR propone una metodología de estudio en tres etapas a la hora de abordar la construcción de los hechos científicos: mostrar la flexibilidad interpretativa de los resultados experimentales, desvelar los mecanismos sociales, retóricos o institucionales que limitan esta flexibilidad y favorecen el cierre de las controversias interpretativas y, por último, relacionar estos dispositivos de clausura con el medio sociocultural y político circundante. De este modo, el EPOR insiste en el carácter negociador y ‘no-científico’ de la producción final de conocimiento, y tiende a reducir éste a ser la consecuencia final de tácticas retóricas y controversiales. Esta supuesta naturaleza agonística de la praxis científica pone en relación al EPOR con otras interpretaciones, como la de los estudios de vida de laboratorio –que veremos más adelante- desarrollada por Latour, Woolgar y Knorr-Cetina.
El EPOR acepta algunos presupuestos del
Programa Fuerte y rechaza otros.
Acepta, por ejemplo, los principios de imparcialidad y simetría,
pero rechaza sin ambages los principios de causalidad (pues no se
considera la introducción de factores externos, más allá de la
construcción social, como causantes del conocimiento científico) y
de reflexividad (el EPOR asume el carácter no problemático de las
ciencias sociales como una cuestión práctica).
Los estudios de vida de
laboratorio y la orientación etnometodológica: los científicos
como tribu
Bruno Latour |
El Programa Fuerte y el EPOR constituyen
enfoques macrosociales –el EPOR de forma más matizada- en el
estudio de la praxis de la ciencia, por cuanto acuden al final al
entorno social para dar cuenta de resultado último de esta labor, la
generación de hechos científicos certificados. Sin embargo, a
finales de los años setenta del pasado siglo cobra impulso una nueva
orientación en los estudios sociológicos del conocimiento. Esta
orientación se desmarca de las tendencias anteriores y, por así
decir, ‘niega la mayor’. Esto es, rechaza el entorno social y
cultural como factor explicativo de la producción de conocimiento
científico y se centra en el propio trabajo de los científicos en
el lugar más significativo posible: el laboratorio de investigación.
No se trata sólo de cambios en la
localización del fenómeno. Hay también un enfoque completamente
distinto: se trata de abordar el estudio de la actividad científica
desde un punto de vista antropológico o etnográfico.
El sociólogo se comporta como un antropólogo que, a través de una
actitud de observación participante, interviene de forma no invasiva
en el trabajo cotidiano de los investigadores en un laboratorio, al
tiempo que se entrega a la recopilación de datos con objeto de
elaborar un completo informe empírico de la realidad que está
estudiando. De este modo, los estudios
de vida de laboratorio –u
orientación etnometodológica-
tienen tan sólo pretensiones descriptivas, y no explicativas,
respecto de los procesos de generación de ciencia.
La interpretación etnometodológica,
así concebida, llega a la conclusión de que las actividades dentro
de un laboratorio, que inicialmente se presentan como esotéricas y
muy complejas, no son en realidad distintas de las actividades
registrables en otros ambitos de la vida. Los estudios de vida del
laboratorio pretenden destapar –mejor aún, desmontar- la caja
negra de la fabricación de
las verdades cientificas, vendidas a la sociedad como hechos
incuestionables de la naturaleza. Estos estudios, además, entienden
la producción de hechos científicos como la producción de textos
e inscripciones
(tablas, gráficos, diagramas), que son el resultado final de un
largo proceso agonal de utilización de recursos retóricos.
Dos son las monografías más
representativas de esta corriente de estudios de la ciencia. Por una
parte está el libro Vida en
el laboratorio,
de Latour y Woolgar, que
recoge la experiencia de estos autores durante una estancia de dos
años en un laboratorio de endocrinología del Instituto Salk, en
California. Por otra, la obra de Knorr-Cetina La
fabricación del conocimiento,
fruto de la permanencia de un
año de esta autora en un centro agroalimentario de Berkeley, también
en California.
Las principales conclusiones del enfoque
etnometodológico pueden resumirse con facilidad:
las prácticas de laboratorio son en realidad contigentes y
oportunistas, el núcleo de este trabajo consiste en la codificación
ordenada y selectiva de unidades de información desordenadas y
dispersas, la construcción de los hechos finales se efectúa
mediante técnicas de modalización que incrementan la facticidad de
los enunciados sobre la naturaleza, no tiene sentido la distinción
entre actores cognitivos y sociales, o entre lo natural y lo social
y, por último, la realidad es la consecuencia,
más bien que la causa,
de los procesos de contrucción de conocimiento y del cierre de las
controversias retóricas.
Como ya hemos apuntado, el enfoque
etnometodológico guarda similitudes y profundas diferencias con los
enfoques anteriores. Por un lado reduce a su mínima expresión la
incidencia de los factores sociales como agentes explicativos en los
contenidos de la producción científica; sin embargo, y en sintonía
con el EPOR, centra buena parte de sus esfuerzos en analizar la
dimensión retórica, agonal y controversial de los procedimientos de
fabricación de los hechos científicos. Las críticas dirigidas
contra esta orientación
han hecho énfasis en la quiebra metodológica que supone abordar
etnográficamente la actividad cotidiana de los investigadores en el
laboratorio sin tener una mínima formación sobre las prácticas y
contenidos presentes en dicha actividad.
La teoría del actor-red o la
simetría elevada a su máxima expresión
La teoría del actor-red es un enfoque
formulado a principios de los años ochenta del siglo XX por Latour,
Callon y Law.
Se trata de una propuesta que promueve una perspectivade radical simetría epistemológica a
la hora de abordar el estudio de la construcción de la ciencia. Esta
orientación apuesta, en efecto, por una indistinción metodológica
entre naturaleza y sociedad –sin primar a ninguna como factor
explicativo de los contenidos de la ciencia- e, igualmente, por un
tratamiento simetrico de todos los agentes que intervienen en la
constitución del conocimiento,
tanto humanos (científicos, gestores, políticos) como no humanos
(instrumentos, organismos, factores climáticos y otros muchos).
Todos estos actantes
formarían los nodos de la ciencia entendida como una red de
interacciones recíprocas.
Pero la teoría del actor-red no sólo presta atención a la cuestión de la simetría y la superación de las dicotomías tradicionales establecidas en otros acercamientos a los estudios sobre ciencia y tecnología. También atiende a la cuestión del poder en la construcción de hechos y equipos. En Ciencia en acción, tal vez el tratado más sistemático en la presentación de la teoría del actor-red –y que, como se ha visto, también es una referencia para la interpretación etnometodológica- Latour desarrolla una serie de reglas y principios metodológicos para abordar, a través de este enfoque, el estudio de la práctica científica.
Entre tales reglas y principios caben
destacar los que siguen: el estudio de la ciencia en elaboración y
no de la ciencia elaborada, la deteminación de la objetividad de una
afirmación o dispositivo no por sus cualidades internas sino por sus
transformaciones posteriores, la naturaleza o su representación y la
sociedad como consecuencias y no causas del cierre de controversias,
indecisión ante lo qué constituya la tecnociencia, la explicación
de la irracionalidad por el desplazamiento o traslación del
observador, la cuasiirrelevancia de los factores cognitivos frente a
la combinación de las inscripciones y las cualidades de los hechos y
máquinas como consecuencia de los usos posteriores que se hacen de
aquéllos.
En la teoría del actor-red es
fundamental, entre otros, el concepto de traducción,
no sólo en su acepción lingüística, sino en su sentido geométrico
de traslación.
En el proceso de elaboración de la ciencia surgen diversas
secuencias de traducciones en las que los científicos tratan de
imponer su definición de un problema al resto de actores y fuerzas
involucradas mediante el tránsito por diversas fases:
problematización
(primera traducción, los científicos tratan de resultar
indispensables a los demás actantes), interesamiento
(segunda traducción, estabilización de las identidades de los
actantes ya definidos), enrolamiento
(tercera y cuarta traducción, asignación de roles a los actores ya
‘interesados’) y movilización
(quinta traducción, nombramiento de portavoces de los distintos
grupos de actantes y posibilidad de descontextualización de aquéllos
y su reubicación en algún lugar y momento afín a los
investigadores).
Al finalizar la secuencia de
traducciones se ha constituido la caja negra del hecho científico,
que entrelaza redes en ciertos puntos de paso obligatorios
–controlados por los científicos- y permite la acción
a distancia por parte de los
investigadores. De este modo la teoría del actor-red resulta
relevante para el estudio del poder al mostrar las estrategias de los diferentes actantes que compiten por
imponer su versión específica de la realidad sobre la de sus
competidores.
Se han realizado varios estudios
empíricos relacionados con esta interpretación. Tal vez el más
conocido sea el estudio de Latour sobre el desarrollo de la vacuna
contra el ántrax por Pasteur a finales del siglo XIX,
aunque también cabe mencionar los trabajos de Law
y Callon .
Un buen resumen de los contenidos de la
teoría del actor-red es, para finalizar este apartado, la ofrecida
por Lamo de Espinosa:
“En
definitiva, son los mecanismos de inscripción (los instrumentos
científicos), las propias inscripciones (muestra, gráficos, textos,
etc.), el conjunto de estratagemas retóricas y las políticas de
traducción de intereses de los distintos actores, los factores que
la teoría del actor-red identifica en la vida científica, y que
permiten establecer los puntos de paso obligatorios. Pero cuando
éstos se han constituido, el elemento que clausura los procesos
científicos (al menos formalmente) es la naturaleza”.
Manuel Corroza
Bien jugao. Por si apetece complementar estas dos estupendas entradas, recomiendo esta charla de Carlos Madrid sobre el problema del relativismo para la filosofía y sociología de la ciencia (Enlazo la primera, que resume muy bien. El resto, aunque también interesante, entra a considerar la cuestión desde el materialismo de Bueno, que a mí me convence tan poco como el de Bunge):
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=y6K3YG4F2ZA
También muy interesante esta mesa redonda en la fundación Juan March con José Manuel Sánchez Ron, Emilio Muñoz, Javier Echeverría, Miguel Ángel Quintanilla y Quintín Racionero, sobre ciencia y postmodernidad:
http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?p1=2811&l=2
Tomo nota. Reconozco mi dificultad para entender cabalmente el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. He tratado de leer sus "Ensayos materialistas" un par de veces, pero siempre encontraba algo que me distrajera. Sin embargo, no cejo en el empeño. Bunge me parece más claro, aunque en su proyecto de filosofía total establece un canon de "buena" y "mala" filosofía que me parece excesivamente rígido. Pero es una propuesta interesante, o al menos a mí me lo parece.
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