¿Puede un joven israelí reprochar a Hitler? Autor: Gabriel Andrade
Soy nieto de emigrantes españoles. Mi abuelo vino a
Venezuela en 1957, una época muy negra para España, y muy prometedora para
Venezuela. Fue comprensible que él, junto a muchos otros, cruzara el charco.
Hoy, en 2014, si bien España atraviesa algunos problemas, es un país con
muchísimo mejor nivel de vida que Venezuela, un país en franco deterioro. En
función de esto, a veces le reprocho a mi abuelo que nunca debió haber venido a
Venezuela, pues su decisión dejó a sus descendientes en una mala situación. Pero,
mi abuelo inmediatamente me responde que, si él no hubiera venido a Venezuela,
yo no hubiera nacido, pues mi madre nunca habría conocido a mi padre (ambos
venezolanos).
El
argumento de mi abuelo parece muy burdo, pero ha sido planteado con mucha
seriedad por el filósofo Derek Parfit, y de ello se derivan implicaciones muy
incómodas. Bajo este argumento, una generación no puede reprochar a las
antiguas generaciones de haber heredado un problema. Pues, fueron las propias
acciones de la antigua generación las cuales, además de haber generado el
problema, crearon las condiciones para que la generación actual existiera.
Un joven
israelí, nieto de sobrevivientes del Holocausto, debe a los nazis su
existencia. Si su abuelo no hubiese sido enviado a Auschwitz, seguramente
hubiese tenido una vida feliz en Polonia. Pero, en Polonia, jamás habría
conocido a quien luego fue su esposa (a quien, supongamos, conoció en el campo
de concentración, y ella era oriunda de Lituania). Y, si jamás habría conocido
a su esposa, el judío en cuestión nunca habría nacido. Así pues, este israelí
no tiene nada que reclamar a los nazis; antes bien, debería ver que, gracias a
sus acciones, él existe. Quizás sea necesario hacer una estatua a Hitler en Tel
Aviv, pues gracias al Fuhrer, hoy existen esos millones y millones de judíos
descendientes de sobrevivientes del Holocausto.
Como
corolario, pareciera que no tenemos obligaciones para dejar un planeta limpio a
nuestros descendientes. Pues, nuestras acciones destructivas habrán propiciado
que ellos, y no otros, vinieron a existir. O, en todo caso, nuestros
descendientes no tendrán autoridad para culparnos de haberles dejado el planeta
en malas condiciones, pues si hubiésemos hecho algo distinto a lo que hicimos,
ellos no hubieran nacido. Así, no hay responsabilidades inter-generacionales.
El argumento
parece una aberración. Pero, como tantos otros que se plantean en filosofía, no
tiene fácil refutación. Es indiscutible que, si el pasado hubiese sido distinto
a como fue (siquiera en un mínimo detalle), hoy yo no existiría. La noche en
que mis abuelos concibieron a mi madre, tuvieron relación sexual a las 9.00 pm.
Pero, supongamos que no hubiera tenido relación sexual a esa hora, sino a las
8.45 o a las 9.15. En ese caso, muy probablemente, el espermatozoide que
fecundó el óvulo de mi abuela no hubiera llegado, sino más bien otro espermatozoide. Y así, mis abuelos
hubieran concebido, pero esa niña (o niño) no habría sido mi madre.
Por ende, si consideramos que nuestra vida vale la pena vivirla (no todas las personas tienen ese privilegio, pero la mayoría sí), entonces debemos estar agradecidos con todo lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento, incluyendo las atrocidades de la historia. Pues, si estas cosas no hubieran ocurrido, no estaríamos vivos. Como en el efecto mariposa, un ligero cambio en la historia habría alterado las cosas, y el espermatozoide que fecundó al óvulo del cual emergió mi embrión, no habría llegado nunca.
Si bien Parfit no es muy dado a ofrecer respuestas (su fama filosófica está más en plantear preguntas, en vez de responderlas), al menos ha intentado darle la vuelta al argumento. Una posible respuesta es que la moral no trata propiamente de relaciones interpersonales y de consecuencias, sino de deberes intrínsecos. En otras palabras, una posible refutación del argumento consiste en asumir una ética deontológica: la distinción entre lo bueno y lo malo no depende de las consecuencias derivadas, sino de la naturaleza del acto en sí.
Ciertamente, el Holocausto propició que el israelí del ejemplo exista, pero eso de ninguna manera libera de responsabilidad a Hitler. El Holocausto pudo haber tenido la consecuencia positiva de haber propiciado la existencia del israelí en cuestión. Pero, precisamente, las acciones morales no pueden juzgarse exclusivamente sobre la base de las consecuencias. El Holocausto fue un acto intrínsecamente malo, y así debe asumirse. No obstante, si queremos evitar el problema que apunta Parfit, pareciera que debemos prescindir, al menos parcialmente, de la ética consecuencialista, y asumir una moral basada en el deber intrínseco.
Por ende, si consideramos que nuestra vida vale la pena vivirla (no todas las personas tienen ese privilegio, pero la mayoría sí), entonces debemos estar agradecidos con todo lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento, incluyendo las atrocidades de la historia. Pues, si estas cosas no hubieran ocurrido, no estaríamos vivos. Como en el efecto mariposa, un ligero cambio en la historia habría alterado las cosas, y el espermatozoide que fecundó al óvulo del cual emergió mi embrión, no habría llegado nunca.
Si bien Parfit no es muy dado a ofrecer respuestas (su fama filosófica está más en plantear preguntas, en vez de responderlas), al menos ha intentado darle la vuelta al argumento. Una posible respuesta es que la moral no trata propiamente de relaciones interpersonales y de consecuencias, sino de deberes intrínsecos. En otras palabras, una posible refutación del argumento consiste en asumir una ética deontológica: la distinción entre lo bueno y lo malo no depende de las consecuencias derivadas, sino de la naturaleza del acto en sí.
Ciertamente, el Holocausto propició que el israelí del ejemplo exista, pero eso de ninguna manera libera de responsabilidad a Hitler. El Holocausto pudo haber tenido la consecuencia positiva de haber propiciado la existencia del israelí en cuestión. Pero, precisamente, las acciones morales no pueden juzgarse exclusivamente sobre la base de las consecuencias. El Holocausto fue un acto intrínsecamente malo, y así debe asumirse. No obstante, si queremos evitar el problema que apunta Parfit, pareciera que debemos prescindir, al menos parcialmente, de la ética consecuencialista, y asumir una moral basada en el deber intrínseco.
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