La vida nos encamina a la muerte.




Otra vez nos encontramos en Filosofía en la Red amable lector, en una nueva cita semanal. Ahora quisiera reflexionar sobre aquello que todos los seres vivos, queramos o no, tenemos seguro a la hora de ver la luz por primera vez... que tarde que temprano vamos a morir. 

Lo sé, es trillado, pero quizá la frase filosófica, por decirle de algún modo, más sincera es precisamente esa: la muerte es lo único seguro que tenemos, pero no por ello ésta debe de condicionarnos a vivir como una vela que espera el momento en que su llama se extinga. 

Entre los estudiosos de la antropología, y de las religiones -de una manera crítica- se ha llegado a plantear la hipótesis de que lo que muchos llaman Más Allá no es más que fruto de la angustiosa necesidad de saber que frente a lo desconocido hay algo que nos confrontará

Dentro del cristianismo, al menos la postura oficial, señala y enseña que la muerte es el paso a la verdadera vida, a la Vida Eterna en donde el creyente -o todos los temerosos de dios- vivirán en compañía con el Creador pero, a la hora de la verdad, cuando alguien cercano muere... esa esperanza que infunde la Iglesia católica se desvanece incluso entre los más férreos seguidores. 

Retomaremos más delante esta cuestión pero antes es importante preguntarnos ¿qué es la muerte?

Podemos responder rápida y tajantemente con un dejar de vivir/existir pero bueno, esto es un espacio para filosofar y como seres pensantes solemos plantearnos la cuestión en un plano más trascendental. 

Y es que lejos de tener o no alguna creencia religiosa/espiritual los hombres, como especie buscamos trascender. Anhelamos que se hable de nosotros pese a que el tiempo haga lo suyo... Platón, Julio César, Carlos Fuentes, Marx, DaVinci.

Esta huella que queremos impregnar se plasma de diversas maneras, ya sea en obras -arte, literatura, arquitectura- o en descendencia. Antes, sobretodo, la urgencia del matrimonio era precisamente que ante una esperanza de vida muy corta, el apellido se conservara pero en el siglo veintiuno y con unos millennials menos preocupados por el sexo, la cuestión está cambiando... pero nos estamos desviando. 

Decía que aunque el derecho a morir es aquello que adquirimos al nacer esto no debe de ser motivo por el cual tengamos que sobrevivir mientras llegue. Aunque también plantear nuestra vida del modo opuesto -pensando que nunca moriremos- no es lo más adecuado. 

Por diferentes cuestiones he acariciado varias veces a la muerte, llegando a planos -consiente pero sin fuerza- en donde literalmente me debatía frente a ella; como es evidente le he ganado -por ahora- pero gracias a mis batallas he aprendido a ver y valorar la vida de una manera que quizá pocos llegan a entender. 

Es genial hacer planes, proyectarnos a un futuro lejano en donde alcanzaremos nuestras metas, conozcamos medio planeta y compremos un Ferrari pero aferrarnos a nuestros proyectos y sentir que solo con nuestro ímpetu lo lograremos es soberbio. Debemos, al menos creo y sobretodo he aprendido, sí agendar hacia el futuro pero estando consientes que quizá mañana, o en una horas, podríamos dejar de existir. 

La muerte es algo tan repentino, en muchas veces, que llega en los momentos menos esperados. Y tenemos que aprender a que convivir con ella es algo real, tangible y cercano aunque a veces parezca algo destinado a los ancianos. 

Y es aquí donde retomo el punto de los cristianos y su esperanza desvanecida cuando alguien cercano muere. Nos da miedo hablar sobre la muerte, se le tiene cierto respeto -amén a mi amado México, en donde incluso nos burlamos de ella pero no se acepta- al grado de tema tabú. 

El cristianismo, hablando desde el lado en donde más convivo, enseña que la muerte es necesaria para llegar al encuentro con el Padre (incluso los primeros cristianos aceptaban gozosos el hecho de morir martirizados); de hecho, la Resurrección de Cristo, pilar de fe, es precisamente la antesala de dicha creencia: que al morir no se muere -valga la redundancia- sino que el alma llega al cielo. 

Pero lejos de ver gente feliz en un funeral cristiano se ve gente llorando -no solo por la evidente pérdida de contacto con el finado- sino porque murió en un plano que suena a tragedia, como si al fallecer todo acabara... siendo que, se supone, su creencia dice todo lo contrario. 

Si al morir dejamos literalmente de existir y no existimos eternamente en calidad de alma, o no reencarnamos en algún ser inferior o similar, o no nos unimos al Dharma entonces debemos de vivir con la encomienda de que la muerte es una sombra que nos acompaña pero que al mismo tiempo nos ilumina para día a día vivir como si fuera nuestro último día, aprovechándolo al máximo. 

Hay algo en particular que me cae bien de Agustín de Hipona... tenía frente a su escritorio un cráneo humano para que al filosofar recordara constantemente que la muerte tarde o temprano lo alcanzaría. 


Hasta la próxima semana. 

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Comentarios

  1. La creencia más extendida en la sociedad griega era que al morir las almas de los seres humanos, como si de un humo o sombras se tratasen, se desvanecían y se dirigían al Hades. Homero ofrece un mundo escatológico que condicionaría posteriormente a Virgilio en La Eneida (Libro VI). Homero detalla un lugar oscuro, de paisajes nebulosos, de temperatura gélida donde las almas, desprovistas de toda consistencia física, se confinan entre ellas (El alma de los muertos en Homero).

    Cuando Ulises baja al Hades y se encuentra a Aquiles, éste le responde contundentemente la amarga desesperanza de las almas de los muertos: no me consueles de la muerte, Ulises. Preferiría estar en la tierra y servir a un hombre pobre, sin muchos medios de vida, que ser el señor de todos los consumidos. (La Odisea, Canto XI)

    Por lo tanto, se creía que el alma llega a su fin al término de la vida y no perdura después de la muerte. Sin embargo, la sabiduría de algunos privilegiados (pitagóricos, órficos..) suscitaron una cuestión sobre el tema del alma: si la muerte consiste en ir al Tártaro, y la vida, en estar con los dioses, ¿qué hay que entender por muerte del alma y por vida si se establece lo que se entiende por infiernos y teniendo en cuenta la creencia de que el alma muere cuando está presa en el cuerpo y de que, por el contrario, goza de la vida y sobrevive realmente cuando está lejos de él?

    Antes de que la filosofía surgiera como una actitud crítica y racionalizadora, los órficos y los pitagóricos, a través de los ritos iniciáticos, abogaron por la idea de que los infiernos no eran más que los propios cuerpos, en los que las almas, encerradas, sufrían una prisión temporal a causa de los placeres de la tierra. A este cuerpo le denominaron “sepulcro del alma”, o “cavidades de Plutón” haciéndonos ver que el alma olvida su verdadera naturaleza divina que posee antes de ser precipitada al cuerpo, anulando sus principales facultades: memoria, inteligencia y voluntad.

    Igualmente, la cúpula de la sabiduría griega creía que el mito sobre castigos del alma había sido tomado de la propia experiencia de las relaciones humanas: el águila que devora el hígado inmortal, en el mito de Prometeo, es la viva imagen de los tormentos de la conciencia, que hiende las entrañas de nuestro interior, por conductas vergonzosas, despedazando las partes vitales evocando infatigablemente el crimen cometido, avivando las preocupaciones, si acaso éstas tienden a calmarse, agarrándose a ellas como al hígado renaciente. También dicen que aquellos que se mueren de hambre y desfallecen de inanición, aun cuando tienen manjares situados delante de sus ojos, como en el mito de Tántalo, son los hombres a quienes el deseo de poseer más y más cosas incita a no darse cuenta de la abundancia presente; miserables en la opulencia, sufren en la abundancia los males de la pobreza, incapaces de reparar en sus posesiones mientras codician nuevas riquezas. La historia se repite en el mito de Sísifo para hacer rodar una enorme roca hasta la cima de la montaña para volver nuevamente a caer, por aquellos que ambicionan altos cargos con fines corruptos.
    En definitiva, en la sociedad griega no sospecharon en vano todo esto y los cultivadores verdaderos de la filosofía añadieron después estas consideraciones. Por esta razón, los pitagóricos manifestaron que existían dos muertes: la de alma y la del ser animado, afirmando que el ser animado muere cuando el alma sale del cuerpo, en tanto que la propia alma muere cuando deja la fuente única e indivisible de la naturaleza divina para dispersarse por el organismo del cuerpo. La primera de estas afirmaciones es evidente y conocida por todos; la segunda no es admitida más que por los sabios, mientras que la sociedad cree que es la vida.

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