Los cuatro periplos de Hilary Putnam: el periplo cronológico (Manuel Corroza)
El pasado 13 de marzo falleció el filósofo estadounidense Hilary Putnam.
Con su muerte, la filosofía académica pierde a uno de los pocos
“filósofos totales” todavía vivos. Es esta una denominación que define a
aquellos pensadores que han cubierto de forma competente y muy
personal, y desde una sólida formación humanística y científica, una
gran variedad de disciplinas filosóficas. En este sentido, Putnam
comparte podio con eximias y venerables figuras como Nicholas Rescher o
Mario Bunge. Por fortuna, éstos aún habitan entre nosotros.
En efecto, Putnam ha abarcado en su
quehacer de pensador cuestiones relacionadas con la fillosofía
matemática, la filosofía de la computación, la filosofía de la ciencia,
la filosofía del lenguaje y de la mente, la epistemología, la filosofía
moral y la filosofía política. También ha realizado contribuciones
importantes en estudios metamatemáticos de gran perfil técnico, como la
resolución, en un sentido negativo, del décimo problema de Hilbert,
relacionado con la existencia de algoritmos para la búsqueda de valores
enteros que satisfagan las ecuaciones diofánticas (ecuaciones cuyos
coeficientes son también números enteros). Esta formación matemática ha
orientado, según creo, la forma en la que Putnam ha abordado algunos de
sus estudios filosóficos más importantes y la manera en la que ha
respondido a estas cuestiones.
Suele señalarse que la trayectoria
intelectual de Putnam ha estado marcada por una serie de volantazos que
han causado algunos llamativos cambios de carril en su producción
filosófica. Y es cierto, como veremos, que nuestro pensador ha
atravesado distintos paradigmas filosóficos a lo largo de su dilatada
carrera. Pero también es verdad que hay una continuidad que subyace al
conjunto de su obra. Comentaremos ambos aspectos más adelante. Lo que
parece importante resaltar en estos preliminares es el profundo
compromiso de Putnam con la filosofía, como actividad diferenciada del
resto de saberes humanos. A diferencia de sus mentores intelectuales,
los positivistas lógicos (Hans Reichenbach fue el director de su tesis
doctoral), Putnam siempre trato de sustanciar el pensamiento filosófico
más allá de una pura caracterización lingüística y lógica del pensar. A
diferencia de otros filósofos coetáneos como Michael Dummett o Richard
Rorty, Putnam se resistió a la banalización conceptual de la noción de
“verdad” (frente a Dummett) y fintó como pudo los embates del
relativismo epistemológico (frente a Rorty). A diferencia de lo que
Putnam consideraba como “dogma cientificista” del conocimiento, nuestro
pensador no dudo en pasarse con armas y bagajes filosóficos a la
trinchera de las humanidades (sobre todo en su última etapa intelectual
Putnam sostuvo que la filosofía era un saber humanístico, no
científico). Además, Putnam abordó prácticamente sin solución de
continuidad algunas obsesiones filosóficas típicamente académicas: léase
la referencia, la intencionalidad, la verdad, el significado o la
relación mente-cuerpo. En este sentido, y como se verá más adelante,
nuestro filósofo nunca dejó de responder al estereotipo de pensador
académico, en curioso contraste con su marcado activismo político en los
años sesenta y setenta.
Después de este breve desglose, pretendo
abordar con inevitable trazo grueso el itinerario filosófico de Putnam
desde cuatro puntos de vista. Y ya que el propio Putnam consideraría la
actividad filosófica como una Peregrinatio academica, vamos a sugerir algunos periplos temáticos que, espero, ayudarán a entender un poco la obra de este ilustre pensador.
En primer lugar, el inevitable periplo cronológico,
o biografía intelectual, que situará la evolución de la obra putnamiana
a lo largo de tres estadios más o menos bien definidos. No se trata de
un mero ejercicio escolar, sino de una descripción útil que permitirá
encuadrar el pensamiento de nuestro autor.
En segundo lugar, el periplo icónico.
Putnam, como otros muchos filósofos, acostumbraba a recurrir a
experimentos mentales y a figuraciones de lo cotidiano para ilustrar sus
puntos de vista. En su caso, han alcanzado expecial fortuna los
experimentos mentales de los Cerebros en Cubetas y la Tierra Gemela.
También ha utilizado imágenes familiares, como gatos sobre esteras, a
modo de ejemplos de sus postulados sobre el llamado “problema de la
referencia”.
En tercer lugar, el periplo proponedor,
que pretende recoger algunas de las tesis más celebradas de nuestro
filósofo, como el funcionalismo mental, la teoría causal de la
referencia, la relatividad conceptual, la equivalencia descriptiva o la
inseparabilidad entre hecho y valor.
En cuarto y último lugar, el periplo patético (de pathos).
En él, pretendo listar algunas de las guías emocionales de Putnam
destinadas, en cierto modo, a convencer a sus lectores de la necesidad
de asumir ciertos compromisos filosóficos. Entre éstos, la destrucción
de la dicotomía entre el realismo metafísico y el relativismo, el
diálogo conflictivo con el relativismo, la reivindicación de una agenda
propia para la filosofía, la relevancia del sentido común y del marco
democrático de discusión y la idea que, en cierto modo, corona a todas
las anteriores: el florecimiento humano o eudaimonía.
Podríamos, sin duda, insertar un quinto periplo, el periplo vital.
Pues Hilary Putnam no se limitó a ser un estereotipo de brillante y
parsimonioso pensador académico. Antes bien, sus compromisos políticos,
su inicial ateísmo y su posterior conversión al judaísmo (él era judío
por parte de madre) hacen de él un personaje con un indudable interés
biográfico. Putnam desarrolló una intensa actividad política en los años
sesenta y setenta en favor de los derechos civiles en Estados Unidos y
en contra de la guerra de Vietnam. Militó durante un tiempo en el Partido Progresista del Trabajo (Progressive Labor Party),
una formación marxista escindida del Partido Comunista de Estados
Unidos en 1962, que posteriormente abandonó. No obstante, nunca se
desligó del todo de su compromiso social y preservó siempre un enfoque
progresista. No me adentraré, sin embargo, en esta interesante faceta de
nuestro autor y preferiré centrarme en los aspectos puramente
filosóficos de su biografía.
En esta primera entrada detallaremos el
periplo cronológico. En una entrada posterior enfrentaremos el resto de
periplos y trataremos de extraer algunas conclusiones sobre el carácter
del pensamiento filosófico de Putnam. Por cierto, el libro del profesor
Moris Polanco, Realismo y pragmatismo. Biografía intelectual de Hilary Putnam es
un excelente estudio preliminar para los interesados en la filosofía
putnamiana. De él se han tomado un número no pequeño de contenidos en el
desarrollo de esta entrada, incluida la periodificación en diferentes
etapas de la filosofía de Putnam y la caracterización de los aspectos
más notables en cada una de ellas.
El periplo cronológico
Es habitual dividir el trayecto
filosófico de Hilary Putnam en tres períodos más o menos bien
establecidos. Un primer período, llamado de realismo metafísico,
abarca el intervalo comprendido entre los años 1957 y 1976. En estos
años, Putnam se centra fundamentalmente en cuestiones de filosofía de la
lógica, filosofía de la ciencia y de las matemáticas y filosofía del
lenguaje. En muchos casos, las diferencias con respecto al segundo
período, el de realismo interno (que encaja temporalmente entre
los años 1977 y 1985) son más de matiz o de énfasis en distintos
problemas que de contenidos sustanciales. Pues en este segundo período
la atención del filósofo se dirige hacia cuestiones semánticas,
especialmente la referencia, la intencionalidad, la relatividad
conceptual y la definición de “verdad”.
En realidad, Putnam nunca fue un realista metafísico sensu stricto. Nunca
afirmó la existencia completa y acabada de una realidad física exterior
con un amueblamiento completo y perfectamente definido de cosas,
propiedades y estados ya conceptualizados (ésta es una expresión del
propio Putnam), ni tampoco sostuvo la posibilidad de una única teoría
verdadera que describiera isomórficamente el mundo con base en una
noción de verdad como correspondencia perfecta entre las palabras y las
cosas, o entre las teorías y los estados de cosas. En su etapa de
realismo “metafísico”, sus intereses reflexivos van encaminados hacia
cuestiones más concretas. Por ejemplo, la tesis del carácter semiempírico de la lógica, la matemática y de la geometría
(Putnam afirmará que las nociones matemáticas se refieren a objetos
reales, aunque no se trate de objetos propios ideales o platónicos). O
la naturaleza esencialmente trivalente de la lógica de los fenómenos
microcósmicos, un ámbito en el que las proposiciones pueden ser
verdaderas, falsas, o poseer un valor de verdad indeterminado. Al igual
que la función de onda, Putnam sostiene en este momento que la lógica
cuántica trivalente “colapsa” en una lógica clásica bivalente aplicable
al meso- y al macrocosmos.
Lo que en realidad define este período como metafísico es la hipótesis del funcionalismo
y la defensa de algunos postulados habituales en este escenario, como
la existencia independiente de la mente de los objetos de los que la
ciencia se ocupa (ya sean electrones o gatos en esteras) o la
consideración de las teorías científicas como aproximaciones sucesivas a
la verdad, y no como conjeturas provisionales more Popper.
Putnam propone la tesis funcionalista como una interpretación de la
naturaleza de los estados mentales que no sea deudora del materialismo
fisicista de la teoría de la identidad. Esta teoría defiende la
correspondencia biunívoca (uno a uno) entre estados mentales y estados
cerebrales: cada estado mental es un estado cerebral
físicoquímicamente determinado. Putnam, por el contrario, equipara los
estados mentales a estados funcionales (inspirados en la teoría de la computación de Turing)
y dice que los estados cerebrales son sólo instancias concretas de los
estados funcionales; éstos podrían quedar también instanciados en
soportes no biológicos, como circuitos impresos y redes de microchips,
por ejemplo.
En el ámbito de este primer realismo también defiende Putnam la tesis no epistémica de la verdad,
lo que viene a querer decir que la verdad de una afirmación referida a
un objeto o a un estado de cosas va más allá de las posibilidades de
verificación empírica de esa afirmación. La razón estribaría en que los
hablantes nunca pueden conocer completamente la naturaleza de las cosas a
las que se refieren. No obstante lo cual, se pretende hacer valer la
existencia de una cierta relación de correspondencia entre las palabras y
las cosas; se trata de un guiño a la tradicional teoría realista de la
verdad (la verdad como correspondencia). Ahora bien, en estos años de
supuesto realismo metafísico Putnam idea ya dos de sus propuestas más
célebres, y que mantendrá a lo largo de su larga carrera: se trata de la
tesis de la relatividad conceptual y de la teoría causal de la referencia.
La primera dice que pueden existir
múltiples descripciones epistémicamente equivalentes de la realidad
física y que no existe un contexto de interpretación privilegiado, por
la sencilla razón de que la compartimentación del mundo externo en
objetos o grupos de objetos, así como la identificación de propiedades y
relaciones entre aquéllos y la caracterización de estados, eventos y
procesos es algo que corre de nuestra cuenta en tanto criaturas
pensantes. Por supuesto, no se trata de modelos interpretativos
caprichosos, porque su mayor o menor bondad epistemológica va a venir
dada por su mejor o peor funcionamiento y su grado de eficacia. Esto es
lo que Putnam denomina una “negociación” entre la teoría en cuestión y
la propia realidad. De este modo, el filósofo busca escapar del
relativismo constructivista por el que siente un profundo rechazo. O al
menos eso dice él, y tenemos la obligación de creerle.
La teoría causal de la referencia, por su
parte, sostiene que el significado de las palabras y de las
proposiciones no es un fenómeno puramente mental; es decir, no se trata
de un determinado estado psicológico del hablante que establece de forma
inequívoca la extensión del término en el que está pensando (la
extensión de un término es el conjunto de cosas u objetos abarcados por
dicho término). Más bien al contrario, es la propia realidad externa,
aunque conceptualizada por nosotros, la que determina a qué cosas u
objetos se refiere el término en cuestión. De este modo, la
causa de la referencia no es mental, o no es sólo mental, sino también
externa a la mente del hablante. Putnam completará esta teoría causal
con una teoría social de la referencia, en el que los objetos o cosas
referidos por un término vienen determinados por el uso del lenguaje que
lleva a cabo una comunidad lingüística en “negociación” con la realidad
conceptualizada. Para ilustrar esta tesis, nuestro autor nos llevará de
viaje hacia una Tierra Gemela idéntica en todo a nuestra Tierra salvo
por el hecho de que allí, el agua es un líquido de composición química
diferente a nuestro “agua”. Más adelante veremos de qué trata todo esto.
El período de realismo interno -consagrado y desarrollado en su libro Reason, Truth and History
(“Razón, verdad e historia”) de 1981 mantiene esencialmente inalteradas
-de hecho, quedan reforzadas- las dos tesis que he mencionado arriba,
pero conlleva algunos cambios significativos en otros aspectos. Por
ejemplo, renuncia a la teoría funcionalista de la mente por entender que
se trata de una versión suavizada de la teoría de la identidad. También
modifica su tesis sobre la verdad: de una noción no epistémica y no
verificacionista (una proposición puede ser verdadera pero imposible de
verificar) transita hacia una concepción aledaña al verificacionismo: la
verdad será ahora equivalente a una justificación -aceptabilidad-
racional idealizada. Y estas condiciones ideales de aceptabilidad
racional remiten a una especie de función trascendente de la razón, algo
que va a poner en contacto el recién estrenado realismo internalista de
Putnam con la teoría kantiana del conocimiento. Pero en lo que más
parece identificarse el filósofo americano con el ilustre pensador
alemán es en la aceptación del papel de la mente como reguladora
conceptual del mundo, como, diríamos, “amuebladora” de la realidad
física exterior. Aunque, todo hay que apuntarlo, Putnam rechaza la idea
de una realidad nouménica incognoscible, y ésta no es una diferencia
pequeña. El lema de esta nueva fase en el pensamiento putnamiano podría
ser una frase ya consagrada en su obra: “La mente y el mundo construyen
conjuntamente la mente y el mundo”. O bien, expresado de manera algo
diferente: “los objetos son tanto construidos por nosotros como
descubiertos por la experiencia”.
En el realismo interno cobra una fuerza
especial la teoría causal de la referencia como debeladora de algo que a
Putnam le parece inquietante: la interpretación “mágica” de la
referencia. Putnam problematiza de una forma pormenorizada el problema
de la referencia y el aledaño problema de la intencionalidad. ¿Qué es lo
que hace que nos refiramos a los objetos del mundo? ¿Es la referencia
algún tipo de relación sustancial que empareja las palabras (los
pensamientos, las imágenes mentales) con las cosas? ¿Cuál es la
mediación, si la hay, entre la mente y el mundo a la hora de producir
interpretaciones -teorías- verosímiles y que demuestran su eficacia en
la manipulación del mundo físico y en la predicción acertada de eventos y
procesos exteriores a la mente? Putnam tratará de responder a estos
interrogantes echando mano de su tesis reforzada de la relatividad
conceptual y de la equivalencia de las descripciones: si el
amueblamiento del mundo, su partición en cosas y conjuntos de cosas, o
en clases naturales de cosas es fruto de la mente humana al
aplicar las habilidades de uso lingüístico que se dan en su comunidad,
habilidades que surge de la “negociación” con el mundo, entonces el
problema de la referencia se diluye, se convierte en un pseudoproblema. Y
esto es así porque el presunto misterio de la correspondencia entre las
palabras y las cosas se transparenta en una corespondencia entre
nuestros signos lingüísticos y nuestros propios conceptos, conceptos que
reflejan una partición verosímil del mundo en cosas, conjuntos de
cosas, estados de cosas y relaciones entre éstas. Y lo que separa a esta
perspectiva del relativismo metafísico es, justamente, el enganche con
la realidad, una realidad preexistente pero inconceptualizada. La
referencia, esa extraña cualidad de correspondencia entre las palabras y
las cosas, es siempre interna a un marco conceptual, a una partición
teórica del mundo en objetos de uno u otro tipo, a un amueblamiento
sobreimpuesto al entorno de los mentantes.
El tercer período, conocido como el del realismo directo, humano o natural, arranca en el año 1986, año anterior a la publicación del libro The Many Faces of Realism
(1987) y se prolonga hasta los últimos días de nuestro filósofo. Dos
insistencias marcan esta época: el rechazo de la teoría de los datos
sensoriales (sense-data) y de las representaciones mentales
como intermediarios entre la mente y el mundo y la pulsión pragmatista,
que solidifica en una sentida reflexión sobre la naturaleza de la labor
filosófica, la democracia como marco inevitable de discusión e
intercambio libre de opiniones y, sobre todo, la idea de florecimiento humano o eudaimonía, verdadera piedra angular del edificio intelectual putnamiano, especialmente en este período.
Por una parte, el rechazo de la tesis de
las representaciones mentales como intermediarios entre la mente y el
mundo es resultado de la insatisfacción de Putnam con el propio concepto
de intermediario mental. Pues, tal y como lo ve ahora, las
representaciones mentales son, en definitiva, parte de la mente y por
tanto no constituyen una interfaz válida que permita una comunicación
real de doble cara entre el ser mentante y el mundo exterior. Animado
por la lectura de los pragmatistas americanos, en especial William James
y John Dewey, y por el filófoso británico John Austin, Putnam parece
decidirse por un “giro hacia la inocencia” y aceptar la colisión directa
entre la mente y el mundo: conocemos, no las cosas del mundo a través
de nuestras representaciones mentales, sino las cosas del mundo directamente,
sin intermediación alguna. En esta nueva transición intelectual,
nuestro autor encontrará un nuevo apoyo filosófico en el segundo
Wittgenstein, el de las Investigaciones Filosóficas y los juegos de lenguaje.
El realismo directo es un realismo de
sentido común y un rechazo de las consecuencias epistemológicas de la
escisión cartesiana entre un conjunto de estados mentales internos y un
mundo exterior perfectamente amueblado y sólo describible por una única
teoría definitivamente verdadera. Se trata de reivindicar el “sentido
común” y el entramado de conceptos e ideas que emanan de él; se trata de
repensar filosóficamente ese sentido común. Ahora bien, no se trata de
recomponer alguna forma de realismo metafísico; antes bien, las tesis de
la relatividad conceptual y la equivalencia de las descripciones siguen
teniendo rabiosa vigencia en Putnam, al igual que el papel
cuasitaumatúrgico del lenguaje y la habilidades y usos lingüísticos en
la configuración de los hechos y el carácter de la verdad como un tipo
de aceptación racional justificada. Prestemos entonces atención al
enganche con el sistema de valores: aquél se da a través de la
racionalidad, que opera como presuposición básica todo lo anterior (por
ejemplo, de la producción conceptual de hechos), y presupone a
su vez las ideas de coherencia, completitud inferencial, análisis de
consecuencias, elección de medios y fines y otras similares. Tales ideas
son otras tantas expresiones de valores humanos. Y así,
mediante conexiones indirectas pero secuenciales llega a establecerse la
pertenencia de los hechos y los valores a una misma realidad original.
La realidad de lo que supone ser un ser humano.
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