Los disparates lingüísticos de George Orwell (Gabriel Andrade)

En la confrontación ideológica entre izquierda y derecha, George Orwell es un héroe para todos. Orwell acudió como voluntario de las brigadas que lucharon contra el fascismo en la guerra civil española, y en ese sentido es un héroe de la izquierda. Pero, Orwell no sucumbió frente a la ingenuidad de sus camaradas, y supo advertir los enormes peligros a los que conlleva el comunismo, satirizando el fraude utópico comunista en Rebelión en la granja; eso lo ha hecho muy popular en la derecha. Así pues, Orwell es el peluche de todos. Su obra es tremendamente influyente, y tal como lo postuló Christopher Hitchens en el título de una biografía llena de alabanzas, Orwell es importante. Pero, me temo que Orwell también dijo algunas tonterías.

Orwell dedicó mucha atención a los usos del lenguaje. Uno de sus ensayos más conocidos, La política y la lengua inglesa, analiza la forma en que los políticos muchas veces oscurecen el lenguaje para expresar medias verdades, con la deliberada intención de confundir y representar eufemísticamente la realidad, a fin de que la población no adquiera conciencia de los abusos que se cometen desde el poder. Frente a esto, Orwell exhorta a sus lectores a escribir en un estilo llano, sencillo y directo, a fin de evitar las ambigüedades y vaguedades de las cuales muchas veces se valen los políticos para hacer sus marranadas.
            Esta recomendación de Orwell es bastante razonable. En una época en la cual abundan charlatanes como Derrida o Heidegger (con frases tan oscuras como “la nada nadea”), viene muy bien la claridad. Y, también es muy cierto que los políticos sacan provecho del lenguaje opaco.
            Pero, Orwell fue más lejos en sus consideraciones sobre el lenguaje. Orwell postulaba que una de los trucos de los cuales se vale el totalitarismo consiste en promover un lenguaje que suprime palabras que puedan resultar subversivas, pues de ese modo, el uso de ese lenguaje en la población transforma radicalmente su manera de pensar, y queda así amansada. En su obra cumbre, 1984, Orwell narra los pormenores de una sociedad totalitaria. El gobierno defiende el uso de la “neolengua”, en la cual están ausentes los conceptos de rebelión, libertad, autonomía, paz, etc. Orwell pensaba que, si un gobierno logra establecer esa lengua en el pueblo, la forma de pensar de la gente quedaría radicalmente transformada, y así, no habría subversión.
            Es cierto que los políticos muchas veces utilizan eufemismos, y que en muchas ocasiones, buscan evitar palabras que puedan invitar a la subversión. Pero, es extremadamente dudoso que una transformación lingüística suscite una transformación mental. Orwell creía que, si algunas palabras desaparecen del léxico de una comunidad lingüística, esa comunidad no tendría capacidad para pensar en esos conceptos. Hoy sabemos que eso es falso.
            Orwell tuvo dos contemporáneos, Edward Sapir y Benjamin Whorf. Estos lingüistas formularon una influyente hipótesis, según la cual, el lenguaje determina (o, en una versión más ligera, al menos condiciona) el pensamiento. Por ejemplo, la lengua de los indios hopi no divide los tiempos en unidades discretas, y eso hace que su forma de pensar el tiempo sea fluida. Pues bien, Orwell propuso de forma autónoma algo bastante similar. Si un gobierno hace que la palabra para “libertad” desaparezca, el pueblo dejará de pensar en la libertad.
            La hipótesis de Sapir y Whorf no convence a los lingüistas. Todas las lenguas del mundo son traducibles entre sí, todas tienen la misma capacidad para expresar los mismos conceptos. Hay algunos datos que nos hacen pensar que quizás el lenguaje sí condicione algunos aspectos del pensamiento y la conducta, como por ejemplo, el hecho de que tienen más habilidad para reconocer gradaciones de azul aquellas personas que hablen lenguas que hagan distinciones entre distintos tipos de azul. Pero, es un efecto muy limitado.
            Con todo, a los populistas les gusta mucho hacer uso de la hipótesis de Sapir y Whorf, y postulan disparates parecidos a los de Orwell. En plena Guerra Fría, por ejemplo, Ronald Reagan llegó a decir que, en parte, el totalitarismo soviético era debido a que en ruso, no existe la palabra “libertad”. Esto, por supuesto, es falso; “libertad” en ruso se dice “svobada”; pero aun si no existiera esa palabra en ruso, es muy dudoso que esa ausencia lexical hiciera que los rusos tuvieran más facilidad para imponer un sistema totalitario.
            Más imbécil aún fue George W. Bush quien, supuestamente (nunca se ha confirmado esta historia), preocupado por el declive de la economía francesa, dijo que el problema de los franceses es que no son emprendedores porque no tienen en su lengua una palabra para “entrepeneur” (“empresario” en inglés). ¡El pobre diablo Bush no sabía que la palabra entrepeneur es de origen francés!

            Esto no es exclusivo de los trogloditas de derecha. En tanto Orwell es un consentido de ambos bandos ideológicos, cabe esperar que también la izquierda se haga eco de los disparates de Orwell sobre el lenguaje. Las feministas promueven la idea, por ejemplo, de que si utilizamos un lenguaje de género inclusivo, condicionaremos nuestro pensamiento a ser menos patriarcales. Los revolucionarios ultrasensibles al dominio de los blancos opinan que, si erradicamos de nuestro lenguaje la carga semántica peyorativa de la palabra “negro”, seremos menos racistas. Estupideces.

Comentarios

  1. “Orwell creía que, si algunas palabras desaparecen del léxico de una comunidad lingüística, esa comunidad no tendría capacidad para pensar en esos conceptos. Hoy sabemos que eso es falso”.
    Me gustaría saber cómo hemos alcanzado esa certeza. ¿Alguien ha puesto en práctica un experimento que nos permita extraer esa conclusión? Solo Orwell en su novela (que era, justamente, una novela). Creo que el tema de las relaciones pensamiento-lenguaje resulta tan complejo que no podría dar uno por descartada ninguna hipótesis, por descabellada que parezca. Supongo que entre lenguaje y pensamiento existe una relación de retroalimentación, y que la alteración de un ingrediente en uno de esos elementos tal vez podría verse reflejada en el otro. No tengo ni idea, pero esbozar esa fantasía en el marco de una novela no me parece ninguna tontería.

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  2. Jajaja un articulo muy bueno y divertido. Saludos.

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