Felipe II, el chickenhawk español (Gabriel Andrade)

En su muy interesante (pero también muy sesgada) serie de televisión, La historia no contada de los Estados Unidos, el cineasta Oliver Stone se burla de aquellos personajes que él llama los “chickenhawks” (halcones-gallinas): políticos guerreristas como Clinton, Bush y Cheney, que metieron a EE.UU. en aventuras militares, pero en sus años de juventud, ellos mismos hicieron todo lo posible por evadir el servicio militar.
Esto es un fenómeno relativamente reciente. Pues, si bien antaño hubo megalomaníacos sedientos de gloria que sometieron a sus pueblos a terribles guerras, al menos estos personajes acudían ellos mismos al frente de batalla, y luchaban con coraje. Se podrán decir muchas cosas malas de Julio César, Napoleón o Hitler, pero no podemos decir que eran cobardes.

Con todo, ya en el siglo XVI, cobraba prominencia uno de esos chickenhawks, y para nuestra desgracia, fue un hispano. Se trata de Felipe II. Este rey, llamado “El prudente” (más irónico no podría ser el calificativo, pues fue un monarca que tomó decisiones desastrosas para España), heredó de su padre, Carlos V, un conflicto con Francia. Felipe acudió a la campaña militar. Al ver los horrores de la guerra, Felipe decidió regresar a España, y no salir de la pequeña zona en los alrededores de Madrid, en la cual permaneció hasta su muerte.
Felipe se convirtió en el mayor burócrata de su propio imperio. Dirigía con minuciosidad los asuntos de Estado, desde su despacho. Se convirtió en una figura muy distante y fría incluso para sus allegados. Según las crónicas, incluso los más aguerridos hidalgos temblaban al entrevistarse con él, a lo que él trataba de calmarlos, diciéndoles “sosegaos” (yo veo plausible que esto era más bien una técnica para generar aún más desasosiego entre sus súbitos, y así, crear más distancia).
Cabría esperar que aquella experiencia militar tan desagradable, lo transformó significativamente en un hombre de paz, y que España pudo descansar de las terribles guerras a las que el padre de Felipe, Carlos V, la había sometido en una rivalidad con Francisco I de Francia. Ciertamente, Felipe se convirtió en un hombre recluido que sentía repulsión por la vida militar. Pero, de ninguna manera eso significó un período de paz para España. Muy al contrario.
Felipe empezaría ahora a planificar las guerras imperiales desde su escritorio. Y, yo me atrevo a especular que esto lo hizo aún más peligroso. Quien está en el frente de batalla, no toma decisiones militares a la ligera, pues ve de cerca la carnicería. Quien está detrás de un escritorio y decide movilizar pelotones, tiene una experiencia similar a la de un adolescente inmerso en videojuegos bélicos, sin dimensionar el sufrimiento que traen consigo sus decisiones.
  Fueron varias las guerras de Felipe, tanto internas como externas. Se enfrentó a una rebelión morisca (una rebelión bastante justa, pues Felipe se empeñó en prohibir la lengua y vestimenta morisca), que aplastó brutalmente. Envió tropas a Aragón para intentar apresar a un conspirador, Antonio Pérez. Con Francia eventualmente hizo la paz. Se enfrentó militarmente al Papa, pero al final también se llegó a un arreglo. Le puso freno a la amenaza turca, en la famosa batalla de Lepanto. Invadió Portugal para reclamar el trono que le correspondía por sucesión.
Ésas fueron guerras relativamente exitosas, aunque vale preguntarse si realmente eran necesarias. Quizás la amenaza turca sí era real, y ameritó una resistencia. Pero, Felipe se metió en dos guerras catastróficas que, en buena medida, dieron origen a la decadencia española. Felipe heredó de su padre los territorios de Flandes. Ahí, el calvinismo se expandía. Pero, el monarca español, católico convencido, llegó a decir: “Prefiero perder todos mis estados antes que gobernar sobre herejes”. Felipe no iba a tolerar herejías en Flandes, y quiso preservar a sangre y fuego la integridad católica en esos territorios.
Mientras que los campesinos españoles lo pasaban muy mal, el oro que venía de América era destinado a costosas campañas militares contra los rebeldes en Flandes que, al final, no dieron resultado, pues eventualmente, el poder español perdió esos territorios. Fue algo así como Vietnam para los americanos o Afganistán para los soviéticos.
Isabel, la reina protestante de Inglaterra, apoyaba a los rebeldes calvinistas flamencos. Felipe decidió hacerle frente, en la peor decisión de su reinado: intentar invadir Inglaterra. Ordenó construir una gigantesca flota (que implicó la deforestación de muchos bosques españoles), pero con mal diseño naval. Siempre desde su escritorio (sin visitar puertos a inspeccionar los barcos), designó oficiales incompetentes. Al final, la “Armada invencible” (otro título tremendamente irónico) fue destruida por los ingleses (quienes se valían de barcos mucho mejor diseñados), en una de las grandes catástrofes nacionales de la historia de España.

Hitler y Napoleón eran megalomaníacos sedientos de gloria. Cheney y Bush son caraduras cuya motivación es, sencillamente, el lucro del complejo militar industrial. Felipe II no era nada de eso. Era un hombre quien genuinamente sentía asco por la guerra. En vez de viajar por el mundo o participar en torneos militaristas, éste era un hombre culto (tenía grandes intereses en las artes y las ciencias), reservado, y sobre todo, muy religioso. Felipe II no era el típico rey glotón y lujurioso que suele ser común en el estereotipo de las monarquías europeas. Era un hombre consagrado a la oración y cercano a la mística (extrañamente, también al ocultismo, el cual era reprobado por las autoridades eclesiásticas). Con un hombre que parece más un monje que un general, es comprensible que prefiriera estar recluido en su monasterio.
Pero, fue precisamente su religiosidad lo que lo convirtió en un chickenhawk. Prefería los libros a las espadas; los monasterios a los cuarteles. En ese sentido, era un chicken, una gallina. Pero, su religiosidad era propia del catolicismo fanatizado. Y, asumió que su misión religiosa no era solamente comunicarse con Dios a través de la oración, sino también convertir a España en el martillo de los herejes. Eso lo convirtió en un hawk, un halcón. Así, terminó por ser un chickenhawk de vertiente religiosa: un fanático que prefería oír cantos gregorianos y elevar su alma en contemplación, pero a la vez, que no le temblaba el pulso para enviar a la muerte a batallones enteros en guerras absurdas. La religión, me temo, puede hacer que gente muy buena, haga cosas muy malas.

Comentarios

  1. Los hombres que dicen luchar en nombre de dios esos son los mas peligrosos,pues como dicen oir llamados"celestiales"tienen los oidos SORDOS a la palabra HUMANIDAD.

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  2. Los hombres que dicen luchar en nombre de dios esos son los mas peligrosos,pues como dicen oir llamados"celestiales"tienen los oidos SORDOS a la palabra HUMANIDAD.

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