Respuesta a Andrés Carmona: sobre Dios y los negocios (Gabriel Andrade)
Originalmente escribí un artículo,
en el cual defendía la idea de que la religión tiene un aspecto positivo,
porque sirve para comercializar lo sagrado, y el comercio ha sido
históricamente un propulsor de la paz. Andrés Carmona amablemente ha ofrecido una
crítica en un artículo suyo. Carmona hace algunos matices a mis ideas, con los
cuales estoy de acuerdo; pero con otros no. En este artículo, me propongo
responder a algunas de sus críticas.
Carmona dice que no todo lo que
favorece el comercio es bueno. Coloca como ejemplos la prostitución y la venta
de órganos. Yo no creo que ninguna de esas dos prácticas sean intrínsecamente
objetables. Siempre y cuando haya consenso en esas transacciones, no encuentro
motivos para oponernos. En el caso de la venta de órganos, casos empíricos como
el de Irán (es casi insólito que un país ultraconservador como ése, sea el
líder en venta autorizadas de órganos, pero es así) parecieran revelar que la
venta de órganos hace más eficiente su distribución a pacientes que realmente
lo necesitan. Y, en el caso de la prostitución, me resulta bastante obvio que
la legalización es una opción sensata, al punto que en fechas recientes
Amnistía Internacional la está promoviendo.
Carmona coloca ejemplos de
transacciones forzadas, y dice que son objetables. En eso, por supuesto, le doy la razón, en virtud del
principio del perjuicio de John Stuart Mill: si hay relaciones coercitivas,
entonces sí se hace daño. Pero, ninguno de los ejemplos que originalmente
coloqué en mi artículo, son transacciones forzadas. En esos ejemplos, ningún
sacerdote ha puesto una pistola en la cabeza del feligrés para que le compre
agua bendita.
Carmona dice que una transacción es
inmoral si el producto en venta es falso, y que en ese sentido, la
comercialización de lo sagrado es objetable, pues muchas veces se venden
productos que son a todas luces fraudulentos, como por ejemplo, las
indulgencias. En eso, estoy de acuerdo. Pero, no toda la comercialización de lo
sagrado vende mercancías falsas. Un muñeco de Cristo como superhéroe no pretende
ser vendido como algo distinto a lo que realmente es. Con todo, esa compraventa
de mercancías religiosas, resulta positiva.
Y, aun en el caso de ventas que sí
parecen claramente fraudulentas, como las indulgencias, es todavía difícil
asumir una actitud paternalista para impedir esas transacciones. Pues, a
diferencia del consumidor de ron de culebra, pareciera que el feligrés acude a
la venta teniendo muy claro lo que hace, y difícilmente una explicación
racional sobre la inexistencia del purgatorio va a convencerlo de que tal lugar
no existe.
Carmona duda de que la venta de
indulgencias realmente fuese un factor importante en el desarrollo económico de
Europa. En sus propias palabras: “En
aquella época, precapitalista, era harto difícil generar beneficios, pues la
economía era de subsistencia y el poco excedente agrícola acababa requisado en
forma de impuestos a la Iglesia o al señor feudal, sin dar oportunidad al
comercio”. En mi artículo original, abrí espacio a la especulación, y no cuento
con datos precisos sobre si la venta de indulgencias fue o no beneficiosa para
la economía. Pero, yo no desecharía la opción de que, precisamente, el
capitalismo empezó a surgir a finales de la Edad Media (la época de mayor
esplendor de la venta de indulgencias); es decir, contrariamente a la opinión
de Carmona, la venta de indulgencias no se desarrolló en una sociedad
precapitalista, sino más bien en una sociedad tempranamente capitalista. Y, en
función de eso, podríamos postular que, en vista de que ya la Iglesia no
dependía tanto de la recaudación forzosa de impuestos, sino que acudía más bien
a la compraventa voluntaria de
indulgencias, eso abrió espacio para un mayor ambiente de libre empresa y
aumento de la producción. Lo ingenioso de las indulgencias fue que la Iglesia,
a diferencia del Estado con su cobro de impuestos, se valió de un medio mucho
más persuasivo para recaudar, y ese medio no coercitivo para la recaudación es
mucho más estimulante para la producción.
Carmona
también critica que las indulgencias pudieron haberse convertido en burbujas.
Tiene razón. Pero, ¿dónde ha habido desarrollo económico, si no es con algún grado
de riesgo especulativo financiero? Dice Carmona: “Supongamos que la basílica de
San Pedro se quedara a medias si la venta de indulgencias decae (por las
críticas protestantes, por ejemplo). Las mismas loas a la basílica y a las
indulgencias por promover el comercio se convertirían ahora en lamentos por la
ruina de todo aquel que hubiera invertido pensando en el negocio que iba a generar
esa basílica a su alrededor”. Vale, pero supongo que lo mismo habría aplicado
al Empire State, el Santiago Bernabéu, o cualquier otra magnífica obra
arquitectónica que se construyó con capital privado. Carmona tiene razón en que
la especulación financiera hizo añicos la economía en el 2008. Pero, me parece,
la alternativa no es la eliminación de ventas de bonos, sino su regulación. Sí,
la venta de indulgencias pudo haber creado una burbuja, pero lo prudente habría
sido que Roma le colocase un control a su precio, y no propiamente que se
detuviera la venta.
Por
último, Carmona sostiene que la religión no es promotora de la paz. Esto es un
tema muy extenso, y sólo puedo ofrecer una respuesta muy sumaria. En sus
orígenes, yo sí opino que la religión surgió como garante de la cohesión social
y como contención de la violencia. Múltiples teóricos antropológicos de la
religión suscriben esa idea: Emile Durkheim, René Girard, Radcliffe-Brown,
Marcel Mauss, e incluso desde un punto de vista darwinista, David Sloan Wilson.
Ahora bien, sí es cierto que, a medida que las religiones se fueron alejando de
sus orígenes, se fueron convirtiendo en promotoras de la violencia. Esto es
seguramente debido al hecho de que, como señala David Sloan Wilson, la religión
pudo haber propiciado el altruismo como selección grupal de una tribu, pero al
mismo tiempo esa cohesión tribal proyectó violencia hacia otra tribu.
Carmona
dice también que la religión obstaculiza el comercio, porque al imponer
barreras entre fieles de una y otra religión, no hay la suficiente confianza
para hacer transacciones. De nuevo, estoy de acuerdo. Pero, en mi artículo
original ofrecí varios ejemplos de cómo la religión intensifica las relaciones
comerciales entre co-religionarios. Y, en ese sentido, así como Carmona tiene
razón en denunciar a la religión como obstáculo al comercio inter-religioso,
debería reconocer su labor en la promoción del comercio intra-religioso.
Carmona
postula que, mucho más que la religión, la secularización ha sido la verdadera
promotora del comercio. En esto, podría estar parcialmente de acuerdo (en el
siguiente párrafo expresaré un matiz). Pero, mi argumento en el artículo
original es que, en realidad, desde un inicio, las religiones no han sido tan
protectoras de lo sagrado como tradicionalmente se asume. Las religiones saben
asumir silenciosamente la secularización, comercializando sus símbolos (esto es
algo que precisamente molesta a los feligreses más puristas, que ven con
lamento la comercialización de lo sagrado). La noción de sagrado impone
protección frente al comercio. Pero, mi punto es que, en muchas ocasiones, las
religiones han hecho caso omiso a esa protección sagrada, y han cedido a la
profanación de sus objetos a través de la comercialización. Eso, opino yo, es
positivo.
Por otra
parte, yo no estoy tan seguro de que la secularización sea tanto más eficiente
que la religión en la promoción del comercio. Para poder comercializar
productos, éstos aún deben mantener aquello que Marx llamó el “fetichismo de la
mercancía”. Si despojamos a los zapatos del logo de Nike, me temo que ya no
habrá tanto consumo y tanta producción, y el comercio se reduciría. La
religión, mucho más que la secularización, ofrece el fetichismo que impregna a
las mercancías para promover sus intercambios. Los zapatos de Nike son más
afines a una reliquia de un santo que a un objeto desacralizado.
Así pues,
Carmona dice: “Pero no es que la religión estimule así el mercado, sino que el
mercado utiliza la religión porque hay consumidores que la demandan”. Yo
respondo: el mercado utiliza a la religión, precisamente porque lo religioso
cubre con un aura a las mercancías, y sin ese manto místico, quizás no habría
tanta demanda para esos productos. En ese sentido, sí podemos afirmar que la
religión estimula el mercado.
Apreciado señor ¿Gabriel?:
ResponderEliminarNo sabe cuánto me alegra saber que Irán tiene la solución al problema del hambre en el mundo. ¡Madre mía! ¿Cómo lo hacen? Con la venta de órganos, digo. Quisiera saber si los ricos compran los órganos y voluntariamente se los ceden a quienes más los necesitan o hay alguna ley que regula estas transacciones. En cualquier caso, supongo que la misma práctica que se lleva a cabo con los órganos, podrá emplearse en los demás "productos" de primera necesidad. El pan se vende. Seguro que en Irán también. Bueno, alguien podrá donarlo, si quiere. No creo que esté prohibido, como seguramente también podrán donarse órganos allí. ¿Puede este extraordinario sistema iraní garantizar que el pan llega primero (o siquiera llega) a quien más lo necesita?
¡Acabemos con la mala distribución de los recursos vitales!
¡Empleemos en todo el mundo la misma política que lleva a cabo Irán con sus hígados, riñones...!
!VENDAMOS!
Hola Rosa, sí hay regulaciones, como debe ser. En un asunto tan delicado como lo es la venta de órganos, debe haber regulaciones. Yo no creo que todo pueda estar en venta, pero sí creo que algunas mojigaterías anti-mercados, como las que Michael Sandel expone en su libro sobre el tema, deben ser superadas.
EliminarEn todo caso, acá se explica cómo es la venta de riñones en Irán: http://www.eluniverso.com/2012/05/29/1/1361/iran-legal-vender-rinones-transplante.html