La crianza comunal de los niños, ¿una quimera? Autor: Gabriel Andrade
Los comunistas de antaño defendían
la igualdad de condiciones: no debe haber ganadores ni perdedores, todos
debemos recibir la misma porción del pastel. Otros, como Marx, tenían más bien
la pretensión de que el pastel se repartiese en función de la necesidad, y no
del mérito: de cada quien según su capacidad, a cada quien según se necesidad.
En vista del fracaso soviético,
entre otros factores, los izquierdistas más recientes aceptan que la igualdad
de condiciones es una quimera. No todos merecemos lo mismo; quien esté más
cualificado, debe recibir una porción mayor del pastel. En este sentido, los
izquierdistas más modernos son más tolerantes de la desigualdad. Pero,
inmediatamente, estos mismos izquierdistas saltan a decir que, para que la
desigualdad de condiciones sea justa, debe haber igualdad de oportunidades. No
es injusto que en una carrera haya ganadores y perdedores, pero sí es injusto
si el ganador tuvo al inicio más ventaja que el perdedor.
Y así, muchos izquierdistas se
proponen corregir las desigualdades de oportunidades. El mecanismo más habitual
de hacerlo es alguna forma de “discriminación positiva”: favorecer a aquellos
que, desde un inicio, han tenido desventajas, para así emparejar la carrera, y
hacerla verdaderamente justa. Así, por ejemplo, un joven negro es descendiente
de esclavos y debe enfrentar diariamente el racismo, mientras que un joven
blanco es descendiente de esclavistas y no sufre el racismo. El blanco tiene
más ventaja. Puesto que las oportunidades que la sociedad ha brindado a ambos
no son las mismas, habría que favorecer al joven negro (en trabajos, cupos
universitarios, etc.), y sólo así, la competencia será verdaderamente justa.
El problema, no obstante, es: ¿dónde
paramos? La desigualdad de oportunidades empieza desde el mismo momento en que
nacemos. Hay padres más cariñosos y más responsables que otros. Ya desde un
inicio, unos niños gozan de mejor crianza y tienen más ventajas. ¿El aspirante
que tuvo padres irresponsables debe tener ventaja en una oposición, frente al
aspirante que tuvo padres responsables, a fin de emparejar la carrera desde el
inicio y hacerla verdaderamente justa? ¿Cómo se puede llevar un registro de
todas las desigualdades de oportunidades a las que ha estado expuesto un
individuo en su vida?
Precisamente frente a problemas como
éstos, hay una larga tradición de comunistas que proponen una solución radical:
emparejar a todos los niños desde el
momento en que nacen, de forma tal que las desigualdades que surjan cuando
sean adultos, deriven de sus propios talentos y méritos, y no de las
desigualdades de oportunidades que acumularon en vida. ¿Cómo lograrlo?
Sometiéndolos a todos a la misma crianza.
Bajo esta idea, han surgido los
proyectos de crianza comunal, defendidos por autores tan variopintos como
Platón, Fourier y Owen. Los niños no serían criados por familias. Puesto que
hay familias más competentes que otras, la crianza familiar de niños propicia
desigualdad de oportunidades. En cambio, si las familias entregan los niños a
la comuna, y todos son criados por igual, las desigualdades de oportunidades
desaparecerían.
Si bien muchos filósofos han
fantaseado con la crianza comunal de los niños, ha habido pocos intentos de
materializarla. En el siglo XIX, varios movimientos utópicos lo intentaron;
seguramente el más prominente fue el de la comunidad de Oneida, en EE.UU. En el
siglo XX, los kibbutzim en Israel,
fueron también un experimento social institucionalizado basándose en esta idea.
Invariablemente, estos proyectos han
fracasado. La comunidad de Oneida colapsó. La primera generación fue entusiasta
de la crianza comunal de los niños, pero la segunda quería un apego especial
con los hijos biológicos, y no estaba tan dispuesta a criar a niños sin
parentesco biológico, del mismo modo en que criaban a sus propios hijos
biológicos.
Los kibbutzim
no fracasaron en la misma medida. Pero, ya hacia finales del siglo XX,
quedaba muy poco de su organización comunal original. En unos famosos estudios,
el psicólogo Bruno Bettleheim documentó que los niños criados en kibbutzim tenían un alto sentido de la
justicia y de la cooperación (presumiblemente, al estar sujetos a menos
desigualdades de oportunidades desde un inicio, valoraban altamente el sentido
de justicia), pero al mismo tiempo, observó que cuando estos niños se volvían
adultos, eran personas muy conformistas, y con un pobrísimo espíritu de
emprendimiento e individualidad. En todo caso, de forma parecida a lo que
ocurría en la comunidad de Oneida, los miembros de los kibbutzim buscaban la manera de preservar los lazos biológicos de
exclusividad familiar, y a la larga, los propios promotores de la crianza
comunal se dieron cuenta de que hay un impulso a atomizarnos en familias
nucleares, y que es muy difícil ir en contra ello.
El filósofo Larry Arnhart ha argumentado
muy persuasivamente a favor de un “derecho natural darwiniano”, con
inclinaciones conservadoras. Arnhart propone que debemos conocer bien nuestra
naturaleza (utilizando la teoría de la evolución), pues si bien el collar que
nos ata es muy largo, al final, sí somos prisioneros de nuestros genes. Instrumentar
programas de ingeniería social que van muy en contra de nuestra naturaleza,
eventualmente conducirá al fracaso. El lazo biológico entre padres e hijos es
muy fuerte como para pretender romperlo y establecer la crianza comunal. Tarde
o temprano, obedeceremos el mandato de nuestros genes, y querremos dedicar
especial atención a nuestros hijos biológicos, por encima de los otros niños de
la comunidad.
La implicación de todo esto, me parece, es
la reafirmación de un viejo principio conservador: debemos reconocer nuestras
limitantes. Debemos admitir que vivimos en un mundo injusto, pero que, en muchos
casos, no hay gran cosa que podamos hacer. Los esfuerzos utópicos por hacer
desaparecer las desigualdades de oportunidades, pueden resultar más
catastróficos. Ciertamente, hay niños que, desde el momento del nacimiento,
tienen más ventajas que otros. Pero, pretender corregir esas injusticias puede
ser una receta para el desastre. La naturaleza es injusta, pero
lamentablemente, todos somos hijos de ella. Quizás, en un futuro encontremos
biotecnologías que nos permitan transformar radicalmente nuestra constitución genética.
Quizás, la ingeniería podría diseñar un gen que haga que no nos importe que
nuestros hijos sean criados en comunas. Pero, en el entretiempo, insisto, hemos
de reconocer nuestras limitaciones.
El otro día las desigualdades genéticas, hoy las desigualdades de oportunidades, supongo que el siguiente será la conclusión que, siguiendo esta progresión, debería ser crianza automatizada (para ser una verdadera igualdad de oportunidades) de clones de un único ser humano (para ser genéticamente iguales). Como utopía no suena bien. En la novela La guerra interminable de Joe Haldeman se trata tangencialmente este tema. En ella dejan una reserva de irreductibles heterosexuales por sí no saben tanto de genética como creen. No es una utopía muy atrayente.
ResponderEliminarHola. Estoy haciendo un trabajo sobre los niños criados en comunidad y te agradecería mucho si me pudieras decir cual es el trabajo del psicólogo Bruno Bettelheim del que hablas en esta entrada, es que no soy capaz de encontrarlo. Muchas gracias.
ResponderEliminarok
ResponderEliminarLos esfuerzos utópicos por hacer desaparecer las desigualdades de oportunidades, pueden resultar más catastróficos. Ciertamente, hay niños que, desde el momento del nacimiento, tienen más ventajas que otros. Pero, pretender corregir esas injusticias puede ser una receta para el desastre. La naturaleza es injusta, pero lamentablemente, todos somos hijos de ella
ResponderEliminarRead more at cham soc me va be sau sinh