¿Somos prisioneros de nuestro color de piel? Autor: Gabriel Andrade
Mis
prolongadas visitas a EE.UU. a lo largo de varios años me ha hecho formar una
opinión firme: ese país es muchísimo menos racista de lo que habitualmente se
supone. Recientemente ha habido algunos incidentes de tensiones raciales con
policías, pero francamente, son incidentes aislados, y no es del todo claro que
esos episodios de violencia tengan una inspiración racial (aunque, no por ello
deja de ser cuestionable el proceder de los policías). Tristemente, los medios
de comunicación, con su acostumbrado morbo y amarillismo, están aparentemente
deseosos de exagerar esos incidentes aislados, y naturalmente, eso alimenta el
estereotipo de EE.UU. como país racista.
Insisto, la realidad es muy
distinta. En el grueso de la población blanca norteamericana hay un intenso
deseo de expiar las culpas del pasado. Y, eso ha hecho que haya una tremenda
sensibilidad (de hecho, muchas veces es una híper-sensibilidad) entre los
norteamericanos respecto al racismo. De hecho, he sostenido varias veces la
opinión de que la adscripción racial de Obama fue para él una ventaja, y no una
desventaja: aprovechó su condición, para promocionarse como el primer
presidente negro, y así, convencer al electorado de que, si votaban por él, el
pueblo norteamericano se quitaría de los hombros la odiosa culpa histórica de
varios siglos.
Así pues, ser negro en EE.UU. no es
la tragedia que muchas veces se quiere hacer creer. De hecho, el ser negro ha
venido a ser bastante glamuroso. Para triunfar en el espectáculo norteamericano,
desde Elvis Presley hasta Éminem, es imprescindible adoptar elementos propios
de la cultura negra. Por supuesto, estadísticamente, los negros siguen ocupando
las posiciones sociales más bajas. Pero, hay un tremendo appeal (sobre todo
estético, pero también en otras áreas) en ser negro.
De esa manera, a diferencia de otros
comentaristas, no he quedado impactado ante la noticia de que Rachel Dolezal,
una mujer que aparentemente nació como blanca, asumiera una identidad negra y
se convirtiera en líder defensora de los derechos de los negros. Casos como el
de ella no me sorprenden, pues en efecto, hay muchos blancos que sienten una
gran atracción por la identidad negra.
Una
primera lección que deberíamos
aprender de este singular caso, es que los programas de acción
afirmativa
basados en preferencias raciales, son mucho más problemáticos de lo que
se
supone. Es fácil vencer al sistema y aprovecharse de ello. Los programas
de
acción afirmativa buscan principalmente corregir las injusticias del
pasado,
pero es relativamente fácil manipular las circunstancias para aprovechar
los
beneficios. Ya hay algunos precedentes: por ejemplo, hace tres décadas,
en Boston, los hermanos Malone trataron de ingresar como bomberos, pero
reprobaron las pruebas. Luego, cambiaron su adscripción étnica y se
declararon negros (alegaron que tenían un bisabuelo negro), y ¡voilá!,
fueron admitidos como bomberos, pues las pruebas a los negros eran más
laxas, en función de los programas de acción afirmativa.
Cuando en India, por ejemplo, se empezaron a privilegiar a los
intocables en estos programas, el número de personas que alegaban ser intocable
abruptamente aumentó, una obvia consecuencia del deseo de cobrar los beneficios
(evidentemente, mucha gente que alegaba ser intocable, en realidad no lo era).
Un hijo de africanos en EE.UU. puede ser beneficiado por la acción afirmativa
en virtud de su color de piel, pero hay alguna probabilidad de que ese negro
sea descendiente de esclavistas que en África comerciaba con negreros europeos.
¿Realmente se estaría haciendo justicia? No lo creo. La dificultad en
determinar quién es descendiente del oprimido, y quién es descendiente del
opresor, debería hacernos considerar que la acción afirmativa no es la panacea
que muchas veces se asume.
Hay otros aspectos preocupantes a
considerar en el caso de Rachel Dolezal. Mucha gente se ha molestado con esta
mujer por ser una “impostora” (pero, a decir verdad, molesta más a los negros
norteamericanos que a los blancos). Yo pregunto: ¿dónde está la impostura?
¿Cuál es la falta que ha cometido? Si esta mujer se identifica con la cultura
negra y se compenetra con ella, ¿quiénes somos nosotros para impedírselo?
La gente que acusa a Rachel de ser
impostora básicamente está asumiendo que somos prisioneros de nuestro color de
piel. Según esta idea, quien tenga la piel oscura debe llevar cierto tipo de
cabello y le debe gustar cierto tipo de música, y lo mismo aplica a quien tenga
la piel clara.
Esto, en sociología, se llama “esencialismo
racial”. Y, fue un cimiento del racismo por muchas décadas. En el tardío siglo
XIX, por ejemplo (la época cuando más prosperaron las teorías raciales
pseudocientíficas), se asumía que los negros no eran asimilables a la
civilización occidental. Se creía que un niño negro educado en Londres sin
ninguna influencia africana, de algún modo, seguiría comportándose como
africano, pues su comportamiento y preferencias ya van en la sangre.
Esta forma racista de pensar es muy
reprochable. Pero, es exactamente la misma forma de razonar entre quienes
reprochan a Rachel por asumir una identidad ajena a su supuesta esencia racial.
Curiosamente, Rachel se crió con hermanos negros adoptivos, se casó con un
hombre negro, y es líder de una organización de negros. Eso, diría yo, debería servir para asumir que esta mujer está
impregnada de elementos culturales afro-americanos, lo suficiente para que a
ella se le considere parte de ese grupo étnico.
Pero, en cambio, sus críticos asumen
que, en tanto ella es descendiente de europeos, ella nunca podrá ser negra.
Estos críticos asumen que unos ancestros a quien nunca conoció, ¡influyen más
en su identidad que su propio marido y sus propios hermanos, con quienes ha
convivido toda la vida!
Mi exhortación: ¡dejen en paz a esa
pobra mujer! De hecho, los propios negros deberían sentirse halagados de que
una mujer sienta tanto amor a esa cultura, que la asumió como propia (como de
hecho, sensatamente ha hecho la propia organización negra de la cual ella es
líder). Pero, al mismo tiempo, es prudente ver que esto también aplica al
contrario: una persona de piel oscura que se identifica más con Madonna que con
Janet Jackson, más con la navidad que con el kwanzaa (una fiesta decembrina que algunos negros norteamericanos han
planteado como alternativa a la navidad), no es ningún traidor, ni está
faltando a su propia esencia. No hay ningún imperativo que exija que un color
de piel deba concordar con una identidad étnica o una preferencia cultural.
Líderes como Frantz Fanon y Malcolm X
sentían repudio ante gente negra que se identificaba más con Europa que con
África. Para ellos, el negro tenía que preservar su esencia, y debía aferrarse
a sus raíces africanas. Es decir, eran esencialistas puros y duros. En esto,
lamentablemente, se parecían muchísimo a los propios racistas que ellos tanto
denunciaron.
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