"La razón estrangulada" o la imposibilidad de encontrarse bailando con lobos

Antes
de nada, no sé si en los ámbitos académicos este libro tuvo en su momento algún tipo de recepción. Y eso pese a que el autor de este
texto reparte estopa de la buena a las enseñanzas de periodismo y
comunicación audiovisual. Por mi parte, creo que este es un libro
importante, y que algunas de las cuestiones que plantea merecerían una
discusión en profundidad. Si nuestro páis fuese otro -por ejemplo,
Francia o Estados Unidos-, la publicación de esta obra habría agitado
los demonios en muchas facultades y departamentos de sociología y
periodismo. Y ya se sabe que los demonios académicos suelen ser la
expresión más depurada de los odios ancestrales de la tribu. Habría sido
interesante, aunque no sé si muy instructivo, asistir a la reedición de
una especie de caso Sokal a la española.
Sin embargo, la inercia reactiva entre la intelligentsia de nuestro país (si es que existe tal cosa) ha diluido el posible impacto de La razón estrangulada
en un mar de desprecio y, seguramente, de pereza. Y eso pese a que los
aludidos en el libro de Elías están perfectamente señalados: los
profesores y estudiosos de las ciencias sociales, de las ciencias de la
información y de la filosofía de la ciencia. Pero hubiese sido mucho
esperar, por lo visto, abrir en España un debate de características
similares al que desató en Francia el famoso escándalo Sokal.
Dicho
esto, creo que este texto tiene partes
muy acertadas y otras que son cuando menos discutibles, si no es que
disparatadas.
Me
explico brevemente: el planteamiento de Elías sobre la responsabilidad
mediática en el declive de la ciencia -o más bien, en el descenso de las
matriculaciones en las carreras de ciencias puras- es muy, pero que muy
interesante. La forma en que el autor relaciona la escasa formación
científica de los profesores de periodismo y comunicación audiovisual
con la pobre visión que se da de la ciencia en televisión y cine me
parece digna de consideración. La presentación de los contenidos de
estas carreras y su problemática adscripción a los estudios superiores
universitarios -en comparación con los estudios de ciencias puras, por
ejemplo- ofrece puntos de reflexión de gran importancia: ¿es realmente
lógico que periodismo y comunicación audiovisual tengan el estatus de
carreras universitarias? ¿supone una depreciación del valor de las
carreras de ciencias puras el hecho de que muchas universidades
implementen estudios de comunicación audiovisual con el mismo nivel de
titulación y mucha mayor facilidad de estudio?

Ajudicar
a los cuatro filósofos citados la responsabilidad del declive de la
ciencia -al menos en España y Reino Unido, si he entendido bien a Elías-
es, me parece, un despropósito. ¡Ojalá los filósofos de la ciencia
tuvieran tanta influencia en las tendencias sociológicas! Así, al menos,
sabríamos qué utilidad puede tener la filosofía (una pregunta
recurrente para quienes hemos estudiado esta licenciatura).
Esta tesis se convierte en esperpento cuando Elías llega a afirmar que
el auge del creacionismo y del diseño inteligente (dos tendencias, por
cierto, con planeamientos bastante distintos, pero que el autor del
libro mezcla de forma poco rigurosa) en Estados Unidos es
responsabilidad indirecta de las enseñanzas de estos cuatro filósofos, a
través de su influencia en las facultades de ciencias sociales de las
universidades estadounidenses, muy receptivas también a los
intelectuales franceses posmodernos. Esto es tanto como afirmar que en
el cinturón de la Biblia estuviesen todo el día leyendo a Deleuze o entregándose a talleres de hermenéutica sobre Virilio o Lyotard
Además,
Elías sienta conclusiones demasiado generales basándose sólo en dos
casos que parece conocer bien: los de Reino Unido y España, que sitúa
como ejemplos de la cultura 'anglosajona' y 'latina', respectivamente. Y
mi pregunta es: ¿las aportaciones de países como Francia o Alemania no
son dignas de tenerse en cuenta en esta discusión? ¿Realmente el modelo
español de ciencia y tecnología es representativo del existente en
países 'latinos' como Francia? ¿Y la aportaciones alemanas a la
institucionalización de los estudios científicos y a la propia
producción de conocimiento científico? ¿Son equiparables al modelo
anglosajón o al latino? ¿o tiene perfiles propios?
Por
último, el propio Elías padece en ocasiones un fuerte síndrome de
maniqueísmo cuando afirma -y no lo hace sólo una o dos veces en el
libro- que "los de letras odian a los de ciencias". Elías se pregunta, y
parece en verdad muy preocupado, de dónde proviene este odio y admite
como respuesta la existencia de ciertos complejos intelectuales entre la
gente de letras, complejos que se transmutan en envidia -y odio- hacia
las personas con formación científica. Pero aún hay más, y nuestro autor
no descarta incluso la existencia de diferencias neurofisiológicas en
el funcionamiento cerebral de unos y otros. A lo largo del texto se
trasluce un desprecio mal contenido -al menos esta es mi impresión, que
creo bien asentada- hacia las carreras no científicas (sociales,
jurídicas y de humanidades), un desprecio que no parece coherente en una
persona que, como Carlos Elías, es profesor de Periodismo (aunque con
formación de químico) en la Universidad Carlos III de Madrid. ¿Bailando
entre lobos?
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Quizás
por esa falta de nervio Elías puede no sentirse muy incómodo trabajando
en una Facultad, la de Ciencias de la Información, de la que cuestiona
desde la calidad de los contenidos que en ella se imparten hasta su
propio estatus como institución de educación superior. ¿Bailando con
bobos?
En cualquier caso, sine ira et studio, el libro La razón estrangulada me parece una lectura recomendable. Elías plantea de forma polémica, pero valiente (y quizás temeraria) cuestiones de fondo sobre las enseñanzas universitarias, y estas cuestiones merecen ser discutidas en profundidad. A estas alturas, más de cinco años después, es poco probable que este libro consiga agitar el avispero académico, pero al menos el escenario que dibuja sigue siendo, me parece, pertinente y actual.
Manuel Corroza.
debo confesar que yo desprecio a la filosofia en general (aunque valoro mucho algunos pensadores que quiza sean filosofos) esa actividad que consiste en hacer ideaciones que no necesitan contraste con los hechos para ser verdad sino que alcanza con que sean consistentes con redes de ideaciones precedentes.
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