Pablo Iglesias y la prensa rosa

Recientemente, Pablo Iglesias anunció públicamente la separación de su excompañera sentimental, Tania Sánchez. Lo hizo con estas palabras: “Ojalá no tuviéramos que escribir esto aquí. Ojalá nuestra vida privada pudiera ser solo nuestra, pero, para nosotros, eso dejó de ser posible… Escribimos esto para evitar rumores y debates mal intencionados, y os pedimos respeto: los asuntos personales no deberían ser objeto de debate público, aunque los protagonicen personas públicas”.

            No le creo. Es otro más de sus embustes. Iglesias está acudiendo al viejo truco de Lady Di: decir que no le gustan las cámaras, pero estar muy al tanto de dónde están los paparazzi a la hora de hacer una inspección en un campo minado. Es el mismo truco del cantante que aún no tiene un enorme número de fans, pero contrata guardaespaldas para dar la impresión de que no quiere que los fans lo molesten, y causar precisamente el efecto contrario: que los fans lo molesten, y crezca así su notoriedad.
            Quizás en el fondo de su conciencia, Iglesias sí desee vivir en una sociedad en la cual no exista la prensa rosa. En su utopía, quizás ya no exista aquello que Guy Debord llamó la “sociedad del espectáculo”. Pero, en su realpolitik (e Iglesias, aparentemente muy asiduo a Maquiavelo en sus cursos de la Universidad Complutense, concede bastante valor al maquiavelismo), sabe muy bien que para él sería un suicidio político renunciar a la prensa rosa. La paradoja, por supuesto, está en que, en un personaje como él, la única forma de participar en la prensa rosa es criticándola. Y, así, se forma un pacto bastante diabólico: yo critico los programas del corazón, pero con eso te hago publicidad; tú, a cambio, me incluyes en tus chismes, pero con eso también me haces publicidad. Es más que suma cero, es ganar-ganar; ambos salimos favorecidos.
            Me parece que de todos los políticos que han desfilado por España en los últimos años, Iglesias es el más mediático (no es casual que tenga tanta admiración por Chávez, un verdadero maestro del manejo de la imagen y los medios). Detalles como su cola, o su barba desaliñada, pudieron ser espontáneos en un inicio, pero ya dejaron de serlo. Se han convertido en marcas de la ideología anti-sistema, con la cual Iglesias parece simpatizar bastante. Y, con un electorado asqueado por la corrupción del sistema bipartidista, el cabello largo es una importantísima señal de que este “coleta” no es de la misma tribu que los viejos políticos vestidos con trajes ejecutivos, y que tienen alianzas sucias con los dueños de los canales que transmiten la telebasura y los programas del corazón.
            Pero, inevitablemente, con el coleta empieza a ocurrir algo muy parecido a lo que sucede con la imagen del Che: se convierte él mismo en una mercancía. Para poder llegar a los rincones más profundos del Tercer Mundo, la imagen del Che tiene que ir en camisetas fabricadas por grandes consorcios capitalistas. Pues bien, para poder mantenerse en la palestra pública y ganar votos, Iglesias sabe muy bien que no puede aburrir a las masas con referencias a Marx y Lenin; de vez en cuando, tiene que ofrecer algo del entretenimiento perverso de la televisión española.
            Quizás, en su mente maquiavélica, Iglesias lo tiene todo muy bien calculado: inevitablemente tiene que usar las armas del capitalismo para derrumbar al capitalismo; su concesión a la prensa rosa es sólo momentánea. Pero, yo empiezo a sospechar que Iglesias no está tan depurado de la decadencia burguesa en su estrategia. A este hombre claramente le gusta figurar en los medios, y eso, inevitablemente, hace que disfrute que otros hablen de él, aun si se trata de su vida privada. Por ello, no le creo cuando dice que ojalá su vida privada fuera sólo suya.
Iglesias es, como Chávez, más un showman que un estadista. Conoce muy bien cómo comunicarse con las masas, y sabe cómo jugar al populismo, parte del cual consiste en dar la apariencia de detestar la telebasura, pero al mismo tiempo, saberla aprovechar. Esa habilidad comunicativa lo hace muy apto a denunciar problemas, que ciertamente, merecen la atención del pueblo español. Pero, cuando se trata de intentar resolver esos problemas con medidas eficaces y racionales, ya Iglesias no demuestra tanto talento. Pues, precisamente, su auge político debe mucho a la prensa rosa que él mismo, hipócritamente, denuncia.

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