El triunfo de Iglesias mejorará las relaciones entre España y Venezuela, pero no mucho. Autor: Gabriel Andrade
Venezuela
y España atraviesan por un momento tenso en sus relaciones. Pero, esto podría
cambiar si Pablo Iglesias llega a la presidencia del gobierno español. Se le ha
acusado de haber recibido financiamiento de los fondos públicos venezolanos,
durante el gobierno de Chávez. No hay pruebas contundentes de esto. Pero,
Iglesias tiene una obvia afinidad ideológica con el régimen socialista
venezolano, y es previsible que su triunfo mejorará la relación entre ambos
países.
No obstante, yo pronostico que esa mejora
no será muy significativa. Pues, la tensión entre Venezuela y España no es
meramente una coyuntura política. Es mucho más una desconfianza típica de las
relaciones poscoloniales. Me pronunciaré brevemente sobre lo que ocurre en
Venezuela, pues conozco mejor este lado del charco; dejaré que sea un español
quien analice mejor cómo ven los españoles a los venezolanos.
Si bien Chávez la potenció, en
Venezuela siempre ha habido una hispanofobia, y ésta es prominente en varios
países hispanoamericanos. Quizás no se aprecie a primera vista, pero tras
arañar un poco la superficie, se encontrará más en el fondo. Los
hispanoamericanos, como bien lo ha recordado Andrés Oppenheimer, siguen
obsesionados con el siglo XIX, y el odio contra España que se desarrolló
durante las guerras de independencia, aún no cesa.
Los independentistas
hispanoamericanos, a diferencia de los norteamericanos, vieron en aquellas guerras,
además de un combate ideológico entre monarquía y república, un conflicto
étnico. Tal cosa no ocurrió, por ejemplo, entre los independentistas
norteamericanos. Los padres fundadores de EE.UU. promovieron la independencia
porque no les agradaba el sistema monárquico, y sobre todo, sus impuestos.
Pero, al menos al inicio, culturalmente se sentían tan británicos como sus
contrincantes. De hecho, siempre expresaron estar inspirados en John Locke, un
inglés.
En cambio, los independentistas
hispanoamericanos desde un inicio quisieron desvincularse culturalmente de
España. En Hispanoamérica ocurría algo distinto a lo que sucedía en EE.UU.:
desde muy temprano, se impuso una diferencia entre criollos y peninsulares, y
sólo los segundos podían ocupar cargos altos en la administración pública. Con
el tiempo, como señala el historiador Benedict Anderson, esto hizo que los
criollos se sintieran una nación aparte.
Si bien eran descendientes de
peninsulares, los criollos sentían un tremendo recelo contra España, y no sólo
por cuestiones políticas. No les desagradaba simplemente que hubiera un rey o
que el sistema no les permitiera ocupar cargos públicos. Los criollos empezaron
a crear la mitología nacionalista, según la cual, ellos habían sido invadidos
por España (aunque en realidad eran descendientes de los invasores, no de los
invadidos), y ahora era el momento de la venganza.
Cuando llegaron las guerras de
independencia, fueron mucho más crudas en Hispanoamérica que en EE.UU.,
precisamente por ese elemento nacionalista. Los norteamericanos nunca se plantearon
su gesta como una venganza contra la colonización británica. Si Gran Bretaña cambiaba
su política de depredación fiscal, seguramente los estadounidenses no habrían
buscado la independencia, como por ejemplo, nunca la buscaron los canadienses.
Con los criollos fue distinto. A los
criollos se les ofreció la posibilidad de participar en las cortes de Cádiz,
las cuales prometían modificar el sistema opresivo del régimen colonial a cargo
de la monarquía absolutista. Pero, a los criollos no les interesaba eso. Ellos
querían una desvinculación total respecto a España, en buena medida alimentada
por el odio y el recelo, derivado de las medias verdades y los mitos del
nacionalismo. Su hostilidad, insisto, no era propiamente contra Fernando VII,
sino contra todo lo que España representaba, incluyendo al propio pueblo
español. Las revoluciones hispanoamericanas tuvieron una dosis importante de
xenofobia, como inevitablemente sucede con todos los nacionalismos. El propio
Bolívar lo decía en su Carta de Jamaica: “llegó
el tiempo, en fin, de pagar a los españoles suplicios con suplicios y de ahogar
esa raza de exterminadores en su sangre o en el mar”.
Este sentimiento persiste hasta el
día de hoy. Los venezolanos sienten que España les debe algo. Y, aun si se
devuelven galeones y galeones de oro, la imagen que un considerable sector de
venezolanos tiene de España y los españoles seguirá siendo la que con tanta
habilidad explotaron los holandeses y los ingleses en la leyenda negra. La tensión actual no es tanto entre el gobierno de
Caracas y el gobierno de Madrid; es mucho más entre el pueblo venezolano y el
pueblo español, la cual hunde sus raíces en más de dos siglos de distorsiones
nacionalistas. El nacionalismo es mucho más poderoso que las afinidades
políticas. Por ello, me temo, el izquierdista Iglesias reconciliará a España
con la Venezuela del izquierdista Maduro. Pero, sólo será una reconciliación muy
superficial. La obsesión con el pasado y la mitología nacionalista hacen mucho
más difícil una reconciliación entre el pueblo español y el pueblo venezolano.
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