La zorra, el erizo y Mario Bunge
Sostenía Isaiah Berlin que los pensadores
y los artistas podían dividirse en dos grandes grupos, de acuerdo con
una particular interpretación del fragmento del poeta Arquíloco “muchas
cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una sola, y grande”. Así, según
Berlin, el grupo de los erizos estaría formado por aquellas personas
convencidas de la existencia de un principio ordenador, unificador y
sistematizador de la rica experiencia de la vida humana en general, y de
sus múltiples manifestaciones sociales, políticas y culturales. En
cambio, en la carpa de las zorras estarían todos los convencidos de la
imposibilidad de reducir la casi infinita variedad de lo real existente a
un único conjunto de categorías genéticas y explicativas. Berlin
pensaba que gente tan distinguida como Platón, Hegel o Dostoievski eran
grandes erizos, en tanto que catalogaba en el predio de las zorras a
figuras no menos célebres, del estilo de Aristóteles, Shakespeare y
Goethe.
¿Qué hubiera pensado sir Isaiah de un tipo como Mario Bunge, por ejemplo? Sospecho que hubiese tenido que idear un nuevo taxón ad hoc, tal vez el de las zorras erizadas, o el de los erizos zorrunos, vaya usted a saber. Una nueva categoría, ésta, diseñada ex profeso
para una figura tan multidimensional como la del profesor Bunge.
“Muchas cosas sabe la zorra” sería un buen frontispicio arquiloquiano
para la enciclopédica erudición y la muchedumbre de intereses y pasiones
intelectuales de don Mario. Al mismo tiempo, “pero el erizo sabe una
sola, y grande” es una proposición que uno podría grabar, con permiso
del ilustre profesor porteño, en la cabecera de su propia cama.
Tratar de reseñar una conferencia de
Mario Bunge es tarea tan ardua como intentar encajar los contenidos de
la Enciclopedia Británica en las dimensiones de un cuento de Jorge Luis
Borges. El profesor Bunge practica una modalidad de acrobacia
intelectual que le permite abordar un sinfín de contenidos –“muchas
cosas sabe la zorra”- de una forma sistemática, casi geométrica,
encajando tales contenidos dispares en los perfiles perfectamente
definidos –“pero el erizo sabe una sola, y grande”- de una soberbia
urdimbre de ideas, conceptos, definiciones, teoremas, demostraciones e
hipótesis.
El 30 de abril de 2014 el profesor Bunge
impartió una charla titulada “cientificismo” en la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Bajo este
epígrafe, el ilustre pensador argentino desplegó una vez más algunas de
las ideas-fuerza de su pensamiento, recogidas en lo fundamental en su
obra magna en ocho tomos Tratado de filosofía básica, y en una versión más dietética en su libro Ser, saber, hacer.
En efecto, el profesor Bunge obsequió a los presentes, durante una hora
aproximadamente, con una intervención en la que abordó de forma sucinta
pero muy jugosa algunas de sus ideas sobre ontología (el estudio de
existencia de las cosas), gnoseología y epistemología (el estudio del
conocimiento humano), axiología (el estudio de los valores), praxiología
(el estudio de la acción humana), ética (el estudio de los valores
morales), economía, psicología social, sociología, criminología forense y
neurociencia cognitiva.
Muchas cosas sabe la zorra. Pero don
Mario, viejo erizo, abordó esta variedad casi amazónica de temas desde
el común denominador del “cientificismo” (en realidad, y mejor dicho,
“cientifismo”, como el propio ponente se encargó de aclarar). En boca de
otros, este concepto podría merecer una severa sanción moral por parte
de ciertas almas sensibles y acomplejadas. Pero don Mario es mucho don
Mario, y su visión cientifista de la múltiple realidad humana emana de
un pasmoso sentido común, musculado en un activismo académico y social
de decenios, sostenido en una erudición portentosa y conducido por los
rieles de una recta guía moral.
Una guía moral concretada en la ética del agatonismo,
que el profesor Bunge resume en el precepto “goza de la vida y ayuda a
vivir”, y que define como una combinación de egoísmo con altruísmo y de
utilitarismo con deontologismo. Ni Kant, pues, ni Bentham, sino una
combinación lineal de ambos.
Sentido común, desde luego. Pues el
cientificismo no es sino la reivindicación del sentido común a la hora
de abordar el estudio de la realidad, la preexistente a los seres
humanos y la construida por éstos. Y el sentido común, en la gestión de
nuestra propia ignorancia, pasa por la utilización del método
científico; en realidad, de los métodos científicos. Partiendo
del principio filosófico del realismo ontológico –esto es, existe una
realidad externa al sujeto cosgnoscente- y de una epistemología
aproximativa –podemos adquirir un conocimiento cada vez más cierto de la
realidad exterior, aunque nunca será un conocimiento completo- el
profesor Bunge aboga por la constitución de una metafísica científica,
esto es, de la puesta a punto de un esfuerzo de identificación,
clasificación y sistematización lógica de los conceptos que subyacen a
toda formulación científica. Pues, como bien dice don Mario, “la
investigación científica se desarrolla siempre en una matriz
filosófica”. Nociones autoevidentes como “objeto” y “propiedades”, como
“existencia” y “cambio”, como “sistema”, o “espacio” o “tiempo”, “vida” o
“mente”, “individuo” y “sociedad”, “hecho” y “valor”, forman parte del
utillaje elemental de la labor de las ciencias naturales y humanas. Y
sin embargo, tales nociones son deudoras de un esfuerzo previo de
clarificación filosófica. El cientificismo es, entonces, la actitud de
sentido común en el abordaje de conocimiento aproximativo y cierto de
una realidad que existe con independencia del sujeto cognoscente. Y esta
actitud se aplica a una gran diversidad de objetos: desde la física de
partículas a la distribución óptima de bienes y servicios en una
sociedad desarrollada. La variedad de objetos de estudio conlleva la
adecuación particular de la metodología de investigación, pero ésta será
siempre científica –cientificismo, “el erizo sabe una sola cosa, y grande”- y por ello, racionalista y empirista.
Esta reivindicación del trabajo
epistemico de los científicos va pareja con el rechazo de tres grandes
corrientes de la filosofía del siglo XX, que, en opinión del pensador
argentino, han resultado ser esfuerzos estériles: la hermenéutica (y su invocación de un acto mágico de comprensión intuitiva más allá de la razón), la fenomenología (y su entronización de la subjetividad del sujeto cognoscente como fuente legítima de conocimiento) y el existencialismo heideggeriano (y su colección de sinsentidos lingüísticos). Tampoco sale demasiado bien librado el positivismo lógico
del Círculo de Viena que, de acuerdo con Bunge, contradijo sus
pretensiones científicas con su epistemología puramente fenomenista.
Tan criticable como el fetichismo del lenguaje, que Bunge asocia también con la filosofía posmoderna francesa,
es el fetichismo matemático, presente en la elaboración de modelos
matemáticos apriorísticos sin validación empírica. Un vicio que, nos
indica el profesor, se hace especialmente patente en la microeconomía
neoclásica y su postulado de la decisión racional individual. Y en el
particular bestiario de nuestro querido filósofo no puede faltar, en una
especie de acto de justicia poética tratándose de un intelectual
argentino, el psicoanálisis, una práctica pseudocientífica absolutamente infalsable en el sentido popperiano. O el marxismo,
una filosofía que se desentendió en su momento de las novedades
científicas más relevantes del siglo XX y que no ha conseguido articular
un pensamiento verdaderamentre científico.
No obstante lo cual, Bunge muestra un empeño más que solvente en propiciar un locus
indudablemente práctico a la filosofía a través de un decálogo de
desafíos que la despierten de su ensoñación académica, que la liberen de
su esclerosis escolástica y que la sacudan de su sopor autorreferencial
y de su estancamiento (“la filosofía actual está estancada porque, con
algunas excepciones, los filósofos sólo leen a otros filósofos”, Bunge dixit):
la defensa de la investigación básica, la crítica de las pseudociencias
y del posmodernismo, la puesta al día de la filosofía de la ciencia y
de la técnica, la construcción de una metafísica científica, la
potenciación de una filosofía exacta, el desarrollo de la filosofía
práctica y el estímulo del enfoque científico de los problemas sociales
son algunos de los trabajos herculanos que don Mario propone a este
respecto.
¿Por qué queremos tanto a Mario Bunge, en
definitiva? Sin duda, de lo expuesto más arriba uno puede extraer
bastantes razones para sentir admiración por el viejo profesor. Pero
quizás una de las más poderosas sea la claridad expositiva de su
pensamiento y de sus propuestas teoricas, prácticas y éticas. La
claridad es la cortesía del filósofo, decía Ortega, y en el caso de
Mario Bunge, esta transparencia implica algo más que una cortesía.
Implica un desafío. Bunge nos emplaza a no estar de acuerdo con él, casi
nos provoca a disentir de sus puntos de vista. Y ahí reside la
dimensión del desafío: cualquier alternativa a las formulaciones del
pensamiento bungeano deberá tener, al menos, el mismo soporte
argumental, lógico y racional que éstas.
Y eso no es fácil. No puede ser fácil.
Manuel Corroza
[Abajo, imágenes de la conferencia de
Mario Bunge el pasado 30 de abril de 2014 en el salón de actos de la
Facultad de Derecho de la UNED.]
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