Una reflexión -otra más- sobre el "caso Sokal" (y lo que te rondaré, morena)

Sokal  Imposturas intelectuales  Imposturas científicas

En la primavera de 1996 apareció publicado un artículo en la revista norteamericana de estudios sociales Social Text. El artículo, titulado Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica venía firmado por un físico poco conocido de la Universidad de Nueva York, de nombre Alan Sokal. El número de la revista en el que apareció el artículo era un especial dedicado a lo que algunos sociólogos llamaban ‘la guerra de las ciencias’ (Sciences War), alusión a las a veces tormentosas relaciones académicas e intelectuales entre las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias naturales.

 El artículo de Sokal, escrito en un estilo enrevesado y críptico, hacía una vaga alusión a la superación de los paradigmas imperantes en la ciencia actual (realismo ontológico, validez epistemológica del método científico como aproximación fiable a la realidad externa y existencia de leyes naturales universales) a través de las disciplinas de vanguardia en la física y las matemáticas: la mecánica cuántica, la relatividad general, las modernas teorías sobre gravedad cuántica, la topología diferencial y la teoría matemática de las variedades. El texto aparecía repleto de citas de famosos pensadores franceses y norteamericanos adscritos genéricamente al posmodernismo o postestructuralismo; estas citas, en el contexto del artículo, parecían apoyar los múltiples sinsentidos científicos que allí aparecían. Prácticamente todo el artículo era un patch-work de citas y referencias de este tipo, hábilmente distribuidas y ordenadas a lo largo del texto.

 El carácter paródico y burlesco del artículo de Sokal no tardó en salir a la luz. Pocos meses más tarde apareció otro artículo en varias revistas (Transgressing the Boundaries: an Afterword) en el que Sokal destapaba sus verdaderas ideas y en las que ofrecía una explicación de los motivos que le habían llevado a escribir el primer texto. Entre otras destacan las razones políticas. Sokal –un viejo izquierdista impenitente, como él mismo se define- entendía que el relativismo posmoderno propio de cierta izquierda académica francesa y estadounidense no hace sino minar los valores ilustrados de racionalidad y progreso que, según él sostiene, han de guiar el trabajo político y social de la izquierda. En opinión de Sokal, esto supone fortalecer a los movimientos de la derecha laica y religiosa y a los fundamentalismo de toda laya.

Dos años más tarde, en 1998, Sokal, junto con el físico belga Jean Bricmont, publicó un libro titulado Imposturas intelectuales, en el que se recogían y ampliaban todos los argumentos presentados en artículos y comunicaciones dispersas a raíz de la publicación del artículo paródico, a la vez que se sistematizaban sus críticas y se aportaban nuevas lecturas en relación con los intelectuales posmodernos.

Las motivaciones de Sokal al escribir su artículo-parodia eran, como él mismo reconoce, bastante concretas y limitadas: la denuncia del uso impertinente, injustificado e inexacto de ideas y conceptos científicos –normalmente extraídos de las matemáticas y de la física avanzada- por parte de ciertos ilustres filósofos franceses en contextos disciplinares que no guardan relación alguna con tales conceptos e ideas. Además, el artículo pretendía poner en evidencia la utilización concomitante de un lenguaje críptico, abstruso y carente de sentido que pretendía aparentar erudición científica a través de la inserción de conceptos e ideas extraídos de las ciencias naturales, sacados de su contexto habitual de uso y recontextualizados en un envoltorio sintáctico y semántico confuso y absurdo. Por tanto, Sokal no pretendía – e insiste varias veces en este punto- una descalificación general de las ciencias humanas, una ridiculización global de la filosofía francesa -incluída la obra de los intelectuales parodiados, que Sokal no entra a juzgar en su generalidad- o el inicio de una nueva confrontación entre ciencias naturales y ciencias humanas. La razón de haber elegido como blanco de su parodia a ciertos intelectuales franceses era la enorme influencia que éstos han tenido y tienen en un sector nada insignificante de la comunidad académica y universitaria estadounidense relacionada con el estudio de las ciencias sociales.

El ‘caso Sokal’ –término en el que se incluyen tanto la publicación de su artículo-parodia como la del libro Imposturas intelectuales- pone en evidencia tres motivaciones distintas por parte del protagonista de todo este asunto, motivaciones que, además, se suceden cronológicamente. En un primer momento, Sokal, tal vez harto del confuso intrusismo epistemológico de ciertos estudiosos de las ciencias sociales en el campo de las ciencias naturales, pudo decidir tan sólo gastar una broma en forma de parodia, con el fin de poner al descubierto la inconsistencia y la falta de sentido de gran parte de la producción editorial adscrita a los cultural studies. Sería, por así decir, una motivación lúdica.

 Sin embargo, y quizás vistas las proporciones mediáticas originadas por la parodia, nuestro autor decidió ponerse serio y ejecutar un ajuste de cuentas más sistemático, no sólo con las boutades de cierto número de intelectuales franceses tomados como referencia en los claustros de algunas universidades norteamericanas, sino en general con todo un phylum –muy heterogéneo, ciertamente- de la filosofía de la ciencia contemporánea. Sokal caracteriza, polémicamente, como relativismo epistemológico a su heteróclito agrupamiento de ciertas corrientes y escuelas de la moderna filosofía de la ciencia; bajo el anterior epígrafe se inscribían, en opinión de nuestro científico, personajes e ideas tan dispares como ciertos postulados del falsacionismo de Popper, el holismo epistemológico de Quine, el historicismo cíclico de Kuhn, el anarquismo metodológico de Feyerabend, el programa fuerte de sociología de la ciencia de Bloor y Barnes y la etnometodología de Latour.

Por último, la tercera motivación de Sokal es la motivación política, que nuestro autor desarrolla en las últimas páginas de Imposturas intelectuales. Esta motivación, que el propio Sokal había obviado al principio de su exposición, va cobrando fuerza conforme uno avanza en la lectura del libro y parece adquirir al final una gran importancia hermenéutica, como si la clave de la verdadera interpretación del ‘caso Sokal’ fuese, justamente, la clave política. Sokal, ya se ha dicho más arriba, es un izquierdista confeso –de la vieja escuela, cabe decir- y no se recata a la hora de juzgar con mucha dureza –llegando incluso a alusiones personales despectivas- a esa izquierda académica estadounidense que se refugia en el onanismo de la deconstrucción de los textos y las narrativas para no afrontar los desafíos exteriores de una forma clara y militante. Y en este trabajo de acoso y derribo, Sokal buscó la sombra protectora de dos de los grandes intelectuales comprometidos de izquierdas de nuestra época: el historiador Eric Hobsbawm y el lingüista Noam Chomsky. Quien vaya leyendo las páginas de Imposturas intelectuales podrá comprobar la fuerza que va adquiriendo progresivamente el pathos político de Sokal; hasta el punto, incluso, de llegar a creer que todo lo anterior –el artículo-parodia, las críticas al posmodernismo y al relativismo epistémico- no son más que el preludio efectista, la propedéutica de la verdadera lección que Sokal quiere enseñarnos: la de la auténtica conciencia política.

 En este marco general de la polémica destatada por Sokal tiene especial interés recuperar el debate que tuvo lugar en las páginas de Lingua Franca entre mayo y junio de 1996 y julio y agosto del mismo año, Los contenidos de este debate afectan a dos de las cuestiones más interesantes concitadas por el así llamado “caso Sokal”. Por una parte, la discusión sobre los procedimientos editoriales de aceptación de originales en las revistas especializadas. Por otra, los temas relacionados con el –supuesto- relativismo cognitivo de la epistemología posmoderna y con la racionalidad objetivista propia de las ciencias naturales.

 Pero vayamos por partes. El debate desarrollado en las páginas de Lingua Franca comienza con el artículo de Sokal A Physicist Experiments With Cultural Studies. En él, el autor empieza explicando la intención del artículo-parodia: sus numerosos sinsentidos, recubiertos por una fraseología pseudocientífica, su carácter de pastiche o collage y su conclusión final, la del logro de una ciencia liberadora a través de su subordinación a estrategias políticas progresistas. Esto último escandaliza particularmente a Sokal, casi tanto como el hecho de que su artículo fuese aceptado sin una mínima evaluación crítica.

 En una segunda parte, Sokal expone las razones que le llevaron a redactar y publicar su artículo. Son dos los motivos que él aduce. En primer lugar, motivos intelectuales, sobre todo la falsedad de ciertos postulados subjetivistas del posmodernismo y la arrogancia de esta teoría al calificarlo todo como discurso y texto. En segundo lugar, motivos políticos. Y éstos son los más importantes, pues en otros escritos Sokal no hará sino insistir en ellos. Se trata, según él, de la renuncia que ha culminado el discurso posmoderno frente a la racionalidad objetivista y la búsqueda de la verdad, señas de identidad de la izquierda, de una izquierda a la que el posmodernismo dice pertenecer. Y también se trata de la merma de credibilidad que esta renuncia supone para las ideologías y prácticas progresistas en su continuo batallar contra el oscurantismo, el fanatismo y el irracionalismo.

La respuesta le vendrá dada a Sokal de la mano de Bruce Robbins y Andrew Ross, coeditores de Social Text. En su contestación, Robbins y Ross desglosan tres respuestas: en primer lugar, las diversas reacciones en el entorno editorial de la revista al conocerse que el artículo de Sokal era, en realidad, una parodia. Estas reacciones fueron desde la pura negación de que se tratara de una broma hasta la preocupación porque este incidente avivara las críticas a las que los estudios culturales y sobre la ciencia (cultural studies y science studies) habían sido sometidos por parte de científicos conservadores.

 A continuación, los coeditores de Social Text pasan a exponer las circunstancias del proceso editorial de aceptación del artículo de Sokal; afirman que su contenido no les pareció particularmente bueno y que era excesivamente especulativo y con demasiadas notas a pie de página, pero que su interés radicada en lo sintomático que resultaba que un físico realizara una tal aproximación al terreno lingüístico y conceptual de la epistemología posmoderna. Llama la atención que Robbins y Ross justifiquen la ausencia de un proceso de revisión por pares con el argumento de que Social Text se enmarca en la línea de las pequeñas revistas de la izquierda independiente, con criterios editoriales muy diversos y sin conexión con los procedimientos habituales en las publicaciones académicas.

 Los coeditores explican la inclusión del artículo por su pertinencia para el tema de un número especial de la revista que se encontraba en preparación y que iba a tratar sobre la llamada “guerra de las ciencias” (Science Wars); en este número, la revista iba a dar cabida a las respuestas de algunos ilustres críticos de la ciencia frente a los ataques de autores cientifistas de prestigio, como Paul Gross y Norman Levitt. De esta manera, Robbins y Ross tratan de minimizar las críticas de Sokal en relación con el escaso rigor del proceso editorial de aceptación de originales en Social Text. Es más, llegan a afirmar que la condición paródica del artículo remitido no ha alterado de forma sustancial su interés como documento revelador de ciertos síntomas en el campo de las ciencias naturales.

Con la confesión de la parodia por parte de Sokal, los coeditores de Social Text ponen en cuestión la buena fe de aquél en tanto autoproclamado izquierdista. Como refuerzo justificativo, afirman que las cuestiones tratadas por Sokal en su confesión son asuntos discutidos hace ya tiempo en el entorno de Soxial Text, asuntos que habían perdido en buena parte su vigencia discursiva y su interés polémico en el ámbito de los cultural studies. Ítem más: Robbins y Ross achacan este reciente ‘contrainterés’ de Sokal y de otros científicos naturales a las cuestiones suscitadas por los estudios culturales y de la ciencia a la estrechez del itinerario por el que transita el concocimiento académico. Sostienen también que críticas como las de Gross y Levitt sólo pretenden caricaturizar el pensamiento de los practicantes de los science studies como negacionistas ontológicos del mundo real y la realidad objetiva, cosa que, afirman también, no es cierta.

Por último, los coeditores de Social Text realizan un alegato en favor de una discusión “laica” sobre la ciencia y su dimensión social y económica, tachando a la ciencia como “religión civil” en manos de expertos, insistiendo en la no separabilidad en la práctica científica actual entre hechos y valores y abogando por la participación de no-expertos (lo que ellos llaman “laicos”) en cuestiones de metodología y epistemología científica.

La respuesta de Sokal, también en Lingua Franca, es bastante breve. Sugiere, primero, que la reconstrucción ex post del proceso editorial hecho por Robbins y Ross no concuerda con los registros documentales. A continuación, Sokal vuelve a insistir en sus críticas epistemológicas, dirigidas contra el constructivismo social de la ciencia y la utilización por éste de un vocabulario oscuro que elude la distinción entre los hechos y nuestro conocimiento de éstos.

Sokal, más adelante, insiste en el objetivo principal de su “experimento”: no tanto defender a la ciencia del posmodernismo y el constructivismo social cuanto liberar a la izquierda de lo que él llama “hordas bárbaras de la CritLit" (la crítica literaria posmoderna). Ademas, constata en Robbins y Ross una lamentable y terrible confusión: la de identificar la ciencia como sistema intelectual con su función social y económica. Sokal defiende en este punto la metodología del conocimiento científico en sí mismo, con independencia de los factores externos sociales, políticos y económicos, que contribuyen a modelar su percepción pública y cultural
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Por último, nuestro autor tiende la mano hacia un entendimiento con Robbins, Ross y lo que éstos representan, al admitir el condicionamiento de los resultados científicos en función de las fuentes de financiación y de los intereses económicos y políticos que hay detrás; y reivindica Sokal el importante papel que en este desenmascaramiento le toca interpretar a la sociología de la ciencia, pero sólo a la buena sociología de la ciencia.

Antes de nada, conviene aclarar que el 'caso Sokal' ha dado lugar a un amplísimo debate en diferentes medios -especializados o no- y con distintos protagonistas. Este debate ha recogido aportaciones muy heterogéneas, y estas aportaciones han revelado muchas cosas: viejas rencillas académicas, reediciones de antiguos debates sobre las 'dos culturas', repasos críticos a las aportaciones de la filosofía de la ciencia desde el positivismo lógico en adelante o precisiones conceptuales y terminológicas en torno a palabras como 'deconstrucción', 'relativismo', 'posmodernismo' y 'constructivismo', entre otras. En el curso de esta amplia discusión han aflorado incluso las cuestiones del nacionalismo filosófico: el ataque a la filosofía francesa de vanguardia o la distinta importancia de los cultural studies y de los science studies en países como Francia, Reino Unido o Estados Unidos.

Por todo lo anterior, hay que evitar dar la impresión de que el debate mantenido en Lingua Franca entre Sokal, por un lado, y Robbins y Ross, por otro, agota las posibilidades o los contenidos de esta amplia polémica. Que se pueda estar más de acuerdo con los argumentos de una de las partes en este debate concreto no debe dar a entender que esa sería la conclusión después de un estudio más profundo de la polémica en toda su amplitud. Tal vez uno de los grandes logros del llamado 'caso Sokal' haya sido la de reavivar viejas hostilidades entre muchos estudiosos de las ciencias sociales y muchos 'científicos naturales', no sólo en el ámbito más o menos elitista de la academia, sino en el mucho más abierto de los medios de comunicación. En cualquier caso, uno puede aprender bastante leyendo no sólo el libro Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont, sino también su réplica tal vez más sesuda, Imposturas científicas, libro coordinado por Baudouin Jurdant y que recoge una amplia muestra de aportaciones de filósofos y científicos en variable desacuerdo con la postura de Sokal.

Dicho esto, y constatada la riqueza argumental de la gran polémica desatada por la parodia sokaliana y su posterior racionalización en forma de libro, conviene tener en cuenta el contexto del debate mantenido a través de las páginas de Lingua Franca. Se trata, quizás, del debate más temprano entre los adalides de las dos posturas -grosso modo- que han protagonizado las discusiones posteriores: las ciencias experimentales frente a los estudios culturales y de la ciencia. Quizás por mor de esta circunstancia, una buena parte de esta discusión debía centrarse en los fallos del procedimiento editorial de aceptación de originales, ya que lo primero que puso de manifiesto el 'escándalo Sokal' fue, precisamente, la endeblez de los criterios de evaluación de los contenidos publicables en Social Text. Y, en este sentido, las justificaciones presentadas por Robbins y Ross parecen más bien excusas de mal pagador. Las afirmaciones de estos autores sobre lo singular o sintomático del artículo de Sokal -como una aproximación de un físico a los postulados epistemológicos del posmodernismo- y sobre la pertinencia de su inclusión en un número especial de la revista dedicado a las Science Wars no puede justificar la increíble dejadez del procedimiento de revisión del artículo, si es que hubo alguno.

Más bien al contrario. Precisamente por tratarse de un artículo con contenidos poco habituales y muy técnicos, la evaluación debería haber sido más exhaustiva de lo habitual. No habría sido difícil conseguir asesoramiento científico para una revisión mínimamente fiable del original enviado por Sokal, que no sólo contenía opiniones -obviamente discutibles, pero admisibles en una publicación del tipo de Social Text- sino afirmaciones matemáticas y físicas, que no pueden ser sino verdaderas o falsas. La excusa de que Social Text, como otras publicaciones de la izquierda independiente, carece de un sistema de revisión por pares al no seguir los criterios editoriales habituales de las publicaciones periódicas de carácter académico no se sostiene en este caso. Si los contenidos de un original no se ajustan, por su naturaleza técnica o por cualquier otra razón, a la línea editorial de la revista, el consejo editorial debería haber rechazado el envío o, en todo caso, haber contrastado las afirmaciones científicas del texto antes de decidir sobre la pertinencia de su inclusión en la publicación. Máxime si, como los propios Robbins y Ross afirman, el artículo de Sokal resultaba un tanto estrambótico incluso en comparación con las otras aportaciones compiladas para el número especial dedicado a las Science Wars.

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La revisión por pares, representada en un dibujo de David Parkins.

Y en este respecto, caben algunas reflexiones muy generales sobre la revisión por pares. En primer lugar, ¿qué papel desempeña exactamente la revisión por pares? ¿se trata de un dispositivo de control de calidad o de un mecanismo para detectar, prevenir y eliminar el fraude? Se trata, más bien, de lo primero. La peer review surgió en esencia como una garantía de calidad mínima de los artículos publicables en las revistas y como una forma de expresión formal del reconocimiento hacia los autores del escrito. Su papel como instrumento antifraude presenta muchas carencias.

 En segundo lugar: ¿hay alguna diferencia de forma o de fondo entre los artículos publicables en el ámbito de las ciencias físico-naturales y los publicables en revistas de filosofía? Parece que sí la hay. Tomando prestadas las ideas expresadas algunos escritos de la socióloga Mary Frank Fox, podemos decir que los artículos científicos suponen la etapa final de un trabajo previo creativo: son resúmenes, compendios de investigaciones más o menos largas, instantáneas finales del proceso creativo desarrollado, principalmente, antes de la publicación. En cambio, los artículos filosóficos (grosso modo) son procesos creativos en sí mismos: aunque ha habido una labor anterior de investigación y recogida de información, el artículo muestra sus contenidos como una culminación –y no como un resumen- del proceso creativo total. El artículo filosófico es, tal vez, más ‘transparente’ que el científico: en aquél se exponen a las claras los argumentos, las tesis de partida y los apoyos basados en citas textuales (no sólo en referencias formales). El lenguaje no es sólo un medio simbólico de transmisión de una información contrastada (como en los artículos científicos); es él mismo esa información. No hay una distinción, en el artículo filosófico, entre significante (el lenguaje) y significado (lo transmitido por el lenguaje): ambos son la misma cosa.

Y en tercer lugar: ¿hay diferencias tipológicas entre los fraudes científicos y los fraudes filosóficos? Si situamos el fraude dentro del proceso de elaboración de las publicaciones –científicas o filosóficas- sí existe tal diferencia. En un artículo científico pueden darse formas de fraude consistentes en invención, falsificación o plagio, fundamentalmente. En un artículo filosófico, tal vez la invención y la falsificación cobren menos importancia, y la tipología del fraude resida más bien en el plagio (de ideas o incluso de textos –como la famosa ‘intertextualidad’, precioso eufemismo con el que hace unos años nos obsequió un intelectual español que había elaborado párrafos de uno de sus libros por el procedimiento de ‘cortar y pegar’, algo que, por cierto, no es raro de ver en algunos textos de asignaturas universitarias).

 ¿Es necesario un sistema de revisión por pares en las revistas de filosofía? A la vista de lo anterior, es sin duda necesario un sistema de revisión que asegure una calidad mínima del artículo publicable, un sistema que suponga algo más que una simple corrección de estilo, y que trate de garantizar cosas como la claridad expositiva, la pertinencia argumental y la corrección de citas y referencias por ejemplo. En lo tocante a la prevención del fraude, el sistema de revisión por pares adolece de los mismos defectos que los detectados en las publicaciones científicas. Sería imposible que los evaluadores pudieran desenmascarar siempre los casos de plagio –o intertextualidad, sea- potencialmente presentes en un artículo revisable; por otro lado, los problemas asociados de sesgo, favoritismo o reluctancia frente a la denuncia del fraude por parte de los expertos evaluadores siempre estarán ahí.

De modo que sí, el sistema de revisión por pares es recomendable en las publicaciones filosóficas –al menos en las especializadas-, teniendo en cuenta dos cosas: que ello no evitará la comisión de fraudes y que el trabajo de evaluación en las publicaciones de filosofía debe buscar no tanto el ajuste a un paradigma interpretativo cuanto la adecuación a la corrección expositiva y a la claridad argumental.

En esta misma línea, los editores de Social Text pueden consolarse todo lo que quieran con otra excusa que no parece convincente: la de que las cuestiones tratadas por Sokal en su parodia han perdido ya su vigencia polémica, y que no son más que ropa vieja para los editores, autores y lectores de Social Text, que ya se encuentran de vuelta de las discusiones sobre la epistemología posmoderna. Si esto fuera así, ¿cómo explicar el interés académico concitado por el también llamado 'escándalo Sokal'? Es posible que Robbins y Ross estén en lo cierto al acusar a intelectuales como Gross y Levitt de caricaturizar los contenidos y aserciones de los cultural studies, pero su intento de contraataque -al afirmar que los científicos naturales llegan tarde a esta discusión  y que eso revela la estrechez de miras académica en el ámbito de las ciencias naturales- resulta algo patético: como si la validez de las afirmaciones y de las propuestas intelectuales puestas sobre la mesa dependiera sólo de su fecha de elaboración. ¿O es que la caducidad del fashionable thinking debe presuponerse?

Creo que, en este tema, la postura de los coeditores de Social Text resulta poco defendible. En relación con la otra cuestión discutida en el debate de Lingua Franca, a saber, el carácter objetivamente válido del conocimiento científico al margen del contexto social y político, la necesaria separación entre lo que se entiende por ciencia y lo que es su aplicación práctica y técnica al albur de decisiones políticas y económicas y la conveniencia de una reconstrucción del racionalismo para reimpulsar a la izquierda, también en este caso la postura de Sokal es la más acertada. No cabe despreciar, sin embargo, las reflexiones de Robbins y Ross al respecto. Sin duda estos autores tienen razón al caracterizar a la ciencia como 'religión civil', al menos en algunos aspectos: su hermetismo discursivo, la existencia de un cuerpo de expertos que tienden a clausurar todo debate en torno a la ciencia dentro de los márgenes de la discusión especializada y la necesidad de una mayor participación de los 'laicos' (esto es, de personas sin particulares conocimientos científicos pero dotadas de inteligencia y sentido común) en tanto afectados por muchas de las políticas derivadas de decisiones técnico-científicas.

Lo que ocurre es que Sokal no niega lo anterior. Y su postura parece más clara que la de sus contrincantes discursivos. En efecto, Sokal insiste en la separación de los aspectos epistemológicos y los aspectos éticos de la praxis científica: el uso perverso de los descubrimientos científicos no deprecia la validez de la metodología que ha conducido al logro de tales resultados. Este autor es consciente de la existencia de intereses externos que marcan un itinerario en la producción del conocimiento cientifico, muchas veces por intereses inconfesables, pero afirma que tal cosa nada tiene que ver con asuntos como el realismo objetivista o la asunción de una realidad exterior independiente del sujeto cognoscente. Frente a la inseparabilidad entre hechos y valores, que postulan tanto Robbins como Ross, Sokal defiende que tal separabilidad es posible y necesaria, y que se trata de una obligación epistemológica.

Probablemente Sokal esté en lo cierto también en esta discusión. Independientemente de sus afirmaciones sobre el racionalismo como instrumento necesario para la izquierda -algo que puede estar sometido a debate, en función de las preferencias políticas de cada cual- no parece verosímil hablar de la colusión entre hechos y valores en la producción del conocimiento científico si no se sabe qué hechos son aquellos de los que se habla. Y los hechos científicos -desde, por ejemplo, las ecuaciones del electromagnetismo de Maxwell hasta la estructura interna de los ribosomas, pasando por los mecanismos de quelación de los iones metálicos- son cosas que muchos (la mayoría, probablemente) de los estudiosos sociales de la ciencia desconocen.

El debate mantenido en Lingua Franca cobra su pleno sentido en el contexto más general del total de discusiones surgidas a raíz de la publicación de la parodia sokaliana y del libro Imposturas intelectuales. Una apreciación más justa de las posturas mantenidas por Sokal, Robbins y Ross precisaría de una lectura detallada de otros debates, de otras tertulias, de otros enfrentamientos. Quizás de este modo podría matizarse la valoración que nos merecen las posturas enfrentadas en este debate concreto. Pero esta es una tarea que excede los propósitos de la presente reflexión.

Manuel Corroza

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