Incentivos capitalistas excesivos en las escuelas
Gabriel Andrade
A
partir del gobierno de Hugo Chávez, desaparecieron los llamados “cuadros de
honor” en las escuelas venezolanas. No ha de sorprender que así fuese. Chávez
era un autoproclamado comunista. Y, el comunismo (al menos en el plano
ideológico, si bien no en la práctica) es poco tolerante con la jerarquía y las
distinciones sociales. Por ello, el sistema educativo comunista está dispuesto
a premiar a todos los estudiantes por igual, sin importar sus calificaciones.
No
es difícil ver a qué conducirá esto. Sin incentivo, ocurre la tragedia de los
comunes. Si el pupilo recibirá el mismo premio, se esmere o no en sus estudios,
no tendrá motivación para devorar los libros. Hay una leyenda urbana que, por
el mero hecho de ser ficticia, no deja de ser pertinente: un profesor hizo un
experimento, en el cual, la calificación de sus estudiantes era colectiva; al
final, la calificación promedio fue descendiendo, pues los estudiantes, al no tener
calificación individual, ya no estaban motivados a seguir estudiando.
Así
pues, la concepción comunista de la educación está condenada al fracaso. Es
obvio que se necesitan incentivos para motivar a los estudiantes. De hecho,
aquellos países comunistas que sí lograron algún nivel educativo destacable
(como Cuba o la Alemania oriental), precisamente prescindieron de su idea
comunista, y sí premiaron más a sus mejores estudiantes.
Pero,
a través de algunos medios de comunicación, he visto que en EE.UU. (el campeón
del capitalismo y el anti-comunismo), se ha llegado a extremos preocupantes en la
promoción de incentivos para la educación. La película Freakonomics (la versión cinematográfica del libro del mismo
título, cuyos autores son Steven Levitt y Stephen Dubner), presenta un segmento
que explora cómo opera un sistema educativo en el cual a los estudiantes de
bachillerato se les paga por tener buenas calificaciones. Levitt y Dubner son
entusiastas del uso de incentivos en todas las esferas de la sociedad, y al
final, parecen dar su aprobación a este tipo de prácticas en las escuelas.
En
una escena, a uno de los jóvenes del liceo se le ofrece pasear en limosina
lujosa si mejora sus calificaciones. También se les ofrecen camisetas, gorras,
y dinero en efectivo. El joven tiene una excitación casi histérica al ver la
limosina, y según parece, la mera contemplación de la limosina lo convence de
estudiar (aunque, hace alguna trampa; por ejemplo, no lee los libros completos,
sino que sólo los lee para responder las preguntas que le formula el profesor).
Al final, el sistema de incentivo sí dio resultado con este joven (pero no con
otro).
Pero,
aun si se logró el objetivo inmediato de incentivar el estudio, yo veo graves
problemas con este sistema. El filósofo Michael Sandel recientemente ha escrito
un libro, Lo que el dinero no puede
comprar, en el cual destaca la perversidad de estos incentivos. A mi
juicio, Sandel es demasiado mojigato en su oposición al comercialismo. Pero, sí
comparto su idea de que, en el ámbito educativo, esto es peligroso.
El
incentivo de la limosina y otras mercancías, está cultivando en el joven un
consumismo que, con bastante seguridad lo perjudicará en su vida adulta. La
oferta de la limosina lo impulsará a ser mejor estudiante en el corto plazo,
pero a largo plazo, lo estará convirtiendo en un comprador compulsivo, y aun si
sus buenas calificaciones lo convierten en un ejecutivo exitoso, es sabido que
el comprador compulsivo siempre termina por tener una sensación psicológica de
vacío y ansiedad.
Además,
es obvio que el incentivo de la limosina y otros artículos de lujo es sólo
temporal (pretende solamente crear hábitos de estudio para que, una vez
desarrollados, el estudiante marche por cuenta propia). Pero, no queda nada
claro que, cuando esos incentivos ya no estén, el joven seguirá estudiando. Si
la única razón por la cual el joven estudia, es el paseo en limosina, ¿qué
ocurrirá cuando ya no haya un sistema escolar que le ofrezca el paseo en
limosina?
En
la película, hubo algo que me llamó mucho la atención. El jovencito de la
limosina se vistió para la gala de forma que terminó pareciéndose mucho a
Flavor Fav, una personalidad de la televisión norteamericana que destaca por su
bajísimo nivel intelectual, y su desbordado consumismo nouveau riche. El hecho de que el jovencito sea negro (como Flavor
Fav), es también destacable. Como se sabe, en EE.UU., a los negros se les negó
educación de calidad por muchas décadas, y hoy no ocupan las posiciones más
altas en el rendimiento educativo. En cambio, en los negros está cultivada la
mentalidad consumista mucho más que en otros grupos étnicos de EE.UU.
Incentivar a un joven negro a estudiar, con la imagen de Flavor Flav, implica
seguir manteniéndolo en un estado en el cual el estudio no se valora por sí
mismo (como sí se hace más en otros grupos étnicos norteamericanos), sino sólo a
través de la mediación del consumismo.
La
eliminación de incentivos educativos en el comunismo es una invitación al
fracaso. Pero, me temo que la perversidad de los incentivos educativos en el
capitalismo también es muy peligrosa. Habrá que buscar, como en tantas otras
cosas, una tercera vía. Ciertamente los incentivos son fundamentales para el
cultivo de la educación, pero estos incentivos deben ser más sublimes y
profundos, y no un mero paseo en limosina vestido como un gángster.
Completamente de acuerdo con el artículo. Respeto a la palabra limosina, si se refiere al vehículo de lujo, creo que es limusina, no limosina.
ResponderEliminarQuizá el problema no está en si debe haber incentivos o qué tipo de incentivos debe haber. Puede que el problema sea el objetivo que se persigue.
ResponderEliminarPienso que el verdadero problema está en la médula de la educación, en su contenido, en cómo se enseña y en qué tipo de persona lo imparte.